jueves, 16 de marzo de 2023

ESCRITORES QUE NO CONOCE NI DIOS

 

 

Acabo de regresar de la XX Bienal de Escritores a los que no conoce ni Dios. Este año, la bienal se celebró en Viena, por lo que su lema quedó establecido como Vigésima Bienal de Viena, y su acrónimo en VIBIVI.

A propósito, lo de «bienal» no viene porque dicho encuentro se celebre cada dos años, sino porque siempre viene «bien» compartir las desgracias, ahogar las penas en sendos vasos de agua que los asistentes a este tipo de encuentros, fieles a nuestro carácter eminentemente derrotista, siempre vemos «medio vacíos».

En este punto me permito poner el acento en un detalle que considero importante. Obvio que, al no ser conocidos «ni por Dios», y a diferencia de otros eventos o convenciones, los que formamos parte de este extenso grupo no recibimos invitación personalizada en nuestros domicilios o direcciones de correo electrónico. En vez de eso, hemos de ser nosotros, de manera individual, quienes nos mantengamos alerta entrando de vez en cuando en la web que la asociación pone a disposición de los interesados. La dirección web es esta: www.nos-importáis-un-carajo.com

El salón donde se celebró este año el evento era inmenso. Por los enormes altavoces, estratégicamente instalados a lo largo y ancho del recinto, resonaba en bucle el Strangers in the night en la voz de Sinatra. ¿Un guiño de la organización, quizás, o un chiste de mal gusto?

En estas que se me acerca un tipo.

Disculpe. Usted, ¿quién es? —me dijo.

Apuesto mis regalías de un año a que esta sería la pregunta más repetida a lo largo y ancho de aquel evento.

Mi nombre es Pedro Fabelo —respondí. A lo que siguió la segunda pregunta que apostaría a que sería la más repetida durante tan extraña velada.

¿Quién?

Pedro Fabelo. Soy escritor, y no me conoce ni Dios. Y usted, ¿quién es?

Una de una.

Mi nombre es Roswell Somewater Checkman III.

¿Quién?

Dos de dos. ¡Bingo! Desde luego, como apostador profesional seguro que ganaría más pasta que vendiendo libros.

Roswell Somewater Checkman III —repitió el tipo aquel—. Yo también soy escritor. Y, al igual que usted, a mí tampoco me conoce ni Dios.

Vaya. Qué fastidio, ¿no? —dije yo—. Me refiero a lo de que no nos conozca ni Dios, no a que seamos escritores. Aunque, a veces...

Tranquilo. Lo pillé a la primera. Yo también opino lo mismo que usted. Es un verdadero fastidio no poder ganarte la vida haciendo lo que más te gusta. Sobre todo cuando ves que otros, a los que no le concedes ni la mitad de talento del que crees poseer tú, sí que han conseguido labrarse una carrera profesional en la literatura.

Sé a lo que se refiere —concedí—. A mí también me reconcome por dentro ver que otros han logrado lo que yo no lograré jamás.

¿Y no será que somos unos envidiosos de mierda?

Puede ser. No lo descarto. Aunque, seamos envidiosos o no, hay ciertas carreras de éxito en el mundo literario que escapan a mi comprensión. Por ejemplo, no sé usted, pero a mí no me entra en la cabeza que un tipo como Paulo Coelho se gane la vida escribiendo las chorradas que escribe. “Las lágrimas son palabras que necesitan ser escritas”. ¿Qué mierda significa eso?

No te dejes atrás mi favorita: “Eres lo que crees que eres”. Menudo tolay. Veo que compartimos idénticos sentimientos. Yo tampoco soporto al fatiga de Coelho. ¿Te importa si nos tuteamos? —me propuso el tipo aquel, quien, por cierto, lucía pajarita y chaqueta de pana con codilleras.

Claro. ¿Por qué no? —accedí.

Perdona, ¿cómo dijiste que te llamabas?

Pedro. ¿Y tú?

Roswell.

Nos volvimos a estrechar las manos. Si bien, esta vez, con una mayor identificación del uno hacia el otro. Aunque sólo fuese por el tiempo que durase nuestra breve conversación, ambos dejaríamos de ser unos completos “extraños en la noche”. Al menos entre nosotros.

Ya que estamos en confianza, dime, ¿por qué crees que mereces un mayor reconocimiento del que gozas en la actualidad?

Confieso que la pregunta me pilló por sorpresa. Y, siendo honesto, tampoco es que me la hubiese llegado a plantear seriamente, ni siquiera en la intimidad de mis pensamientos. Curioso que a veces reclamemos algo con exagerada insistencia sin escarbar en profundidad en los motivos que nos empujan a ello.

Hombre, a ver. Tanto como merecer. Suena como a exigencia. Y yo no estoy como para exigir nada. En realidad, ningún artista por el mero hecho de serlo está para exigir la atención de nadie hacia su obra.

¿Qué tiene de malo exigir algo cuando crees merecerlo? —insistió él.

Lo veo excesivo. Y pretencioso —admití.

Pecas de modesto, permíteme que te lo diga. Y con la modestia no se va a ninguna parte, amigo mío. Sobre todo cuando pretendes vivir de tu arte. Deberías mostrarte más agresivo, más contundente en tus demandas. Sólo así conseguirás que la gente te tome en serio.

¿Tú crees?

¡Y tanto! Sólo tienes que echar un vistazo a la historia para apercibirte de ello. Los artistas, los grandes artistas, los que han alcanzado la gloria y se han revolcado en ella como cerdos en un lodazal, han sido en su mayoría unos egocéntricos de mucho cuidado, con cierta tendencia a la megalomanía. Y quienes los admiran no sólo se lo perdonan, sino que lo agradecen, pues ven en sus artistas favoritos algo que ellos nunca podrán ser: gente que cree ciegamente en su arte y su talento, y no están dispuestos a plegarse ante nada ni ante nadie.

¿Y qué me dices de ti? ¿Cuál es la razón de que no te conozca ni Dios?

Aún no ha llegado mi momento —fue la contundente respuesta de aquel tipo que, ante mis ojos, se mostraba de lo más seguro de sí mismo.

¿Cómo es eso? —pregunté intrigado.

Soy un genio atemporal. Un adelantado a mi época. Pasarán siglos hasta que mi talento sea reconocido.

Vaya. Pues menuda faena.

¿Faena por qué? —dijo él, casi ofendido.

A ver, está claro que no lo verás con tus propios ojos. Quiero decir, que no disfrutarás de tu éxito.

¿Y qué te hace pensar tal cosa? ¡Claro que lo veré! —exclamó en una súbita indignación.

Disculpa, tío. Creí entender que no tenías previsto triunfar hasta dentro de varios siglos.

Así es.

Pero, para entonces ya estarás muerto —concluí atendiendo a una lógica incuestionable.

¡Qué va! —dijo él. Y lo dijo convencido. En modo alguno lo dijo por decir. Es más, su contundencia invitaba a pensar que lo creía con convicción, sin fisuras, sin un átomo de duda en su afirmación.

¿Es que piensas vivir para entonces? —pregunté.

¡Pues claro! Hace un mes le compré a mi cuñado un criogenizador casero que me mantendrá en estado de hibernación unos dos mil quinientos años. Suficientes como para despertar y vivir mi éxito en plenitud. ¡No sabes lo que ansío ese momento!

¿Quién me lo iba a decir a mí cuando decidí acudir a aquella bienal? Más de cinco mil escritores desconocidos, a los que no conocía ni Dios, procedentes de todos los rincones del mundo, acuden en masa a un encuentro entre iguales decididos a lamerse las heridas de su frustración, y resulta que me viene a tocar entablar conversación con el más colgado de todos. Ya es mala suerte, carajo.

Pues, ¿sabes qué? Te deseo toda la suerte del mundo —dije, exhibiendo una amplia sonrisa. Y si bien en modo alguno albergaba convencimiento en mis palabras, procuré cubrir mi escepticismo con una fina capa de compasión. Al fin y al cabo, aquel pobre diablo no hacía mal a nadie, salvo, quizás, a sí mismo. Así que, ¿por qué no darle ánimos en vez de poner más palos en sus ruedas?

Gracias, tío. ¿Quieres que transmita un mensaje de tu parte a las generaciones futuras?

Pues mira, sí. Que rían. Que rían todos los días de su vida, si pueden. Porque la vida es muy corta, amigo mío. Bueno, excepto en tu caso.

Ok. Descuida. Trasladaré tu mensaje a las generaciones venideras. Un placer... er... ¿cómo dijiste que te llamabas?


Lo bueno, o lo malo según se mire, de esta experiencia, es que una vez clausurado el evento, todos los asistentes, incluido el colgado de Roswell, volvimos a nuestro cómodo, apacible y rutinario anonimato, llevando con paciente resignación la etiqueta de escritores a los que no conoce ni Dios.

Por cierto, Dios, ¿cómo es eso de que haya escritores a los que no conoces? Se supone que eres omnipotente, es decir, que todo lo puedes, y omnipresente, que estás en todas partes al mismo tiempo, y hasta omnívoro, que comes de todo. ¿Cómo es que teniendo esos superpoderes no conoces a todos los escritores del mundo mundial?

La verdad, sois tantos que abruma. ¿Has visto cuánta gente publica sus mierdas en Amazon, y cuántos promocionáis vuestros libros en redes sociales? Soy omnipotente y omnipresente, y también como de todo, pero también me gusta tener mi tiempo para mí, desconectar de lo que me rodea y dedicarme a descansar mente y espíritu. ¿Lo entiendes...uhm?, ¿cómo dijiste que te llamabas? Bah, da igual. Aunque me lo digas lo voy a olvidar en cero coma. Hala, a seguir bien.

Amén.



6 comentarios:

  1. Genial relato, Pedro. Tu sentido del humor es fantástico. Da gusto leerte.
    Saludos

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    1. Saludos, Juan Carlos.
      Muchísimas gracias. Tus generosas palabras son como un bálsamo para mí. Te lo agradezco.

      Un abrazo.

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  2. Aunque hubiera tenido conocimiento de ese acto multitudinario, creo que no habría asistido, pues no soy de los que se aplica el lema de mal de muchos..,, je, je.
    Por edad, hace tiemppo que ya he desistido de ser mínimamente conocido como escritor por poco más de una docena de lectores que, muy probabemnete, han comprado mis libros por pura pena y para hacerme creer que todavía tengo alguna oportunidad de hacerme un nombre en el mundillo literario.
    Debo admitir, por otra parte, que soy un envidioso asqueroso, pues me corroe la envidia cuando veo que un joven o una jovencisima escritora novel ha ganado un premio literario. Luego me apresuro a buscar en Google sus antecedentes y casi siempre resulta que son periodistas. Supongo que su cercanía con el mundo editorial les allana el camino. Justo ayer, en uno de tantos certámenes cinematográficos (creo que era el de Málaga) entrevistaron a dos jovencitas, yo diría que veinteañeras, y en los rótulos donde figuraba sus nombres y profesión ponía "actriz y guionista". Lo de actriz vale, pero lo de guonista me llamó mucho la atención. En estos casos siempre me pregunto cómo alguien tan joven puede alcanzar un puesto relevante en el mundo de la escritura. Lo dicho, la envidia me corroe y eso no es bueno. Creo que debo ser una mala persona que no soporta el éxito ajeno, especialmente cuando me asaltan serias dudas de su calidad literaria y huelo a enchufismo.
    Si existiera la reencarnación y volviera a nacer, me comportaría como un perfecto engreído
    y extravagante solo para llamar la atención del público y hacerme un hueco entre tanto divo del tres al cuarto.
    Un abrazo.

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    1. Saludos, Josep.
      Como te conozco desde hace ya bastantes años, puedo decir, sin temor a equivocarme, que podrás pecar de lo que pecamos todos -yo también tengo lo mío-, pero jamás se te podrá acusar de ser mala persona. De hecho, por mi experiencia, eres justamente lo opuesto, es decir, alguien leal, generoso, atento, respetuoso y honesto. Y no lo digo por decir, pues a lo largo de estos años de amistad en la distancia he podido corroborar todo lo que digo.

      Sentir envidia del éxito ajeno es lo más humano del mundo. Fíjate si lo es que Caín mató a su hermano Abel por pura envidia, ¡y eso fue al principio de los tiempos! Ahora bien, sentir envidia por alguien no lleva aparejado el que le deseemos ningún mal; simplemente reclamamos un poco de ese éxito para nosotros, por creer merecerlo.

      En el mundo del arte hay muchas cosas que me chirrían. Carreras de éxito que me resultan incomprensibles, obras decretadas como piezas maestras y que a mí no me dicen nada, autores consagrados que a mí me resultan soporíferos; y luego está el lado contrario, autores "a los que no conoce ni Dios" y que a mí me emocionan y me divierten, obras calificadas de menores que me han salvado la vida, y géneros constantemente ninguneados o minimizados -jamás le darán un nobel de literatura a un escritor de corte humorístico-.
      ¿Cómo canalizo toda esa frustración, todo eso que me rodea y que considero injusto? Pues con el humor, con la broma, con el uso de la ironía y el sarcasmo, incluso con la irreverencia. Al menos de ese modo consigo divertirme y reírme de lo que me cabrea; y si, de paso, consigo que otros rían y se diviertan con mi visión de las cosas, mejor que mejor.

      Un abrazo, Josep. Y, por favor, sigue siendo como eres: un tío cojonudo. ; )

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  3. Ja, ja. Es buenísimo. No hay nada como reirse de uno mismo, aunque a veces la injusticia no deje mucho lugar a la risa. Conozco escritores geniales, algunos publican en editoriales incluso, pero no son conocidos ni archifamosos a pesar de que son muy buenos. Y luego hay auténticos escritores de obras cabinas, que escriben quinientas páginas de las que sobran cuatrocientas y, sin embargo aparecen como maravillosos en número de ventas, entusiasmo de los lectores (no de todos por suerte) y con suculentos ingresos. Tú mencionas a uno en tu entrada (tan sólo un libro le soporté y juré que nunca más), pero yo tengo ahora mismo tres o cuatro en mente. Así, sin pensar ni nada.
    Y no, la envidia no es mala. Lo malo es que la envidia nos lleve a hacer o desear el mal.
    Un beso, amigo.

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    1. Hola, Rosa.
      De vez en cuando viene bien reírse de uno mismo, quitarle trascendencia y gravedad a todo lo que nos rodea. Los antiguos romanos, para evitar que a los generales o a los emperadores "se les subiese el pavo a la cabeza", tenían un rito que se llamaba "memento mori", en el que un esclavo que sostenía una corona de laurel al lado del interpelado le iba susurrando al oído "recuerda que eres mortal". Yo, como no vendo un carajo y no tengo presupuesto para pagar a alguien para que me susurre al oído, me conformo con reírme de mí mismo de vez en cuando, para recordarme que sigo siendo un simple mortal; así evito que se me suba "el pavo a la cabeza" y, mientras lo hago, mi cartera no sufre. ; )

      El mundo en general está repleto de "injusticias", al menos según nuestros criterios personales (¿Por qué unos tienen tanto y otros tan poco? ¿Por qué unos mandan sobre otros? ¿Por qué la Iglesia no paga impuestos?, etc.), y el mundo del arte no iba a ser una excepción. Hay escritores que venden cientos de miles de ejemplares de cada uno de sus libros, incluso quienes ganan concursos de prestigio sin haberse presentado a ellos, mientras que otros se pasan toda la vida buscando el éxito mientras le es esquivo, y abandonan este mundo sin conocerlo. Triste pero cierto. Mejor tomárselo con humor y no hacerse mala sangre.

      Un beso, amiga Rosa. : )

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