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jueves, 16 de febrero de 2023

ESCRITORES COMPULSIVOS

 

Popurrí de algunas novelas escritas por Marcial Lafuente Estefanía

 

Hace muchos años mi madre me contó que mi abuelo, siendo ella una niña, era muy aficionado a leer aquellas novelas del oeste que se vendían en el estanco por cinco pesetas de entonces. Aquellas novelas, que llamaban “de a duro”, tenían la particularidad de que, yendo con ellas al estanco una vez leídas, las podías cambiar por otras nuevas por un módico precio —creo que a dos pesetas o así—. De este modo, siempre tenías nuevas historias para leer a un precio más reducido.

Gracias a este método mi abuelo llegó a leer incontables novelas del oeste, que era su género favorito, si bien también las había de corte romántico —donde sobresalía la prolífica escritora Corín Tellado—, o policíacas, escritas por autores españoles que solían firmar sus obras bajo seudónimo, a fin de darles un toque más “internacional”. Precisamente de esta práctica, tan utilizada en nuestro país a mediados del siglo pasado, da buena cuenta el recientemente desaparecido Alexis Ravelo en su novela La otra vida de Ned Blackbird.

Una vez le pregunté a mi abuelo por aquellas novelas. Yo mismo recordaba haber visto de pequeño alguna de ellas en su casa. La mayoría venían firmadas por un tal Estefanía.

 

Mi abuelo me contó que, en aquellos años de posguerra, lograba evadir la dureza de la vida gracias a la lectura compulsiva de aquellas novelas protagonizadas por cowboys de gatillo fácil, vastas llanuras en medio del desierto americano, indios que se pirraban por arrancar cabelleras de hombres blancos, y toneladas de whisky servido en vasos minúsculos en oscuros salones donde se jugaba al póker, se hacían trampas y se montaban pifostios día sí y día también. Tampoco faltaban en aquellas novelas de papel barato las abnegadas amas de casa enamoradas hasta las trancas de sus maridos —eso os dará una idea de lo viejunas que eran esas historias—, mujeres fatales capaces de llevar a la perdición al más incorruptible de los hombres, atracos a bancos —ahora son los bancos quienes nos atracan a nosotros, fijaos si ha cambiado el cuento—, políticos corruptos —anda, coño, en esto sí que nada ha cambiado—, y duelos al amanecer; o al atardecer; o al anochecer; o a la hora del té y las pastas; vamos, que no había hora del día o de la noche en que no se pegasen unos cuantos tiros.

"¿Qué dice este tío del gatillo fácil? ¿Por qué no le metemos un tiro por bocazas, muchachos?"

 

Para escribir este post busqué en Internet información acerca de ese “misterioso” Estefanía. Para ello entré en la Wikipedia, ese vasto pozo de conocimiento que muchos denigran y se empeñan en desprestigiar pero que a mí me resulta de lo más útil y funcional, ya que ofrece una ingente cantidad de información sobre los temas más variados de manera instantánea, de fácil acceso y gratuita gracias al esfuerzo y la generosidad de millones de voluntarios en todo el mundo. Soy consciente del uso perverso que algunos y algunas hacen de este maravilloso invento —de todo hay en la Viña del Señor—; pero, con todo, sigo pensando que la Wikipedia es, en esencia, una herramienta de una gran utilidad.

Gracias a la entrada de la Wikipedia dedicada a Estefanía supe que su nombre completo era Marcial Antonio Lafuente Estefanía. De formación autodidacta, este escritor español militó en el bando republicano durante la guerra civil española, por lo que, una vez acabada la guerra, pasó unos años en prisión.

Fue precisamente en la cárcel donde comenzó a escribir de manera compulsiva. «Empecé a escribir prácticamente en un rollo de papel higiénico. No tenía cuartillas, no tenía pluma; entonces decidí utilizar el lápiz y el papel de retrete», revelaría en una entrevista posterior.

Marcial Lafuente Estefanía en su despacho

 

Durante la guerra, el escritor y dramaturgo Enrique Jardiel Poncela le dio un consejo: «Escribe para que la gente se divierta, es la única forma de ganar dinero con esto». Personalmente opino que el de Jardiel es el mejor consejo del mundo para todo aquel que desee dedicar su vida al hermoso arte de contar historias. De hecho, soy de los que piensa que si yo no me divierto con lo que escribo, ¿cómo demonios puedo pretender divertir a quien decida leerme?

Con las palabras de su amigo siempre presentes, Estefanía buscó desde el principio la amenidad en su forma de escribir, prescindió de largas descripciones y trabajó los diálogos, a los que sazonó con unos modismos muy característicos y una acción disparada —lógico, tratándose en su mayoría de westerns. Este chiste es mío, por cierto. ¿A que es bueno? Tengo más, ¿eh? ¡Será por chistes!—.

Según se hace constar en la Wikipedia, Estefanía llegó a publicar, sólo del género western, unas dos mil seiscientas novelitas en formato octavilla de poco más de cien páginas cada una. Si hacemos una simple multiplicación, eso nos daría un total de 260.000 páginas. A mí esa cantidad me parece im-prezionante, como diría el bueno de Jesulín de Ubrique.

Colección de algunas de las muchas novelas escritas por Lafuente Estefanía

 

Este dato me hizo acordarme de otro escritor igual de prolífico, Andrew Offutt, del que supe a través del magnífico libro autobiográfico escrito por su hijo, Chris Offutt, bajo el título de Mi padre el pornógrafo, libro que leí y sobre el que escribí un artículo hace algunos meses en este mismo blog.

Ambos autores, Andrew Offutt y Estefanía, comparten un rasgo común, además de su pulsión a la hora de sentarse a escribir, y es que lograron transmitir su pasión por la escritura a sus hijos, ya que tanto el hijo de Offutt, Chris, como los hijos de Estefanía, Francisco y Federico, se convirtieron en escritores profesionales.

Me parece increíble el que alguien sea capaz de escribir más de dos mil libros. A mí, que hay días en que no se me ocurre nada sobre lo que escribir en el blog, me parece alucinante el que haya gente capaz de sentarse día tras día ante la máquina de escribir y dé salida a semejante cantidad de palabras. Para lograr esas cifras uno tiene que pasarse media vida encerrado en su lugar de trabajo, aferrado a una máquina de escribir, una pila de folios y un par de diccionarios, y pasarse la mayor parte del día escribiendo y la otra mitad imaginando historias, tramas, personajes, diálogos y giros argumentales.

A mí me gusta escribir, me gusta crear historias y personajes surgidos de la nada, en contraposición a la realidad, que muchas veces detesto. Y es que en el mundo del arte, que es, al fin y al cabo, el mundo de la imaginación, es donde más consigo disfrutar. Sin embargo, como mi queridísimo Woody Allen decía en uno de sus maravillosos chistes: «Detesto la realidad, prefiero la ficción a la realidad, aunque en el mundo real es en el único lugar donde poder conseguir un buen bistec».