miércoles, 8 de mayo de 2019

EL MUNDO ENTERO ES UN ESCENARIO




William Shakespeare escribió en su momento que el mundo entero es un escenario; que todos los hombres y mujeres que vivimos en él somos meros actores; que todos tenemos nuestras líneas escritas para las salidas y las entradas en función del acto que se esté representando. Una idea inquietante, desde luego; sobre todo si pensamos que no se nos está permitido elegir el papel a representar.

Walter Hicks estaba desesperado. La crisis económica global le había golpeado de lleno; a él y a su familia, a la que cada día que pasaba más le costaba sacar adelante. Los pocos recursos de los que disponía se habían esfumado al mismo ritmo que sus esperanzas.
Hasta tal punto había llegado su desesperación que Walter no dudó en humillarse públicamente si con ello conseguía ganar algo de tiempo; si con ello conseguía atisbar algo de luz al final del oscuro túnel en el que se hallaba sumido.
Con mano temblorosa por los nervios, marcó el número de teléfono de aquel programa de televisión que se emitía en horario de máxima audiencia. En aquel programa, a la gente en situación límite como la suya se le ofrecía un altavoz a través del cual proclamar al mundo su desesperación. La miseria humana reconvertida en espectáculo circense. Pura involución.
El programa, de nombre Solidaridad, se emitía todos los jueves en horario de máxima audiencia y en riguroso directo. Los programadores y anunciantes se frotaban las manos con las multitudinarias audiencias que aquel programa cosechaba desde que se había puesto en antena seis meses antes. Ningún otro programa alcanzaba ni de lejos tales cifras. Obtener casi un treinta y cinco por ciento de cuota de pantalla en la actual maraña de canales no resulta nada sencillo. Y aquel programa lo conseguía. Y subiendo.
Así pues, Walter marcó el numero de teléfono que de tanto mirarlo apuntado en aquella hoja de papel ya casi se sabía de memoria. Al otro lado del hilo telefónico fue recibido por una redactora que, al escuchar su historia, activó el protocolo para que Walter pudiese entrar en directo en el transcurso del programa.
No cuelgue, por favor —dijo la redactora en el tono frío y distante de quien lleva meses escuchando todo tipo de desgracias ajenas—. Su llamada entrará en directo en cuanto nos sea posible.
Oiga, ¿y no podrían llamarme ustedes? —dijo Walter—. Verá, la llamada sale muy cara y...
No. No podemos —fue la fría respuesta de la redactora.
Está bien. Esperaré —se resignó Walter.
No cuelgue.
La redactora desapareció. En su lugar se escuchaba ahora una musiquilla de centralita que le estaba poniendo de los nervios. Mozart pasado por un puto teclado Casio debería ser considerado un crimen contra la Humanidad.
Pasó algo más de un cuarto de hora, hasta que la tortura musical dio paso a la voz de la redactora.
¿Señor Hicks? ¿Sigue usted ahí?
Sí. Aquí sigo.
Prepárese para entrar en directo en tres, dos, uno...
Walter oyó al famoso presentador Dan Weasel de fondo.
Weasel, un profesional curtido en mil batallas, manejaba los tempos como nadie. Sus cambios de registro eran admirados y seguidos por un público entregado a sus acrobacias emocionales. Tan pronto se mostraba intenso y compungido como eufórico y desbocado, haciendo enardecer los ánimos de las masas a su voluntad. Weasel era como un híbrido entre Talía y Melpóneme, las musas del teatro que representan la comedia y la tragedia. La esquizofrenia al servicio del espectáculo.
Me dicen que tenemos al teléfono a nuestro siguiente invitado —Danny Weasel miraba directamente a cámara con aire seductor—. Buenas noches, ¿con quién hablo, por favor?
Walter.
Más alto, por favor. Apenas le escuchamos.
Walter. Me llamo Walter.
Encantado de saludarte, Walter. Dinos, ¿cuál es tu historia?
Verá, hasta hace bien poco yo era un trabajador honrado y competente.
Más alto, por favor. No estamos en misa, Walter. Habla con convicción. Piensa que tienes a medio país atento a lo que dices. Aprovecha el altavoz que ponemos a tu disposición —Weasel apuntaló estas últimas palabras mostrando a cámara una sonrisa de dientes perfectos de doce mil pavos.
Tenía...tengo una hermosa familia; mujer y dos preciosas niñas. Las cosas me iban bien. Nos iban bien. Yo trabajaba duro para sacar adelante a mi familia. Ganaba lo suficiente como para permitirme soñar con una vida mejor que la que disfrutaron mis padres. Mi mujer y yo compramos una casa, hipotecamos nuestro futuro y el de nuestras hijas, y aún así éramos felices. Pero un día estalló la crisis. Perdí mi trabajo. Inmediatamente me puse a buscar otro empleo. Me pasaba el día mirando anuncios, visitando webs, dejando curriculums aquí y allí. Me presenté a un millón de entrevistas. Pero nadie me contrataba. Sin yo saberlo había pasado de ser una pieza perfectamente útil para el Sistema a ser una pieza defectuosa. Y todos sabemos lo que ocurre con las piezas defectuosas. Hay dos maneras de afrontar una avería: o se arregla la pieza defectuosa o se cambia por una nueva. Y el Sistema creyó conveniente cambiar todas las piezas defectuosas, pues los dueños de la maquinaria, haciendo números, llegaron a la conclusión de que resultaba demasiado costoso reparar. ¿Por qué gastar dinero en reparar lo que está roto si hay millones de piezas nuevas, listas para ser utilizadas, moldeadas y ajustadas a sus necesidades? Piezas sin usar, libres de defectos, sin coste alguno.
Te entiendo, Walter. De veras que te entiendo —dijo el presentador oculto tras su máscara de Melpóneme—. Quiero que sepas que al equipo de este programa le ha estremecido tu historia. Realmente estamos consternados. Yo estoy consternado. El público en el plató está consternado. Nuestro regidor está consternado. Los cámaras, realizadores, los asistentes de dirección, las azafatas del programa están consternados y consternadas. Y quiero imaginar que el público que ahora mismo nos está viendo desde sus casas también está consternado con tu historia.
Gracias —se oyó decir a Walter por teléfono.
Escucha, Walter. Escucha con atención lo que tengo que decirte —dijo Dan Weasel adoptando su mejor cara de consternación—. En nombre de todo el equipo que formamos parte de esta gran familia de Solidaridad te mandamos todo nuestro cariño para ti y los tuyos.
Una atronadora salva de aplausos perfectamente orquestada por el regidor del programa irrumpió en plató. El realizador dio órdenes concretas de pinchar un primer plano de Dan Weasel mostrando su consternado rostro en Full HD.
Pasados unos veinte segundos, a una señal del regidor, cesaron los aplausos en el plató.
Gracias por tu llamada, Walter —prosiguió Weasel—. Ojalá muy pronto las cosas cambien a mejor para ti y tu familia —Melpóneme dio paso a la versión más histriónica de Talía—. Y ahora, queridos amigos, pasemos a nuestro concurso en el que sortearemos: ¡un maravilloso viaje para dos personas a las paradisíacas playas de Cancún...!
Disculpa —se oyó decir a Walter a través del hilo telefónico.
¿Walter? —dijo el presentador—. ¿Si...sigues ahí?
Sí. Aún sigo aquí. ¿Puedo hacerte una pregunta?
Sí, claro. Adelante —Dan se esforzó en disimular su desconcierto.
¿Iba en serio lo de ayudarme a mí y a mi familia?
Por supuesto. Si hay algo que podamos hacer...
Pues sí. Lo hay.
¿De veras? —a Dan Weasel se le notaba incómodo. La reacción de Walter para nada estaba prevista, y el dichoso pinganillo no hacía más que emitir un molesto pitido que presagiaba su desconexión con la sala de control.
Verás, Dan —dijo Walter—. Se me ha ocurrido que si de verdad queréis ayudar a las personas que lo están pasando mal, y que como yo acuden a vuestro programa movidos por la desesperación, podríais donar el diez por ciento del dinero que obtenéis por la publicidad en el tiempo que emitís este programa. Os aseguro que con ese dinero ayudaríais a mucha gente a salir del hoyo en el que se hallan sumidos.
Pero Walter, eso no es posible. Entiéndelo. Aquí trabajan muchos profesionales que viven de su trabajo. ¿No te basta con nuestra solidaridad?
Yo no necesito vuestra solidaridad. Yo lo que necesito es vuestra ayuda.
Las cosas no funcionan así, Walter...
¿Así cómo?
Me refiero a que nosotros no somos el origen del problema...
Cierto. No sois el origen del problema. Sólo formáis parte de él. Sois actores principales en esta humillante recreación de la tragedia humana. Servís al público la coartada perfecta para expiar sus pecados, y los vuestros. Decía Eduardo Galeano que la caridad es humillante, porque se ejerce verticalmente y desde arriba. Y eso es precisamente lo que promovéis: caridad a cambio de aligerar el peso de vuestras podridas conciencias. Pero, ¿sabéis qué? Llegará un día en que la gente se cansará de esta mala obra en la que a la mayor parte del reparto nos ha tocado representar el peor de los papeles posible.
Dan Weasel hizo lo que mejor sabía hacer, lo mismo que los ricos y poderosos llevan haciendo desde que el mundo es mundo: mostró su mejor sonrisa, sustentada en cinco mil años de Historia.
El show debe continuar.



miércoles, 1 de mayo de 2019

MIRAD QUIÉN HA VENIDO A VERME...

Caricatura de "El jovencito Frankestein" por Marzio Mariani


Hombre, Pedro, ¡cuánto tiempo!
Hola, blog.
Te noto deprimidillo. ¿Qué pasa? ¿Aún no te has hecho millonario vendiendo libros o qué?
Menos coñas.
Jo, macho. Te falta sentido del humor.
Tengo sentido del humor de sobra. Lo que no tengo es paciencia para aguantar a blogs capullos.
¿Me estás llamando capullo?
Pues sí. Te lo llamo.
Madre mía, ¡cómo está el patio!
Ya ves.
Oye, qué putada lo de Google Plus, ¿no?
¿Leíste mi post de la semana pasada?
Claro. Yo siempre leo lo que publicas.
¿Siempre, siempre?
Bueno, vale. No siempre. Pero da la casualidad que sí que leí tu post de la semana pasada, hablando de lo que ha supuesto para ti el cierre de Google Plus, la bajada de visitas, etc. Por cierto, muy bueno lo del entusiasta de turno que todos tenemos en la familia y que en las reuniones familiares aprovecha para sentarte al lado del cuñado o la cuñada con la que no te hablas.
No me irás a decir que a ti también te pasa.
¿Por qué no habría de pasarme?
¿En serio?
Yo también tengo familia, ¿sabes?
Pero, ¿qué familia vas a tener si yo te he creado de la nada?
¿Qué tú me has creado?
Sí. Yo te he creado.
¿Quién te crees que eres? ¿El doctor Frankestein?
Más bien Froncostin.
¿Froncostin?
¿No has visto El jovencito Frankestein de Mel Brooks?
No. ¿Es buena?
¡¡¿Que si es buena?!! ¡Es una obra maestra del humor! Es una de las diez mejores películas de humor jamás filmadas. Todo en esa película funciona a la perfección: el reparto, el guión, la puesta en escena, los gags. Y encima está rodada en glorioso blanco y negro. Es una absoluta maravilla.
Vale, vale, me la apuntaré. A ver si la pillo por Internet.
¿Ves? Ese es precisamente uno de los grandes males que aquejan a nuestra mal llamada sociedad de consumo. Que todo, o casi todo, está permanentemente disponible a golpe de click.
¿Y eso es malo?
Déjame que te cuente una historia…
Sí, abuelo cebolleta.
Soy más joven que tú. Así que, menos lobos Caperucita.
¿Sabes que en ocasiones puedes ser tremendamente irritante?
¿De veras? Uhm, me recuerda a cierto blog de cuyo nombre no quiero acordarme. Ahora calla y escucha. Voy con mi historia. Mi historia va de un chaval que vive en Canarias a principios de la década de los ochenta. Ese chaval es un entusiasta seguidor del cine, la música y los cómics. Pero resulta que, para su desgracia, España en esa época estaba aún intentando sacudirse de encima el polvo de cuarenta años de aislamiento internacional, comercial, cultural y tecnológico, por lo que cualquier cosa llegaba con cuentagotas hasta nuestras fronteras. Y si en la península la cosa era ciertamente complicada, imagínate en Canarias. ¿Te suena la expresión coloquial «vivir en el culo del mundo»? Pues así es como nos sentíamos en aquellos años. Prácticamente vivíamos en la «indigencia cultural». Conseguir cualquier cosa de interés, la que fuese, se convertía en toda una odisea. Y eso por no hablar de los escasos recursos económicos de los que disponíamos.
¿Y por qué me cuentas todo esto, tío?
Los que vivís en la abundancia habéis perdido la capacidad de valorar en su justa medida aquello de lo que podéis disfrutar.
¿Y qué te hace suponer que no disfrutamos de las cosas?
Perteneces a la generación del «todo, ya, ahora, y si no lo tengo me cabreo y me busco otra cosa». ¿Sabes lo que tardé yo en hacerme con la discografía completa de algunos de mis grupos favoritos de rock, como Uriah Heep, Jethro Tull, Thin Lizzy o UFO? Años. Me llevó años conseguir todos sus discos. Y cada nuevo disco que conseguía lo exprimía como se exprime una naranja, sacándole todo el jugo.
Vale, abuelo. ¿Y qué quieres que yo le haga? ¿Quieres que pida perdón por vivir en la época actual?
No. Lo que quiero es que reflexiones. Y que pienses en la suerte que tienes de vivir en la época en la que vives.
Jo, tío, ¿en serio me vas a seguir dando la brasa? Y en un día festivo, además.
Cierto. Es festivo. Pero daba por hecho que eso a ti no te afecta lo más mínimo.
Pues te equivocas. ¿Sabes? A veces me saca de quicio que no me consideres alguien igual a ti.
Es que no eres igual a mí. ¡Eres un blog, por el amor de Dios! No eres un ser humano, a ver si te enteras.
Pero los blogs tenemos sentimientos.
Eso es más que cuestionable.
Pues no entiendo a qué viene cuestionar mis sentimientos, la verdad.
¿Hace falta que te lo explique?
Sí, por favor. Sácame de la ignorancia en la que vivo inmerso.
De acuerdo. Lo haré. Eres una amalgama de códigos, programación, base de datos, algoritmos e ingeniería informática. ¿Me puedes decir dónde demonios entran los sentimientos en esa conjunción de factores?
¿Acaso te piensas que los informáticos no tienen sentimientos?
Ellos sí, claro. Tú no.
¿Por qué no? ¿No decís que Dios os hizo a su imagen y semejanza? ¿Por qué los blog o los programas informáticos no podemos ser creados a imagen y semejanza de quien nos creó?
Coño, pues me has pillado.
O sea, que admites que pueda llevar razón.
Como mínimo, admito que me has hecho pensar.
Con eso me vale. A propósito, ¿no te parece una ironía que el Día del Trabajo se celebre no trabajando?
Jo, tío, estás que te sales. ¿Es algo que estás comiendo, alguna vitamina que estás tomando o qué?
Digamos que el estar tanto tiempo en modo pausa hace que me active las neuronas y que mi inquietud intelectual se dispare.
Mejor haría en no dejarte solo demasiado tiempo. Eres un peligro constante.
Deberían crear un Día Internacional de los Blogs en Internet.
¿Y qué harías? ¿No estar operativo ese día?
No es mala opción. Así aprovecharía para irme de farra con los colegas.
¿Qué colegas?
Otros blogs amigos míos.
¿Tienes amigos blogs?
Y amigas blogs.
¿Qué?
Por cierto, esta noche no me esperes levantado. He quedado con un blog femenino y...hay posibilidades
Vale. No quiero saberlo.
Tú mismo.