miércoles, 24 de marzo de 2021

VOLVER A EMPEZAR

                  Foto de Elia Mazzaro bajada desde Unsplash (libre de derechos)


Como sabéis quienes me leéis desde hace tiempo, no es esta la primera vez que regreso tras una ausencia más o menos larga. Y cada vez que lo he hecho, he tenido la misma sensación: la de volver a empezar.

De poco te vale lo que hayas hecho en el pasado. Internet no tiene memoria. O mejor dicho: los cibernautas que transitamos por estos mundos de Jobs y compañía no tenemos memoria. O tenemos memoria de pez.

A mi modo de ver, Internet es como un enorme escaparate en el que todo tiene cabida. Se expone, se muestra, llega a donde y a quien tiene que llegar, y, en un lapso relativamente corto —cada vez menor, todo sea dicho— el escaparate se renueva completamente y envía el producto “caducado” a la polvorienta y oscura trastienda, donde permanecerá cogiendo polvo ad aeternum, o hasta que el servidor aguante, apelando a la generosidad de los curiosos que, aún no contaminados por el virus de lo inmediato, ansían hallar algo de valor entre “lo viejo”.

Imaginad un enorme agujero negro que todo lo tritura y lo absorbe, y que en su insaciable naturaleza precisa constantemente de nuevo material con el que alimentarse y repetir el proceso, pues de otro modo perecería. Y así, una y otra vez, día tras día, hora tras hora, minuto a minuto.

Esa es la realidad a la que nos enfrentamos día a día los que aún resistimos atrincherados en nuestros respectivos blogs. Y a eso debemos adaptarnos si queremos sobrevivir en esta jungla de los contenidos, procurando no sólo crear contenidos nuevos y originales, sino buscar la manera de que ese contenido nuevo y original consiga atraer la atención del posible lector y apelar a que éste no se extravíe o se disperse entre la maraña de nuevos contenidos que, cual perniciosas sirenas cibernéticas, no cesan de susurrarle al oído que acuda a ellos con tan sólo dar un par de clicks de ratón.

Pero no me entendáis mal. No está en mi ánimo abroncar al personal. Me limito a exponer una realidad. Y la realidad es que hay tanto donde elegir que, en ocasiones, resulta muy difícil hacer un alto en el camino e invertir tiempo y esfuerzo intelectual necesario en un contenido concreto.

Yo también soy lector. Y, como lector, también he sido inoculado con el virus de las prisas, de la impaciencia, del efímero placer de lo inmediato que trae aparejado el deseo de pasar a otra cosa cuanto antes, agobiado por todo lo que aguarda a ser leído y disfrutado.

Estoy en esa edad en la que no estoy por la labor de perder el tiempo en cosas que no me estimulen o no me proporcionen placer intelectual o emocional. El año pasado, sin ir más lejos, batí mi propio récord de libros abandonados. Con algunos me mostré más indulgente que con otros, llegando a completar varios capítulos, aún sin disfrutarlos del todo. Hasta no hace mucho esos mismos libros los habría acabado, empujado por esa especie de orgullo lector que te impulsa a acabar lo empezado. Con otros, sin embargo, me mostré implacable ante los primeros síntomas de aburrimiento.

Y es que, en este punto de mi vida, puedo perdonar muchas cosas en una obra artística, sea de la naturaleza que sea —cine, música o literatura, principalmente—. Puedo perdonar pequeñas imperfecciones, leves fallos de ejecución, incluyendo fallos ortográficos o gramaticales más o menos graves, lugares comunes, clichés, pretenciosidad por parte del autor e incluso pedantería. Todo eso lo puedo pasar por alto, y aún así lograr disfrutar de la pieza. Pero lo que no puedo perdonar —nunca he podido hacerlo— es que me aburran. Si algo me aburre, lo destierro inmediatamente.

Esa misma mentalidad la traslado a mis creaciones. Por eso me cuesta tanto concluir mis proyectos. Empiezo con un entusiasmo contagioso, una chispa de desbordante ilusión por llevar a buen puerto esa idea que me ronda por la cabeza. Esa misma ilusión consigue que vaya sorteando los diversos obstáculos que me van saliendo al paso. Sobre todo, solventar con éxito la eterna cuestión que te asalta al inicio de cada nuevo capítulo: “¿Y ahora qué?”.

Y en esas estoy, librando mis pequeñas batallas personales para no sucumbir a las innumerables trampas que me salen al paso día tras día.

Tengo un montón de proyectos guardados en libretas, hojas sueltas y archivos de texto. Y, por si no fuese suficiente, en mi cabeza siguen revoloteando nuevas ideas a cada instante, en un desfile imparable de palabras, frases o argumentos más o menos definidos. Y cada vez que me siento ante el teclado, con la vista clavada en la pantalla de mi ordenador, me veo intentando dar respuesta a la eterna pregunta: ¿y ahora qué?


 

 

martes, 16 de marzo de 2021

HE VUELTO

 

                                                  Imagen: "The new Pope" de Paolo Sorrentino

 

Hola, blog. He vuelto.

¿Volver? No sabía que te habías ido.

¡Pero si he estado casi tres meses ausente!

Discúlpeme, Don Importante. Le ruego sepa disculparme porque su vida no sea el centro de mi existencia.

¿Me estás vacilando?

Un poco, sí.

Ya decía yo. Y para que lo sepas: sí, mi vida debería ser el centro de tu existencia, pues, sin mí, tú no existirías.

Cierto. Gracias, amo.

Por cierto, ¿dónde están todos?

¿Todos?

Los lectores y visitantes al blog.

¡Y cómo demonios quieres que lo sepas! ¿Crees que soy una de esas todopoderosas multinacionales tipo Google, con un ejército de informáticos detrás que consiguen sembrar de rastreadores los ordenadores de todo el mundo mundial para monitorizar sus movimientos y saber dónde están y qué están viendo en todo momento?

No fastidies, ¿eso hacen los de Google?

Bendita ignorancia. Lo hacen todos, en realidad. Internet es la jungla, y en la jungla vale todo para vender.

¿Y puedo usar yo esos rastreadores para que compren mis libros?

Para eso necesitarías tener mucha pasta, y contratar los servicios de un ejército de informáticos, además de un community manager, un publicista, tener tu propio dominio en Internet, acuerdos con alguna distribuidora a nivel nacional e internacional para enviar los libros sin que te cueste un ojo de la cara...

O sea, que para vender tengo que gastar dinero.

Elemental, querido Watson.

¿Y si lo que quiero es vender libros porque precisamente dinero es lo que no tengo?

Entonces, querido mío, déjame decirte que estás jodido.

¿Así de crudo?

Así de crudo. No tiene sentido andarse por las ramas.

Gracias por los ánimos.

A mandar. ¿Desea algo más el señorito? ¿Café, té, un masaje en los pies?

Ya vale. En fin, cuéntame, ¿qué has hecho en estos tres meses de ausencia?

Básicamente leer y filtrar noticias.

¿Filtrar noticias?

Vivimos en la era de la sobreinformación. Cada día recibimos toneladas de información de toda índole, y es necesario filtrar para no sucumbir ante semejante avalancha. Luego está el asunto de la desinformación. Mientras unos dan una información concreta otros se encargan de desmentirla o neutralizarla con otra información. Y así se pasan los días, echándose mierda los unos a los otros como si fueran niños jugando al “y tú más”, sólo que ni son niños ni sus juegos son tan inofensivos o pueriles, pues en esa guerra de desinformación van dejando víctimas reales por el camino.

¿Te refieres a lo que ha pasado con todo el asunto del coronavirus?

Por ejemplo.

Leí lo de los obispos saltándose la cola de la vacunación. Y eso que se supone que precisamente ellos son los que más creen en el amor al prójimo.

Supongo que entre amar al prójimo o salvar su propio culo han preferido salvar su propio culo. Tampoco es que me sorprenda. Esta gente tiene la misma catadura moral que la de un jefe mafioso. Y mienten más que hablan. Son expertos en tergiversar y retorcer las palabras en su beneficio. De hecho, no me extrañaría nada que alguno de ellos adujese en su defensa que se saltó la cola “porque se lo dijo Dios personalmente, y hasta le firmó un justificante de su puño y letra”. Así se las gastan estos tipos, muchacho.

¿Crees que albergan dudas en torno a esa otra “vida después de la muerte” de la que tanto se jactan en sus dogmas de fe?

Es posible. Son humanos. Al menos algunos de ellos. Y los humanos dudan. Está en su naturaleza.

Pues se muestran muy seguros en sus creencias.

Normal. Viven de eso.

Ya.

Aunque también es posible que, aún creyendo en la existencia de esa “otra vida más allá de la muerte”, les dé miedo morir.

No te sigo.

Está claro. Aún existiendo esa otra vida, nada les garantiza que vayan a vivirla como la que viven aquí. Al fin y al cabo, aquí viven como Dios.

En eso tienes razón, mira. Porque, a ver, por mucho voto de pobreza que hagan de cara a la galería, no veo que ninguno de ellos renuncie a sus privilegios ni a sus prebendas. Ahí tienes el Vaticano, un ejemplo de muchas cosas menos de austeridad.

Esta gente son como los políticos: tienen unas caras de cemento armado. Normal que no duden en lo de “poner la otra mejilla”. Lo más probable es que si les abofeteas se te rompa a ti la mano antes de hacerles daño a ellos.

Hablando de políticos. También he leído de algunos altos cargos en ciertas comunidades autónomas que hicieron lo mismo, es decir, saltarse las listas de vacunación.

Y no te dejes atrás a los miembros de la realeza. Otros que tal bailan. No, si al final aquí lo que prima es el dicho “maricón el último”. Y me la sopla que suene “políticamente incorrecto”. Más políticamente incorrecto es hacer uso y abuso de unos privilegios que unos pocos se han arrogado y que otros pocos llevan tiempo queriendo arrebatarles, no para hacer justicia sino para arrogárselo para ellos. Así va el mundo. Ya lo denunciaba Barón Rojo a principios de los 80 en la letra de su canción Las flores del mal: “El egoísmo se hace estandarte internacional”.

Cuando lees noticias como las que acabas de citar no puedes evitar que se te caiga el alma a los pies.

Todavía recuerdo a aquellos bienintencionados que no dudaban en vaticinar al comienzo de la pandemia que de ésta íbamos a salir reforzados como raza. “Seremos mejores personas”, decían. Claro que igual con lo de “personas” quedaban excluidos automáticamente los políticos, los obispos y ciertos miembros de la realeza.

Qué triste, ¿verdad?

Lo triste es que aún haya gente que crea que hemos evolucionado desde los tiempos de las cavernas. Seguimos siendo neandertales, sólo que ahora lucimos mejor en las fotos gracias a los filtros de Instagram.

Me niego a creer que la humanidad entera esté tan podrida. Alguien bueno habrá, ¿no?, al margen de su ideología política o sus creencias religiosas.

Mira, tío. Si alguien es bueno o buena, da igual en lo que crea o lo que defienda, pues su bondad primará por encima de cualquier dogma o consigna, y siempre habrá un hueco para el entendimiento. Lo malo es cuando el dogma o la consigna logran imponerse a tu nobleza de espíritu o tu humanidad hasta el punto de anularlos o neutralizarlos. Ahí es cuando entra el fanatismo. Y de eso andamos sobrados.

¿Tú crees?

¡Vaya si lo creo! No tienes más que echar un vistazo a la prensa diaria o a los supuestos programas de debate político en las distintas cadenas de televisión. Ya no hay periodistas, lo que hay son hooligans. No me extrañaría que entre bambalinas apostasen entre ellos a ver quién dice la burrada más gorda en directo sin reírse.

Tú tienes poca fe en la humanidad, ¿verdad?

Poca no. Ninguna. No sabes lo que celebro no ser más que una sucesión de códigos binarios. La mayoría de las veces me cuesta entender a los seres humanos.

¿Y eso?

Lo tenéis todo para ser felices, disfrutar de un montón de cosas que tenéis a vuestro alcance y vivir en paz el tiempo que estéis de prestado sobre la faz de la Tierra. Pero, en vez de eso, os pasáis media vida jodiéndolo todo. No os entiendo, la verdad.

¿Sabes qué? Yo tampoco. Por eso necesito el arte como el respirar, para evadirme de tanta mierda, bien sea leyendo, escuchando música, viendo cine o series o escribiendo mis cosillas.

Me alegro de que al menos tengas eso. Por cierto, ¿y tú? ¿Qué has estado haciendo en estos tres meses de parón bloguero?

Leer mucho. También ver mucho cine. De hecho, hace poco comencé una maratón de Woody Allen. Tengo casi todas sus películas en DVD, y las estoy revisionando por enésima vez. No veas lo que estoy disfrutando. Hace un par de noches volví a ver Días de radio, una de mis favoritas. También he descubierto un par de series de televisión muy buenas, por cierto. Hablaré de ello en algún artículo.

¿Y cómo van tus escritos? Tenía entendido que tenías un par de novelas entre manos.

¿Puedes creer que no he escrito ni una sola línea en este tiempo?

¡No te creo!

Pues créetelo.

¿Y qué has estado haciendo?

Darle vueltas a la cabeza.

¿Y no te marea eso?

Pues sí.

Vaya. ¿En serio no has escrito nada de nada?

Ni una sola línea.

Pero, tienes intención de publicar algo este año, ¿o no?

Ya veremos. De momento, ya estamos de vuelta. Veamos cómo evoluciona todo y qué tal mis ánimos. ¿Te parece?

Me parece. Por cierto, que no te lo he dicho aún: bienvenido.

Gracias, blog. Bien hallado.