viernes, 30 de junio de 2017

AMANECER DESDE LA CUEVA

Amanecer visto desde el interior de una cueva. Foto: todopaisajes.com

Al buscar en la red una foto que reflejase lo que siento en estos momentos, me encontré con esta foto de un amanecer tomada desde la perspectiva del interior de una cueva. Me vino como anillo al dedo, ya que así es exactamente cómo me siento tras estos seis meses de ausencia obligada: como si saliese de una cueva de dolor en la que he estado encerrado cinco meses y medio.

Pero mejor empiezo por el principio.
Han pasado casi seis largos meses desde la ultima vez que publiqué en el blog. Eso ocurrió exactamente el 2 de febrero de 2017.
En aquella ocasión subí al blog un relato muy alejado del estilo de humor absurdo que tanto me caracteriza. Se trataba de una pieza de corte romántico con pinceladas de melancolía y tristeza.
La elección de aquella pieza no fue algo casual, sino que obedecía a mi estado de ánimo por aquellos días. A decir verdad estaba jodido, bastante jodido, tanto física como mentalmente.

Para situar el origen de ese malestar físico y mental tendría que remontarme a mediados de enero de este mismo año. Por aquellos días comencé a sentir en la pierna izquierda unas leves molestias que me acompañaban prácticamente durante todo el día. Con el paso de los días esas leves molestias derivaron en un dolor persistente que me imposibilitaba llevar una vida normal, pues había momentos en que me era imposible ponerme en pie sin sentir un intenso dolor que simulaba un rayo que me atravesaba la pierna.
Fui a urgencias de mi Centro de Salud. En urgencias, tras una primera exploración y teniendo en cuenta mis antecedentes médicos —he tenido algunos problemas de ciática en el pasado—, me inyectaron un relajante muscular y un antiinflamatorio.
Aquello me vino genial para pasar el resto del día y parte de la noche sin experimentar dolor. Pero al día siguiente, pasados los efectos de las inyecciones, volvieron las molestias.
Pedí hora a mi doctora de cabecera, y tras una exhaustiva exploración ocular, acompañada de algunas pruebas físicas, se determinó que la causa de las molestias podría ser una lumbociática. Me recetaron unas pastillas (paracetamol y un antiinflamatorio), y fijamos una nueva visita para unas semanas más tarde.
Ese fue el inicio de mi infierno particular.

En estos cinco meses he padecido los dolores más intensos e insoportables que jamás haya experimentado en toda mi vida. Ha habido noches en que el dolor era tan insufrible que me era imposible dormir.
Imaginaos el dolor físico más intenso y angustioso que recordéis haber sentido jamás concentrado en una línea de acción que nace en mitad del gluteo izquierdo, baja atravesando la cara posterior del muslo y llega hasta el final de la pantorrilla. Ahora imaginad que ese dolor es tan punzante que sentís vuestros propios latidos en esa zona como si de intensas descargas de electricidad se tratase, y que ese dolor os acompaña durante las veinticuatro horas del día sin que ningún calmante o analgésico consiga paliarlo de alguna manera. Y ahora imaginad que ese padecimiento se prolonga durante días, y que esos días se convierten en semanas, y que esas semanas derivan en meses, sin que aún tengáis un diagnóstico claro de lo que os está provocando ese dolor.
En este tiempo he pasado por episodios en que no he podido levantarme de la cama y en los que el mero hecho de tener que hacerlo obligado por cuestiones fisiológicas básicas suponía pasar por un infierno de angustioso dolor, no sólo físico sino también psicológico.
Hasta hace escaso mes y medio tenía los nervios destrozados y los ánimos por los suelos, pues en mi cabeza sólo había una idea: «¿Cuándo se me va a ir este dolor?».

Hace mes y medio tuve cita con un traumatólogo, el cual me recetó un nuevo tratamiento. Gracias a la nueva medicación y a la adopción de un modo de vida más saludable —llevo perdidos once kilos de peso—, he podido ir retomando algunos hábitos, como el poder permitirme dar pequeños paseos por los alrededores de un parque cercano a mi casa.
A pesar de estos avances, aún no puedo permanecer más de una hora sentado sin que me invada un intenso dolor en las cervicales, por lo que me es imposible sentarme a escribir en condiciones. De momento estoy escribiendo a mano, a ratitos, en una postura lo menos dolorosa posible para mí, rodeado de almohadas, como un marajá —ya veis—.
Mi recuperación está siendo lenta, muy lenta, y con algún que otro retroceso, ya que si por algo se distinguen este tipo de dolencias es por lo traicioneras que son; tan pronto te encuentras perfectamente bien como, de repente, sientes un pinchazo y te doblas de dolor.
Así que, de momento, no me queda otra más que tener paciencia y procurar seguir las recomendaciones de los médicos.

Desde hace un par de meses me fue posible recuperar algunas de mis aficiones. Entre ellas, la lectura. Entre los libros que he leído ha habido de todo: bueno, malo y regular. Pronto hablaré de esas lecturas en el blog, ya que entre mis planes de futuro para el blog se encuentra la idea de empezar a escribir posts algo más personales, haciendoos partícipes de mis gustos y experiencias tanto en literatura como en cine y series.

En fin, esta ha sido la razón de mi larga ausencia. Confío en que poco a poco pueda ir retomando mi actividad normal, ya que cuando toda esta pesadilla comenzó me pilló en pleno proceso de escritura de un par de proyectos que tengo mucha ilusión por ver acabados: el tercer y último volumen con el que cerraré la trilogía ABSURDAMENTE y mi primera novela, la cual espero tener lista antes de que acabe el año.
Hasta aquí mi resumen de estos cinco meses y medio para olvidar.

Antes de cerrar este post quisiera agradecer a todas aquellas personas que semana tras semana se han dejado caer por aquí aún sin haber publicado nada nuevo.
Al mismo tiempo os pido disculpas por no haber podido explicar antes mi situación —me era imposible sentarme a escribir y, de haber podido hacerlo, tampoco tenía yo la cabeza muy despejada, ni mis ánimos eran los más idóneos, la verdad sea dicha—.

A todos: gracias. 


Un abrazo.