martes, 24 de mayo de 2022

UNAS CHICAS CIERTAMENTE IRRITANTES

 

Las chicas de la serie "GIRLS" en una foto promocional

 

Hace unos días acabé la quinta temporada de la serie Girls y, a día de hoy, aún no tengo claro cuál de las cuatro protagonistas femeninas me resulta más irritante.

Supongo que la pregunta más obvia, a tenor de lo confesado en mi párrafo anterior, sería: «Si tan mal te caen las protagonistas de esta serie, ¿por qué te has tragado cinco temporadas enteras a razón de diez capítulos de media hora por temporada?».

Confieso que no va a ser tarea fácil responder a esta pregunta, pero, aún así, lo intentaré.

Lo primero que diré en mi descargo es que sentía mucha curiosidad por su creadora y una de las principales protagonistas de la serie: Lena Dunham, por aquel entonces una joven veinteañera —ahora treintañera— a la que me habían “vendido” como la Woody Allen en femenino del Nuevo Milenio.

Precisamente bajo esta premisa, meses atrás me había hecho con un ejemplar de su libro autobiográfico No soy esa clase de chica, y me lo leí. No puedo decir que fuese un mal libro, que no lo es, pero tampoco es la repanocha. De hecho, me esperaba mucho más de alguien a la que en los blogs y artículos que leía sobre ella consideraban poco menos que una genio precoz.

Tampoco creo que la comparativa con un genio de la talla de Woody Allen la haya favorecido. Y eso que Woody no es muy alto —metro sesenta y cinco con los calcetines puestos—. Aún así, para un «woodelliano» de pro como yo, comparar a alguien con Allen son palabras mayores.

Quizás el problema fuese más mío que suyo, ya que al relacionar el nombre de Woody Allen con la autora yo mismo me creé unas expectativas demasiado elevadas. Precisamente por esto, al empezar a leer su libro me esperaba encontrar a una autora desplegando un agudo sentido del humor y un talento innato para la comedia. Por desgracia, según avanzaba en la lectura, no hallé rastro de ninguna de las dos cosas. En vez de eso me encontré con el relato de una chica que siempre se consideró el “patito feo” de su grupo de amigas, la chica lista pero físicamente poco agraciada a la que los chicos no le hacen ni caso, salvo para leves escarceos sexuales porque ella sí es de esa clase de chicas que “se presta a todo” con tal de acumular experiencias. Y cuanto más transgresoras y escandalosas, mejor. Luego escribe sobre ello y lo publica.

Con todo, su aspecto poco común y su falta de atractivo físico, lejos de acomplejarla la hacen rebelarse e imponerse con toneladas de autoconfianza y una verborrea infinita.

Lee mucho, ve mucho cine, clásico y contemporáneo, escucha mucha música, estudia y analiza cientos de referencias de la cultura pop, se interesa por el cambio climático y el hambre en el mundo, apoya, reivindica y promueve la sexualidad en todo su amplio abanico de opciones y tendencias, lee periódicos, artículos de opinión, blogs, webs y revistas literarias, y procura sacar a colación, en cualquier ocasión que se le presente, su inabarcable arsenal de conocimiento y sabiduría, además de no cortarse un pelo a la hora de decir lo que piensa, lo que siente, lo que desea o lo que ansía, lo cual, en mi opinión, hace que, en ocasiones, me resulte un pelín indigesta.

Como digo, el libro no me pareció malo, pero tampoco es para tirar cohetes. Tal vez una segunda lectura, ahora que he visto la serie, haga que cambie mi percepción del mismo. Aunque, de producirse esa segunda lectura, tendrá que esperar, pues ahora mismo mi lista de próximas lecturas está saturada de títulos y autores a los que llevo tiempo queriendo hincarle el diente —el diente lector, aclaro, no os vayáis a pensar que me como los libros una vez los acabo. Aunque reconozco que hay libros que, aún sin comérmelos, me siguen pareciendo indigestos—.

Ahora iré con la serie.

La serie va de una aspirante a escritora profesional —Hannah Horvath, interpretada por la propia Lena Dunham— y sus tres amigas íntimas desde el instituto: Marnie, Jessa y Shoshanna, quienes, en sus veintipocos, tratan de dejar atrás la inmadurez adolescente y entrar de lleno en la plenitud de la edad adulta, asumiendo responsabilidades, enfrentando retos y labrándose un futuro profesional.

El reparto femenino protagonista de "GIRLS" al completo. De izquierda a derecha: Marnie, Jessa, Hannah y Shoshanna

Pues bien, he visto las cinco temporadas, que abarcan un periodo de cinco años de las vidas de sus protagonistas, con lo que todas ellas están a las puertas de la treintena, y la madurez y el buen juicio brillan por su ausencia. Todas ellas, a cual más irritante, no cesan de dar muestras de una inmadurez y un infantilismo que, la mayoría de las veces, consigue sacarte de quicio.

Mención aparte merece la imperiosa necesidad de la autora, y de los guionistas que la acompañan, por transgredir. A ver, a mí la transgresión no me parece algo necesariamente malo, siempre que no se abuse y que tenga un claro objetivo: ya sea cómico, lúdico o como vehículo de denuncia. Pero, honestamente, transgredir por transgredir, como que no. Es como esa costumbre tan arraigada de un tiempo a esta parte de mostrar en las serie y pelis escenas de la vida íntima de los personajes que no aportan absolutamente nada a la historia —en esta serie abundan como la mentira en boca de un político—. Me aburre y me cansa, y las considero totalmente prescindibles.

Dejando esto a un lado, la serie no es mala. De haberlo sido, no me habría tragado cinco temporadas completas. De entrada, su factura es impecable: buena ambientación, una fotografía magnífica —no en vano, la ciudad de Nueva York es en sí misma uno de los mejores platós de cine del mundo—, incluso el uso de la música no está mal —me llevé una muy grata sorpresa al escuchar en uno de los capítulos el You're breaking my heart de un autor tan poco conocido como Harry Nilsson—.

Mis quejas tienen más que ver con el poco desarrollo o crecimiento personal de los personajes principales. Si en los primeros capítulos de la primera temporada se muestran inmaduras, insensibles, egoístas, bordes, estúpidas y caprichosas, cinco temporadas más tarde siguen en las mismas, como si no hubiesen aprendido nada en estos cinco años.

Analicemos a las “chicas”.

En primer lugar tenemos a Hannah, inmadura, infantil, exhibicionista —creo que no hay capítulo en toda la serie en la que no salga en pelotas; y os recuerdo que son 50 capítulos los que llevo vistos hasta la fecha—, impulsiva, egoísta, respondona, y con un tufillo a listilla que tira para atrás. Al igual que su personaje en la vida real, lee mucho, sabe de todo y opina sin tasa. Por cierto, desde los primeros capítulos nos daremos cuenta que conceptos como “vergüenza” o “sentido del ridículo” no forman parte de su diccionario de actitudes.

Luego tenemos a Marnie, la más guapa del grupo, igual de egoísta e inmadura que el resto, que va de modosita pero que tiene un toque de manipuladora pasivo-agresiva que consigue desquiciar a todo el que se cruza en su camino.

La sigue Soshanna, hiperactiva y desquiciante a partes iguales, que parece tener una metralleta por boca, sólo que en vez de balas dispara palabras; le preguntas cómo le va y te suelta un discurso interminable a millón de palabras por segundo, y encima con un tono agudo capaz de competir con el chillido de los delfines y las ballenas.

Y por último tenemos a Jessa, la prima británica de Soshanna, una chica rebelde y misteriosa que va precisamente de eso, de rebelde y misteriosa, y que gracias a eso consigue atraer a todo ser viviente y, como una especie de “tornado humano”, arrasa la vida de quien se cruza en su camino, mientras cae irremisiblemente en un pozo de autodestrucción.

Por el lado masculino tenemos en primer lugar a Adam, que al inicio de la serie empieza siendo el novio de Hannah, pero que luego lo dejan, luego vuelven, luego lo vuelven a dejar, y entonces él se lía con otras, pero Hannah siempre planea alrededor, luego vuelven y lo dejan de nuevo, y, al final, se acaba liando con Jessa, la “tornado humano”, amiga íntima de Hannah, lo que los hace caer en una espiral autodestructiva que acaba con el apartamento que ambos comparten hecho trizas.

Luego está Ray, el más mayor del grupo, cultureta insufrible que, a pesar de lo poco atractivo que resulta y de lo beligerante e intransigente que se muestra ante sus semejantes en su continua demostración de superioridad cultural y moral, misteriosamente consigue liarse con dos de las chicas del grupo.

También tenemos a Desi, un actor y músico atormentado —a mí me recuerda horrores físicamente a Eric Clapton de joven—, cuyos continuos lloriqueos y crisis existenciales acaban por sacar lo peor de ti, deseando atravesar la pantalla, coger al tipo por la pechera y soltarle dos sopapos para que espabile de una maldita vez. El llorica acaba casado con Marnie, la guapa del grupo; eso sí, con crisis-de-pánico-minutos-antes-de-la-boda incluido —¿cómo no?—. Por cierto, que la Marnie le confiesa en una de estas a Ray, con el que mantiene una relación sexual bastante insana: «Ya antes de casarme con Desi sabía que lo nuestro acabaría en divorcio, pero, aún así, quise hacerlo». ¡Bien por la madurez!

También tenemos a Elijah, el amigo gay íntimo de Hannah, con quien acaba compartiendo piso. A lo largo de la serie iremos sabiendo que Elijah, a pesar de declararse abiertamente gay, llegó a tener sexo con dos de las chicas del grupo, llegando a contagiar a una de ellas con una enfermedad venerea (Hannah). Aparte de tener sexo con las dos amigas, llega a confesar que también mantuvo relaciones sexuales con otra chica entre medias, lo cual lo convierte en el peor gay de la historia. Si las chicas son infantiles, irritantes y egocéntricas, Elijah no les va a la zaga.

Por último tenemos a Charlie, el primer novio de Marnie, que a lo largo de las cinco temporadas entra y sale de la serie, y, sinceramente, me da igual si entra o si sale, pues su insulsez me resulta cansina.

Una vez acabada la quinta temporada —hay una sexta, pero no sé si me atreveré a verla—, lo primero que me pregunté a mí mismo fue: ¿Y esta es la nueva Woody Allen? ¿En serio?

Pues me vais a perdonar, pero... ¡ni de coña!

Al final, la única conexión que pude encontrar entre Lena Dunham y Woody Allen es que en la cuarta temporada —¿o era en la tercera? La verdad, ni me acuerdo—, trabaja Louise Lasser, la que fuera segunda esposa de Allen en la vida real y actriz protagonista de algunas de sus primeras películas, y que, fiel a como la describe el genio de Brooklyn en su autobiografía, hace un papel de excéntrica chiflada que me resultó de lo más interesante de la serie.

Lena Dunham en una foto promocional
 

Conclusión: ¿es Dunham una genio? Para mi gusto, no. No lo es. Desde luego, tiene su mérito haber hecho lo que ha hecho a su edad. Escribir, producir, dirigir y protagonizar una serie de televisión de éxito con apenas veintiséis años no está al alcance de todo el mundo. Tampoco lo está el hecho de firmar un contrato de tres millones y medio de dólares con una de las editoriales más prestigiosas del mundo (Random House), y publicar con ellos su primer libro —el citado No soy esa clase de chica—.

Desde luego, leyendo lo anterior lo primero que me viene a la cabeza es: ¡Qué suertuda la niña! Lo segundo es que igual ando equivocado al no conceder más importancia al marketing que a mi calidad como escritor. Me vendo fatal, ¡qué le vamos a hacer! Y lo tercero es que tal vez es cierto eso que dicen de que, a medida que te vas haciendo mayor, empiezas a notar una notable desconexión con la generación que viene detrás, al mismo tiempo que vas empatizando con las generaciones que te precedieron. C'est la vie.