Creía
que lo conseguiría, que esta vez sí que llegaría a tiempo de
publicar la que iba a ser mi primera novela en ver la luz. Pero el
tiempo, ese ladrón silencioso, se me ha vuelto a echar encima y,
entre una cosa y otra, no he podido cumplir con los plazos que me
había marcado.
La
buena noticia es que, tras casi cinco años de idas y venidas, de
escrituras y reescrituras, de correcciones y más correcciones, por
fin acabé la historia. Es decir, que completé las tres partes que
componen la estructura de una novela: planteamiento, nudo y
desenlace.
La
mala noticia es que, tras un minucioso examen por parte de mi lectora
cero y correctora, me ha hecho ver ciertas lagunas en el
planteamiento y la construcción de los personajes.
A
menudo suele ocurrir que el autor, al estar tan metido en lo que está
intentando contar, adquiere una especie de mal endémico que afecta a
toda mente creativa, el cual le impide ver su obra con una cierta
distancia. Su implicación es tal que sólo ve lo que quiere ver, y
su mente trabaja infatigable para ocultarle hábilmente lo que no
funciona. De ahí que sea necesario, y recomendable, pedir la opinión
de alguien ajeno al autor, alguien que no haya estado implicado en la
historia desde el principio, alguien con criterio propio que no
muestre reparos a la hora de señalar aquello que falla.
Cada
vez que nos sentamos a escribir una historia los autores debemos ser
conscientes de estar pisando un territorio minado, repleto de trampas
y peligros que hemos de sortear con habilidad y trabajo si queremos
alcanzar nuestro objetivo. Algunas de esas trampas son los
territorios comunes, mil veces vistos y leídos; otros los clichés,
tanto en la construcción de los personajes como en los diálogos;
también están esas otras trampas menos visibles, como las
descripciones tediosas, la adjetivación excesiva o el abuso de los
adverbios (ya sabéis lo que opina Stephen King acerca de esta
cuestión: “El infierno está plagado de adverbios”). Y, por
último, está el peor enemigo de todos, el más cruel e implacable,
el más temido por los autores: el Deus
ex machina.
Con
esta expresión latina hacemos referencia a ese elemento externo que
resuelve una historia sin seguir una lógica interna. Es decir, ese
truco de última hora que el autor se saca de debajo de la manga para
resolver el embrollo que él mismo se ha encargado de alimentar
durante buena parte de la trama, bien sea con la llegada del héroe
en el último momento, la oportuna e inesperada llegada de refuerzos
en el momento crucial de una batalla o la sorprendente y molesta
costumbre de los malos malísimos de perder el tiempo contándole sus
planes al protagonista, al que tiene entre las cuerdas, dando tiempo
a que, en el último segundo, ocurra algo que le chafe el plan (se me
ocurren un millón de películas en las que ocurre esto mismo. De
entrada, todas las pelis de Steven Seagal. Miradlo si queréis. No
falla).
Volviendo
a mi historia. A juicio de esa lectora cero, cuyo criterio aprecio y
respeto, había cosas en ella que fallaban (me refiero a mi
historia). Y, tras analizar detenidamente sus objeciones, llegué a
coincidir en algunos de sus puntos de vista, lo que me ha llevado a
eliminar párrafos enteros, agregar capítulos nuevos, ampliar o
perfilar mejor algunos diálogos y situaciones y modificar alguna de
las subtramas.
Lo
malo de retomar un trabajo que ya casi habías dado por finalizado es
que, debido al distanciamiento que has tomado con respecto a ese
trabajo, tu mente necesita volver a meterse en la historia, recuperar
el tono y escribir sin que se noten los parches. Y esto, ya os lo
digo, puede resultar algo muy difícil. Sobre todo cuando entre
medias has estado trabajando en otras historias, con tonos y voces
muy distintas a la que nos ocupa.
Así
pues, lamento el retraso. Pero, siendo honesto conmigo y con todos
los que me leéis, jamás publicaré nada de lo que no me sienta
plenamente satisfecho, pues todo el trabajo, toda la dedicación y el
esfuerzo que llevo invertido en estos años para labrarme una
reputación, se vendrían abajo como un viejo edificio aquejado de
aluminosis.
Aunque
ya llevo mucho trabajado, me queda mucho por hacer. Eso sí, creedme
si os digo que nadie está más ilusionado que yo con este proyecto.
Confío en que el cariño y la dedicación invertidos, se noten en el
resultado final.
Gracias
por vuestra paciencia.
A
propósito, teniendo muy presente el día en el que nos encontramos,
os deseo a todos una feliz salida de año viejo y entrada de año nuevo.
¡Nos
leemos en 2020!