La
semana pasada, asumiendo el reto planteado por una amiga en Facebook,
inicié este repaso a algunos de los libros que más me han marcado
en mi trayectoria como lector y autor. A la foto del libro en
cuestión le adjuntaba unas breves líneas donde desgranaba el motivo
de su importancia en mi vida, además de alguna que otra anécdota
relacionada o bien con su adquisición o bien con su lectura.
Aquí
os dejo la segunda tanda de cinco libros.
06
“LA CONJURA DE LOS NECIOS” de John Kennedy Toole
Recuerdo
perfectamente el momento exacto en el que me hablaron por primera vez
de La conjura de los necios. Ocurrió en una fiesta en una
discoteca, en la presentación de un grupo musical al que por
entonces la empresa para la que trabajaba le llevaba la distribución
de sus discos.
A
mí nunca me gustaron las discotecas; las odiaba, de hecho. Así que,
como era de esperar, en aquella fiesta me aburría como una ostra.
Entonces vi en la barra a un tipo que conocía, y al que quise
tantear para que leyese el manuscrito de mi primera colección de
relatos. Yo tenía entonces veinticuatro o veinticinco años, y desde
hacía unas pocas semanas había completado un manuscrito de apenas
cien folios en el que reunía algunos de mis primeros escritos —aún
guardo ese manuscrito, con una sobrecubierta de plástico con
fastener—.
El
tipo en cuestión no se mostró interesado en leer mis cosas, aunque
sí hizo algo por mí: recomendarme la lectura de La conjura de
los necios, de John Kennedy Toole. Me habló maravillas
del libro, si bien mostró sus reservas en cuanto a lo que se cuenta
en el prólogo. Aún así, lo poco que me contó de la trama me
resultó tan fascinante que me puso los dientes largos.
Al
día siguiente, con los oídos aún pitándome por el volumen
excesivo empleado en la dichosa discoteca del demonio, me acerqué a
la sección de libros de El Corte Inglés y me compré la
famosa edición de bolsillo de La conjura de la editorial
Anagrama (la que ilustra la foto).
Al
igual que Walker Percy, el autor del prólogo y uno de los
artífices de que esa magnífica novela viese finalmente la luz,
«empecé a leer. Primero, con la
lúgubre sensación de que no era tan mala como para dejarlo; luego,
con un prurito de interés; después, con una emoción creciente y,
por último, con incredulidad: no era posible que fuera tan buena».
Y
sí, lo confirmo, La conjura de
los necios es tan buena como
me había dicho aquel tipo al que abordé en la barra de aquella
discoteca, donde aquella música tan ruidosa me estaba taladrando los
oídos y el alma. Para que luego digan que la música rock es ruido.
Lo que hay que «oír».
Con
Ignatius Reilly,
el seboso, hilarante, desagradable y anacrónico protagonista de La
conjura, Toole
logró algo al alcance de muy pocos escritores: crear un personaje
memorable, capaz de trascender y conquistar a generaciones de
lectores de todo el mundo. Claro que no está solo. La galería de
personajes que lo acompañan en esta delirante novela, empezando por
el patrullero Mancuso,
no le están a la zaga. Personalmente me divierte mucho el personaje
de la entrañable señorita
Trixie, la senil secretaria en
Levy Pants,
que no ve el día de su jubilación, empeñada en llamar Gloria al
exasperante de Ignatius.
Decir
que La conjura
es una «comedia bufa» sería simplificarla demasiado, y no hacerle
justicia. ¿Es comedia? Sí. Lo es. Pero es más que eso. Sólo
tienes que zambullirte entre sus adictivas páginas para averiguarlo.
Si lo haces, descubrirás que el sentido del humor no está reñido
con la alta literatura.
07
“LA ISLA DEL TESORO” de Robert Louis Stevenson
Ojalá
alguien me hubiese abierto los ojos de niño para que leyese este
libro. Si tardé en descubrir el placer de la lectura fue por las
pésimas referencias que me obligaron a leer de niño, empezando por
el Quijote —que, ojo, no digo que sea un mal libro, pero
considero que no es la mejor lectura para un niño de diez u once
años; sobre todo si te topas con una de esas ediciones escritas en
castellano antiguo en el que no pillas ni jota—.
Entre
El Quijote, El cantar del Mío Cid, con su interminable
retahíla de versos, las Coplas a la muerte de mi padre de
Jorge Manrique, y aprenderme de memoria la vida y obra de
gente tan dispar como Garcilaso de la Vega, el Arcipreste
de Hita, Alfonso X el Sabio, Gaspar de Jovellanos y
un largo etcétera, normal que se me quitasen las ganas de leer hasta
muchos años más tarde.
Si
a esa edad alguien me hubiese facilitado un ejemplar de La isla
del tesoro, otro gallo habría cantado.
—¿Otro
gallo? ¿De qué otro gallo hablas?
—Del
gallo lector y cantarín con cresta a lo Johnny Rotten.
—Ah.
Confieso
que antes de leer la novela ya había visto un par de versiones
cinematográficas de La isla del tesoro. Es decir, que la
historia no me era desconocida. Sin embargo, eso no le quitó gracia
al asunto. Al contrario. Si algo tiene este libro es que engancha
desde la primera página, pues a la fascinante historia de piratas
pendencieros y tesoros escondidos —¿a qué niño no le gustan los
piratas pendencieros y los tesoros escondidos, por el amor de Dios?—,
hay que sumar una prosa estilizada y repleta de descripciones que no
aburren, sino que ayudan a que tu imaginación se alimente de
palabras para componer certeras imágenes en tu cabeza.
Una
de las bazas con las que cuenta el libro es que da igual la edad que
tengas, ya seas un niño o andes cerca de la edad de Jordi
Hurtado, sea cual sea su edad —sin duda, todo un misterio digno
de un programa de Iker Jiménez, ya sabéis, el flipado ese de
los fenómenos rarunos; aunque para fenómenos rarunos la peña que
suele convocar en sus programas. ¡Madre del amor hermoso,
Frikilandia se habrá quedado vacía!—.
Por
cierto, como anécdota curiosa relacionada con este libro diré que
hace unos días pude ver por fin la tercera y última temporada de El
cuento de la criada, esa magnífica serie producida por Netflix.
Me emocionó ver en uno de los capítulos cómo el comandante
Lawrence, uno de los líderes de la inquietante Gilead,
entretenía a un grupo de niños que acogía en su casa leyéndoles
pasajes de La isla del tesoro. ¡Si hasta gusta en Gilead,
que Dios permita que el fruto madure!
08
“Historia de la filosofía griega” de Luciano de Crescenzo
Durante
un tiempo de los años 90, en plena fiebre lectora, fui un
asiduo de los cajones de libros de saldo que El Corte Inglés
tenía dispuestos en su sección de librería. Allí podías
encontrarte toneladas de libros a precios asequibles —entre dos y
tres euros por libro—.
Aquello
era siempre un batiburrillo de títulos y autores de lo más variado.
Tan pronto podías encontrarte libros de autores más o menos
conocidos, como autores que no conocía ni el Tato; ya sabéis,
el famoso Tato que parece que no conoce a nadie. Menudo
capullo el Tato de las narices. ¡Anda y que te den, Tato!
—No
te conozco, tío. Así que deja de darme el coñazo.
—Vale,
Tato.
De
aquellos cajones pillé un montón de libros. Algunos buenos —y que
aún conservo—, otros no tan buenos —que leí una vez y ya
olvidé—, y otros francamente malos —para mi gusto—, que regalé
en cuanto vi que mi paciencia no me permitía ir más allá de dos o
tres capítulos. Entre los que leí y ya olvidé se encuentra, por
ejemplo, Amerika, de Franz Kafka —la edición que
compré en su día llevaba escrita en la cubierta Amerika con
k, es decir, en alemán—.
La
lectura de aquel libro me produjo una sensación de angustia tal que
estuve deprimido como una semana. Al final se lo regalé a un
compañero del curro. Y eso que el tipo me caía bien. Debí haberlo
quemado en una hoguera en plan Fahrenheit 451. Hablo del
libro, claro, no de mi compañero—.
Entre
los muchos libros de saldo que compré en su día hubo uno de Luciano
de Crescenzo, un autor italiano del que nada sabía pero cuyo
título me llamó la atención al instante: Vida de Luciano de
Crescenzo contada por él mismo. Se trataba de una suerte de
autobiografía salpicada de anécdotas y vivencias de un personaje
cuanto menos curioso, que dejó una prometedora carrera como
directivo en la IBM italiana para, como él mismo confiesa:
«sumergirme en el corrupto mundo de la
literatura y el espectáculo».
Me
gustó el tono ligero y desenfadado empleado por el autor, así que
en una nueva visita a los cajones de saldos acabé pillándome otros
dos títulos de De Crescenzo.
En
la solapa de todos ellos se referían al autor como un fenómeno de
ventas con su famosa Historia
de la filosofía griega.
Precisamente este último lo pillé años más tarde en una librería
de la que era asiduo. Me costó 1.250
pesetas de la época —es
decir, más caro que los otros tres juntos—, pero mereció la pena.
En este libro el autor emplea el humor y el desenfado para ir
desgranando la vida y logros de los grandes filósofos de la Grecia
Clásica. Gracias a este libro
he podido acercarme, aunque sea tangencialmente, al complejo mundo de
la filosofía. Y encima lo hice con una sonrisa en los labios. Así
que: miel sobre hojuelas.
09
“El padrino” de Mario Puzo.
Como
norma general, y desde que empecé en esto de la lectura, no suelo
leer libros cuyas adaptaciones cinematográficas haya visionado con
anterioridad. La razón es muy simple: me coarta la imaginación,
pues a medida que voy leyendo proyecto en mi mente las imágenes de
la película en cuestión y me cuesta disociar la película del
libro.
Pero
como en toda norma, también aquí hay excepciones. Y entre las
excepciones a esta manía mía se encuentra El padrino, de
Mario Puzo. Hay más, por supuesto. Hace unos meses leí El
planeta de los simios de Pierre Boulle, y más
recientemente El expreso de medianoche, de William Hayes.
Por cierto, ambas novelas muy recomendables, aunque contengan
diferencias notables con sus respectivas adaptaciones
cinematográficas.
Dicho
esto, adoro las dos primeras partes cinematográficas de El
Padrino de Francis Ford Coppola. Las considero obras
maestras absolutas. Me parecen fascinantes. Teniendo eso muy
presente, cuando me vi con el libro en la mano —en uno de los
famosos cajones de saldos de ECI— no lo dudé ni un segundo:
lo quería.
Salvo
por un par de hilos argumentales y dos o tres personajes que no salen
en la peli, la novela es un fiel reflejo de las películas de
Coppola. El ritmo es ágil. Eso, unido al estilo empleado por
Puzo —no deteniéndose en exceso en descripciones
superfluas— hacen de su lectura una experiencia sumamente
placentera.
¿Y
porqué me marcó este libro? Por el uso del ritmo, principalmente.
Me pareció un ejercicio brillante el ir introduciendo al lector en
un submundo que se mueve bajo sus propias normas, bajo sus propios
códigos, al margen de la ley, y además haciendo que empatices con
gente, en esencia, malvada y perversa.
10
“Groucho y yo” de Groucho Marx
¿Hace
falta decir porqué considero a Groucho un referente? Quien
haya leído alguno de mis libros o algunas de las muchas historias
que he subido al blog lo sabrá. Junto con Woody Allen y Frank
Zappa, los tres forman parte de la piedra angular sobre la que
gira buena parte de mi obra.
Dicho
esto, no fue este el primer libro que compré de Groucho,
aunque sí ha sido el que más me ha gustado.
Contado
a modo de biografía —eso sí, al estilo Groucho, con lo que
las risas están más que aseguradas—, el protagonista nos va
contando su vida, desde las estrecheces económicas de una familia
numerosa de judíos alemanes emigrados de Europa que llegaron
a las costas de Estados Unidos en busca de una nueva vida,
pasando por sus difíciles comienzos en el vodevil junto a sus
hermanos y su madre, que actuaba con ellos, hasta su meteórico
ascenso a la meca del cine, en Hollywood, y su posterior
ocaso.
Con
una prosa muy cuidada —no en vano, Groucho era un gran
lector que podía presumir de mantener amistad con grandes escritores
e intelectuales de la época—, su estilo pronto se revela sumamente
adictivo, pues a poco que te sumerjas en su universo te sientes con
ganas de seguir leyendo sin descanso.
Aunque
procura quitarle trascendencia, haciendo uso de un humor constante,
Groucho no ahorra detalles especialmente dolorosos, como su
bancarrota a raíz del crack de la Bolsa de 1929 —lo
perdió todo y eso le acarreó un problema de insomnio que le
acompañó hasta el fin de sus días—, o sus sucesivos fracasos
matrimoniales.
A
mí, personalmente, este libro me encanta, y cada vez que me sumerjo
en él consigue hacerme disfrutar como un enano —por
cierto, algún día alguien me tendrá que explicar de dónde sale
esta expresión. ¿De verdad los enanos se lo pasan tan bien? ¿Será
por eso que yo, al ser un tío alto, soy un amargado?—.
En
cuanto a Groucho, el primer libro suyo que compré —y leí— lleva por
título Memorias de un amante sarnoso. Dejando a un lado el
título —extraño donde los haya—, lo que más llama la atención
es la portada de mi edición, protagonizada por una ilustración que
hoy día sería considerada políticamente incorrectísima
(adjunto foto). Ya veo las hordas de talibanes de la corrección
salibando como dobermans en los instantes previos a un ataque.
Y
hasta aquí la segunda tanda de libros que más me han marcado. La
próxima semana cerraré este repaso con los cinco últimos libros de
mi lista.