miércoles, 24 de junio de 2020

(ALGUNOS) LIBROS QUE ME HAN MARCADO Parte 2


La semana pasada, asumiendo el reto planteado por una amiga en Facebook, inicié este repaso a algunos de los libros que más me han marcado en mi trayectoria como lector y autor. A la foto del libro en cuestión le adjuntaba unas breves líneas donde desgranaba el motivo de su importancia en mi vida, además de alguna que otra anécdota relacionada o bien con su adquisición o bien con su lectura.
Aquí os dejo la segunda tanda de cinco libros.

06 “LA CONJURA DE LOS NECIOS” de John Kennedy Toole
Recuerdo perfectamente el momento exacto en el que me hablaron por primera vez de La conjura de los necios. Ocurrió en una fiesta en una discoteca, en la presentación de un grupo musical al que por entonces la empresa para la que trabajaba le llevaba la distribución de sus discos.
A mí nunca me gustaron las discotecas; las odiaba, de hecho. Así que, como era de esperar, en aquella fiesta me aburría como una ostra. Entonces vi en la barra a un tipo que conocía, y al que quise tantear para que leyese el manuscrito de mi primera colección de relatos. Yo tenía entonces veinticuatro o veinticinco años, y desde hacía unas pocas semanas había completado un manuscrito de apenas cien folios en el que reunía algunos de mis primeros escritos —aún guardo ese manuscrito, con una sobrecubierta de plástico con fastener—.
El tipo en cuestión no se mostró interesado en leer mis cosas, aunque sí hizo algo por mí: recomendarme la lectura de La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. Me habló maravillas del libro, si bien mostró sus reservas en cuanto a lo que se cuenta en el prólogo. Aún así, lo poco que me contó de la trama me resultó tan fascinante que me puso los dientes largos.
Al día siguiente, con los oídos aún pitándome por el volumen excesivo empleado en la dichosa discoteca del demonio, me acerqué a la sección de libros de El Corte Inglés y me compré la famosa edición de bolsillo de La conjura de la editorial Anagrama (la que ilustra la foto).
Al igual que Walker Percy, el autor del prólogo y uno de los artífices de que esa magnífica novela viese finalmente la luz, «empecé a leer. Primero, con la lúgubre sensación de que no era tan mala como para dejarlo; luego, con un prurito de interés; después, con una emoción creciente y, por último, con incredulidad: no era posible que fuera tan buena».
Y sí, lo confirmo, La conjura de los necios es tan buena como me había dicho aquel tipo al que abordé en la barra de aquella discoteca, donde aquella música tan ruidosa me estaba taladrando los oídos y el alma. Para que luego digan que la música rock es ruido. Lo que hay que «oír».
Con Ignatius Reilly, el seboso, hilarante, desagradable y anacrónico protagonista de La conjura, Toole logró algo al alcance de muy pocos escritores: crear un personaje memorable, capaz de trascender y conquistar a generaciones de lectores de todo el mundo. Claro que no está solo. La galería de personajes que lo acompañan en esta delirante novela, empezando por el patrullero Mancuso, no le están a la zaga. Personalmente me divierte mucho el personaje de la entrañable señorita Trixie, la senil secretaria en Levy Pants, que no ve el día de su jubilación, empeñada en llamar Gloria al exasperante de Ignatius.
Decir que La conjura es una «comedia bufa» sería simplificarla demasiado, y no hacerle justicia. ¿Es comedia? Sí. Lo es. Pero es más que eso. Sólo tienes que zambullirte entre sus adictivas páginas para averiguarlo. Si lo haces, descubrirás que el sentido del humor no está reñido con la alta literatura.

07 “LA ISLA DEL TESORO” de Robert Louis Stevenson
Ojalá alguien me hubiese abierto los ojos de niño para que leyese este libro. Si tardé en descubrir el placer de la lectura fue por las pésimas referencias que me obligaron a leer de niño, empezando por el Quijote —que, ojo, no digo que sea un mal libro, pero considero que no es la mejor lectura para un niño de diez u once años; sobre todo si te topas con una de esas ediciones escritas en castellano antiguo en el que no pillas ni jota—.
Entre El Quijote, El cantar del Mío Cid, con su interminable retahíla de versos, las Coplas a la muerte de mi padre de Jorge Manrique, y aprenderme de memoria la vida y obra de gente tan dispar como Garcilaso de la Vega, el Arcipreste de Hita, Alfonso X el Sabio, Gaspar de Jovellanos y un largo etcétera, normal que se me quitasen las ganas de leer hasta muchos años más tarde.
Si a esa edad alguien me hubiese facilitado un ejemplar de La isla del tesoro, otro gallo habría cantado.
¿Otro gallo? ¿De qué otro gallo hablas?
Del gallo lector y cantarín con cresta a lo Johnny Rotten.
Ah.
Confieso que antes de leer la novela ya había visto un par de versiones cinematográficas de La isla del tesoro. Es decir, que la historia no me era desconocida. Sin embargo, eso no le quitó gracia al asunto. Al contrario. Si algo tiene este libro es que engancha desde la primera página, pues a la fascinante historia de piratas pendencieros y tesoros escondidos —¿a qué niño no le gustan los piratas pendencieros y los tesoros escondidos, por el amor de Dios?—, hay que sumar una prosa estilizada y repleta de descripciones que no aburren, sino que ayudan a que tu imaginación se alimente de palabras para componer certeras imágenes en tu cabeza.
Una de las bazas con las que cuenta el libro es que da igual la edad que tengas, ya seas un niño o andes cerca de la edad de Jordi Hurtado, sea cual sea su edad —sin duda, todo un misterio digno de un programa de Iker Jiménez, ya sabéis, el flipado ese de los fenómenos rarunos; aunque para fenómenos rarunos la peña que suele convocar en sus programas. ¡Madre del amor hermoso, Frikilandia se habrá quedado vacía!—.
Por cierto, como anécdota curiosa relacionada con este libro diré que hace unos días pude ver por fin la tercera y última temporada de El cuento de la criada, esa magnífica serie producida por Netflix. Me emocionó ver en uno de los capítulos cómo el comandante Lawrence, uno de los líderes de la inquietante Gilead, entretenía a un grupo de niños que acogía en su casa leyéndoles pasajes de La isla del tesoro. ¡Si hasta gusta en Gilead, que Dios permita que el fruto madure!
08 “Historia de la filosofía griega” de Luciano de Crescenzo
Durante un tiempo de los años 90, en plena fiebre lectora, fui un asiduo de los cajones de libros de saldo que El Corte Inglés tenía dispuestos en su sección de librería. Allí podías encontrarte toneladas de libros a precios asequibles —entre dos y tres euros por libro—.
Aquello era siempre un batiburrillo de títulos y autores de lo más variado. Tan pronto podías encontrarte libros de autores más o menos conocidos, como autores que no conocía ni el Tato; ya sabéis, el famoso Tato que parece que no conoce a nadie. Menudo capullo el Tato de las narices. ¡Anda y que te den, Tato!
No te conozco, tío. Así que deja de darme el coñazo.
Vale, Tato.
De aquellos cajones pillé un montón de libros. Algunos buenos —y que aún conservo—, otros no tan buenos —que leí una vez y ya olvidé—, y otros francamente malos —para mi gusto—, que regalé en cuanto vi que mi paciencia no me permitía ir más allá de dos o tres capítulos. Entre los que leí y ya olvidé se encuentra, por ejemplo, Amerika, de Franz Kafka —la edición que compré en su día llevaba escrita en la cubierta Amerika con k, es decir, en alemán—.
La lectura de aquel libro me produjo una sensación de angustia tal que estuve deprimido como una semana. Al final se lo regalé a un compañero del curro. Y eso que el tipo me caía bien. Debí haberlo quemado en una hoguera en plan Fahrenheit 451. Hablo del libro, claro, no de mi compañero—.
Entre los muchos libros de saldo que compré en su día hubo uno de Luciano de Crescenzo, un autor italiano del que nada sabía pero cuyo título me llamó la atención al instante: Vida de Luciano de Crescenzo contada por él mismo. Se trataba de una suerte de autobiografía salpicada de anécdotas y vivencias de un personaje cuanto menos curioso, que dejó una prometedora carrera como directivo en la IBM italiana para, como él mismo confiesa: «sumergirme en el corrupto mundo de la literatura y el espectáculo».
Me gustó el tono ligero y desenfadado empleado por el autor, así que en una nueva visita a los cajones de saldos acabé pillándome otros dos títulos de De Crescenzo.
En la solapa de todos ellos se referían al autor como un fenómeno de ventas con su famosa Historia de la filosofía griega. Precisamente este último lo pillé años más tarde en una librería de la que era asiduo. Me costó 1.250 pesetas de la época —es decir, más caro que los otros tres juntos—, pero mereció la pena. En este libro el autor emplea el humor y el desenfado para ir desgranando la vida y logros de los grandes filósofos de la Grecia Clásica. Gracias a este libro he podido acercarme, aunque sea tangencialmente, al complejo mundo de la filosofía. Y encima lo hice con una sonrisa en los labios. Así que: miel sobre hojuelas.
09 “El padrino” de Mario Puzo.
Como norma general, y desde que empecé en esto de la lectura, no suelo leer libros cuyas adaptaciones cinematográficas haya visionado con anterioridad. La razón es muy simple: me coarta la imaginación, pues a medida que voy leyendo proyecto en mi mente las imágenes de la película en cuestión y me cuesta disociar la película del libro.
Pero como en toda norma, también aquí hay excepciones. Y entre las excepciones a esta manía mía se encuentra El padrino, de Mario Puzo. Hay más, por supuesto. Hace unos meses leí El planeta de los simios de Pierre Boulle, y más recientemente El expreso de medianoche, de William Hayes. Por cierto, ambas novelas muy recomendables, aunque contengan diferencias notables con sus respectivas adaptaciones cinematográficas.
Dicho esto, adoro las dos primeras partes cinematográficas de El Padrino de Francis Ford Coppola. Las considero obras maestras absolutas. Me parecen fascinantes. Teniendo eso muy presente, cuando me vi con el libro en la mano —en uno de los famosos cajones de saldos de ECI— no lo dudé ni un segundo: lo quería.
Salvo por un par de hilos argumentales y dos o tres personajes que no salen en la peli, la novela es un fiel reflejo de las películas de Coppola. El ritmo es ágil. Eso, unido al estilo empleado por Puzo —no deteniéndose en exceso en descripciones superfluas— hacen de su lectura una experiencia sumamente placentera.
¿Y porqué me marcó este libro? Por el uso del ritmo, principalmente. Me pareció un ejercicio brillante el ir introduciendo al lector en un submundo que se mueve bajo sus propias normas, bajo sus propios códigos, al margen de la ley, y además haciendo que empatices con gente, en esencia, malvada y perversa.
10 “Groucho y yo” de Groucho Marx
¿Hace falta decir porqué considero a Groucho un referente? Quien haya leído alguno de mis libros o algunas de las muchas historias que he subido al blog lo sabrá. Junto con Woody Allen y Frank Zappa, los tres forman parte de la piedra angular sobre la que gira buena parte de mi obra.
Dicho esto, no fue este el primer libro que compré de Groucho, aunque sí ha sido el que más me ha gustado.
Contado a modo de biografía —eso sí, al estilo Groucho, con lo que las risas están más que aseguradas—, el protagonista nos va contando su vida, desde las estrecheces económicas de una familia numerosa de judíos alemanes emigrados de Europa que llegaron a las costas de Estados Unidos en busca de una nueva vida, pasando por sus difíciles comienzos en el vodevil junto a sus hermanos y su madre, que actuaba con ellos, hasta su meteórico ascenso a la meca del cine, en Hollywood, y su posterior ocaso.
Con una prosa muy cuidada —no en vano, Groucho era un gran lector que podía presumir de mantener amistad con grandes escritores e intelectuales de la época—, su estilo pronto se revela sumamente adictivo, pues a poco que te sumerjas en su universo te sientes con ganas de seguir leyendo sin descanso.
Aunque procura quitarle trascendencia, haciendo uso de un humor constante, Groucho no ahorra detalles especialmente dolorosos, como su bancarrota a raíz del crack de la Bolsa de 1929 —lo perdió todo y eso le acarreó un problema de insomnio que le acompañó hasta el fin de sus días—, o sus sucesivos fracasos matrimoniales.
A mí, personalmente, este libro me encanta, y cada vez que me sumerjo en él consigue hacerme disfrutar como un enano —por cierto, algún día alguien me tendrá que explicar de dónde sale esta expresión. ¿De verdad los enanos se lo pasan tan bien? ¿Será por eso que yo, al ser un tío alto, soy un amargado?—.
En cuanto a Groucho, el primer libro suyo que compré —y leílleva por título Memorias de un amante sarnoso. Dejando a un lado el título —extraño donde los haya—, lo que más llama la atención es la portada de mi edición, protagonizada por una ilustración que hoy día sería considerada políticamente incorrectísima (adjunto foto). Ya veo las hordas de talibanes de la corrección salibando como dobermans en los instantes previos a un ataque.

Y hasta aquí la segunda tanda de libros que más me han marcado. La próxima semana cerraré este repaso con los cinco últimos libros de mi lista.


miércoles, 17 de junio de 2020

(ALGUNOS) LIBROS QUE ME HAN MARCADO Parte 1

Algunos títulos al azar de mi colección


Hace unos días, a través de Facebook, mi buena amiga Séfora me planteó un reto literario. Dicho reto consistía en subir durante diez días seguidos otras tantas portadas de libros que me hubiesen causado impacto a lo largo de mi vida.
Como quiera que llegase tarde al reto —cosas de Facebook y su política de avisos por correo electrónico—, y habiendo considerado interesante el reto planteado por mi amiga, opté por fotografiar de mi colección personal las portadas de 15 libros de entre los muchos que, de un modo u otro, han marcado mi trayectoria como lector y autor de mis propias historias.
Su inclusión no indica necesariamente que hayan sido los que más me hayan gustado. A lo largo de mi vida he leído tantos libros que me han proporcionado horas y horas de infinito placer que, de agruparlos en una lista, casi sería tan larga como una comparecencia televisiva de Pedro Sánchez durante el periodo de confinamiento.
En cada uno de los libros escogidos he resuelto incluir un breve comentario o descripción del porqué de su importancia o trascendencia en mi vida. Confío en que os resulte ameno saber de mis influencias.

01 “EL SOMBRERO DE TRES PICOS” de Pedro Antonio De Alarcón
Con este libro empezó todo. Tenía dieciocho años, y desde hacía un año trabajaba como auxiliar administrativo en una oficina. En la misma calle había un estanco regentado por un entrañable viejecito al que todos los meses le compraba mis revistas favoritas.
Un día, por esos azares del destino, mis ojos se fijaron en un libro que el quiosquero tenía expuesto en una esquina de su local. He de apuntar que hasta ese día mi experiencia con la literatura había sido más bien residual. A excepción de una enorme enciclopedia azul que mi padre tenía en casa y que me leía con frecuencia de niño, en parte por los dibujos que contenía, y una pequeña biografía de Napoleón Bonaparte, mis lecturas se reducían a montones y montones de cómics de la época —Cimoc, El Víbora, Metal Hurlant— y cuanta revista musical de rock que cayese en mis manos —Heavy Rock, Popular 1, Metal Hammer, EGM, etc—, las cuales devoraba con auténtica gula lectora.
Aquel libro que llamó mi atención llevaba por título El sombrero de tres picos. Lleno de curiosidad, le pregunté al quiosquero por el precio.
Cuatrocientas pesetas —dijo él. Entonces aún se pagaba en pesetas.
Me lo llevo —dije yo. Pagué y me lo llevé.
Aquella misma noche, después de cenar, abrí el libro y comencé a leer. Creo que tardé dos noches en acabar de leérmelo. Disfruté tanto de aquel libro que consiguió despertar en mí una pasión hasta entonces desconocida: mis ansias de lectura.
Por cierto, el de la foto es el mismo ejemplar que compré hace treinta y dos años a aquel entrañable quiosquero. Lleva conmigo desde entonces. El libro, no el quiosquero, aclaro.
 

02 “CUENTOS SIN PLUMAS” de Woody Allen
En otro post que subí hace tiempo a este mismo blog conté mi especial relación con este libro. Nuestros caminos se encontraron en un momento bastante jodido de mi vida. Lo vi expuesto en una tienda de libros y discos que frecuentaba asiduamente desde mi adolescencia. Y aunque por entonces ya conocía y admiraba al Woody Allen actor y director de cine, desconocía su faceta como escritor. Así que cogí el libro, lo abrí y lo hojeé con curiosidad. Me bastaron un par de páginas para enamorarme al instante. Así que lo compré, lo leí, me sacó de mi bajona y, con los años, me animó a intentarlo con mis propias historias.
Mi escritura le debe mucho a ese libro.

03 “¡ADELANTE, JEEVES!” de P.G. Wodehouse
Corría el año 1994. Mi familia y yo habíamos planeado unas vacaciones a la isla de Fuerteventura. Nos lo pasamos genial aquel verano, tomando el sol en aquellas kilométricas y solitarias playas de arena blanca y agua color turquesa de Corralejos y El Cotillo, y haciendo el gamba con mis hermanos por las dunas de arena fina y rubia como la cebada.
De aquel mágico periodo conservo un montón de bonitos recuerdos, varias horas en vídeo y mi gusto por los libros de P.G. Wodehouse.
A Wodehouse lo descubrí de casualidad. Resulta que el primer día en la isla decidí entrar en una librería de Puerto del Rosario, dispuesto a pillarme un par de libros para leer durante el verano. Al preguntar a la joven librera por algo ligero y de corte divertido, ella no dudó en recomendarme unos libros que apenas hacía unos días le acababan de llegar al establecimiento. Se trataba de una colección de cuatro títulos de un autor inglés del que nada sabía entonces, publicados en formato bolsillo por la editorial Plaza & Janés.
Los cuatro títulos de la colección eran Dieciocho hoyos, Fiebre primaveral, Un par de solteros y ¡Adelante, Jeeves!
Recuerdo perfectamente que el primer libro que leí fue Un par de solteros. Me lo ventilé en dos tardes, alternando el sofá del apartamento y las hamacas junto a la piscina. Tan enfrascado estaba en la lectura que ni me molestaba el griterío circundante, que no era poco.
Lo cierto es que disfruté tanto de la prosa de aquel nuevo descubrimiento que, al acabar el primer libro, no dudé en seguir con los otros. Y entonces lo conocí a él, a Jeeves, posiblemente el mayordomo más memorable e ingenioso de la literatura inglesa, y a su patrón, el metepatas y pusilánime de Bertie Wooster.
Al volver de Fuerteventura me fui a una de mis librerías de confianza y pedí por catálogo todos los títulos disponibles de la colección de la editorial Anagrama dedicada a P.G. Wodehouse, y que entonces sumaban 18 títulos. Aún forman parte de mi colección.
De vez en cuando releo alguno al azar, y, a día de hoy, me siguen pareciendo la mar de divertidos. Mis favoritos son todos aquellos en los que sale Lord Emsworth (el aristócrata bonachón y despistado obsesionado por la cría de cerdos) y el bueno de Jeeves, por supuesto.

04 “EL CONDE DE MONTESCRISTO” de Alejandro Dumas
Entre los años 80 y 90 estuve afiliado a la revista Discoplay, hasta su triste desaparición a finales de la década de los noventa. En aquella revista se vendía de todo: discos, libros, cómics, camisetas y sudaderas de grupos de rock y heavy metal, pósters, películas; en fin, de todo.
La revista me llegaba a casa todos los meses —el famoso BID (Boletín Informativo Discoplay)—, junto con un formulario para hacer mi pedido por correo. Gracias a aquel boletín me hice con buena parte de mi colección de discos de Frank Zappa, un montón de discos de rock y heavy y otro montón de libros. Entre los muchos libros que compré a través de ellos, cuento con una pequeña colección de cinco clásicos de la literatura en tapa dura con los caracteres dorados en portada. Uno de esos títulos es El conde de Montecristo.
¡Qué bien me lo pasé leyendo las aventuras de Edmundo Dantés y su largo y tortuoso camino hacia la venganza!
A pesar de que mi edición es un tocho de setecientas y pico páginas —y encima con unos caracteres minúsculos que para los que somos miopes son toda una prueba de fuego—, le tengo mucho cariño a ese libro, pues durante el tiempo que me enfrasqué en su lectura me tuvo con el alma en vilo.

05 “DANDO LA NOTA” de José Luis Campuzano “Sherpa” y Carolina Cortés.
Cuando vi aquel libro anunciado en las páginas del BID y leí su descripción, no lo dudé ni un segundo: quería tenerlo.
Aquel libro, escrito a cuatro manos entre el bajista y cantante de la formación de heavy nacional Barón Rojo y su mujer y ocasional letrista del grupo Carolina Cortés, reunía todos los elementos para tenerme enganchado a su lectura: por fin un músico al que seguía y admiraba contaba en primera persona hechos y sucesos relacionados con su carrera de músico. Y además lo hacía con humor. Humor y música rock en el mismo libro. Cóctel irresistible, al menos para mí.
Campuzano comienza narrando su infancia en la periferia de un barrio humilde en el Madrid de los cincuenta. Con una prosa ingeniosa y la mar de divertida, cuenta cómo le apodaban “Molina” de pequeño, pues a la tierna edad de cuatro añitos se sabía de memoria el repertorio de Antonio Molina, Juanito Valderrama, Manolo el Malagueño y Marchena, y para demostrarlo no dudaba en subirse a un taburete y cantar a pleno pulmón las canciones de los citados, ganándose con ello la admiración del respetable, además de unas perrillas que le venían de lujo a la paupérrima economía familiar.
Salpicado de anécdotas y sucesos, y dotado de una prosa cuidada y bien estructurada, Campuzano nos lleva de la mano por su vida, desde su infancia en el barrio hasta la ascensión y el éxito de masas con el grupo Barón Rojo, del que formó parte hasta que, fruto del desgaste y su mala relación con los hermanos De Castro, decidió abandonar a principios de la década de los 90.
Creo que este libro lo habré leído como unas diez veces desde que lo compré, y siempre, siempre, siempre, consigue arrancarme algunas risas. No en vano, Campuzano hace gala de un sentido del humor punzante y, por momentos, hilarante.
Impagable la anécdota en Ostende (Bélgica) con el inefable Mariscal Romero, sus rizos a lo Gadaffi y su particular “romance” con una pequeña jarrita de porcelana: «Nada, esta jarrita que se me ha metido en el dedo y ahora, me cuesta trabajo... quitármela... ».
Casi consigues escuchar a Sherpa contándote al oído esas anécdotas con su propia voz.

La próxima semana abordaré la segunda tanda de cinco libros que, de un modo u otro, más me han marcado.



jueves, 11 de junio de 2020

MI BLOG CONFINADO


¡Eooo! ¿Hay alguien?
...
¿Hola? ¿Pedro? ¿Dónde estás, Pedrito?
Hola, Blog. ¿Qué pasa?
Eso digo yo. ¿Dónde has estado metido, alma de Dios?
En casa. Como todo el mundo. Bueno, como “casi” todo el mundo. Porque los irresponsables, como siempre, siguieron campando a sus anchas como si la cosa no fuera con ellos.
¿De qué hablas, tío?
Del confinamiento.
¿De qué confinamiento hablas? ¿Es que los nazis han vuelto a hacer de las suyas? ¡Malditos cabrones!
¿No te has enterado? La humanidad entera se ha visto al borde del colapso por culpa de un virus mortal denominado Covid19.
¿Covid19? Uhm, vaya. Tiene nombre de mascota de juegos olímpicos.
¿En serio no sabías nada del coronavirus?
¡Claro que sí, membrillo! Te estaba tomando el pelo. Nosotros los blogs lo sabemos todo. O casi todo. ¿No ves que estamos permanentemente conectados a la red de redes? Tenemos acceso ilimitado a cualquier dato o información que circule por Internet. Imagínate estar permanentemente conectado a una especie de Biblioteca de Alejandría del siglo XXI. Lo sabemos todo. O mejor dicho, podemos saberlo con sólo conectarnos al conducto adecuado.
Sí, ya...
Veo que no me crees. Está bien. Te lo demostraré. Pregunta lo que quieras. Lo que sea. Vamos. Pregunta.
Está bien. Háblame de la Teoría de la Relatividad.
¿Versión larga o versión corta? Te advierto que la versión larga tiene como cuarenta y seis folios de extensión.
Versión corta.
La teoría de la relatividad especial o relatividad restringida fue formulada en 1905 por Albert Einstein. Trata de describir la física del movimiento en el marco de un espacio-tiempo plano. Esta teoría describe correctamente el movimiento de los cuerpos incluso a grandes velocidades y sus interacciones electromagnéticas. ¿Te vale o quieres que profundice más en el tema?
¿Cuál ha sido el terremoto más grande jamás registrado a lo largo de la historia?
El megaterremoto de Valdivia, ocurrido en 1960, también conocido como el Gran terremoto de Chile, está considerado como el terremoto de mayor magnitud jamás registrado en la historia del planeta. Tuvo una magnitud de 9,5 Mw. Duró ocho minutos y fue seguido por un tsunami. Valdivia se hundió cuatro metros bajo el nivel del mar y provocó la erupción del volcán Puyehue.
¿Cuántos libros llegó a publicar Georges Simenón?
Ciento noventa y dos novelas con su nombre, y alrededor de una treintena más bajo diferentes seudónimos. ¿Qué? ¿Estoy aprobado, profe?
No te pases de listo.
¿Y bien? ¿Qué has estado haciendo en estos meses de confinamiento?
Leer, ver series y pelis, escuchar música... y comer.
¿Y qué hay de tus proyectos? ¿Has acabado alguno?
Para serte sincero, las primeras semanas sufrí una especie de sequía. Era como si mis ganas de escribir se hubiesen esfumado. No me salía sentarme a escribir.
¿Probaste a escribir de pie?
Déjate de chistecitos. La situación que vivió la humanidad entera durante los primeros días de alarma fueron complejos en el plano emocional y psicológico. Nunca antes habíamos vivido algo así. Habíamos visto películas y leído libros que abordaban el tema de manera directa o tangencial. Pero una cosa es la ficción y otra muy distinta la realidad.
Huy, pobrecito. El nene pasó miedo, ¿no es eso?
Serás capullo.
Pues sí. Lo soy.
¿Y tú? ¿Qué has hecho en este tiempo?
Lo creas o no, en este tiempo no he parado de currar.
¿Currar? ¿Tú?
Pues sí. Listo. He estado currando. ¿Se te ha ocurrido mirar las estadísticas del blog en los últimos meses?
Pues no. Hace tiempo que no miro eso. Para no deprimirme.
Pues deberías. Así sabrías que en los tres meses de confinamiento hemos recibido casi 3.500 visitas.
Me tomas el pelo.
Míralo tú mismo.
Espera... ¡Vaya! ¡Es cierto! No mentías.
¿Y has visto de dónde proceden la mayoría?
De Estados Unidos. Vaya, qué raro. Que yo sepa, allí no me conoce ni el Tato. Bueno, aquí tampoco me conoce ni el Tato. Por cierto, ¿sabes si el Tato ese conoce a alguien?
Ni idea.
Pues qué raro. Supuse que con tu “conocimiento ilimitado” sabrías algo así. Hasta hace un minuto dabas la impresión de ser una enciclopedia andante.
Te recuerdo que no tengo piernas.
No seas quisquilloso. Sabes perfectamente a qué me refería.
A ver, membrillo. Intentaré explicártelo de una manera simple, para que no te me pierdas por el camino. Es cierto que en Internet hay toneladas de conocimiento, pero eso no significa que tenga la respuesta a todas las preguntas. Te pondré un ejemplo: si de casualidad le preguntas por el número de habitantes actualizado del Principado de Mónaco, su respuesta será de 38.682 habitantes. Bueno, 38.681, ya que me acaban de informar que han encontrado el cuerpo sin vida de Edgar Grosky.
¿Quién es Edgar Grosky?
Un industrial de origen húngaro que anoche ganó una fortuna en el casino y luego se llevó a dos pilinguis a su habitación del hotel, pidió ostras y champán del caro, se tomó una pastillita de viagra y pasó a mejor vida... por unas horas. Esta mañana encontraron el cuerpo sin vida del señor Grosky en su cama, con una erección de caballo y una sonrisa de oreja a oreja. Según el forense murió de un infarto, y más feliz que una perdiz.
¿Y todo eso está en Internet?
Te asombraría saber la de cosas que puedes encontrar en Internet.
Realmente no me explico cómo es que, con tanto conocimiento a golpe de click, cada día somos más tontos.
Que algo esté permanentemente disponible no quiere decir que todo el mundo esté interesado en acceder a ello. Por esa lógica todos los bibliotecarios del mundo deberían ser la gente más culta del mundo, rodeados de libros con todo ese caudal de conocimiento permanentemente a su alcance. Y no es así.
Tienes razón.
¡Pues claro que la tengo! Soy un blog listo, joder.
Y bastante engreído.
En fin, a lo que iba, que me extravío. Así que tenemos un montón de datos a los que podemos acceder de forma instantánea con sólo darle a la tecla. Pero, por otro lado, si quisiéramos saber, por ejemplo, cómo escribir un libro que guste a todo el mundo, a crítica y público, que arrase en ventas en el mercado editorial actual y que haga que su autor pueda vivir sin preocupaciones económicas el resto de su vida, la respuesta será: ni puta idea, macho.
Pues vaya mierda. Precisamente yo iba a preguntar eso.
Lo sé. Por eso te lo he puesto como ejemplo. Te conozco como si te hubiese parido, chaval.
¿Y si pregunto qué debo hacer con un blog contestón, en ocasiones desagradable, antipático, un tanto soberbio, demasiado pagado de sí mismo, un capullo insufrible y que se las da de listo, cuál crees que sería la respuesta que obtendría?
Vale. Lo pillo. Le pido humildemente disculpas, oh, mi creador.
No sé yo...
Por favor, oh, mi creador, si acepta mis disculpas le prometo que a partir de ahora todo va a ir sobre ruedas.
¿Y cómo sé que hablas en serio?
Pues porque acabo de dar la entrada para pillar un patinete eléctrico.
¡¡Yo no quiero un puñetero patinete eléctrico!!
Es broma, tío. ¡Por el amor de Steve Jobs!, ¿es que el confinamiento ha acabado con tu sentido del humor o qué?
Serás capullo.
Sí. Lo soy. Pero un capullo muy listo. Oh, vaya, parece que el censo del Principado de Mónaco volverá pronto a los 38.682 habitantes.
¿Y eso?
Resulta que una de las pilinguis se ha quedado embarazada del industrial húngaro.