Todos los médicos lo dicen:
caminar es bueno para la salud. Y es cierto, doy fe. Pero lo que no
te dicen, porque la mayoría de ellos se pasan media vida sentados en
sus consultas de la Seguridad Social y la otra media sentados en sus
cómodos sillones de sus consultas privadas, es que, además de los
beneficios obvios para la salud (evitar el sobrepeso, controlar la
hipertensión, fortalecer músculos y articulaciones, etc), caminar
te proporciona otro tipo de ventajas no tan obvias.
Lo primero que he decir es
que, de un tiempo a estar parte, el hecho de caminar por las aceras
de mi barrio se ha convertido en algo mucho más excitante de lo que
era hace unos años. Ahora, a la rutina de caminar, hay que sumar unos alicientes la mar de divertidos que no han hecho sino añadir atractivo a la tarea.
Entre los nuevos y
maravillosos retos a los que me enfrento cada día, se encuentran los
siguientes:
—Procurar evitar doblarte
un tobillo o irte de bruces y romperte la crisma o los piños debido
a los desniveles en las aceras, losetas rotas o faltantes, adoquines
diseñados y puestos a mala leche para incomodar lo máximo posible
al viandante, agujeros y socavones varios o red de alcantarillado sin
tapa ni señalización de ningún tipo.
Pudiera parecer que este
tipo de “accidentes” en el pavimento obedecen a una dejación de
funciones por parte de los departamentos de Obras Públicas de
nuestros queridos ayuntamientos, más preocupados en recaudar
impuestos que en dar servicio al ciudadano. Pero ya os digo yo que
no. Si esta peña deja todos esos agujeros, socavones, desniveles,
losetas y alcantarillas al aire es para que ejercitemos nuestros
reflejos y nuestra capacidad de reacción ante los imprevistos. En
definitiva: no hacen esto con intención de seguir tocándose el
níspero a dos manos, sino para que los ciudadanos de a pie —nunca
mejor dicho— hagamos ejercicio sin darnos cuenta de que estamos
haciendo ejercicio.
Me consta que también
llevan años trabajando codo con codo con eminentes científicos
especializados en conducta humana para hacer que paguemos impuestos
sin que nos demos cuenta de que estamos pagando impuestos.
—Procurar esquivar a los
duendecillos y duendecillas que, en un derroche de generoso
desprendimiento y amor por el prójimo, van en bicicleta a
toda hostia por las aceras, aún cuando este magnífico alcalde que
tenemos en la ciudad en la que resido se haya gastado una pasta —no suya, claro, ¡hasta ahí
podíamos llegar!—, en poner toda la ciudad patas arriba para
habilitar carriles bici y cargarse un montón de plazas de
aparcamiento gratuitas en varios puntos estratégicos de la ciudad
—da la sensación de que no quieren coches en las ciudades, aunque
sí quieren los impuestos que generan y que, con alegría y gozo en
el corazón, pagamos religiosamente los propietarios de esos
vehículos a los que cada vez nos cuesta un ojo de la cara buscarle
aparcamiento—.
—Por cierto, a los
duendecillos y duendecillas de las bicis ahora hay que sumar a los
duendecillos y duendecillas de los patinetes eléctricos, los cuales,
imitando el generoso desprendimiento y amor por el prójimo de los
ciclistas, también van a toda hostia por las aceras subidos a sus
simpáticos artilugios. En fin, todo sea por ejercitar nuestros
reflejos y nuestra infinita paciencia mediante el fino arte de la
meditación trascendental, el estado zen y los buenos deseos para con
el prójimo, aún cuando, en el fondo, estemos deseando cagarnos en la
madre de alguno o alguna y que su bici o su patinete tropiece con uno
de los agujeros, socavones o alcantarillas sin tapa, se dé una buena
hostia y se rompa todos los piños.
—Esquivar las cacas de
perro y meadas varias. Con eso no sólo ejercitamos las caderas y
fortalecemos las articulaciones gracias a los saltos, sino que
mantenemos en estado de alerta nuestra visión periférica y nuestra
capacidad de calcular tamaños y distancias.
También debemos estar
prestos a esquivar a esa gente que lleva perros atados a correas
extra largas —de tres y cuatro metros de largo— y que, como
ocupan toda la acera entre el perro, el dueño y la puta correa de
los huevos, te obligan a saltar para sortearlos a los tres.
ACLARACIÓN:
Por favor, que no se me
malinterprete: yo no odio a los animales. Me parece bien que los
perros tengan animales en casa. Lo que ya no me parece tan bien es
que esos animales sean peores que sus mascotas. ¿All right? ; )
Como veis, de un tiempo a
esta parte caminar por las calles de mi ciudad se ha llenado de
alicientes que lo convierten en una actividad en la que no sólo
ejercitas el cuerpo, sino que también ejercitas tu mente, tu
paciencia, tus capacidades cognitivas y tu nivel de tolerancia ante
el incivismo ajeno.
¡Y encima es gratis!
¿Qué? ¿Os animáis a
caminar? Ya estáis tardando...