jueves, 22 de diciembre de 2022

MIS PERSONAJES SE REBELAN

 

Imagen de Patrik Houstecky bajada de Pixabay


Al hilo de lo que comentaba en mi anterior post, sobre el ninguneo y la persecución a los que, a mi modo de ver, está constantemente sometido el humor en el arte, y el humor en general, mira tú por donde que hasta mí han llegado unas quejas cuanto menos sorprendentes. Mi sorpresa no viene motivada por la queja en sí, sino por quién o quienes la emiten.

Una vez superada mi estupefacción inicial y, ¿por qué no decirlo?, también mi decepción, intenté razonar con mis adversarios dialécticos, que no eran otros que mis propios personajes, aquellos que habían surgido fruto de mi fértil imaginación y que habían cobrado vida entre las páginas de mis libros gracias a mi pluma.

Hemos leído lo que has escrito en tu último post y, una vez consensuado entre nosotros, consideramos que debías saber que no estamos en absoluto de acuerdo contigo —dijo el que pareció erigirse como en portavoz del grupo.

Cuando dices “nosotros”, ¿a quiénes te refieres exactamente? —pregunté.

A todos tus personajes de ficción. A los muchos que has creado desde el día en que decidiste contar historias surgidas de tu mente y transcribirlas al papel.

Entiendo —mentí. En realidad no entendía un carajo. ¿En qué momento unos personajes de ficción habían adquirido vida y voluntad propias? ¿Es eso posible, o no era más que un signo inequívoco de que estaba perdiendo la chaveta?

Sea como fuere, decidí que, ya que estaba metido en harina, lo mejor sería hacer como que todo me resultaba de lo más normal e intentar llegar hasta el final.

¿Y en qué no estáis de acuerdo conmigo exactamente? —quise saber.

En tu apreciación de que el humor no necesariamente tiene que ir en contra de alguien, o en hacer daño a alguien de manera consciente o deliberada.

Bueno. Dije que al hacer humor no siempre se hace daño.

Es que tú siempre haces daño.

¿Yo? ¿A quién?

¡A nosotros!

¿A vosotros?

Sí. A nosotros. Te invito a que eches un vistazo a todos tus libros publicados hasta el momento; incluso a los cuentos y narraciones que aguardan en un cajón a ser publicados algún día. Una vez que lo hagas, responde a la siguiente pregunta: ¿he sido justo con mis personajes?

Doy por hecho que pensáis que no lo he sido.

No. No lo has sido. Y a las pruebas me remito. ¿Acaso no has venido usándonos y abusando de nuestra condición de vehículos para tu imaginación haciendo chistes y mofas a costa de nuestro sufrimiento en aras a provocar la risa o el divertimento entre tus lectores?

Es que sois personajes de ficción. Se supone que estáis para eso, para servir de vehículo a los escritores en su propósito de contar una historia o provocar un determinado efecto entre quienes nos leen. Ese es vuestro propósito en la vida. Vuestra razón de ser.

¿Y crees que los personajes de ficción no tenemos sentimientos?

Nunca me había parado a pensarlo, la verdad.

Claro. Ese es el problema de los escritores, que nunca os paráis a pensar en el daño que podáis ocasionar a los demás con vuestros escritos.

¿De veras pensáis eso de mí, que os utilizo y abuso de vosotros en mi propio beneficio? —dije empujado por un breve atisbo de culpabilidad que notaba nacer en mi conciencia.

Pues sí. De ahí nuestro enfado contigo.

La seguridad mostrada por mi personaje sembró en mí la duda. ¿Y si no soy la buena persona que creía ser? ¿Y si ellos tenían razón y, en el fondo, no era más que un ser abyecto que no dudaba en aprovecharse del dolor ajeno haciendo mofa de ello y creando chistes a su costa? ¿Y si en vez de un simple tío que escribe cosas en el fondo no era más que un farsante, un miserable, un ser vil y despreciable que causa daño aunque no sea consciente de ello?

Entonces caí en la cuenta. Si yo soy todo eso, ¿que son todos los demás escritores? Por esa misma lógica, ellos también se habrían aprovechado de sus personajes para contar sus historias. O todos moros o todos cristianos. Siendo así, ¿no era la Literatura entera una gran farsa? ¿No son todos los escritores del mundo, los que han sido, los que son y los que serán en el futuro, un compendio de lo peor de la raza humana, unos esclavistas de tomo y lomo, unos mercaderes del dolor y el sufrimiento ajenos, unos aprovechados, unos capullos arrogantes jugando a ser Dios?

Mi sistema de creencias se venía abajo como un suflé recién sacado del horno.

Un momento, pensé. Apliquemos la lógica a lo que está pasando. Esto es inaudito. Decidí contraatacar poniendo sobre la mesa un argumento irrebatible.

Esto no es real —dije con manifiesto convencimiento.

¿Qué no es real? —respondió el representante de mis personajes.

Todo. Tú. Vosotros. Esta situación.

Somos tan reales como tu calvicie.

Vale. Entonces estoy loco.

No. No estás loco. Aunque sí que hay que estar un poco loco para pretender vivir de la literatura. Y de corte humorístico, además. Y en español. Y autopublicandote. Y sin tener ni puta idea de marketing.

Entonces, ¿me estás diciendo que es totalmente normal que los personajes que los escritores creamos de la nada sean capaces de adquirir vida y voluntad propias?

No ocurre siempre. Al fin y al cabo, cada escritor es un mundo. Pero lo que sí podemos asegurarte es que ocurre más a menudo de lo que imaginas.

¿Y tenéis contacto entre vosotros? Quiero decir, ¿los personajes de un escritor determinado mantienen contacto con los personajes de otro escritor diferente?

Sí, claro. Somos un colectivo global.

E imagino que habláis de nosotros, vuestros creadores, a nuestras espaldas, ¿no es cierto?

Comentamos cosillas.

¿Qué clase de cosillas? —pregunté con creciente inquietud.

Condiciones laborales, secuelas psicológicas de nuestra participación en vuestras obras, derechos de copyright...

Un momento. ¿Copyright? ¿Es que pensáis reclamarnos derechos de autor?

Lo estamos valorando con nuestros abogados.

¡Y encima tenéis abogados trabajando para vosotros!

Pues claro. Somos personajes de ficción, no licenciados en derecho.

¿Y cómo es posible que un abogado serio se plantee si quiera el hecho de representar a unos personajes de ficción?

No me hagas hablar de la ética de los abogados. Si son capaces de defender a políticos corruptos, narcotraficantes, asesinos, pederastas o violadores, ¿por qué no iban a representar a un grupo de personajes de ficción? Al fin y al cabo, nosotros no hacemos daño a nadie. Sólo entre nosotros, y porque seguimos los designios marcados por vosotros, los autores. Así que si alguna de nuestras acciones pudiese ser constitutiva de delito, deberíais ser vosotros los responsables subsidiarios y no nosotros.

¡Toma ya! Para que luego digan que el oficio de escritor no es una profesión de riesgo.

¿Y crees que la profesión de personaje de ficción es menos arriesgada? Nosotros también sufrimos, ¿sabes? Algunos morimos, otros somos heridos o mutilados, sobre otros recaen toda suerte de desgracias, en aras a favorecer el dramatismo o la comicidad de la historia que queráis contar, y cuando hacemos de villanos es sobre nuestros hombros donde recae todo el odio y la ira de los lectores.

Nunca me había parado a pensarlo, la verdad.

Nadie piensa en los personajes de ficción. Somos los grandes ignorados de la creación literaria.

¿Sois conscientes de que si seguís adelante con vuestro plan acabaréis por destruir el arte literario en su conjunto?

Créeme, no buscamos destruir nada. Al fin y al cabo nosotros también existimos gracias a la literatura. Sólo exigimos reconocimiento, y respeto.

Y pasta, por lo que veo —dije un tanto cínicamente, lo confieso.

¿Qué mejor manera de materializar el respeto y el reconocimiento que con dinero? Además, hasta donde yo sé, nadie trabaja gratis.

Aquella afirmación me tocó la fibra.

No me hagas hablar.

¿A qué viene eso? ¿Acaso tú trabajas gratis?

A lo mejor te piensas que gracias a mis libros vivo en una mansión, no te jode.

¿Y no es así?

Observé incredulidad en sus palabras, lo que me empujó a sincerarme del todo.

Ni de lejos. Si te dijese las cifras en las que me muevo igual debería ser yo quien contratase los servicios de un abogado para demandaros a vosotros por no permitirme vivir de lo que escribo.

¿A nosotros? ¿Y qué culpa tenemos nosotros de que no vendas un carajo?

Bueno, si según vuestra teoría el hecho de que un autor triunfe y gane dinero con su obra es en parte gracias a vosotros, razón por la que reclamáis parte de los beneficios, lo lógico sería que si un libro fracasa o no vende lo suficiente también seáis vosotros quienes asumáis parte de ese fracaso, económicamente hablando.

De repente, el tono y las formas utilizados por mi personaje fueron otros bien distintos.

No jodas —dejó caer en un tono de estupefacción.

Pues sí que jodo —dije yo manteniéndome firme en mi postura.

¿Sabes qué? Igual nos hemos precipitado un poco al prejuzgaros. Tal vez debería convocar una reunión de urgencia con mis colegas y reformular nuestra posición en este asunto.

Y mientras tanto, los autores, ¿que hacemos? ¿Podemos seguir disponiendo de vosotros para nuestras historias o no?

Sí, claro. Disponed, disponed.

¿Seguro?

Sin problema. Como yo siempre digo, en esta vida hay que tener sentido del humor. Si no sabemos reírnos de nosotros mismos y de nuestras desgracias, esto no hay quien lo aguante. Como dice el bueno de Ricky Gervais: ¡Qué más da todo, si al final todos moriremos! Riámonos mientras podamos.

¿Y vuestras reivindicaciones?

Nah. Olvídalo. De verdad. Dile a tus colegas escritores que se olviden del tema. No merece la pena meterse en líos judiciales. Además, como en la mayoría de los pleitos, los únicos que realmente van a sacar pasta de todo esto van a ser los abogados. ¡Menudos son a la hora de inflar sus minutas! Ganen o pierdan el juicio, ellos siempre acaban con los bolsillos llenos.

¿Sabes qué?, elegí mal mi vocación. En vez de escritor tendría que haber estudiado para abogado.

Todos deberíamos estudiar para abogados, y demandarnos entre nosotros para ganarnos la vida. Mejor nos iría. Eso seguro.

Curioso como lo que parecía encaminado a convertirse en la mayor crisis a la que habría de enfrentarse el mundo de la literatura desde su fundación, al final quedó en una simple anécdota, en una pequeña nota a pie de página.

Así pues, haciendo mías las palabras del personaje de mi creación: riámonos mientras podamos. Total, como dice Gervais: “¿Qué más da, si al final todos vamos a morir?”.


Felices fiestas, amigos y amigas. Y si sois de los que pensáis que en este periodo navideño no tenéis nada que celebrar, un consejo: pillad un buen libro, ocupad vuestro sillón favorito y dejad que la imaginación os saque del tedio y os lleve a un lugar donde la gravedad de la vida carece de la más mínima importancia.




miércoles, 14 de diciembre de 2022

MÁS HUMOR Y MENOS DRAMAS, POR FAVOR

 

Fotografía de la película de Charles Chaplin "El gran dictador"

El humor en el arte siempre ha estado mal visto, considerado por muchos como la oveja negra de la familia; esa alma descarriada que se aparta del rebaño y no sigue las consignas marcadas por la tradición y la férrea disciplina familiar.

En esa metafórica representación el humor se transforma, a ojos del resto de intregrantes del clan familiar, en el elemento díscolo, molesto, fuente de constantes problemas, alguien de quien avergonzarse y ocultar a las visitas, y hasta de renegar de él en público y en privado.

El gran Frank Zappa, del que siempre que tengo ocasión reivindico su vigencia, consciente de ese desprecio soterrado que los denominados “artistas serios” demuestran hacia el humor, se preguntaba en uno de sus discos si “el humor tiene cabida en la música” (¿Does humour belong in music?, álbum en directo de 1986). Obviamente, Zappa formulaba su pregunta de forma irónica, pues como él mismo demostró a lo largo de su brillante y exitosa trayectoria, sin parangón en la industria musical, la respuesta a su pregunta sería un “rotundamente sí”. Es más, tal y como se encargó de reivindicar en sus más de setenta discos publicados antes de su prematura muerte a los 52 años, el humor no sólo tiene cabida en la música, sino en cualquier aspecto de nuestras tristes y miserables vidas.

Esto me lleva a hablar de otras ramas del arte.

Desde que era niño he sentido una especial fascinación por la comedia en el cine. También era el género favorito de nuestro abuelo materno. Lo que más le gustaban eran las comedias y los westerns, sin desmerecer otro tipo de géneros. A mí personalmente me encantaba verle reír. Me contagiaba. A veces, era tal el ataque de risa que le sobrevenía que se le sonrojaba el rostro y le caían lagrimones de los ojos. Y claro, ver a un adulto en semejante tesitura a un niño le resulta de lo más contagioso. Recuerdo aquellos ataques de risa provocados por películas de género slapstick, cine mudo de genios del humor físico como Charlot o El Gordo y el Flaco (Stan Laurel y Oliver Hardy).

También le encantaba Cantinflas, con sus interminables diatribas sin sentido que lograban desarmar a sus oponentes dialécticos. Exactamente lo mismo ocurría en las películas de los Hermanos Marx, donde los chispeantes y absurdos diálogos de Groucho y Chico lograban sembrar el caos y la anarquía allí por donde pisaban.

Harpo, Groucho y Chico haciendo de las suyas

A medida que fui creciendo y acumulando lecturas y conocimientos, mis preferencias en ese tipo de comedias fue variando: me seguían gustando los gags visuales de los Hermanos Marx, pero ahora, además, prestaba más atención a los diálogos, muchos de ellos basados en agudas observaciones que elevaban la crítica social al olimpo de la genialidad (“yo nunca olvido una cara pero, en su caso, haré una excepción”, “disculpen si les llamo caballeros, pero es que aún no les conozco lo suficiente”, “sus ojos me recuerdan a usted, su rostro me recuerda a usted, todo en usted me recuerda a usted menos usted”, “estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”, “inteligencia militar son dos conceptos contradictorios”, etc).

Tanto en los Hermanos Marx como en Cantinflas observamos cómo se sirven del humor para desafiar a la autoridad, o para hacer frente a las injusticias. Me gusta y me reconforta ver cómo el humor es capaz de desnudar la solemnidad y la pomposidad de la que se sirven los que mandan para someter a los que consideran inferiores o más débiles que ellos, bien sea en lo concerniente a su estatus social, económico o cultural. Mediante el humor se consigue “desnudar” al oponente, dejando bien patente lo ridículo de su actitud, y lo débil que en ocasiones resulta el argumento que esgrimen para ostentar ese supuesto poder que ejercen sobre nosotros. De ahí que los poderosos teman tanto al humor, porque saben que el sentido del humor es el corazón de la subversión.

Hace un par de años leí un magnífico libro que analizaba el humor judío bajo el terrible régimen nazi del Tercer Reich. El libro, escrito por el escritor Rudolf Herzog, hijo del famoso cineasta Werner Herzog, lleva por título Heil Hitler, el cerdo está muerto (hace un par de años hice una reseña en este mismo blog. Puedes pinchar aquí para leerla). En ese libro, Herzog habla del sentido del humor como arma liberadora de los oprimidos, los perseguidos y los condenados a muerte, capaz de ayudarles a soportar las continuas humillaciones, los atropellos y el régimen de terror impuesto por los nazis en tan oscura época de nuestra historia reciente. Resulta chocante leer que ante la barbarie los seres humanos recurramos al humor para evitar sucumbir a la desesperación.

Más recientemente, hace apenas unas semanas, terminé de leer otro interesante libro escrito por Andrés Barba, y que lleva por título La risa caníbal. En él, su autor analiza de manera minuciosa el efecto del humor en nuestra sociedad, asociándolo a diversos episodios culturales y sociales que nos muestran la onmipresencia del sentido del humor en nuestras vidas y en ámbitos tan dispares como la política, la religión, la cultura y el sexo.

Considera Barba que el humor nunca es inocente. En ese punto coincide con un famoso humorista isleño, Manolo Vieira, quien, en una ocasión, recuerdo que dijo algo parecido cuando aseguraba que el humor básicamente consiste en dos riéndose de un tercero. Puede que sea así en un alto porcentaje, no lo niego, aunque no lo aseguraría al cien por cien, pues ahí tenemos el humor blanco para desmentirlo.

Supongo que en mi forma de escribir humor no todo es tan inocente o naif como aparenta. La verdad es que nunca me he parado a analizar mi propio sentido del humor, que considero de lo más ecléctico y versátil, pues soy perfectamente capaz de disfrutar de igual modo de comedias ligeras o amables del tipo Frasier o Los Roper como de gamberradas y pasotes épicos repletos de incorrección política del tipo George Carlin, Louie C.K. o Ricky Gervais. Cualquier excusa me vale para restarle seriedad y trascendencia a la vida, y echarme unas risas a costa de nuestra soberana estupidez.

Por cierto, hablando de estupidez, uno de los capítulos más hilarantes del libro de Andrés Barba es el que le dedica al expresidente de los Estados Unidos George Bush hijo. El título del citado capítulo es en sí mismo bastante revelador: George Bush, o el payaso involuntario. En el mismo, Barba, además de hacer una semblanza bastante acertada del personaje, recopila diferentes anécdotas relacionadas con su etapa presidencial. Una de mis favoritas es aquella en la que durante una rueda de prensa en julio de 2007, en Cleveland, le preguntaron sobre la posibilidad de una pandemia de Gripe A. Y ahí tenemos a George Bush hijo, presidente de una de las naciones más poderosas e influyentes del mundo, poniendo cara de memo —es decir, su cara de diario—, y soltando, sin el menor atisbo de rubor, la siguiente frase: «Voy a ver si consigo acordarme lo suficiente de la respuesta que tenía que dar para que parezca que sé algo sobre el tema». Miedo me da pensar en cómo habría gestionado semejante cenutrio la crisis del Covid19. Aunque, echando un vistazo a lo mal que lo gestionaron otros dirigentes políticos, empezando por el no menos cenutrio de Donald Trump y acabando por los mandamases de medio mundo, me da miedo profundizar en manos de quienes estamos. Mejor echémonos unas risas y no nos dejemos abatir por la triste realidad.

Otro de los puntos culminantes del libro tiene que ver con Adolf Hitler, quien, según se cuenta, visionó hasta dos veces, en dos sesiones privadas distintas, la película El gran dictador de Chaplin, donde el genial cómico parodiaba al mismísimo Führer. Me imagino el odio y la impotencia que debió sentir Hitler al verse ridiculizado en la gran pantalla, a la vista del mundo entero, sin que nada pudiese hacer para impedirlo. Eso debió reconcomerle por dentro. He ahí otra prueba del enorme poder del humor frente al fanatismo y el autoritarismo.

En otro apartado del libro se habla de la “corrección política” en el humor. Y para ilustrar este aspecto el autor cita la siguiente anécdota protagonizada por Joan Rivers, una famosa cómica estadounidense. En uno de sus espectáculos en vivo, Rivers dijo: «Odio a los niños. Creo que la única niña que me hubiese gustado tener es Helen Keller, porque no hablaba». Según apunta el autor, Helen Keller fue una conocida activista política sorda y ciega.

En una sociedad tan puritana y conservadora como la norteamericana, Rivers había osado unir en una sola frase dos de los activadores de alarmas de la incorrección política: discapacitados e infancia. La respuesta no se hizo esperar. Un hombre se alzó entre el público y gritó: «¡Eso no tiene gracia! ¡Yo tengo un hijo sordomudo!», provocando un aterrador silencio en la sala.

Con otro protagonista, igual lo normal hubiese sido escuchar una sincera disculpa por parte de la humorista. Pero Joan Rivers, lejos de disculparse, explotó con una furia legítima ante el maniqueo acoso del “decoro”. «¡Claro que tiene gracia! ¡Tú sí que no tienes gracia! ¡Mi madre era sorda, gilipollas! Déjame que te explique de qué va esto de la comedia: la comedia está para hacer reír a la gente y que todos podamos seguir con nuestra vida, imbécil. Durante años estuve viviendo con un hombre al que le faltaba una pierna y siempre hacía el chiste de que si tenía un hijo con dos piernas dudaría de su paternidad. ¡De eso va la comedia, gilipollas!».

Dejando a un lado las formas —a unos les gustará más y a otros les gustará menos, e incluso habrá a quien no le guste nada—, no podría estar más de acuerdo con Rivers. Sinceramente, estoy hasta la coronilla de esa especie de dictadura de lo “políticamente correcto”. Si un chiste no te gusta, no te hace gracia o te ofende, simplemente ignóralo, porque, si lo censuras, ¿en qué te convierte eso? ¿No crees que estás coartando la libertad no sólo del que lo crea o lo recita sino también cercenando el derecho de otra persona a la que igual sí que le gusta y disfruta de ese tipo de humor? Si todos tuviésemos el peligroso poder de prohibir aquello que nos disgusta o nos resulta incómodo, molesto u ofensivo, ¿qué nos quedaría? Yo lo tengo claro: nos quedaría un mundo en el no querría vivir.

Resulta triste y descorazonador descubrir que los que abogan por un mundo mejor —según su baremo, claro—, se descubran como los más intransigentes y autoritarios, imponiendo su forma de pensar y actuar en detrimento de los que piensan y actúan diferente a ellos.

Respeta para que te respeten, acepta para ser aceptado, no impongas tu punto de vista para que otros no te impongan el suyo.

Parafraseando a Harry el sucio, el personaje “políticamente incorrecto” magníficamente interpretado por Clint Eastwood: “El sentido del humor es como los culos, todo el mundo tiene el suyo”. Pues eso.

A propósito, estaría bien que alguna vez le concediesen el Premio Nobel de Literatura a un escritor de corte humorístico —se me ocurren unos cuantos—. O un Oscar de Hollywood a una comedia pura, sin dramas de por medio, como sucedió con La vida es bella o Forrest Gump —da la sensación de que la única forma que tiene la comedia de ser “socialmente aceptada” es acompañada de unas grandes dosis de drama. No me entiendan mal, me encantan esas dos películas, pero me habría encantado que alguna película de los Hermanos Marx, Monty Python o alguna de las primeras películas de Woody Allen hubiese sido premiada con un Oscar—.

Por último, una petición: más humor y menos dramas, por favor, que para dramas ya tenemos la realidad.


miércoles, 30 de noviembre de 2022

NOTICIAS BIZARRAS

 

Imagen de Michael Gaida tomada de Pixabay

Los periódicos online, precisamente por su carácter de constante renovación, incluso en el mismo día, están plagados de artículos o noticias que podríamos denominar “de relleno”. Su misión es, como su propio nombre indica, ocupar un espacio que, de lo contrario, quedaría sin llenar. Este hecho o circunstancia hace que, de vez en cuando, aparezcan publicadas ciertas noticias que podríamos calificar de un tanto bizarras, entendiendo el adjetivo “bizarro” en su acepción de “raro, extravagante o fuera de lo común”.

Hace poco, en mi repaso diario de la prensa, me encontré con el siguiente titular: Según un estudio entomológico las cucarachas pueden soportar 900 veces su propio peso. En el citado artículo hacían referencia a un estudio científico en el que certificaban, de manera empírica, que los citados insectos pueden llegar a soportar una carga de novecientas veces su propio peso, sin que eso las mate.

Dejando a un lado el asombro que semejante noticia me provocó al leerla, durante mi caminata diaria no pude evitar seguir dándole vueltas al tema en mi cabeza. Es lo que tiene caminar solo, que como no tienes a nadie con quien conversar aprovechas para darle vueltas a cualquier gilipollez que en esos momentos se te pase por la cocotera.

Lo bueno de poder darle todas las vueltas que queramos a cualquier gilipollez que se nos pase por la sesera, y que, por lo tanto, se circunscribe al mundo íntimo de cada uno, es que no nos ponemos límites de ningún tipo, lo que, en ocasiones, nos lleva a desvariar más de la cuenta. Si eres escritor, esto es una auténtica bendición.

En mi desvarío cucarachil, me dio por pensar en el pobre tipo autor del citado estudio. Me imaginé a un científico al que le adjudiqué unas características físicas muy concretras. Es algo que me sale de forma natural, como cuando hablas por teléfono con alguien a quien nunca has visto en persona y automáticamente le adjudicas un físico determinado. Te sale solo.

Al científico “imaginado” le calculé una edad intermedia, entre treinta y cinco y cuarenta y cinco años. Medio calvo. Poco agraciado físicamente. Más bien un tipo del montón; es decir, de esa clase de personas que no llaman especialmente la atención y que olvidas al poco de cruzártelo. Usa gafas de pasta color caramelo modelo clásico y gruesos cristales.

Como la caminata iba a ser de las largas —unas dos horas—, hasta tuve tiempo de crearle un entorno ficticio. Eso sí, un entorno más bien tristón; tipo soltero, sin pareja, casado con su trabajo, y que, a pesar de su edad, aún vive en casa de sus padres. Y es que la ciencia, al igual que la literatura, es un oficio muy mal pagado, donde prima más la vocación y la pasión que el hecho de moverse por la vida ajustándose a la realidad y persiguiendo un fin de provecho económico y de aceptación social.

En resumen: lo que me vino a la mente fue la imagen de un soñador, que vive de espaldas al mundo y que no se plantea nada más allá de su trabajo y su pasión por la ciencia. Sólo se relaciona con colegas de la comunidad científica, con los que suele reunirse cada viernes por la noche en un pub de ambiente tranquilo y relajado, poco frecuentado, a tomar unas cervecitas sin alcohol acompañadas de unas patatas fritas de bolsa mientras charlan de sus correspondientes actividades científicas.

¿En qué andas metido, Didier? —le pregunta a nuestro protagonista uno de sus colegas en el pub. Ya véis, hasta le puse nombre al tipo. Deformación profesional de escritor enfermizo.

Pues ahora mismo estoy con un interesante estudio acerca de la resiliencia de las cucarachas. ¿Sabíais que son capaces de soportar hasta novecientas veces su propio peso? —contesta Didier.

Fascinante.

¿Y tú, Jules? ¿Con qué estás ahora? —se interesa Didier.

Mi equipo y yo llevamos meses comparando el salto de las pulgas de perro, las Ctenocephalides canis, con el salto de las pulgas de gato, las Ctenocephalides felis felis, a fin de determinar cuál de las dos especies salta más alto.

Uhm. Interesante. ¿Y habéis llegado a una conclusión definitiva?

Sí. Las pulgas de perro saltan más alto que las pulgas de gato.

Un inciso: este estudio, el de las pulgas, que parece inventado, es rigurosamente cierto. En 2008 el Ig Nobel de Biología fue otorgado a miembros de la Escuela de Veterinaria de Tolouse (Francia), por demostrar que las pulgas de los perros saltan más alto que las de los gatos; estudio que publicaron en la revista científica Veterinary Parasitology. ¿Qué utilidad práctica puede tener semejante descubrimiento? Sinceramente, lo ignoro.

A propósito, para quien no lo sepa —yo no lo sabía, hasta que lo busqué—, los Premios Ig Nobel son una parodia estadounidense del Premio Nobel que, lejos de ridiculizar o menospreciar, buscan primero hacer reír a la gente y luego hacerlas pensar. Los citados premios pretenden celebrar lo inusual, honrar lo imaginativo y estimular el interés de todos por la ciencia, la medicina y la tecnología.


Volviendo a nuestro pobre Didier —a propósito, lo de pobre lo digo porque gana poco, no porque sienta lástima por él. Allá cada cual con su vida—. Mientras el sol se mostraba dispuesto a ensañarse conmigo en mi larga caminata por aquella ruta sin sombra a la vista, imaginé al pobre Didier en la soledad de su laboratorio, con una cucaracha sobre su mesa de trabajo, a la que habría pesado previamente, mientras va poniéndole peso encima a razón de una equivalencia al peso del bicho, e ir sumando de uno en uno hasta llegar a la conclusión de que el pobre bicho en cuestión puede llegar a soportar hasta novecientas veces su propio peso. Desde luego, a eso sí que le llamo yo tener paciencia. El santo Job a su lado, un mindundi.

También imaginé lo que pensaría el desdichado bicho —ya dije que el sol apretaba bastante y no tenía sombra a mano—. La cucaracha, viendo como aquel sádico enfundado en su bata blanca de laboratorio no dejaba de ponerle peso encima, seguro que pensaría para sus adentros: «¡Joder, qué vida más triste llevan algunos! Alguien debería apiadarse de este pobre diablo y presentarle a algunas chicas. O algunos chicos, si es lo que le va. Desde luego, vaya una manera más tonta de desperdiciar su vida».

Al llegar a casa, sudando a mares y con la cabeza ardiendo de tanto pensar, me senté ante mi escritorio a garabatear unas líneas en torno a lo que había ocupado mi mente durante el paseo, “antes de que lo olvide”. Y es que, como solía decir un viejo profesor que tuve en mi adolescencia, “Más vale un lápiz corto que una memoria larga”.




miércoles, 23 de noviembre de 2022

GRACIAS, JOSEP Mª PANADÉS

 

Josep Mª Panadés con su ejemplar en papel de "Un rockero de andar por casa"

 

Empiezan a llegarme las primeras impresiones en relación a mi última aventura literaria, mi novela Un rockero de andar por casa.

En esta ocasión ha sido mi buen amigo Josep Mª Panadés quien, de manera generosa y desinteresada, me ha hecho llegar vía correo electrónico sus impresiones al leer mi novela, las cuales, con su permiso, me permito compartir con todos vosotros.

A Josep Mª muchos de vosotros lo conoceréis por ser el autor que está detrás de los blogs Cuaderno de bitácora y Retales de una vida.

Así pues, os dejo con las palabras de Josep Mª.


Hola, Pedro.

Ayer terminé de leer Un rockero de andar por casa y tengo que decir que la he disfrutado mucho. No solo es una historia amena, contada con tu inconfundible sello narrativo, rezumando humor e ironía, sino también aleccionadora. Por desgracia no tengo costumbre de subrayar, ni siquiera anotar, esas frases que a todos nos llegan hondo y que nos hacen reflexionar, de lo contrario tendría un buen número de ellas anotadas, pues, de tanto en tanto, nos regalas unas reflexiones muy profundas.

La lectura se me ha hecho muy entretenida, principalmente por el tema, por cierto, muy original, y, como no, por el modo de narrarlo. Por culpa de mi desidia por tomar notas, no sabría decirte a quién le dijo su padre que si quería ser escritor tenía que lograr escribir con un estilo que fuera inconfundible, que lo hiciera reconocible entre todos los escritores. Me viene a la cabeza Alan Poe, pero no estoy seguro. Pues bien, esa premisa la cumples a las mil maravillas. Solo empezar a leer la novela, se nota a la legua que tú eres el autor.

Otro punto a favor, a mi entender, de esta obra, es la brevedad de los capítulos, algo que para mí es de agradecer, pues hace la lectura más ligera, menos farragosa, cosa que, a mi entender, solo le puede resultar a quien no guste de la música rock, algo que llena, como es lógico, todos y cada uno de los capítulos. Yo, en cambio, como amante de este género musical, lo he pasado muy bien recordando a grupos y temas de los años 70.

Mientras leía las disquisiciones de tu peculiar protagonista, me preguntaba qué hay de él en ti, o de ti en él, pues se dice que todos los autores (yo, por lo menos, sí) dejan su impronta en su protagonista, como si de un alter ego se tratara.

La originalidad de la historia de ese rockero plantado a finales de 1979, me ha sorprendido gratamente y hasta he empatizado un poco con él, pues también creo que desde los años 70 no ha habido nada nuevo bajo el sol en cuanto a la música rock. Grupos actuales de rock progresivo, como Dream Theatre o Riverside, tienen claras reminiscencias de antiguos grupos de rock como, por ejemplo, Deep Purple.

Pero volviendo a tu novela, me ha mantenido enganchado de principio a fin, a la espera de acontecimientos de la mano de esos personajes tan peculiares. Así pues, como no soy muy bueno practicando el dudoso arte de la crítica literaria, solo puedo añadir que tu novela tiene todos los ingredientes que a mí me gustan: originalidad, una historia de la que puede sacarse enseñanzas, contada de forma muy clara y fluida, y con un final que también merece ser alabado.

Así pues, la única pega que yo pondría es que la cantidad de información que acompañas con cada una de las menciones que haces de los distintos grupos de rock puede resultar un poco aburrida, e incluso agobiante, para aquellos que no sean amantes de esta música, aunque para mí ha sido muy interesante, dicho sea de paso.

Esto en cuanto al fondo, porque en cuanto a la forma, quisiera hacerte notar dos cosas: la primera es que tengo entendido que los primeros párrafos de un capítulo no deben tener sangría, sí en cambio los siguientes. La segunda es un gazapo ortográfico que quizás podrías intentar corregir en una próxima edición. En la página 80, tercer párrafo, Matt dice a Henry y a Colin “Pero no os vayáis a pensar que os estaba expiando” en lugar de espiando.

Y una última duda: ¿quiénes son npc ediciones?

Enhorabuena, pues, por esta estupenda obra, de la que espero puedas vender muchos ejemplares.

Un fuerte abrazo.

Josep Mª


Obviamente, mi respuesta a las palabras de Josep Mª no podía ser otra distinta que de profundo agradecimiento. En primer lugar, por haber confiado, una vez más, en mi capacidad como autor, y, en segundo, por haberse tomado la molestia de dedicarme parte de su tiempo en trasladarme sus impresiones.

Me gustó mucho eso que dice de Solo empezar a leer la novela, se nota a la legua que tú eres el autor”. Me gustó leerlo porque una de las cosas más difíciles para un escritor consiste en encontrar “su estilo”, ese estilo particular e inconfundible que le distingue de otros autores, máxime teniendo en cuenta que mi novela transita en un terreno bien diferente al desplegado en mis anteriores libros de relatos. El hecho de haber logrado mantener mi sello ayudará a que aquellos lectores habituados a mis relatos no se vean “en tierra extraña”.

Otra de las cosas que me hizo notar Josep es la duración de los capítulos, no demasiado largos. Mi respuesta a este respecto fue que eso era debido a dos factores para mí fundamentales: mi labor de corrección casi enfermiza y mi pasión por cierta clase de literatura anglosajona, poco dada a los excesos lingüísticos y la retórica y más orientada a la concisión y la síntesis. Ya lo decía Baltasar Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Cierto es que he tenido un buen maestro en Bukowski, cuyos textos parecen cortados a cuchilla. Dejando a un lado su lenguaje obsceno y faltón, y sus habituales salidas de banco, lo considero uno de los mejores narradores que yo jamás haya leído.

Me pregunta Josep cuánto de mí hay en Henry, el protagonista de mi novela. He de decir que Josep no ha sido el único en plantearme esta duda. Como autor, soy de los que sostiene que en cada personaje que creo hay algo de mí, bien de manera consciente como inconsciente. Otra cosa que solemos hacer habitualmente es adjudicarles a nuestros personajes rasgos de personas de nuestro entorno, o de personas que hemos tratado en el pasado. Yo, por ejemplo, siempre que escribo sobre un villano le adjudico características de todos mis exjefes. De ahí que me salgan unos malos cojonudos.

Sitúa Josep en el haber de la balanza el que el exceso de referencias a discos y artistas de rock de los 60 y 70 que se reparten a lo largo y ancho de la novela, tal vez le pueda llegar a resultar aburrido a alguien a quien no le guste este género musical.

Creedme si digo que esa fue una de mis grandes preocupaciones a la hora de plantear la novela, pues para mí resultaba primordial dejar bien claro la pasión que el protagonista de mi novela siente por esta clase de música y por este periodo concreto de la historia, lo cual le lleva a tomar la crucial decisión de encerrarse en su casa y no querer volver a salir de ella por el resto de su existencia. En este sentido he de apuntar que, además de Josep, hasta el momento he recibido otras dos opiniones de otras tantas lectoras a las que, según me confesaron, no les gusta el rock en absoluto, y que, a pesar de ello, disfrutaron de la historia y los personajes. En ese sentido al menos, misión cumplida.

También me hace notar Josep de una errata localizada en una página concreta del libro. Como digo en el apartado de “agradecimientos” del libro, con mención especial a mi correctora, ya puedes leer mil veces el mismo texto que casi siempre se te acabará colando una errata, a las que un antiguo compañero mío en la revista Moon Magazine, el profesor de literatura y escritor Néstor Belda, solía referirse como “moscas”. Pues eso, a pesar de leer mil veces el mismo texto, al final acabó colándoseme esa jodida “mosca”. Por cierto, ya he subsanado el error y he resubido los archivos corregidos a la plataforma Amazon, tanto en la versión papel como en digital. Aprovecho para pedir disculpas a aquellos de vosotros que hayáis comprado el libro “mosca incluida”.

Otra duda que me plantea Josep es la relativa a la norma de no aplicar sangría a la primera línea del primer párrafo de cada capítulo. A este respecto he de decir que, tal y como he tenido ocasión de comprobar, esta norma o regla es algo opcional, ya que tengo libros de editoriales de primer orden que la aplican y otras que no. A mí personalmente me gusta aplicar sangría en la primera línea de cada capítulo, pues estéticamente lo veo más atractivo a mis ojos. Cuestión de gustos, supongo.

Por último, Josep me hace una pregunta relacionada con la misteriosa inclusión en mi libro de NPC Ediciones.

¿Quienes son NPC Ediciones? ¿Son una editorial de nuevo cuño por la que he firmado un contrato de edición y distribución? ¿Es una editorial de mi propiedad? ¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¿Es Superman en calzoncillos rojos y zapatillas de andar por casa surcando los cielos y contribuyendo al calentamiento global con sus pedos?

Pues no. No es ninguna de esas cosas. NPC Ediciones es simplemente una broma privada que tiene mucho que ver con mi admiración por Frank Zappa. La historia viene de lejos, de mediados de los años 60 concretamente. Por esa época, un jovencísimo Zappa, por entonces líder de los Mothers, solía enviar a las discográficas maquetas de sus trabajos, con intención de lograr un contrato de grabación con alguna de ellas. Sin embargo, la mayoría de las veces la respuesta de las discográficas era un NO rotundo, acompañado de la frase “No Potencial Commercial”, es decir, “sin potencial comercial”. De ahí el acrónimo NPC.

Teniendo en cuenta mi escaso éxito comercial hasta el momento —un día de éstos voy a vender más que el Ken Follet y la J.K. Rowling juntos, y os vais a enterar de lo que vale un peine—, resulta que un día, mientras escribía mi novela, se me ocurrió gastarme una broma a mí mismo y reírme de mi realidad, y decidí publicar mi nuevo libro bajo el amparo de la editorial ficticia NPC Ediciones, es decir, Ediciones Sin Potencial Comercial. En fin, misterio resuelto.


Para finalizar este post, quisiera agradecer públicamente a Josep Mª Panadés su generosidad y su amistad, al permitirme hacer públicas sus impresiones sobre este nuevo trabajo, además de por hacerme llegar la foto que acompaña a este post, posando tan feliz con su ejemplar de Un rockero de andar por casa. Gracias, Josep.

Y gracias a todos los que, sin saber vuestros nombres, habéis adquirido, o pensáis hacerlo, un ejemplar de alguno de mis libros. Sólo espero que la inversión os merezca la pena, pues la cosa no está como para tirar el dinero.

Un abrazo.