Sexta semana de
confinamiento. Ánimo, ya queda menos.
Siguiendo la recomendación
de mi amiga Rosa Berros Canuria, hace un par de días me gocé
los cuatro episodios de la miniserie de Netflix Unorthodox,
que, traducida al español, viene a significar algo así como “nada
ortodoxa”.
La serie está basada en la
novela autobiográfica Unorthodox. The scandalous rejection of
my hasidic roots (Nada ortodoxa. El escandaloso rechazo de
mis raíces judías), escrita por Deborah Feldman.
Personalmente recomiendo
verla en su versión original subtitulada. No por una cuestión
elitista. De hecho, soy de los que, si me dan a elegir, prefiero ver
las pelis y series en su versión doblada al español (de España).
Si recomiendo ver esta serie en VOSE es por una mera cuestión de
pragmatismo, ya que es la mejor manera de no perderse en la maraña
dialéctica yiddish, que conforma el grueso de la trama.
La serie narra la historia
de Esther, una joven nacida y criada en una comunidad ultraortodoxa
judía (Williamsburg) de Brooklyn, la cual, siguiendo la tradición,
acepta contraer matrimonio concertado con el hijo menor de un
próspero joyero judío. La joven, abrumada por el peso de la
tradición y bajo la permanente intromisión de su suegra y los
miembros de su comunidad, siente cómo va ahogándose cada día más
y más en un matrimonio que no la satisface. Eso, unido a una
historia familiar compleja, que hace que esa misma comunidad que se
jacta de acogerla y protegerla no dude en señalarla como «un bicho
raro», empujan a la joven a tomar la decisión de abandonar a su
esposo y huir de la comunidad, incluso del país, rumbo a Berlín,
donde vive su madre, a la que no ve desde que la abandonó a los dos
años de nacida.
Y como no quiero estropearle
la experiencia a nadie, no desvelaré nada más de la trama.
Lo diré sin ambages: la
serie es maravillosa. Absolutamente recomendable. Yo la vi de un
tirón en una tarde. Sumados los cuatro capítulos, apenas llegan a
las cuatro horas.
La fotografía es excelente,
con una iluminación tenue que incide con milimétrica eficacia en la
sensación de ambiente hermético y asfixiante de la comunidad. Casi
notas como falta el aire en cada rincón o estancia.
Desde mi punto de vista, el
montaje lo considero todo un acierto. Al no ser lineal, es decir, contar una historia de principio a fin siguiendo un orden
cronológico, el hecho de que la narración esté salpicada de
flashbacks nos ayudan a entender, y hasta sentir en primera
persona, la sensación de asfixia que empujan a Esther a hacer lo que
hace.
La actriz que interpreta a
Esther, la protagonista de la historia, se llama Shira Haas. Confieso
que no la conocía en absoluto, y su interpretación me ha calado muy
hondo. Abrumado por lo que acababa de experimentar busqué algo de
información en Internet, y encontré un par de líneas en referencia
a su soberbia interpretación en Unorthodox.
Sheena Scott, de Forbes,
opina que Hass «ofrece una interpretación increíble, llena de
sutileza, en la que refleja tanto los instantes de felicidad como la
lucha interior constante del personaje, sin necesidad de palabras».
Por su parte, James Poniewozik de The New York Times describió
a Haas como «un fenómeno de expresividad y magnetismo».
Coincido plenamente con
ambas opiniones. Sin grandes aspavientos, ni histrionismos
innecesarios, algo que se suele dar mucho en nuestro cine, esta chica
muestra una paleta de sentimientos y emociones que consigue traspasar
la pantalla. Ni sé la de veces que ha logrado ponerme la piel de
gallina en determinadas escenas. Incluso no he podido evitar soltar
algunas lágrimas, como la escena en el primer capítulo en el que
Esther asiste de incógnito al ensayo de una orquesta de jóvenes
estudiantes en el conservatorio de música de Berlín.
He de señalar que la música
clásica tiene un peso muy importante en la trama, por motivos que se
desvelarán al final de la serie. Cada vez que anda la música de por
medio te sientes invadido por idéntica emoción a la que experimenta
Esther, lo cual me ha resultado un valor añadido a una experiencia
ya de por sí emocionante.
Contemplar los ojos bañados
en lágrimas de Esther mientras escucha a los estudiantes en el
conservatorio ejecutando a Bach, o a un coro de jóvenes en una
iglesia entonando una pieza de Mendelssohn, consigue erizarte la piel
y contagiarte su emoción; y todo ello sin decir una sola palabra. No
hizo falta. Su rostro, sus ojos, su cuerpo menudo y frágil se
encargan de hablar por ella.
Para finalizar, me gustaría
dejar una pequeña reflexión en torno a la religión, que es uno de
los temas principales de la trama. En un momento de la serie, el
marido de Esther, sorprendido por la inteligente réplica que su
esposa le esgrime para rebatirle uno de sus retrógrados argumentos,
le grita ahogado por la impotencia: «¡Las mujeres no pueden leer el
Talmud!». El Talmud es el libro sagrado de los judíos, algo así
como La Biblia para un católico.
Esto me hizo preguntarme:
¿por qué todas las religiones, al menos las que conozco, tratan a
las mujeres como seres inferiores? Este pensamiento, arcaico y
retrógrado en grado sumo, encierra en sí mismo una sorprendente
paradoja, pues, aún tratando a la mujer de ser inferior, al mismo
tiempo la temen. ¿No será que los inferiores son ellos, que se
afanan por ocultar su más que evidente inferioridad bajo capas y más
capas de autoridad?
Desde niños nos enseñan en
las escuelas que fue Eva quien convenció a Adán de pecar contra
Dios, y que Adán, incapaz de resistirse al poder de seducción de
Eva, optó por caer en la tentación. Dando por hecho que todo eso es
cierto, y que ocurrió tal y como nos lo cuentan, yo os pregunto,
¿quién es el inferior en esta historia? Yo lo tengo claro. ¿Y tú?