Hacia el final de su libro
de memorias Groucho y yo, el gran Groucho Marx contaba
la siguiente anécdota: «Estaba paseando por State Street de
Chicago, cuando una pareja de mediana edad se acercó y empezó a dar
vueltas a mi alrededor. Pasaron ante mí dos o tres veces,
examinándome como si yo fuese un extraterrestre. Finalmente, la
señora, vacilante, se acercó y me preguntó: “¿Es usted, verdad?
¿Es usted Groucho?”. Asentí con la cabeza. Entonces ella me tocó
tímidamente en el brazo y dijo: “Por favor, no se muera. Siga
viviendo siempre”».
Me encanta esa anécdota. Y
comparto el sentimiento de la señora. Hay artistas a los que admiro,
que me han dado tantos motivos para disfrutar y valorar el hecho de
estar vivo, que uno desearía que no muriesen nunca, que viviesen
para siempre en una especie de limbo eterno en el que ni la muerte,
ni la enfermedad, ni la tristeza por la pérdida de los seres
queridos, pudiese afectarles jamás.
Ayer, como hago cada día,
accedí a la edición online de uno de mis periódicos de cabecera. Y
al hacerlo me encontré con la triste noticia del fallecimiento de
Terry Jones, uno de los miembros fundadores de los Monty
Python.
Los que me leéis
habitualmente, o hayáis comprado alguno de mis libros, sabréis de
mi admiración por los Python. Los sigo desde principios de los años
80, cuando, siendo yo un chaval, un amigo me narró en un parque de
nuestro barrio la película entera de La vida de Brian.
Casualmente, mi amigo se llamaba igual que yo, si bien a él lo
apodaban Perico, apodo por el que era conocido en el barrio y
en el colegio de EGB al que ambos acudíamos.
Aún recuerdo las risas mías
mezcladas con las suyas mientras me iba narrando la película escena
por escena. En aquellos años, la tradición oral era algo que se
estilaba mucho. Hay que tener en cuenta que en aquellos años,
principios de la década de los 80, a Canarias sólo nos llegaba un
canal de televisión, mientras en la península llevaban tiempo
disfrutando de un canal adicional llamado UHF; y aún faltaba mucho
tiempo para que a nuestros hogares llegase ese maravilloso invento
llamado Internet.
Aquel día, el día que
Perico me contó de principio a fin la peli de los Monty Python,
surgió en mí una necesidad imperiosa de ver aquella maravillosa
película, que monté en mi cabeza a partir de las descripciones de
mi amigo. Por desgracia, él la había visto en un Cineclub de pase
único; es decir, adquirían la peli, la exhibían una única vez y
la devolvían a la productora.
Me pasé años soñando con
el día que al fin pudiese ver aquella peli. Y, años más tarde, ese
día al fin llegó. Lo hizo de manos de mi padre. A mediados de los
años 80, él y un socio habían montado un videoclub. Yo, que
entonces contaba con 15 ó 16 años, me atiborraba de películas los
fines de semana, pues entre semana estudiaba en el instituto por la
mañana y por la tarde iba con mi padre a echar una mano al
videoclub.
En aquellos fines de semana,
yo me llenaba una bolsa de plástico con unas cinco o seis pelis, que
me veía entre el sábado por la noche y el domingo.
Un día, etiquetando las
novedades, me encontré con la carátula de La vida de Brian
en su “versión doblada al español por primera vez desde su
estreno”. Porque, y esto no lo he dicho, la versión que había
visto mi amigo Perico unos años antes, había sido la versión
original con subtítulos en castellano.
Así que me la llevé a
casa. Y aquella misma noche me la puse en el vídeo VHS que teníamos
instalado en el cuarto de la tele.
Yo, que no hacía mucho
acababa de descubrir el cine de Woody Allen —la primera
película suya que vi fue Sueños de un seductor—,
encontré ciertos paralelismos entre el humor de Allen y el de los
Monty Python. Para empezar, ambos usaban el surrealismo y el
absurdo en sus obras. Y eso, unido a los gags visuales y los diálogos
repletos de referencias históricas y culturales, hizo que me hiciese
devoto de aquella manera tan particular de hacer arte. Al fin le
encontraba utilidad a lo aprendido en la escuela —por cierto, a las
nuevas generaciones os diría que no os quejéis tanto, porque seguro
que a vosotros no os obligan a estudiaros la aburrida lista de los
reyes godos. Puff, ¡qué peñazo!—.
Años más tarde,
aprovechando una emisión de madrugada en TVE, conseguí grabar en
una cinta VHS la segunda peli de los Monty Python que vi,
titulada El sentido de la vida, dirigida, al igual que
La vida de Brian, por Terry Jones. Aún me parto
de la risa cada vez que me viene a la cabeza la escena del hospital y
la famosa “máquina que hace bing”. Jajajaja, ¡qué grandes, por
Dios!
Con el paso de los años, he
podido ir haciéndome con mi pequeña colección de DVD's de Monty
Python, a los que suelo recurrir en esos días en que necesitas
“escapar de la realidad”. Su humor es imperecedero. Y no sólo
eso, sino incluso premonitorio. ¿Sabíais que la palabra spam,
que sirve para definir todo el contenido basura que pulula por
Internet, la inventaron ellos para uno de sus sketches de su serie de
TV Monty Python Flying Circus?
Otra curiosidad relacionada
con los Python es que, a finales de los años 80, en el
videoclip de Can I play with madness, de la banda de
heavy metal Iron Maiden, actúa por última vez Graham
Chapman, uno de los miembros más queridos del grupo, que
fallecería prematuramente, con 48 años, apenas unos meses más
tarde.
Por cierto, me he permitido
buscar en Youtube el vídeo del hilarante panegírico que su amigo y
compañero de grupo, John Cleese, le dedicó en su funeral, y
que finalizó con una emocionante versión de la canción de Eric
Idle Always look on the bright side of life,
precisamente la canción con la que se cierra esa obra maestra del
cine de humor surrealista y filosófico que es La vida de
Brian.
Sabía desde hace tiempo por
la prensa que Terry Jones estaba muy enfermo. Lo sentí mucho el día
que leí aquellos artículos que hablaban de su cruel enfermedad que
afectaba a su memoria. Y, casualidades de la vida, no hace ni una
semana que, curioseando por la red, encontré un artículo acompañado
de una foto en la que se le veía posando en su casa con su viejo
amigo y compañero en los Python, Michael Palin. Aquella foto
me resultó entrañable, pues en ella se atisba el aprecio que Palin
profesaba por su viejo amigo.
Ayer, una amiga me enviaba
un mensaje con un enlace a la noticia que informaba del fallecimiento
de Jones. De vuelta, le escribí a mi amiga algo así: «Lo
acabo de leer en la prensa. Al leer la noticia lo he sentido como si
se me hubiese ido alguien cercano».
Y es cierto. Aunque nunca lo
traté, con su muerte he sentido que se me ha ido un viejo y
entrañable amigo al que hacía tiempo que no veía.
Descansa en paz, querido
Terry Jones. Gracias por haber existido. Y si es verdad que
existe un Más Allá, por favor, dale un fuerte abrazo de mi parte a
Graham Chapman.
Y no olvidéis nunca mirar el lado amable de la vida...