martes, 25 de septiembre de 2018

GRACIAS, ALICIA GONZÁLEZ (Y A TU HIJO)



Este año (2018) me mantuve ausente del blog y las redes sociales durante casi cinco meses. Suficiente como para ganarme a pulso el olvido entre la gente que seguía mis publicaciones en el blog y que, de algún modo, se sintieron decepcionadas al no ver ninguna actualización en todo ese tiempo.
Lo confieso: temí que mi regreso fuese un sonoro fracaso, una especie de grito en el desierto ante una audiencia inexistente.
Sin embargo, he de decir que la respuesta de los lectores y visitantes del blog fue realmente esperanzadora. Muchos no sólo no me habían olvidado, sino que se alegraban de verdad por mi regreso.
Recibí muchos mensajes de apoyo y bienvenida. Algunos públicos, mediante comentarios en el blog; otros privados, a través de e-mails; y otros en mensajes insertados en alguna de las publicaciones que yo mismo había subido a las comunidades de Google Plus que tengo añadidas a mi perfil de usuario.
Uno de esos mensajes decía lo siguiente: «Un placer leerte de vuelta, Pedro Fabelo. Espero que tu libro entre pronto en aguas mediterráneas y tengamos noticias de él. Un abrazo fuerte».
El mensaje lo firmaba Alicia González.
Yo recordaba a una lectora del mismo nombre con la que había tenido mucho trato en los inicios del blog, allá por 2014 ó 2015, hasta el punto de que esa misma lectora acabó adquiriendo un ejemplar de mi primer libro de relatos.
Mi duda estaba en saber si se trataba de la misma Alicia o era otra persona. La duda venía a cuento porque había cambiado el avatar de su perfil, y eso me causaba confusión. Y como no me parecía justo limitarme a dar las gracias a alguien confundiéndola con otra persona, decidí asegurarme antes. Así que le escribí un mensaje preguntándole si era la Alicia que yo conocía de aquellos primeros tiempos del blog. Su respuesta no se hizo esperar: «Síiiiiiii. Soy yo».
Su confirmación dio pie a que le escribiese en privado, a fin de brindarle la oportunidad —como hago siempre— de, si lo deseaba, hacerme llegar sus impresiones acerca de la lectura de mi libro, además de una foto que colgaría en la galería de AMIGOS Y LECTORES que tengo habilitada en el blog.
Del intercambio de correos que vino después surgió su compromiso de hacerme llegar unas líneas y una foto.
A los pocos días, me llegó el texto prometido:

«Hola, Pedro.
Tuve tu libro más tiempo del que se merecía aguardando el momento propicio para leerlo, hasta que una frase en él me hizo ver que había estado equivocada. Tenía que haberlo metido en el bolso y llevarlo a todas partes para evitar esas “conversaciones de sala de espera”.
Por cierto, el relato de los abuelos por ver quién se moría más y mejor me acompaña en cada conversación —de abuelos y no tan abuelos— con toda esa gente que te encuentras en las salas de espera de los Centros de Salud o los hospitales, retándose los unos a los otros por ver quién tiene la “dolencia” más grave y está peor de lo suyo.
El de Tarzán ni te cuento; y el de la pareja que se “manda al fresco” después de discutir por ver quién de los dos quería más a quién, de verdad, no tiene precio.
Te digo más: tu libro está plagado de relatos que lees y te da el golpe de risa sin que lo puedas evitar. Pero quizás lo más interesante, y fascinante, es darte cuenta que a la vuelta de la esquina tienes a todos tus personajes cobrando vida ante tus narices. Increíble pero cierto.
¿Y qué me dices del cuento del “aterrizaje lunar”? Jajajajaja
Me gustó mucho tu libro, de verdad de la buena, y es cierto que te debo la foto. En cuanto mi fotógrafo personal —mi hijo de quince tacos— me haga un hueco en su apretada agenda —ayer le dije que tenía que currarse una foto para tu blog—, nos ponemos a ello y te la hago llegar.
Para mí también ha sido un placer leerte de nuevo, y saber por ti que sigues con tus proyectos.
Te deseo el mayor de los éxitos, y que algún día no muy lejano nos informes de tus firmas de libros por las librerías de muuuuchas ciudades”.

A los pocos días, recibí un nuevo correo con el siguiente texto:

«Hola, Pedro.
Te agradezco muchísimo el detalle de subir la foto al blog. Si te la hubiese enviado allá por 2015, seguro que no habría tenido ni la cuarta parte de disparate, ilusión y risas que lleva impresa en píxeles ocultos esta que te hago llegar adjunta al presente correo. Todo sucede por alguna razón, ¿no?
Ayer tuve la tarde libre y le dije a mi hijo: “Échate la cámara a cuestas que tenemos un trabajo importante que hacer”.
Se comió el coco un rato, hasta que dijo: “¡Lo tengo! El libro tiene que levitar”. A lo que yo respondí: “Ok. Levítalo pues. A ver cómo conseguimos hacer magia y que todos los personajes de Pedro no salgan volando con la “levantera” que está cayendo.
El caso es que aquí tienes el resultado. Los dos —modelo y fotógrafo— esperamos con mucha ilusión que te guste. Por cierto, para tu tranquilidad, te confirmo que todos tus personajes volvieron a casa sanos y salvos. Palabra».

Y aquí tenéis la foto que Alicia y su hijo me hicieron llegar:


Al verla, lo primero que pensé fue: «Mi libro está tan contento por la espectacular acogida que cosecha allá por donde va, que hasta levita de puro gozo».

Y ahora en serio.
Yo, ya lo he dicho muchas veces, no me canso de agradecer vuestra complicidad para con este proyecto que llevo años construyendo. Constatar de primera mano el cariño y la generosidad con la que acogéis mi trabajo es de lo mejorcito de este oficio, tan ingrato a veces.
Atrás, muy atrás, quedan las horas de soledad, de duro trabajo y dedicación casi enfermiza; la frustración que te provoca el hecho de no saber cómo continuar o rematar una historia o idea que llevas macerando en tu sesera durante semanas, cuando no meses, e incluso años.
Todo eso queda más que compensado cuando alguien que te ha leído te dice: «Tío, me encanta como escribes».
Por todo ello, sólo tengo palabras de agradecimiento y gratitud hacia todos los que, demostrando generosidad, adquirís cualquiera de mis libros.
Mil gracias.

Un abrazo, a todos y todas.



martes, 18 de septiembre de 2018

¡QUÉ GRANDE ES EL CINE! 2ª Parte

Anda que no es bobo el "tibupulpo" ni ná. Puestos a comerse a alguien, mejor una rubia semidesnuda que un turista gordo en calcetines y sandalias.


La semana pasada os hablaba en este post de esas cosas un pelín molestas que nos solemos encontrar en determinadas pelis o series.
Obviamente, dependiendo del género, podemos tomarnos esas pequeñas inconveniencias como un aliciente extra a la hora de disfrutar de una buena peli. O una mala peli; porque, aunque no os lo creáis, las pelis malas también proporcionan placer. De hecho, existen festivales dedicados exclusivamente a la serie B, e incluso a la serie Z. Por la letra ya os podéis hacer una idea de lo malas malísimas que son. Y porque no hay más letras en el abecedario, ya que hay algunas que se merecerían un abecedario para ellas solas (Sharknados, Castores zombies y Tibupulpos aparte).

Pero este post no va de pelis malas, no. Va de pelis supuestamente serias en las que se suelen observar “lugares comunes” que consiguen desvirtuar un pelín su calidad.
Y no me refiero a que se cuele un micro en mitad del plano, o que a un soldado de la Roma Imperial se le vea exhibiendo sin el más mínimo pudor un reloj de pulsera; por cierto, memorable la escena de Peter Sellers haciendo de extra patoso en esa maravilla del séptimo arte titulada The party, que en este bendito país nuestro (España) se tradujo como El guateque, escrita y dirigida por ese grandísimo maestro de la comedia que fue Blake Edwards. Ni sé la de veces que habré visto esa película, y nunca falla: siempre acabo bebiéndome las lágrimas de los ataques de risa que me provoca.

El enorme Peter Sellers en una de sus más excelsas interpretaciones: Hrundi V. Bakshi, posiblemente el extra cinematográfico más desastroso (y desquiciante) de la Historia del Séptimo Arte.

Cuando hablaba de “lugares comunes” me refería más bien a esas “cagadas” que se les suelen colar a los montadores (ejem), y que, de tantas veces que las hemos visto, ya ni nos llaman la atención y hasta las damos como válidas —como a aquel colega fatiga del anuncio que se empeñaba en que sus amigos aceptasen “pulpo” como “animal de compañía”, so amenaza de llevarse consigo el dichoso juego de mesa y dejarlos a todos con un palmo de narices cual Sheldon Cooper del tres al cuarto.
Así pues, os dejo con la segunda parte de este pequeño recorrido por esos “lugares comunes” que tantas y tantas tardes de gloria nos ha brindado.

9 ) Peinados de mármol y maquillajes imperecederos.
¿Cuántas veces hemos visto a una actriz recién despertada en la cama, se supone que tras una noche durmiendo y/o retozando entre las sábanas, y la tía está perfectamente peinada y maquillada?
Y yo me pregunto: ¿es que el maquillaje del cine va con una capa de barniz encima para que no se corra ni se estropee, ni tampoco manche las sábanas o la almohada?
Y esas permanentes que se gastan algunas deben ser la leche. En serio. Más de una pagaría por un peinado así, anti-almohadas, ¿a que sí?

10 ) ¿Para qué usar las llaves si tienes una tarjeta de crédito?
¡La de veces que hemos visto abrir una cerradura con una tarjeta de crédito! Intentadlo en la vida real. Ya veréis, ya. Os vais a enterar.
¡Cuánto daño ha hecho McGiver, carajo!

11 ) Las peleas con orden, seamos civilizados.
Situación: un protagonista se enfrenta a un pelotón de malotes. Él es uno. Ellos son siete; por lo menos. Se pelean. ¿Atacan los malos malotes todos juntos? ¡No, por Dios! ¿Acaso somos salvajes? De uno en uno y en fila. Que el bueno tenga tiempo de patearles el culo y recuperar la posición.
¡Siguiente!
(Esto va por ti, Chuck Norris. Y por ti, Steven Seagal. Ya me gustaría veros peleando con una banda de siete tíos atacando a la vez. A los dos se os caería el peluquín que lleváis clavado con remaches a la calva. ¡Steven, hijo mío, si resulta que tienes más pelo ahora con sesenta tacos que cuando tenías veinticinco!).

Lo de este tío no es normal: provoca tanto miedo allí por donde pasa que hasta su pelo ha decidido regresar a su cabeza por temor a que se enfade. Atila al lado de este tío, un mindundi.

12 ) Setenta y dos ojos, por lo menos.
Dos personajes subidos en un coche en marcha. Uno de ellos conduce. Los dos mantienen una conversación. El conductor se pasa el 99% de la conversación mirando a su interlocutor. Aún así no se salta ni un stop, ni un semáforo en rojo, ni atropella a nadie, ni sufre un accidente.
¿Será un coche de esos de atracción de feria que van sujetos a un rail? Porque, de lo contrario, no se entiende.
Ni una ardilla pillan, los tíos.
        A esta gente les sobran los puntos del carnet, fijo. Tienen pa' dar y regalar.

13 ) Pon la tele, por favor.
Yo no sé en otros países pero aquí, en España, hay en abierto como unos veintidós o veintitrés canales. Eso sin contar los canales autonómicos y las plataformas de pago.
¿Cuántas veces hemos visto en una peli que alguien llama por teléfono a otro y le dice: «Pon la televisión. Te interesará ver lo que dicen»? Y el tío va, pone la tele, y justo sale el canal que decía el de la llamada de teléfono. Y no sólo eso, sino que, además, la noticia empieza justo en el punto interesante del asunto, como si el presentador del programa de noticias estuviese esperando a que el interesado de turno haya encendido la tele. Sólo le falta decir: «¿Qué? ¿Ya? ¿Empiezo? Ok. Hoy en Pasadena han matado a un hombre...».

14 ) Hablando de westerns (las pelis del "oeste" de toda la vida).
Cuando un cowboy llega adonde quieren llegar deja el caballo atado a un poste en mitad de la calle. Ojo, la misma brida rodeando con un par de vueltas un simple poste de madera. ¿Y ya está? ¿Nadie roba el caballo? ¿Acaso tienen alarma antirrobo? ¿Será que el caballo, si ve que alguien que no es su dueño intenta llevárselo, avisará a su legítimo propietario con relinchos? ¿O ahuyentará al ladrón a base de pedos? 

"¡Eh, Johnny, que se te lleva el caballo la grúa!"

15 ) Y esos sombreros de vaquero, oiga...
Cabalgan a toda leche con esos sombreros y no se les salen disparados con la fuerza del viento. ¿Es que los tienen pegados con cola a la cabeza o qué?
El que inventó esos sombreros se haría de oro fabricando peluquines para Chuck Norris y Steven Seagal, ya te lo digo yo.

Ahora bien, como digo una cosa digo la otra: la mayoría de las veces, cuando una película me gusta, me meto tanto en ella que estos pequeños fallitos ni me llegan a molestar. Es más, no es hasta la tercera o cuarta visualizada cuando empiezo a darme cuenta de estas “deliciosas cagadas”. Y es que, aún sabiendo que lo que ocurre en la pantalla es todo mentira, ¿quién no es capaz de emocionarse ante una intensa historia de amor o un drama de esos que te dejan hecho mierda por unas horas, incluso por unos días o semanas? Porque, y esto es una teoría mía, todos, quien más quien menos, necesita emocionarse de vez en cuando, soltar lastre, echar fuera ese sentimiento que te oprime el pecho y no te deja respirar. ¿O no?
En fin, seguro que vosotros tenéis algunos ejemplos más de esas pequeñas cosas bastante irritantes que suelen suceder en vuestras pelis favoritas. Me encantará conocerlas a través de los comentarios.
Un abrazo.
Ah, ¡y viva el cine!, aunque sea mentira.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

¡QUÉ GRANDE ES EL CINE! 1ª Parte

¡Con lo gigantescos que parecen esos bichos en el cine! Y luego no tienen ni media bofetada.

Me gusta el cine. Adoro el cine. Muchos de mis mejores recuerdos los tengo asociados a momentos relacionados con el cine, ya sea en salas de exhibición como en mi propio hogar, viendo cine en vídeo o DVD.
Sin embargo, justo es reconocer que el cine, en esencia, es una gran mentira. Resulta que los grandes palacios de la Roma Imperial son de cartón piedra, con listones de madera colocados a modo de soporte en la parte que no se ve; o que esa peli que te muestra una batalla épica con un millón de contendientes de ambos ejércitos resulta que, en realidad, sólo eran medio centenar de extras copiados y multiplicados por ordenador; o que ese terrorífico Alien de casi tres metros es una marioneta de unos pocos centímetros. Por no hablar de la nave del Imperio al inicio de La Guerra de las Galaxias; la misma que tarda como tres días en pasar de un lado al otro de la pantalla, lo cual te hace una idea de sus gigantescas dimensiones. Lo más probable es que la maqueta original cupiese en una bolsa de supermercado.
En definitiva: todo en el cine es mentira.
Ahora bien, asumiendo esto, hay ciertas cosas con las que no puedo, y que me cuesta mucho tragarme. Resumiré algunas.

1 ) Que el protagonista encuentre aparcamiento libre en la puerta de su casa aún tratándose de una gran ciudad como Nueva York, Londres o París.
Es que ni siquiera dan una vuelta a la manzana para buscar sitio lo más cerca posible de su piso o apartamento. Simplemente llegan y hay un hueco enorme delante de su bloque de apartamentos, un hueco tan grande que ni siquiera hace falta dar marcha atrás, sino que metes el coche de morro y aparcas tan ricamente oyes. Menudo chollo, ¿no?
En la ciudad donde yo vivo, hasta para buscar aparcamiento en la periferia de la periferia tienes que dar más rodeos que un político en una rueda de prensa explicando dónde y cómo consiguió su máster.

A ver quién es el guapo que encuentra plaza de aparcamiento gratis en un sitio así. Y a la primera. 

2 ) Que en las pelis americanas de los setenta y ochenta se dejen las puertas y las ventanas de los automóviles abiertas como si nada y que sus propietarios se vayan tan tranquilos a hacer lo que tengan que hacer.
Haced la prueba. Pillad cualquier peli de los setenta y ochenta en la que alguien llegue a un sitio en coche y observad. En el 99,9% de los casos llegan, abren la puerta —que ya tiene la ventanilla bajada—, salen del coche, cierran la puerta y lo dejan todo tal cual, sin bajar la ventanilla, ni pasar la cerradura, ni pulsar el botoncito del mando a distancia para bloquear o inmovilizar el vehículo. Simplemente cierran la puerta y se largan. Incluso en barrios chungos.
¡Olé tus...!
Y yo que a veces tengo que volver sobre mis pasos y comprobar que he cerrado correctamente el coche por aquello de ir pensando en mis cosas. Qué cosas, tú.

3 ) Que lleguen a una casa / apartamento / dúplex y que las luces del interior estén encendidas aún no habiendo nadie en casa.
O una de dos: o el precio de la electricidad en EEUU está tirado, o tienen unas bombillas súper mega guays que duran un huevo y no se gastan, y que encima no consumen nada de nada. Olé por ellos. Aquí cargar el móvil o la tablet ya te sale por un ojo de la cara. Y el precio de la luz sigue subiendo, oiga. Y la caradura y avaricia de algunos que yo me sé, ni te cuento. 

4 ) Que una pareja cualquiera haga el amor salvajemente y, a continuación, ella se tape su desnudez con las sábanas.
A ver, que yo me entere. Acabáis de «hacer el amor», de echar un kiki, de hacer cochinadas en todas las posturas imaginables —esto incluye ante / bajo / sobre / en / entre todo tipo de enseres y mobiliarios varios—, y, de repente, ¿acabáis y os entra el pudor repentino? No lo entiendo. Un consejo: igual deberíais «hacer el amor» con la luz apagada y las cortinas echadas, no vaya a ser que os cortéis en mitad del acto y se os joda —perdón, «se os estropee»— el revolcón.

No hace falta que te tapes, Meryl. ¿O acaso crees que el bueno de Alec no lo ha visto todo y más y puede rememorarlo cuantas veces quiera? Sólo tienes que verle la cara de felicidad que tiene el tío imaginando lo que acaba de ver.

5 ) El malo de la peli, antes de matar al bueno, le cuenta su plan secreto para hacerse con el control del mundo.
¿De verdad hace falta? ¿De qué le va a servir al malo contarle su plan al bueno si se lo va a cargar en ná? ¿Y al bueno? ¿De qué le sirve que le cuentes tu plan si la va a palmar? Es más, yo soy el bueno y el malo me tiene atado y bien atado y me está apuntando con un arma y empieza a soltarme la chapa y soy capaz de ponerme en plan: «¡No quiero oirlooooooooo! ¡Aaaaaaaaaaa! ¡Eeeeeeeeeeeee! ¡Blablablablablablabla!».
¿Por qué? Por joder. Total, me va a matar, que se meta su plan de mierda por donde le quepa.

6 ) Un grupo de amigos pasa un fin de semana en una cabaña y un psicópata se los va cargando uno a uno.
A ver, gente, tomad nota: si pasáis un fin de semana en una cabaña a tomar por culo de cualquier civilización y notáis algo raro: por ejemplo, uno de vuestros colegas/amigos/amigas aparece muerto en extrañas circunstancias —troceado con un hacha o desmembrado por una sierra mecánica, por ejemplo—, ¡tíos, no os separéis! Y si el listo de turno dice: «Que uno vaya abajo, otro arriba, otro rodee la casa, otro vaya al granero, y otro vaya a pedir ayuda», sencillamente mandadlo al carajo. Y gritadle bien clarito: «¿Es que eres tonto o eres tonto? ¡Todos juntos, leches!».

7 ) En las discotecas de las pelis se puede hablar sin levantar la voz.
¿No os mosquea eso? Dos personas, en una discoteca, la música a tope, la gente bailando o bebiendo alrededor, y estos dos hablando tan ricamente, como si nada, en la barra, y con un tono de voz normal. ¡Venga ya, tío!
No sé a qué discotecas o pubs o bares va esta gente, pero yo, en mis años de pubs o bares —discotecas pisé poco, la verdad; nunca fue mi rollo—, para poder hablar y que te entendiesen tenías que gritar más que Ian Gillan en el climax del Child in time; y para poder escuchar bien lo que te decía tu interlocutor/ra, o una de dos: o pegabas la oreja a la boca del susodicho o susodicha o bien te hacías un curso para leer los labios, porque de lo contrario no te enterabas de nada.

-Que digo yo, guapo, que luego podríamos ir a mi apartamento si eso.                   
-Vale. Iré. Pero sólo si al llegar tienes las luces encendidas. Que si no me da miedito.

8 ) ¿De qué hablan entre plano y plano?
Situación: vemos un par de personajes hablando de un tema determinado mientras pasean por la calle. Y la cosa, más o menos, va así:
Le he dado vueltas al caso de Johnny Frusciante. Christine no pudo ser la asesina. Hice que comprobaran las huellas...
De repente, cambio de secuencia. Los mismos personajes están en el interior de un apartamento, cómodamente sentados en el sofá y tomando café:
¿Y? —dice el otro.
Pues que según los del laboratorio las huellas no coinciden. No son las de Christine.

Vale. Examinemos la cosa. Resulta que los tipos han entrado en el vestíbulo de un edificio, han esperado un ascensor o subido por las escaleras, han abierto la puerta del apartamento, han entrado, se han puesto cómodos, el propietario del apartamento ha preparado una cafetera, la ha puesto al fuego, ha hecho café, lo ha servido en un par de tazas, le ha añadido leche y/o azúcar, se han sentado y han continuado con la conversación justo donde lo habían dejado veinte minutos antes.
Y yo me pregunto: ¿Es que no han hablado en todo ese tiempo? ¿En serio? ¿De verdad se han tirado veinte jodidos minutos en silencio desde la calle hasta el momento de sentarse en el sofá para seguir la conversación? Vaya, qué incómodo, ¿no?

Hay más cosas que me mosquean en el cine o las series de televisión. Pero ésas os las contaré la semana que viene.
Por cierto, que sepáis que mi blog es de cartón piedra.


miércoles, 5 de septiembre de 2018

¿HOLA? ¿HAY ALGUIEN?

Fotograma de la película "Dersu Uzala (El Cazador)" de Akira Kurosawa

Saludos, gente.
Me encanta esta forma de saludar, refiriéndome a mis interlocutores, es decir, todos vosotros, con la denominación de “gente”. Recuerdo la primera vez que se lo oí decir al protagonista de la película Dersu Uzala (El cazador), dirigida por Akira Kurosawa. Una delicia de película, por cierto. 
A lo que iba.
Hace muuuucho tiempo que no asomaba el hocico por estos lares. Mi última entrada tiene fecha del 17 de abril. O sea, que han pasado casi cinco meses desde mi última publicación.
Cinco meses de ausencia en este mundo tan cambiante de los blogs es mucho tiempo. El año pasado, sin ir más lejos, me vi obligado a ausentarme unos seis meses por mi vieja enemiga la ciática. Aquel parón me costó perder un 80% de las visitas que recibía habitualmente en el blog.
Sí, sí, has leído bien: perdí un 80% de visitantes. Testado.
Lo mires como lo mires, perder un 80% de lectores es un golpe muy duro para alguien como yo: un autor autopublicado que carece del apoyo de una editorial detrás.
Pero no sólo dejé el blog a un lado, no; también me ausenté de las redes sociales, indispensables hoy día para la promoción de un escritor profesional o aspirante a serlo.
¿Y a qué se debió el parón? Os pondré en antecedentes.
En enero de este año —2018— se me presentó una interesante oportunidad que no quise dejar escapar: asistir como alumno a un curso de Montaje y Postproducción de Audiovisuales.
El curso tenía una duración total de cinco meses —comenzaba en marzo y no finalizaba hasta julio—, completándose con unas prácticas en empresas del sector del audiovisual.
No me lo pensé dos veces: quería hacerlo. Y lo hice.
Como sabéis quienes me leéis habitualmente, por aquel entonces —febrero de 2018— andaba metido de lleno en la corrección y maquetación de mis dos próximos lanzamientos, a publicar antes de finalizar este año.
Inicialmente mi idea consistía en compaginarlo todo, pero no tardé en darme cuenta de lo difícil de mi empresa. Ya no tengo veinte años, y mi capacidad multitarea se ha visto sensiblemente mermada en los últimos años. Y encima soy un tío. Y como bien sabéis vosotras, chicas, los tíos no estamos genéticamente diseñados para hacer dos cosas a la vez. De hecho, dependiendo de a qué mujer le preguntes, ni siquiera estamos genéticamente diseñados para hacer una sola cosa. Salvo que esa única cosa consista en estorbar y poner de los nervios a las féminas de nuestro entorno.
Así que, asumiendo mi doble tara de tío y viejuno, decidí centrar mis esfuerzos en aquellas facetas de mi vida que requerían más atención y dedicación, y posponer para más adelante la corrección y maquetación de mis libros.
Esa decisión también afectó a mi blog, ya que no tardé en advertir que mi pobre cabecita no daba para tanto trajín.
Yo soy un escritor de digestión lenta. Es decir, que necesito mi tiempo para pensar y desarrollar mis ideas. Puedo escribir la idea base de una historia en unos pocos minutos. De hecho, cuando me viene una idea a la cabeza necesito escribirla lo antes posible para no olvidarla (recuerdo un refrán que solía citar un viejo profesor que tuve: “Más vale un lápiz corto que una memoria larga”). Luego, una vez escrita esa idea, preciso de tiempo y dedicación para desarrollarla, pulirla y sacarle brillo. Me considero más un “reescritor” que un “escritor”.
En fin, para no aburriros: el curso acabó hace un mes aproximadamente, y hasta hace unos días estuve de prácticas en una empresa del sector del arte y el diseño digital y la postproducción de audiovisuales.
Volviendo a mis proyectos...
Mi idea es concluir cuanto antes la maquetación del tercer libro de relatos —que ya llevo bastante avanzado—, y una vez acabado subirlo a la plataforma de Amazon y encargar el ejemplar físico de prueba, que tarda en llegarme en torno a mes o mes y medio —me lo trae un tío que viene a nado desde EEUU. Pero tranquilos, el ejemplar viene envuelto en una bolsa de plástico a prueba de tiburones—.
Una vez en mi poder el ejemplar en papel —seco y reluciente—, procederé a echarle un último y concienzudo vistazo para asegurarme que todo está como debe estar: perfecto.
No digo con esto que mis libros sean perfectos, porque no lo son. Pero lo que sí os puedo asegurar es que respeto muchísimo a mis lectores. Y ellos lo saben. No en vano, me enorgullece poder decir que muchos de ellos —la mayoría— no han dudado en seguir comprando mis libros una vez se han hecho con alguno de los volúmenes de la colección. Estoy absolutamente convencido de que si estuviesen plagados de faltas de ortografía, con una sintaxis penosa o una maquetación deficiente, ni uno solo de ellos habría repetido la experiencia.
Creedme: yo jamás pondría a la venta algo que yo mismo no compraría.
Mi objetivo desde que me embarqué en esta incierta aventura de la autoedición fue, y sigue siendo, convertirme en escritor profesional; es decir, en alguien que vive del oficio de escribir y se dedica a ello profesionalmente. Y para ello, resulta de vital importancia cuidar hasta el más mínimo detalle relativo a tu carrera. De nada sirve tener muy buenas ideas si luego no sabes presentarlas adecuadamente.
Debes trabajar tu marca, dejarte el alma en cada cosa que decidas publicar, pensar en seducir al lector con cada nueva propuesta que decidas presentarle, y no tomarte demasiado a la ligera ninguno de los aspectos que rodean a esta maravillosa aunque exigente profesión.
Tomarte en serio o no este oficio puede marcar la diferencia entre que te lean y que no te conozca ni el Tato. Por cierto, aprovecho para presentarme: «Hola, Tato. Soy Pedro. Encantado de saludarte».
En fin, que ya estoy de vuelta. Confío en que esta vez sea por mucho tiempo.
¿Y el blog? ¿Qué planes tengo para el blog?
Uhm, ¿qué tal si eso lo dejamos para la próxima semana?
Recordad, chicas: soy un tío. Y los tíos no podemos hacer dos cosas a la vez.
Un abrazo, “gente”.