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Foto de Stanislav Kondratiev bajada de Unsplash |
Con
esta tercera y última entrega, dejo de dar la lata con los libros
que más me han marcado a lo largo —y ancho; e incluso alto— de
mi carrera como escritor que no vende un carajo. Palabrita del
Niño Jesús.
Allá
vamos...
11
“La tournée de Dios” de Enrique Jardiel Poncela
La
primera vez que tuve contacto con la literatura de Enrique Jardiel
Poncela fue en casa de unos amigos que eran hermanos. El mayor de
ellos era aficionado a la lectura y era normal encontrar libros desperdigados por los rincones de su cuarto, que
solía ser nuestro centro de operaciones.
A
mí, que soy de naturaleza curiosa, de vez en cuando me daba por
pillar alguno de aquellos libros y echarles una hojeada. En una de
estas cayó en mis manos un extraño libro de un autor español. Si
empleo el calificativo de «extraño» es
porque, en muchos sentidos, aquel libro se salía de lo normal.
Para
empezar, el libro estaba dedicado
«a Dios, que me es muy
simpático». Eso ya me
dio una primera pista de por dónde iban los tiros. La segunda pista
la encontré en los muchos dibujos, carteles e ilustraciones que
inundan las páginas del libro. Y la tercera y definitiva tenía que
ver con el orden —más bien desorden— de los capítulos, pues
aquel fascinante libro comenzaba justamente en el capítulo
20, al que le seguían el
capítulo 2
y el capítulo 4, y
así seguía, de manera totalmente aleatoria.
Creyendo
que se trataba de un error de imprenta abrí el libro por las
primeras páginas, con la esperanza de hallar en ellas una
explicación razonable a aquel desvarío. Y la encontré. En una
especie de advertencia al
lector, que oportunamente
llevaba por título ADVERTENCIA
IMPORTANTÍSIMA (que no hace falta leer),
el autor explica el porqué de su decisión de colocar los capítulos
en ese orden concreto, además de «a los lectores inquietos y de
imaginación ardiente, a los que les repugnará la forma en que los
capítulos están ordenados —o más bien desordenados—,
ofrecerles sendas alternativas de lectura; entre ellas, la de arrojar
el libro por un balcón».
Aquel
libro, el primero de ese estilo que caía en mis manos, me llamó la
atención al instante. Hasta ese momento yo pensaba que el humor no
tenía cabida en la literatura —más o menos lo mismo que piensan
algunos guardianes de las esencias literarias—, y aquello me supuso
toda una revelación.
Desde
el día en que abrí La tournée de Dios por primera vez,
siempre que iba a casa de mis amigos y tenía oportunidad, pillaba el
libro y le echaba un vistazo.
Años
más tarde, convertido ya en un lector enfermizo, adquirí mi propio
ejemplar de aquella magistral novela en una edición moderna que data
de 1989. Por fin la pude leer de un tirón, sin interrupciones, y
constatar que Enrique Jardiel Poncela, su autor, era un
auténtico genio del humor, al nivel de otros grandes como Groucho
Marx o Woody Allen.
12
“Cartero” de Charles Bukowski
No consigo recordar cómo llegué a Bukowski. Supongo que era un
nombre recurrente en la revista literaria que compraba entonces —años
90—, y que devotamente pillaba cada mes.
Lo
que sí recuerdo fue el primer libro suyo que leí: “Cartero”,
su novela autobiográfica que supuso su debut como novelista a los 49
años. Me costó 817 pesetas del año 1997. Lo sé
porque aún tiene la etiqueta con el precio en el dorso.
Aquella
novela me voló la cabeza. Nunca antes había leído algo como
aquello, con tanta crudeza, sin filtros. Aquellos textos parecían
cortados a cuchillo de lo hirientes y precisos que se mostraban.
Desde
luego, Bukowski no es un autor para todos los paladares. Ni él lo
pretendía. Aunque sospecho que, tras esa fachada de hombre duro
que pasa de todo y de todos y que todo se la trae al pairo, no se
diferenciaba de cualquier escritor que publica. Porque, como yo lo
veo, las motivaciones de cada uno para escribir pueden ser múltiples
y muy variadas, pero a la hora de publicar lo escrito todos buscamos
lo mismo: ser leídos.
En
“Cartero”, Bukowski narra sus experiencias durante
los doce años que pasó trabajando como empleado en una sórdida
oficina de correos de Los Ángeles. Su prosa es cruda y, en
ocasiones, desagradable, dejando entrever a un tipo desencantado con
la vida y con las gentes que encuentra a su paso. Sin embargo, no
resulta Bukowski un amargado que se recrea en su desgracia,
sino que, haciendo uso de un humor caustico, procura sortear los
envites de la vida y las circunstancias con litros y litros de
alcohol y mala baba.
Cuando
acabé de leer aquella primera novela sentí la necesidad de seguir
leyendo cosas de aquel tipo. Así que, poco a poco, me fui haciendo con
cuanto título suyo encontrase en las estanterías de mis librerías
favoritas. Por suerte para mí no me costó mucho trabajo pillarlos,
ya que Bukowski es de esos autores que se reeditan constantemente, y,
además, a precios asequibles.
Bukowski
puede ser soez, repulsivo, asqueroso y antipático —no seré yo
quien le niegue todo eso—, pero también es un excelente narrador,
capaz de condensar en unas pocas líneas lo que a otros escritores
les llevarían páginas y páginas de tediosas descripciones. Con una
certera frase hace un dibujo perfecto de un personaje: «El
jefe era un tío con cabeza de buey llamado Jonstone»; o de un
lugar: «En aquella casa de la colina rondaba la muerte. Lo supe el
primer día que empujé la puerta de persiana para salir al patio
trasero».
Alguien
muy sabio escribió una vez: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno».
Con Bukowski,
esa máxima se cumple a rajatabla. En sus libros no encontrarás
palabras de más.
13
“Frank Zappa y The Mothers of Invention” de Alain Dister
Me
apasiona la música rock. Sobre todo el rock de los 60's y
70's. Por eso, cada vez que cae en mis manos algún libro
relacionado con alguno de mis artistas favoritos lo suelo devorar
como un glotón de la palabra. Tratándose de rock y literatura soy
una especie de Triki, el monstruo de las galletas, sólo
que en vez de galletas devoro letras impresas.
Los
que se hayan leído mis libros sabrán de mi devoción por Frank
Zappa, uno de los creadores más originales y estrafalarios que haya
dado el siglo XX; y, si me apuran, diría que uno de los creadores
más originales y estrafalarios que haya dado cualquier siglo en
cualquier punto del Universo.
Además
de por su música, de Zappa me gusta su filosofía vital y su ética
de trabajo. Era un trabajador incansable que podía pasarse noches
enteras encerrado en el sótano de su casa remezclando cintas o
películas, componiendo música o escribiendo letras. Se mostraba
obsesivo en los detalles y muy exigente y riguroso con sus músicos,
a los que no dudaba en reprender o despedir ante cualquier acto de
indisciplina —Zappa odiaba las drogas, y no permitía que éstas
interfiriesen en su música—. Otro de los rasgos que más me gustan
de Zappa es su excepcional sentido del humor: caustico,
sarcástico, letal, y siempre muy beligerante con la estupidez, «ese
bloque básico sobre el que el Universo está construido».
El
problema que tengo con Zappa, por mucho que me duela
admitirlo, es su condición de autor minoritario en nuestro país. De
ahí que haya muy poco material suyo publicado en español. Así que
imaginad mi sorpresa el día que me encontré con este libro en una
tienda de discos que solía visitar en mis años mozos.
Lamentablemente esa tienda como tal ya no existe, al igual que mis
años mozos, que se fueron a hacer puñetas en cuanto pasé la
barrera de los 40. Snif.
En
este libro el autor, un joven periodista musical parisino que viaja a
mediados de 1966 a Los Angeles para cubrir la escena musical del
lugar, narra su encuentro fortuito con aquella panda de frikis. Hay
que decir que en los 60's el concepto «friki»
se empleaba para designar a la gente con aspecto y comportamiento
estrafalario. De hecho, el primer disco del grupo llevaría por
título Freak out,
que puede traducirse como «alucina» o «frikis fuera».
Resulta
cómico el primer encuentro del joven periodista con aquella panda de
tíos raros, ataviados con ponchos mejicanos, leotardos y botas de
montar encima, un atuendo de atleta de circo antiguo, o pantalones de
florecillas con camiseta a rayas. Y para rematar el cuadro, ahí
tenemos a Jimmy Carl Black, el «indio del grupo», ataviado con la
típica chistera cherokee y su pipa de madera pendida del labio.
A
partir de aquí, el autor indaga en la vida y milagros de aquella
banda de nombre más extraño aún: The
Mothers Of Invention. «Ya
sabes, como tu madre. Al principio nos llamábamos sólo The
Mothers, pero en vista de los
muchos problemas que teníamos para ser contratados en los locales
tuvimos que añadir lo de “las madres del invento” para que nos
dejasen en paz».
Al
frente de aquella panda de extraños personajes se encuentra un joven
prodigio que, gracias a su enorme talento y su visión única,
consigue convencer al resto de seguir su plan. Su nombre: Frank
Zappa.
Zappa,
autodidacta, perfectamente capaz de leer partituras, escribir sus
propias composiciones, tocar la guitarra y encargarse de la voz
solista, se erige en ideólogo del grupo. Bajo su mando, el grupo se
interna en una senda hasta entonces inexplorada, donde la música y
el absurdo se dan la mano.
Hacia
el final del libro se incluye un pequeño glosario con algunas de las
letras de canciones más representativas de Zappa
traducidas al español. Y como muestra del humor sarcástico de
Zappa, no me resisto a añadir este breve extracto de una de sus
canciones más celebradas, Don't eat the yellow snow:
Nanook-a,
no no
no
seas un esquimal malo
Ten
cuidado con los perros esquimales
y
no comas esa nieve amarilla
14
“Pájaro de celda” de Kurt Vonnegut
Para
ser sincero, tampoco recuerdo cuándo ni dónde compré este libro. Lo más
probable es que lo adquiriese en algún momento de los años 90's. Yo
compraba muchos libros por ese entonces. Leía como un poseso, y
necesitaba saciar mi sed de lecturas con nuevo material que echarme a
los ojos.
Cuando
compré este libro no conocía de nada al autor. Si lo compré fue
por una frase concreta de la sinopsis incluida en la contraportada:
«Una divertida y delirante sátira sobre el dinero —y lo que la
gente está dispuesta a hacer por adquirirlo y conservarlo—».
El
libro lo leí con mucho interés y fascinación. Se salía totalmente
de lo que llevaba leído hasta entonces. Recuerdo poco, ésa es la verdad. Confieso que soy de los que tienen tal batiburrillo de
lecturas en la sesera que a veces me cuesta discernir entre unas y
otras. No obstante, lo que sí puedo decir es que me gustó lo que leí, pues
seguí buscando cosas de este autor una vez liquidé la novela.
De
Vonnegut llevo leídas cuatro novelas. Y aunque las dos novelas suyas
que más he disfrutado han sido El desayuno de los campeones y
Matadero 5 —considerada por muchos como su mejor novela—,
le tengo un especial cariño a este Pájaro de celda, por ser
el primer libro suyo que leí.
15
“Yo, Claudio” de Robert Graves
Soy
viejuno. Pero eso ya lo sabéis. Fijaos si soy viejuno que soy de los
que pudo ver en la televisión el estreno de la serie Yo, Claudio.
Eso ocurrió a finales de los 70's.
De
aquella serie —que durante mucho tiempo la consideré “la mejor
serie de televisión de todos los tiempos”— llegué a comprar su
edición en vídeo VHS y posteriormente su edición en DVD. He de
decir que la Roma Imperial es una de mis épocas históricas
favoritas, y me encanta cualquier película que tenga que ver con ese
periodo. Incluso soy capaz de verme algún que otro péplum,
con aquellos decorados de cartón piedra y aquellos artistas
circenses de marcados músculos y limitadas dotes interpretativas que
las protagonizaban.
Todo
lo contrario ocurría en la serie Yo, Claudio, cuyo elenco
cuenta entre sus filas con grandísimos actores de prestigio,
encabezados por Derek Jacobi, en el papel de Claudio, Sian
Phillips, inmensa en el papel de la pérfida Livia, Brian
Blessed como César Augusto, o un jovencísimo John Hurt
en el papel de un desquiciado Calígula. Como curiosidad, señalar
que en la serie hace su aparición un joven Patrick Stewart ¡con
pelo!, en el papel de un retorcido jefe de la guardia pretoriana.
La
serie me gustó tanto que un día, leyendo los créditos, supe que
estaba basada en una novela, del mismo título, escrita por un tal
Robert Graves.
¿Y
qué creéis que hizo vuestro simpático escritor de humor
favorito? No lo sé. Preguntádselo a él cuando lo veáis. Lo
que sí sé es lo que hice yo: comprarme un ejemplar de Yo,
Claudio y de su continuación, Claudio el dios y su esposa
Mesalina.
Ambos
libros son tochos de más de 500 páginas cada uno. Sin embargo, su
lectura, como la comida basura, es sumamente adictiva. Una vez que
empiezas a leer y te sumerges en el mundo de intrigas y traiciones
palaciegas que rodean a los miembros de la corte imperial, no puedes
dejar de leer hasta conocer el final de la historia. ¡Y qué
historia, amigos míos!
Y
con intención de ir abriendo boca, os dejaré un breve extracto con
el inicio de esta sorprendente y maravillosa obra: «Yo,
Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico
Esto-y-lo-otro-y-lo-de-más-allá (porque no pienso molestarlos
todavía con todos mis títulos), que otrora, no hace mucho, fui
conocido por mis parientes, amigos y colaboradores como “Claudio el
idiota”, o “Ese Claudio”, o “Claudio el Tartamudo” o
“Clau-Clau-Claudio”, voy a escribir esta extraña historia de mi
vida».
Decidme
la verdad, con un inicio así, ¿no os entran ganas de seguir
leyendo?
Y
hasta aquí el repaso de los 15
libros que más me
han marcado en mi trayectoria
como lector y autor de mis propios escritos.
Espero
que os lo hayáis pasado bien repasando conmigo algunas de las
lecturas que me han formado como lector y escritor. Ya sé que no soy
un escritor conocido —a día de hoy, 1 de julio, sigue sin
conocerme el Tato—, pero eso no me ha desanimado. Pensad que a John
Kennedy Toole tampoco lo
conocía nadie cuando escribió La
conjura de los necios, y que
sólo obtuvo reconocimiento una vez muerto.
Yo,
lamento decepcionaros, pero si para ser reconocido he de morir antes,
pues, ¿qué queréis que os diga?, ¡que le vayan dando al
reconocimiento por donde amargan los pepinos! Prefiero seguir vivo y
disfrutando —leyendo o rascándome los sobacos— que estar criando
malvas.
Leed
y disfrutad, amigos y amigas.