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jueves, 16 de febrero de 2023

ESCRITORES COMPULSIVOS

 

Popurrí de algunas novelas escritas por Marcial Lafuente Estefanía

 

Hace muchos años mi madre me contó que mi abuelo, siendo ella una niña, era muy aficionado a leer aquellas novelas del oeste que se vendían en el estanco por cinco pesetas de entonces. Aquellas novelas, que llamaban “de a duro”, tenían la particularidad de que, yendo con ellas al estanco una vez leídas, las podías cambiar por otras nuevas por un módico precio —creo que a dos pesetas o así—. De este modo, siempre tenías nuevas historias para leer a un precio más reducido.

Gracias a este método mi abuelo llegó a leer incontables novelas del oeste, que era su género favorito, si bien también las había de corte romántico —donde sobresalía la prolífica escritora Corín Tellado—, o policíacas, escritas por autores españoles que solían firmar sus obras bajo seudónimo, a fin de darles un toque más “internacional”. Precisamente de esta práctica, tan utilizada en nuestro país a mediados del siglo pasado, da buena cuenta el recientemente desaparecido Alexis Ravelo en su novela La otra vida de Ned Blackbird.

Una vez le pregunté a mi abuelo por aquellas novelas. Yo mismo recordaba haber visto de pequeño alguna de ellas en su casa. La mayoría venían firmadas por un tal Estefanía.

 

Mi abuelo me contó que, en aquellos años de posguerra, lograba evadir la dureza de la vida gracias a la lectura compulsiva de aquellas novelas protagonizadas por cowboys de gatillo fácil, vastas llanuras en medio del desierto americano, indios que se pirraban por arrancar cabelleras de hombres blancos, y toneladas de whisky servido en vasos minúsculos en oscuros salones donde se jugaba al póker, se hacían trampas y se montaban pifostios día sí y día también. Tampoco faltaban en aquellas novelas de papel barato las abnegadas amas de casa enamoradas hasta las trancas de sus maridos —eso os dará una idea de lo viejunas que eran esas historias—, mujeres fatales capaces de llevar a la perdición al más incorruptible de los hombres, atracos a bancos —ahora son los bancos quienes nos atracan a nosotros, fijaos si ha cambiado el cuento—, políticos corruptos —anda, coño, en esto sí que nada ha cambiado—, y duelos al amanecer; o al atardecer; o al anochecer; o a la hora del té y las pastas; vamos, que no había hora del día o de la noche en que no se pegasen unos cuantos tiros.

"¿Qué dice este tío del gatillo fácil? ¿Por qué no le metemos un tiro por bocazas, muchachos?"

 

Para escribir este post busqué en Internet información acerca de ese “misterioso” Estefanía. Para ello entré en la Wikipedia, ese vasto pozo de conocimiento que muchos denigran y se empeñan en desprestigiar pero que a mí me resulta de lo más útil y funcional, ya que ofrece una ingente cantidad de información sobre los temas más variados de manera instantánea, de fácil acceso y gratuita gracias al esfuerzo y la generosidad de millones de voluntarios en todo el mundo. Soy consciente del uso perverso que algunos y algunas hacen de este maravilloso invento —de todo hay en la Viña del Señor—; pero, con todo, sigo pensando que la Wikipedia es, en esencia, una herramienta de una gran utilidad.

Gracias a la entrada de la Wikipedia dedicada a Estefanía supe que su nombre completo era Marcial Antonio Lafuente Estefanía. De formación autodidacta, este escritor español militó en el bando republicano durante la guerra civil española, por lo que, una vez acabada la guerra, pasó unos años en prisión.

Fue precisamente en la cárcel donde comenzó a escribir de manera compulsiva. «Empecé a escribir prácticamente en un rollo de papel higiénico. No tenía cuartillas, no tenía pluma; entonces decidí utilizar el lápiz y el papel de retrete», revelaría en una entrevista posterior.

Marcial Lafuente Estefanía en su despacho

 

Durante la guerra, el escritor y dramaturgo Enrique Jardiel Poncela le dio un consejo: «Escribe para que la gente se divierta, es la única forma de ganar dinero con esto». Personalmente opino que el de Jardiel es el mejor consejo del mundo para todo aquel que desee dedicar su vida al hermoso arte de contar historias. De hecho, soy de los que piensa que si yo no me divierto con lo que escribo, ¿cómo demonios puedo pretender divertir a quien decida leerme?

Con las palabras de su amigo siempre presentes, Estefanía buscó desde el principio la amenidad en su forma de escribir, prescindió de largas descripciones y trabajó los diálogos, a los que sazonó con unos modismos muy característicos y una acción disparada —lógico, tratándose en su mayoría de westerns. Este chiste es mío, por cierto. ¿A que es bueno? Tengo más, ¿eh? ¡Será por chistes!—.

Según se hace constar en la Wikipedia, Estefanía llegó a publicar, sólo del género western, unas dos mil seiscientas novelitas en formato octavilla de poco más de cien páginas cada una. Si hacemos una simple multiplicación, eso nos daría un total de 260.000 páginas. A mí esa cantidad me parece im-prezionante, como diría el bueno de Jesulín de Ubrique.

Colección de algunas de las muchas novelas escritas por Lafuente Estefanía

 

Este dato me hizo acordarme de otro escritor igual de prolífico, Andrew Offutt, del que supe a través del magnífico libro autobiográfico escrito por su hijo, Chris Offutt, bajo el título de Mi padre el pornógrafo, libro que leí y sobre el que escribí un artículo hace algunos meses en este mismo blog.

Ambos autores, Andrew Offutt y Estefanía, comparten un rasgo común, además de su pulsión a la hora de sentarse a escribir, y es que lograron transmitir su pasión por la escritura a sus hijos, ya que tanto el hijo de Offutt, Chris, como los hijos de Estefanía, Francisco y Federico, se convirtieron en escritores profesionales.

Me parece increíble el que alguien sea capaz de escribir más de dos mil libros. A mí, que hay días en que no se me ocurre nada sobre lo que escribir en el blog, me parece alucinante el que haya gente capaz de sentarse día tras día ante la máquina de escribir y dé salida a semejante cantidad de palabras. Para lograr esas cifras uno tiene que pasarse media vida encerrado en su lugar de trabajo, aferrado a una máquina de escribir, una pila de folios y un par de diccionarios, y pasarse la mayor parte del día escribiendo y la otra mitad imaginando historias, tramas, personajes, diálogos y giros argumentales.

A mí me gusta escribir, me gusta crear historias y personajes surgidos de la nada, en contraposición a la realidad, que muchas veces detesto. Y es que en el mundo del arte, que es, al fin y al cabo, el mundo de la imaginación, es donde más consigo disfrutar. Sin embargo, como mi queridísimo Woody Allen decía en uno de sus maravillosos chistes: «Detesto la realidad, prefiero la ficción a la realidad, aunque en el mundo real es en el único lugar donde poder conseguir un buen bistec».



miércoles, 14 de abril de 2021

LECTURAS DIVERTIDAS

 

Foto del escritor Enrique Jardiel Poncela


Alentado por mi amiga y colega Oana Frumuzache, escritora con varios libros publicados, he vuelto a retomar mi actividad como usuario de Goodreads.

Para quien no conozca o no esté familiarizado con Goodreads, decir que se trata de una plataforma de acceso y registro gratuito donde lectores de todo el mundo valoran y reseñan libros que han leído, ponen en conocimiento de sus seguidores los libros que están leyendo o los que forman parte de su lista de “pendientes”, sirviendo de guía o sugerencia a otros lectores interesados en esos mismos libros o autores.

Yo me abrí una cuenta hace algunos años, siguiendo la recomendación de otra buena amiga, Elena Álvarez, editora, autora teatral, escritora y bloguera, con la que estuve a punto de llevar a los escenarios de Madrid una pequeña selección de algunos de mis textos adaptados a formato teatral. Digo lo de que “estuve a punto” porque, promovido por una campaña de crowdfunding, a pesar de nuestros denodados esfuerzos —incluso hicimos un divertidísimo vídeo promocional—, al final no conseguimos reunir la cantidad mínima para sacar adelante el proyecto, con actores y técnicos profesionales. Una pena.

Volviendo a Goodreads, muchas cosas ocurrieron desde que abrí mi cuenta de usuario. Algunas realmente complicadas, en lo personal y lo profesional, lo que me llevó a suspender mi actividad en la citada plataforma.

Y, si bien he estado unos cuantos años sin actualizar mis lecturas en la citada plataforma, en ningún momento he dejado de leer, pues la lectura forma parte intrínseca de mi vida.

Así que, empujado por la reciente invitación de Oana, he vuelto a retomar mis reseñas en Goodreads.

Por cierto, si alguien está interesado en abrirse una cuenta allí, o simplemente echar un vistazo a curiosear, os dejo el enlace a la web:


www.goodreads.com


Y hablando de libros.

Como apuntaba anteriormente, este año y el pasado, conocido como “el año de la pandemia”, han sido en lo personal bastante prolíficos en lecturas. No sé la cantidad exacta de libros que habré leído en estos quince meses, pero han sido muchos, la verdad. Y, fiel a mi costumbre de alternar autores y temáticas, ha habido de todo, como en botica.

No obstante, dadas las especiales circunstancias que desde principios del año pasado parecen empeñadas en condicionar nuestro modo de vida, en esta ocasión he decidido centrarme única y exclusivamente en libros que rezuman buen humor entre sus páginas.

Concretamente hablaré de tres libros y tres autores.

1 “ESTO TE VA A DOLER”, de Adam Kay

Escrito a modo de diario, el autor —médico profesional durante varios años, hasta que un día decidió dejar la medicina para dedicarse a escribir guiones de cine y televisión— nos irá narrando en primera persona su personal travesía por el complejo mundo del Servicio de Salud Británico, desde el momento en que decidió cursar sus estudios de medicina hasta el último día que ejerció como médico, dejando atrás unos caóticos años de guardias y jornadas interminables, estrés a raudales y vivir permanentemente pendido de una especie de cuerda floja suspendida en el abismo del fracaso emocional en su relación de pareja con H, de quien no recuerda con exactitud las veces que la dejó colgada en cenas, aniversarios, cumpleaños, viajes o citas importantes, a fin de ocuparse de sus labores de médico especializado en ginecología en los diferentes hospitales donde ejerció.

A través de sus páginas, el doctor Kay nos irá poniendo al día de todos los pormenores que jalonan el acontecer diario en el caótico y frenético Sistema de Salud Británico. Conviene apuntar que en el Reino Unido disfrutan de un sistema de salud gratuito, similar al ofrecido en España. Eso, traducido al idioma del doctor Kay, básicamente significa tres cosas: trabajar mucho, vivir permanentemente exigido en tus funciones y cobrar poco. De hecho, tal y como el propio doctor se encarga de señalar, un empleado sin cualificación de un burguer cualquiera puede ganar lo mismo, en incluso más, que el propio doctor. Y no es coña.

Si bien la mayor parte del libro rebosa de un gran sentido del humor, el cual, en ocasiones, hará que se te salten las lágrimas de la risa, también hay lugar para el drama y la denuncia en torno a las pésimas condiciones laborales y el estrés continuo al que se ven sometidos los profesionales de la medicina en un país que, a pesar de engrosar esa grotesca lista de los llamados “países del primer mundo”, en ocasiones muestra vicios y malas prácticas que lo retrotraen a la edad de las cavernas.

A pesar de ciertos tramos especialmente duros y dramáticos, la tónica general es de un humor típicamente inglés, con mucha ironía, grandes dosis de sarcasmo y una clara tendencia a buscarle el lado positivo hasta a las situaciones más duras y comprometidas.

Una lectura muy recomendable que te hará pasar momentos francamente divertidos, y otros que te harán replantearte seriamente el hecho de traer hijos al mundo.

2 “HA VUELTO” de Timur Vermes

El arranque de esta sorprendente novela no puede ser más surrealista: en el verano de 2011, Adolf Hitler despierta, aturdido y desorientado, en un patio ajardinado de un barrio residencial de Berlín. A medida que va haciéndose con la situación, su desconcierto va en aumento, mientras ve con horror en lo que se ha convertido su querida Alemania. Nada de simbología nazi, ni rastro de la pomposa arquitectura del Tercer Reich, reina la paz, las calles están infestadas de extranjeros que hablan en lenguas extrañas, incluso existen negocios regentados por turcos, y, para su personal indignación, su querida Alemania está siendo gobernada por una mujerona rechoncha e insípida que parece directamente sacada de una granja bávara.

Tomado por un cómico satírico que se muestra inflexible en su determinación de no abandonar en ningún momento su papel de führer, el auténtico Adolf Hitler es acogido por un quiosquero que lo aloja en su puesto de revistas y le da comida y alojamiento gratis. Allí acaba siendo presentado a un empleado de un canal de televisión que ve en él una futura estrella de la comedia satírica. A partir de ahí, su ascenso a la fama resulta imparable, todo ello auspiciado por una serie de equívocos y malentendidos brillantemente llevados a cabo por el autor del libro, el escritor Timur Vermes.

La novela te atrapa una vez lo empiezas y, por momentos, no puedes evitar soltar la risotada, provocada por las salidas de banco de su protagonista, un confundido Hitler que no entiende porqué todo el mundo se ríe y se toma a chufla todo lo que él piensa y verbaliza totalmente en serio: su antisemitismo, su odio a los extranjeros y a lo que él considera “la amenaza de impureza de la sangre aria”, su beligerante actitud ante la tibieza de los políticos, etc.

Dejando a un lado los continuos golpes de humor gracias, en buena medida, a los equívocos que suscita un desconcertado Hitler, uno de los grandes aciertos de la novela son las continuas referencias a personajes y hechos históricos, lo cual dota de una cierta cohesión a la historia y aumenta la hilaridad en el lector.

Como anécdota, destacar que la novela se convirtió en todo un acontecimiento literario, no sólo en Alemania sino en toda Europa, hasta el punto de ser llevado a la gran pantalla con Oliver Masucci en el papel de Hitler.

Yo leí el libro primero y vi la película después. Y, aunque hay evidentes diferencias entre uno y otra, ambas obras son altamente recomendables.

3 “PARA LEER MIENTRAS SUBE EL ASCENSOR” de Enrique Jardiel Poncela

Hablar de Enrique Jardiel Poncela (Madrid, 1901-1952) es hablar de uno de los mejores escritores de humor de nuestro país (España). Su humor, de un ingenio y una inteligencia desbordantes, es uno de los más apreciados por este que os escribe; o sea, yo.

Según he podido leer en alguna biografía suya, Jardiel Poncela es uno de los miembros más destacados de la que se ha llamado «la generación inverosímil», hasta el punto de ser considerado como el renovador del humor español moderno. Su producción literaria es extensa. Pese a que se le conoce más como dramaturgo, escribió también novelas, cuentos, poesías, ensayos, artículos periodísticos y guiones cinematográficos. Dirigió películas y fue empresario teatral. Su humor vanguardista y cosmopolita creó escuela y dejó una impronta jardielesca en los humoristas posteriores.

Aparte de su obra creativa, Jardiel Poncela fue un teórico del humor, preconizó la superioridad de éste sobre el género dramático. Para él, la comicidad era uno de los frutos de la civilización. El humor surge de la inteligencia. Para poder entenderlo y apreciarlo en profundidad ha de poseerse una sólida cultura, una aguda sensibilidad, un buen conocimiento del propio idioma y una actitud sabia ante el mundo.

Suscribo al cien por cien su opinión acerca del humor literario.

De Jardiel Poncela me he visto dos obras teatrales en Madrid, Los habitantes de la casa deshabitada (con un Sazatornil imperial) y Usted tiene ojos de mujer fatal, y me he leído dos libros: La tournée de Dios y este que nos ocupa: Para leer mientras sube el ascensor.

La primera duda que se me presenta es cómo definirlo. Novela no es. Tampoco es un libro de relatos, aunque haya relatos en él. Entonces, ¿qué es?

Yo diría que es una especie de «cajón de sastre», en el que podrás encontrar de todo: cuentos, relatos, definiciones, artículos periodísticos, memorias, aforismos y poemas.

A continuación destacaré unas pequeñas pinceladas del estilo humorístico desplegado en el libro:


DEFINICIONES

Talento: Cosa que todo el mundo elogia pero que poca gente paga.

Neumático: Lo que se pincha.

Mayonesa: Lo que se corta.

Cuchillo de hotel: Lo que no pincha ni corta.


* * *

RELATOS:

Se fueron a almorzar a un restaurante donde les dieron huevos a la Malmaison, pollo con gelatina, crema de guindas, helado y un disgusto espantoso, porque la cuenta subió más que Napoleón después de la campaña de Italia.

* * *


Aquella mujer se llamaba... ¿cómo se llamaba? No lo recuerdo; pero sí recuerdo que sus padres eran de León.


* * *


Al abrir la puerta, la doncella le miró de arriba abajo: como se mira a los mendigos y a las estatuas griegas. En seguida se apresuró a decir:

No sé si el señor podrá recibirle...


* * *

No es higiénico usar cinturón.

Tampoco es higiénico usar tirantes.

Pero si no se usa una cosa u otra, el pantalón se cae; así es que hagan ustedes lo que quieran, porque llevar el pantalón a la rastra tampoco es higiénico.


* * *


CANTARES:


¿Que no sabes qué es amor?

¿Que no sabes lo que es cielo?

¿Que no sabes lo que es vida?

Pues, hijo, eres un ignorante.


* * *


Para concluir mi resumen/reseña de este libro, decir que, aún siendo una curiosa mezcolanza de diferentes disciplinas literarias, ofrece una lectura amena, con momentos de gran inspiración y otros de agradable lectura, donde se concentra una amplia muestra del enorme talento que atesoraba este gran escritor, del que, sin duda, seguiré leyendo más libros suyos.

Por último, y ya que de reír y pasarlo bien leyendo se trata, me permito recordaros que mis tres libros publicados hasta el momento aún siguen disponibles a través de las tiendas Amazon de todo el mundo. Y si no queréis errar el tiro e ir sobre seguro, os recomiendo que le echéis un vistazo a los adelantos gratuitos cuyos enlaces os detallo a continuación:


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Hala, adiós.





miércoles, 1 de julio de 2020

(ALGUNOS) LIBROS QUE ME HAN MARCADO Parte 3 y definitiva

Foto de Stanislav Kondratiev bajada de Unsplash

Con esta tercera y última entrega, dejo de dar la lata con los libros que más me han marcado a lo largo —y ancho; e incluso alto— de mi carrera como escritor que no vende un carajo. Palabrita del Niño Jesús.
Allá vamos...

11 “La tournée de Dios” de Enrique Jardiel Poncela
La primera vez que tuve contacto con la literatura de Enrique Jardiel Poncela fue en casa de unos amigos que eran hermanos. El mayor de ellos era aficionado a la lectura y era normal encontrar libros desperdigados por los rincones de su cuarto, que solía ser nuestro centro de operaciones.
A mí, que soy de naturaleza curiosa, de vez en cuando me daba por pillar alguno de aquellos libros y echarles una hojeada. En una de estas cayó en mis manos un extraño libro de un autor español. Si empleo el calificativo de «extraño» es porque, en muchos sentidos, aquel libro se salía de lo normal.
Para empezar, el libro estaba dedicado «a Dios, que me es muy simpático». Eso ya me dio una primera pista de por dónde iban los tiros. La segunda pista la encontré en los muchos dibujos, carteles e ilustraciones que inundan las páginas del libro. Y la tercera y definitiva tenía que ver con el orden —más bien desorden— de los capítulos, pues aquel fascinante libro comenzaba justamente en el capítulo 20, al que le seguían el capítulo 2 y el capítulo 4, y así seguía, de manera totalmente aleatoria.
Creyendo que se trataba de un error de imprenta abrí el libro por las primeras páginas, con la esperanza de hallar en ellas una explicación razonable a aquel desvarío. Y la encontré. En una especie de advertencia al lector, que oportunamente llevaba por título ADVERTENCIA IMPORTANTÍSIMA (que no hace falta leer), el autor explica el porqué de su decisión de colocar los capítulos en ese orden concreto, además de «a los lectores inquietos y de imaginación ardiente, a los que les repugnará la forma en que los capítulos están ordenados —o más bien desordenados—, ofrecerles sendas alternativas de lectura; entre ellas, la de arrojar el libro por un balcón».
Aquel libro, el primero de ese estilo que caía en mis manos, me llamó la atención al instante. Hasta ese momento yo pensaba que el humor no tenía cabida en la literatura —más o menos lo mismo que piensan algunos guardianes de las esencias literarias—, y aquello me supuso toda una revelación.
Desde el día en que abrí La tournée de Dios por primera vez, siempre que iba a casa de mis amigos y tenía oportunidad, pillaba el libro y le echaba un vistazo.
Años más tarde, convertido ya en un lector enfermizo, adquirí mi propio ejemplar de aquella magistral novela en una edición moderna que data de 1989. Por fin la pude leer de un tirón, sin interrupciones, y constatar que Enrique Jardiel Poncela, su autor, era un auténtico genio del humor, al nivel de otros grandes como Groucho Marx o Woody Allen.

12 “Cartero” de Charles Bukowski
No consigo recordar cómo llegué a Bukowski. Supongo que era un nombre recurrente en la revista literaria que compraba entonces —años 90—, y que devotamente pillaba cada mes.
Lo que sí recuerdo fue el primer libro suyo que leí: “Cartero”, su novela autobiográfica que supuso su debut como novelista a los 49 años. Me costó 817 pesetas del año 1997. Lo sé porque aún tiene la etiqueta con el precio en el dorso.
Aquella novela me voló la cabeza. Nunca antes había leído algo como aquello, con tanta crudeza, sin filtros. Aquellos textos parecían cortados a cuchillo de lo hirientes y precisos que se mostraban.
Desde luego, Bukowski no es un autor para todos los paladares. Ni él lo pretendía. Aunque sospecho que, tras esa fachada de hombre duro que pasa de todo y de todos y que todo se la trae al pairo, no se diferenciaba de cualquier escritor que publica. Porque, como yo lo veo, las motivaciones de cada uno para escribir pueden ser múltiples y muy variadas, pero a la hora de publicar lo escrito todos buscamos lo mismo: ser leídos.
En “Cartero”, Bukowski narra sus experiencias durante los doce años que pasó trabajando como empleado en una sórdida oficina de correos de Los Ángeles. Su prosa es cruda y, en ocasiones, desagradable, dejando entrever a un tipo desencantado con la vida y con las gentes que encuentra a su paso. Sin embargo, no resulta Bukowski un amargado que se recrea en su desgracia, sino que, haciendo uso de un humor caustico, procura sortear los envites de la vida y las circunstancias con litros y litros de alcohol y mala baba.
Cuando acabé de leer aquella primera novela sentí la necesidad de seguir leyendo cosas de aquel tipo. Así que, poco a poco, me fui haciendo con cuanto título suyo encontrase en las estanterías de mis librerías favoritas. Por suerte para mí no me costó mucho trabajo pillarlos, ya que Bukowski es de esos autores que se reeditan constantemente, y, además, a precios asequibles.
Bukowski puede ser soez, repulsivo, asqueroso y antipático —no seré yo quien le niegue todo eso—, pero también es un excelente narrador, capaz de condensar en unas pocas líneas lo que a otros escritores les llevarían páginas y páginas de tediosas descripciones. Con una certera frase hace un dibujo perfecto de un personaje: «El jefe era un tío con cabeza de buey llamado Jonstone»; o de un lugar: «En aquella casa de la colina rondaba la muerte. Lo supe el primer día que empujé la puerta de persiana para salir al patio trasero».
Alguien muy sabio escribió una vez: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno». Con Bukowski, esa máxima se cumple a rajatabla. En sus libros no encontrarás palabras de más.
13 “Frank Zappa y The Mothers of Invention” de Alain Dister
Me apasiona la música rock. Sobre todo el rock de los 60's y 70's. Por eso, cada vez que cae en mis manos algún libro relacionado con alguno de mis artistas favoritos lo suelo devorar como un glotón de la palabra. Tratándose de rock y literatura soy una especie de Triki, el monstruo de las galletas, sólo que en vez de galletas devoro letras impresas.
Los que se hayan leído mis libros sabrán de mi devoción por Frank Zappa, uno de los creadores más originales y estrafalarios que haya dado el siglo XX; y, si me apuran, diría que uno de los creadores más originales y estrafalarios que haya dado cualquier siglo en cualquier punto del Universo.
Además de por su música, de Zappa me gusta su filosofía vital y su ética de trabajo. Era un trabajador incansable que podía pasarse noches enteras encerrado en el sótano de su casa remezclando cintas o películas, componiendo música o escribiendo letras. Se mostraba obsesivo en los detalles y muy exigente y riguroso con sus músicos, a los que no dudaba en reprender o despedir ante cualquier acto de indisciplina —Zappa odiaba las drogas, y no permitía que éstas interfiriesen en su música—. Otro de los rasgos que más me gustan de Zappa es su excepcional sentido del humor: caustico, sarcástico, letal, y siempre muy beligerante con la estupidez, «ese bloque básico sobre el que el Universo está construido».
El problema que tengo con Zappa, por mucho que me duela admitirlo, es su condición de autor minoritario en nuestro país. De ahí que haya muy poco material suyo publicado en español. Así que imaginad mi sorpresa el día que me encontré con este libro en una tienda de discos que solía visitar en mis años mozos. Lamentablemente esa tienda como tal ya no existe, al igual que mis años mozos, que se fueron a hacer puñetas en cuanto pasé la barrera de los 40. Snif.
En este libro el autor, un joven periodista musical parisino que viaja a mediados de 1966 a Los Angeles para cubrir la escena musical del lugar, narra su encuentro fortuito con aquella panda de frikis. Hay que decir que en los 60's el concepto «friki» se empleaba para designar a la gente con aspecto y comportamiento estrafalario. De hecho, el primer disco del grupo llevaría por título Freak out, que puede traducirse como «alucina» o «frikis fuera».
Resulta cómico el primer encuentro del joven periodista con aquella panda de tíos raros, ataviados con ponchos mejicanos, leotardos y botas de montar encima, un atuendo de atleta de circo antiguo, o pantalones de florecillas con camiseta a rayas. Y para rematar el cuadro, ahí tenemos a Jimmy Carl Black, el «indio del grupo», ataviado con la típica chistera cherokee y su pipa de madera pendida del labio.
A partir de aquí, el autor indaga en la vida y milagros de aquella banda de nombre más extraño aún: The Mothers Of Invention. «Ya sabes, como tu madre. Al principio nos llamábamos sólo The Mothers, pero en vista de los muchos problemas que teníamos para ser contratados en los locales tuvimos que añadir lo de “las madres del invento” para que nos dejasen en paz».
Al frente de aquella panda de extraños personajes se encuentra un joven prodigio que, gracias a su enorme talento y su visión única, consigue convencer al resto de seguir su plan. Su nombre: Frank Zappa.
Zappa, autodidacta, perfectamente capaz de leer partituras, escribir sus propias composiciones, tocar la guitarra y encargarse de la voz solista, se erige en ideólogo del grupo. Bajo su mando, el grupo se interna en una senda hasta entonces inexplorada, donde la música y el absurdo se dan la mano.
Hacia el final del libro se incluye un pequeño glosario con algunas de las letras de canciones más representativas de Zappa traducidas al español. Y como muestra del humor sarcástico de Zappa, no me resisto a añadir este breve extracto de una de sus canciones más celebradas, Don't eat the yellow snow:

Nanook-a, no no
no seas un esquimal malo
Ten cuidado con los perros esquimales
y no comas esa nieve amarilla

14 “Pájaro de celda” de Kurt Vonnegut
Para ser sincero, tampoco recuerdo cuándo ni dónde compré este libro. Lo más probable es que lo adquiriese en algún momento de los años 90's. Yo compraba muchos libros por ese entonces. Leía como un poseso, y necesitaba saciar mi sed de lecturas con nuevo material que echarme a los ojos.
Cuando compré este libro no conocía de nada al autor. Si lo compré fue por una frase concreta de la sinopsis incluida en la contraportada: «Una divertida y delirante sátira sobre el dinero —y lo que la gente está dispuesta a hacer por adquirirlo y conservarlo—».
El libro lo leí con mucho interés y fascinación. Se salía totalmente de lo que llevaba leído hasta entonces. Recuerdo poco, ésa es la verdad. Confieso que soy de los que tienen tal batiburrillo de lecturas en la sesera que a veces me cuesta discernir entre unas y otras. No obstante, lo que sí puedo decir es que me gustó lo que leí, pues seguí buscando cosas de este autor una vez liquidé la novela.
De Vonnegut llevo leídas cuatro novelas. Y aunque las dos novelas suyas que más he disfrutado han sido El desayuno de los campeones y Matadero 5 —considerada por muchos como su mejor novela—, le tengo un especial cariño a este Pájaro de celda, por ser el primer libro suyo que leí.

15 “Yo, Claudio” de Robert Graves
Soy viejuno. Pero eso ya lo sabéis. Fijaos si soy viejuno que soy de los que pudo ver en la televisión el estreno de la serie Yo, Claudio. Eso ocurrió a finales de los 70's.
De aquella serie —que durante mucho tiempo la consideré “la mejor serie de televisión de todos los tiempos”— llegué a comprar su edición en vídeo VHS y posteriormente su edición en DVD. He de decir que la Roma Imperial es una de mis épocas históricas favoritas, y me encanta cualquier película que tenga que ver con ese periodo. Incluso soy capaz de verme algún que otro péplum, con aquellos decorados de cartón piedra y aquellos artistas circenses de marcados músculos y limitadas dotes interpretativas que las protagonizaban.
Todo lo contrario ocurría en la serie Yo, Claudio, cuyo elenco cuenta entre sus filas con grandísimos actores de prestigio, encabezados por Derek Jacobi, en el papel de Claudio, Sian Phillips, inmensa en el papel de la pérfida Livia, Brian Blessed como César Augusto, o un jovencísimo John Hurt en el papel de un desquiciado Calígula. Como curiosidad, señalar que en la serie hace su aparición un joven Patrick Stewart ¡con pelo!, en el papel de un retorcido jefe de la guardia pretoriana.
La serie me gustó tanto que un día, leyendo los créditos, supe que estaba basada en una novela, del mismo título, escrita por un tal Robert Graves.
¿Y qué creéis que hizo vuestro simpático escritor de humor favorito? No lo sé. Preguntádselo a él cuando lo veáis. Lo que sí sé es lo que hice yo: comprarme un ejemplar de Yo, Claudio y de su continuación,  Claudio el dios y su esposa Mesalina.
Ambos libros son tochos de más de 500 páginas cada uno. Sin embargo, su lectura, como la comida basura, es sumamente adictiva. Una vez que empiezas a leer y te sumerges en el mundo de intrigas y traiciones palaciegas que rodean a los miembros de la corte imperial, no puedes dejar de leer hasta conocer el final de la historia. ¡Y qué historia, amigos míos!
Y con intención de ir abriendo boca, os dejaré un breve extracto con el inicio de esta sorprendente y maravillosa obra: «Yo, Tiberio Claudio Druso Nerón Germánico Esto-y-lo-otro-y-lo-de-más-allá (porque no pienso molestarlos todavía con todos mis títulos), que otrora, no hace mucho, fui conocido por mis parientes, amigos y colaboradores como “Claudio el idiota”, o “Ese Claudio”, o “Claudio el Tartamudo” o “Clau-Clau-Claudio”, voy a escribir esta extraña historia de mi vida».
Decidme la verdad, con un inicio así, ¿no os entran ganas de seguir leyendo?

Y hasta aquí el repaso de los 15 libros que más me han marcado en mi trayectoria como lector y autor de mis propios escritos.
Espero que os lo hayáis pasado bien repasando conmigo algunas de las lecturas que me han formado como lector y escritor. Ya sé que no soy un escritor conocido —a día de hoy, 1 de julio, sigue sin conocerme el Tato—, pero eso no me ha desanimado. Pensad que a John Kennedy Toole tampoco lo conocía nadie cuando escribió La conjura de los necios, y que sólo obtuvo reconocimiento una vez muerto.
Yo, lamento decepcionaros, pero si para ser reconocido he de morir antes, pues, ¿qué queréis que os diga?, ¡que le vayan dando al reconocimiento por donde amargan los pepinos! Prefiero seguir vivo y disfrutando —leyendo o rascándome los sobacos— que estar criando malvas.
Leed y disfrutad, amigos y amigas.