martes, 24 de enero de 2023

REPASO LITERARIO A 2022 (Parte 2)

 

 

Continúo con mi repaso a mis lecturas de 2022.

Reconozco un déficit en literatura rusa clásica. Aún no he leído nada de los grandes maestros rusos como Dostoievski, Chéjov, Tolstoi o Gogol. Hace un par de años lo intenté con Mijail Bulgákov y su celebrada El maestro y Margarita, un libro que circuló bastante entre la juventud británica de los 60, entre ellos, Mick Jagger y David Bowie, pero lo dejé tras un par de capítulos. Igual me pilló en un mal momento.

Otro fracaso similar lo experimenté la vez que intenté leer Doctor Zhivago, de Boris Pasternak. También lo dejé antes de acabar el primer capítulo. Aunque tengo un vago recuerdo de aquella experiencia —ocurrió hace como veinte años—, lo que más me costaba era el tema de los nombres y apellidos de los personajes que intervienen en la novela. Que si Yuri Andréyevich Zhivago por aquí, que si Larisa Fiódorovna Guichard por allá, y que si Antonina Aleksándrovna Gromeko y Pável Pávlovich Antípov por acuyá, acabó por dejarme tan perdido como Jerry Seinfeld y su pandilla en el episodio del aparcamiento del Centro Comercial.

Y si bien la magnífica adaptación cinematográfica que David Lean hizo de Doctor Zhivago es una de mis películas favoritas de todos los tiempos, el libro me resultó un poco rollo. Aún así, un día de estos lo volveré a intentar con Pasternak y Bulgákov.

Dicho esto, mi única aproximación a la literatura rusa ha sido a través de dos autores contemporáneos: Sergei Dovlatov y Andrei Kurkov. Del primero me he leído hasta el momento dos novelas: Los nuestros y La maleta.

Sergei Dovlatov

En Los nuestros encontré pequeños chispazos de genialidad, con un humor muy de mi agrado, con mucha ironía. Como muestra, reproduzco el siguiente pasaje del libro: «La vida había hecho de mi primo un delincuente. Creo que tuvo suerte. Si no, se hubiera convertido, sin duda, en un alto funcionario del Partido».

En lo concerniente a La maleta, aún tratándose de un libro autobiográfico, al igual que Los nuestros, la encontré más redonda, más fluida en su discurso. Vamos, que la disfruté más. Miraré por ahí a ver si encuentro algo más de este interesante autor.

De Kurkov me leí El jardinero de Ochakov, una adictiva y sorprendente novela, de ritmo ágil y vertiginoso, con viajes en el tiempo de telón de fondo que te mantiene enganchado desde la primera hasta la última página. Muy recomendable.

Reinaldo Arenas

En 2022 también descubrí a Reinaldo Arenas, fantástico escritor cubano del que leí con avidez y entusiasmo creciente El portero —magnífica y adictiva alegoría—, lo que me llevó a meterme de lleno en su Antes que anochezca —impactante libro autobiográfico donde muestra en su crudeza el horror y el desengaño que sobrevino a la revolución castrista de 1959—. En cartera tengo un par de títulos más suyos pendientes de leer.

Otro autor que descubrí en 2022 fue Roald Dahl, famoso por ser el autor de Charlie y la fábrica de chocolate. De Dahl me leí tres libros de relatos: Historias extraordinarias, Génesis y catástrofe y El librero. Para mi gusto el mejor de los tres es el último. El resto alterna cuentos muy buenos con otros más bien normalitos. En cualquier caso, me pareció un autor interesante del que seguiré leyendo más cosas suyas.

Otro grato descubrimiento fue el de Alan Bennett, un escritor teatral británico que tiene en su haber la publicación de varias novelas cortas. Descubrí a este autor gracias a la magnífica película La dama de la furgoneta, protagonizada por la incombustible Maggie Smith, una de esas secundarias de lujo que tanto lustre dan a cualquier producción donde participen.

La película, una deliciosa comedia, narra la historia real de Miss Shepherd, una anciana de misterioso pasado que vive encerrada en una furgoneta de su propiedad que estaciona en la calle y que, por avatares del destino, acaba recalando en el pequeño jardín de Alan Bennett, un joven escritor un tanto timorato que sufre con estoicismo los ataques verbales de la irascible y respondona anciana. Cuando acabé la película, que me dejó un magnífico sabor de boca, busqué el libro, adquirí un ejemplar y lo leí de un tirón —apenas sobrepasa las 100 páginas—, dejándome igual de maravillado que la peli. Tanto el libro como la peli son una auténtica delicia. Tan grato me resultó el estilo desplegado por Bennett que me tiré de cabeza a otro libro suyo: Dos historias nada decentes. Si bien este último no me resultó tan redondo como La dama de la furgoneta, su lectura me proporcionó buenos momentos igualmente.

Fotograma de la película "La dama de la furgoneta", con una estelar Maggie Smith

En 2022 me propuse leer libros de autoras que se declaran abiertamente feministas, a fin de entender un poco más ese mundo que tan ajeno me resultaba. En mis manos acabaron cuatro títulos y, honestamente, aunque me abrieron los ojos a una realidad distinta a la mía, no llegué a empatizar con ese mantra permanente que parece prevalecer en buena parte del feminismo actual y que podría resumirse en una frase: Hombre malo, mujer buena.

Ni todos los hombres son malos ni todas las mujeres son buenas. Como en cualquier grupo demográfico, “hay de todo en la viña del Señor”. Lo que no vale es elegir mal a tu compañero de viaje (estoy bastante hasta las narices de escuchar a mujeres en apariencia inteligentes manifestar sin tapujos “es que a mí los que realmente me atraen son los malotes”), y luego, cuando el chulito de turno te sale como te sale, soltar el topicazo “es que todos los tíos son iguales”. Pues no. No todos los tíos somos iguales. Y sí, cuando eliges mal, no está de más admitir tu error y decir “me equivoqué”. Por cierto, los tíos también nos equivocamos cuando elegimos a mujeres que no nos convienen en absoluto, y no por ello estamos legitimados para soltar tan alegremente “es que todas las tías son iguales”. Si un tío se equivoca al elegir pareja, el fallo es suyo y no del género femenino en su conjunto.

Los libros que leí fueron No soy ese tipo de chica de Lena Durham —irregular—, Monólogos de la vagina de Eva Ensler —por momentos, brillante, y esclarecedor—, Yo, puta de Isabel Pisano —excesivamente maniqueo, para mi gusto—, donde la autora recoge testimonios de prostitutas que narran sus experiencias con clientes, la mayoría hombres horribles y repulsivos, y Hambre de Roxane Gay, estremecedor relato de una chica aquejada de sobrepeso —llegó a pesar 261 kilos—, que come de manera compulsiva decidida a afear al máximo de sus posibilidades su propio cuerpo, debido al rechazo que le provoca su propia sexualidad tras haber sufrido una violación en su adolescencia.

Por lo leído en esos libros, y en algún que otro artículo periodístico de Rosa Montero o Elvira Lindo, la conclusión a la que llego es que no se puede extrapolar la experiencia de una única mujer convirtiéndolo en un rasgo común y distintivo a todo un género. Y esto vale para ambos sexos. Ni las unas son todas buenas ni los otros son todos malos. Y viceversa.

Mención aparte merece Paul Auster y su recopilación de Ensayos completos, libro que, como ya escribí en un post publicado en este mismo blog, está escrito con una prosa muy cuidada y elegante, y donde el autor no desaprovecha la más mínima oportunidad de declarar abiertamente su amor por la literatura. Precisamente, gracias a la pasión que derrama Auster en las páginas de su libro, descubrí a otro interesante autor, Joe Brainard, del que adquirí su interesante y original Me acuerdo, libro que leí (y disfruté) entre lecturas, ya que se trata de un libro bastante peculiar en su composición. En este libro Brainard va hilando recuerdos y vivencias de su pasado, y lo hace en frases cortas o pequeños párrafos de apenas dos o tres líneas. Lo original de su propuesta es que todas las frases comienzan con “Me acuerdo de...”.

Os dejo algunos de esos recuerdos tomados al azar:

Me acuerdo de un sueño recurrente en el que puedo volar (sin avión).

Me acuerdo del día que dispararon a John Kennedy.

Me acuerdo de desear haber sabido antes lo que sé ahora.

Me acuerdo del baile de los pajaritos.


Y de esta manera, tan original como adictiva, Brainard va tejiendo una especie de libro de memorias con frases cortas y evocadoras. No las llegué a contar, pero en algún sitio leí que sobrepasan las mil. Y, tal y como reconoce el propio Auster en su ensayo, al leer el libro de Brainard una de las primeras sensaciones que tienes es de: ¿Cómo es posible que algo tan simple y, al mismo tiempo tan genial, no se me haya ocurrido a mí, o no se le haya ocurrido a nadie antes que a Brainard?

Por cierto, mientras lees el libro, te sientes empujado a escribir tu propia versión de “Me acuerdo”, pues, a poco que bucees en tu memoria, vendrán a ti cientos de escenas de tu pasado. A mí me ocurrió.

Y hasta aquí mi resumen pormenorizado de lecturas. Al margen de los libros y autores mencionados en estos dos últimos posts, durante 2022 ha habido muchos más autores, entre los que cito a Viv Albertine, Juan Pedro Aparicio, Andrés Barba, Oscar Borrachero, Simon Critchley, Ian McEwan, Ana María Moix, Alek Popov, Chris Offut, Poe, Twain, Kafka, etc. Y entre los libros leídos ha habido novelas, ensayos, biografías, cuentos cortos y relatos, diarios, y memorias, como las de José Luís CuerdaMemorias fritas— o Harpo MarxHarpo habla—, que me resultaron muy amenas y divertidas y sirvieron para descubrirme a dos seres humanos increíbles, capaces de dedicar la mayor parte su vida a hacer felices a los demás a través de su arte. ¿Existe mejor dedicación que ésa, la de hacer felices a los demás con el poco o el mucho talento que dispongas? Salvo el hecho de salvar vidas a través de la medicina, no se me ocurre mejor profesión a la que dedicarse en la vida.

Imagen de Harpo Marx, un genio de la comedia y, además, una gran persona




jueves, 19 de enero de 2023

REPASO LITERARIO A 2022 (Parte 1)

 

Portadas de algunos de los libros leídos en 2022

Toca hacer resumen del año 2022. Sinceramente, hubiese preferido que, de tocarme algo, me hubiese tocado la lotería. Pero, como no ha sido el caso —por desgracia para mí—, me conformo con hacer un breve resumen de las lecturas y descubrimientos literarios que he tenido en este 2022 que acabamos de dejar atrás.

En lo personal, el 2022 ha sido un año fructífero en lecturas. Casi todo nuevas lecturas, salvo un par de relecturas.

Entre las relecturas no podía faltar un clásico, mi viejo colega Bukowski, un autor que podría calificar de cabecera por cuanto suelo recurrir a él para dejarme atrapar por su prosa endiablada y adictiva y, de paso, recordarme que, como escritor, un mandamiento de obligado cumplimiento debe ser la brevedad y concisión en los textos. Detesto esa costumbre tan arraigada en algunos escritores que se empeñan en embarrar sus textos con digresiones y extensas descripciones que lo único que provocan en el lector es hastío y confusión. Para contar algo y contarlo bien no hace falta usar un millón de palabras. En serio.

Bukowski (Un hombre a una botella de vino pegado)

Si no has leído nada suyo conviene que sepas esto: Bukowski no es un escritor fácil de leer. Sus escritos no son amables, ni se centran en mostrar lo bello y lo hermoso del género humano. Al contrario. Su prosa es cruda, beligerante y hostil, carente de toda esperanza baldía. Bukowski es un fanfarrón y un provocador y, sin embargo, sus escritos no están exentos de cierta verdad y honestidad, pues, aunque no comulgues con él al cien por cien —yo no lo hago—, en determinados momentos te verás dándole la razón. En cualquier caso, estamos ante uno de los mejores prosistas que yo jamás haya leído.

El año pasado descubrí un nuevo título suyo del que no tenía constancia: La enfermedad de escribir. En este libro, donde se recopila parte de su extensa correspondencia con escritores, editores y amigos, Bukowski diserta sobre sus temas favoritos: los fundamentos del arte, la mala poesía, los malos escritores, los buenos escritores, todo lo que le aburre o no soporta del hecho de estar vivo, etc; y todo ello lo hace con su característico humor y su jactanciosa superioridad con respecto a (casi) todos, poniendo verde desde la Generación Beat, con Ginsberg o Burroughs a la cabeza, hasta pesos pesados como Hemingway o Shakespeare. Y es que, cuando el viejo Hank se pone ante la máquina de escribir y dispara sus dardos verbales, no hace prisioneros.

También aproveché para releer Lo que más me gusta es rascarme los sobacos, libro basado en una larga entrevista realizada por la escritora y periodista italiana Fernanda Pivano a un Bukowski algo más sosegado que de costumbre, aunque no por ello menos combativo.

A lo largo de la extensa entrevista asistimos a un ejercicio de libertad y sinceridad por parte de un escritor que jamás se cortó ni un pelo a la hora de señalar todo lo que odiaba y le disgustaba del mundo y la época que le tocó vivir.

Al más puro estilo Bukowski, es decir, como un francotirador desquiciado sin dios ni amo, el autor de Cartero va narrando qué le empujó a leer como un poseso primero y a escribir de igual modo después. Tambien describe a algunas de las mujeres que pasaron por su vida, habla de algunos de los empleos de mierda que se vio empujado a ejercer para ganarse la vida —trabajó más de una década para el Servicio Postal de Estados Unidos y ejerció diversos empleos en fábricas y almacenes de los que, tarde o temprano, o bien acababa siendo despedido o bien se acababa largando dando un sonoro portazo—. También habla sin tapujos de las borracheras continuas que le permitían seguir “peleando a la contra”, su filosofía de vida, los escritores que admira —unos pocos— y los que desprecia —que son mayoría—, etc.

A lo largo de la entrevista vemos a un Bukowski peleón, brutal en su sinceridad y controvertido en sus opiniones y apreciaciones, muchas de las cuales, he de decir, comparto.

Como ejemplo de su clarividencia a la hora de enjuiciar ciertas actividades de sus colegas de profesión, el bueno de Bukowski no cree en la utilidad de los llamados “talleres de escritura”. En un momento de la entrevista, Pivano le habla a Bukowski de Allen Ginsberg, uno de los abanderados de la contracultura de los 50 y 60, la llamada Generación Beat. La perodista le comenta que a Ginsberg no le molesta que sus admiradores le reconozcan y le paren por la calle para pedirle un autógrafo o un consejo literario.

Por eso enseña y va a los cafés —dice Bukowski—, mientras que yo no voy. Me he dado cuenta de que muchos escritores escriben hasta que llegan a ser conocidos, y luego se lee en sus notas biográficas que fulano de tal enseña ahora técnica literaria en tal o cual universidad. ¿Cómo es posible?

No. Ginsberg no enseña a escribir —puntualiza Pivano; pero Bukowski está tan metido en su ataque a Ginsberg que decide ignorar la puntualización.

Escribir es algo que no se sabe cómo se hace —afirma categórico Bukowski—. Uno se sienta y es algo que puede ocurrir o no. Y entonces, ¿cómo es posible enseñar a alguien a escribir? No consigo entenderlo, porque nosotros mismos (los escritores) no sabemos si seremos capaces de escribir. Cada vez que subo con mi botella de vino a mi despacho, a veces estoy sentado delante de la máquina de escribir durante un cuarto de hora, ¿entiendes? No es que suba para escribir, la máquina está allí, pero si no comienza a moverse, digo, bueno, es posible que ésta sea la noche en que no doy ni una.

El libro no está exento del particular sentido del humor del escritor. Como ejemplo de esto último, baste citar el siguiente fragmento de la entrevista.

Soy indiferente a la destrucción de la raza humana, me da exactamente igual. Si barrieran de la Tierra a toda la humanidad, no se perdería nada.

Así que no te importaría que arrojaran una bomba atómica —insiste Pivano.

Me importaría si yo estuviese cerca, ¿entiendes?

Jajajaja. Claro, Hank.


Dejando a un lado las relecturas, este 2022 también ha sido un año de grandes descubrimientos literarios. Entre las lecturas nuevas ha habido de todo, la verdad. Soy de los que, entre libro y libro, me gusta variar de estilo, de género y hasta de extensión. Suelo alternar novelas y relatos cortos con biografías, diarios o recopilaciones de artículos de prensa.

En 2022, por ejemplo, cayeron un par de clásicos, de esos que llevas años queriendo leer y nunca encuentras el momento de hacerlo, hasta que un día te topas con él, lo abres, comienzas a leer y te atrapa. Eso me ocurrió con 1984 de George Orwell y Alguien voló sobre el nido del cuco de Ken Kesey —magníficos libros ambos—; comencé a leer y me atraparon.

Idéntica sensación experimenté con un clásico perdido, Historias y desventuras del soldado Schlump de Hans Herbert Grimm, un libro antibelicista en el que su autor ridiculiza el sentimiento nacionalista a través de un soldado alemán bonachón e ingenuo llamado Schlump que participa, siendo un joven imberbe, en la Primera Guerra Mundial.

Retrato del escritor Hans Herbert Grimm

Una de las cosas que me animaron a leerlo fue la historia que hay detrás del libro y su autor. Cuando los nazis llegaron al poder en Alemania quemaron todos los ejemplares del libro, por considerarlo antigermánico. Grimm, que había publicado su libro bajo seudónimo, se las apañó para esconder un ejemplar emparedado entre los tabiques de su casa. Una vez acabada la guerra, recién creada la Alemania Oriental, a Grimm no le permitieron ejercer su profesión de profesor y sufrió una persecución que derivó en depresión. Grimm acabó quitándose la vida en 1950. Su novela permaneció oculta entre las paredes de su casa durante décadas, hasta que fue rescatada por Volker Weidermann, experto en libros quemados por los nazis.

El libro, que leí con interés y, en ocasiones, con creciente desazón, se divide en tres partes. La primera, la más amable y humorística, dedicada al reclutamiento, instrucción y finalmente destino del soldado Schlump como máxima autoridad en un pueblecito francés ocupado por el ejército alemán del káiser. En esta parte se nos muestra a un joven soldado más preocupado por comer bien y seducir a cuantas más jovencitas francesas se le pongan a tiro que por defender e imponer los valores germánicos en la tierra ocupada. En la segunda parte, menos humorística y más seria, se nos muestran los rigores de la guerra, con Schlump ocupando su lugar en las sucias y peligrosas trincheras del frente, rodeado de ratas y suciedad, mientras ve con horror cómo van cayendo uno tras otro sus amigos y camaradas, además de ser testigo directo de la bajeza moral de los mandos intermedios, que no dudan en comerciar y sacar provecho personal del caos, mientras los mandos superiores se dedican a usar a los soldados como carne de cañón para sus propósitos de expansión y conquista o promoción. En la tercera parte del libro vemos el triste resultado del sinsentido de la guerra, con el regreso a casa de un derrotado y avejentado Schlump, al que han arrebatado su juventud y su inocencia, y se da de bruces con una realidad inmisericorde: lo absurdo y ridículo de cualquier conflicto militar.

Desde luego, es un libro más que necesario que incita a reflexionar. Y más en estos tiempos en que, en pleno siglo XXI, vemos que seguimos cometiendo los mismos errores del pasado. Si en los conflictos bélicos fuesen los de arriba los que “se diesen de hostias”, la mitad de las guerras no habrían existido jamás.

Y para finalizar esta primera parte de mi repaso literario a 2022, deseo hacerlo con un libro sumamente entretenido: El cartero y Neruda de Antonio Skármeta, novela que inspiró la maravillosa película El cartero y Pablo Neruda dirigida por Michael Radford en 1994 con Phillipe Noiret en el papel de Neruda, Massimo Troisi como Mario Ruoppolo y la bella Maria Grazia Cucinotta como la hija de los mesoneros y objeto del amor que el joven cartero y aspirante a poeta Mario siente por ella, lo que le empuja a pedir consejo al Nobel de literatura a fin de enamorarla a través de la poesía.

Fotograma de la película "El cartero y Pablo Neruda". ¡Qué hermosa película, amigos!

La película es maravillosa —para mi gusto—, y el libro no desmerece en absoluto. Sin embargo, entre ambos existen notables diferencias. Por ejemplo, mientras que en la película la acción se desarrolla en una remota isla italiana donde Neruda vive exiliado por sus ideas políticas, en el libro la acción se desarrolla en un pequeño pueblecito de la costa de Chile, en las semanas previas al golpe de Estado de Pinochet.

La historia principal, no obstante, es la misma en ambas obras. Un joven pescador es contratado como cartero provisional con la única misión de llevar la correspondencia al ilustre escritor Pablo Neruda, que por entonces vive de manera transitoria en un lugar apartado y solitario, lejos del ruido mediático y de agitación política que se vive por aquellos días.

Si has visto la película, el libro te encantará. Y si no has visto la película ni leído el libro, cuando lo leas seguro que te animarás a ver la película que, como digo, es una maravillosa y conmovedora obra de arte.

La próxima semana seguiré con mi repaso literario a 2022.


jueves, 12 de enero de 2023

GRACIAS, ROSA BERROS CANURIA

 

 

Este año los reyes se han portado bastante bien conmigo. Me refiero a los Reyes Magos de Oriente, claro, no a los otros, que bastante tienen con lo que tienen como para andar preocupándose por un escritorzuelo del tres al cuarto.

Asumiendo el hecho de que el Día de Reyes está específicamente diseñado para hacer felices a los niños y las niñas, y al disfrute de padres y abuelos al ver las caras de alegría y felicidad de sus hijos o nietos al recibir sus regalos, de vez en cuando los adultos que no somos ni padres ni abuelos somos sorprendidos por regalos inesperados y maravillosos que obran el milagro de retrotraernos a aquellos años de nuestra infancia en que los protagonistas éramos nosotros.

Precisamente eso ha sido lo que me ha ocurrido a mí este año. Sin esperarlo, sin sospecharlo siquiera, la bloguera y reseñista Rosa Berros Canuria, administradora del blog Cuéntame una historia, me ha regalado una reseña de mi novela Un rockero de andar por casa. Os invito a que paséis a leerla pinchando aquí.


Cuando un escritor trabaja en su obra lo hace en la más absoluta soledad. Todo cuanto acontece en torno a ella se hace en la intimidad de su mente y de su rincón de trabajo, sin ojos u opiniones ajenas que lo puedan distraer de su labor. En ese proceso te sientes dios y amo, juez y parte; y te sientes libre, y feliz, y triste, y preso de la euforia, y también del desánimo, y orgulloso, y poderoso, y también fragil y extremadamente crítico; porque el camino de la creación no es un camino lineal sino más bien una carrera de obstáculos, con subidas y bajadas, con hallazgos y decepciones, con certezas y dudas, y con mucho trabajo, dedicación y esfuerzo. Y mientras permaneces inmerso en ese proceso vives como en una burbuja, un lugar en el que nada que venga de fuera importa. 

Pero llega un día en que esa obra en la que tanto esfuerzo y dedicación has invertido ha de alzar el vuelo y recalar en las mentes de tus lectores y tus críticos, y esa pequeña burbuja, en la que has vivido desde que comenzaste a escribir la primera palabra, explota, y ya no hay nada que se interponga entre tú y las opiniones ajenas.

Habrá opiniones favorables, pero también las habrá desfavorables. Lograrás emocionar y hacer felices a algunos, y cabrearás o decepcionarás a otros. Son las reglas del juego. Y has de aceptarlas si quieres formar parte de él. Desde luego, no conozco mejor medicina para el ego que someter tu trabajo al escrutinio ajeno. Y si tienes suerte y consigues que las opiniones favorables superen en número a las desfavorables, esa medicina te sabrá a gloria, y curará cualquier herida que el proceso creativo haya abierto en tu organismo. Y si ocurre lo contrario y fracasas, ante ti se te abrirán dos opciones: o aceptas la derrota y abandonas, o te recompones y te rebelas volviendo a encerrarte en tu mundo a pergeñar una nueva historia con la que desquitarte.

Yo, con esta última novela, ya llevo cuatro libros publicados. Y cada uno de ellos me ha supuesto una aventura, llena de momentos increíbles y maravillosos que, de no haberlo intentado la primera vez, me habría perdido.

Podría decir que todo ha sido genial y estupendo, pero estaría mintiendo si hiciese tal cosa. Detrás de cada libro hay un montón de dudas, miedos, frustraciones y decepciones, y esa permanente presencia de la sombra del fracaso sobrevolando sobre tu cabeza como un buitre carroñero. Pero también hay momentos de euforia contenida, de desbordante alegría o de inmensa satisfacción, cuando vendes un ejemplar de tu libro, cuando recibes mensajes de felicitación por haber lanzado un nuevo título al mercado o cuando uno de tus lectores decide invertir parte de su tiempo en dedicarte unas palabras para transmitirte lo que para él o para ella ha significado leer tu obra. Y esas sensaciones, esas emociones, no tienen precio.

Tal vez nunca consiga vivir de lo que escribo. Igual no merezco semejante privilegio. O igual no lucho lo suficiente por merecerlo. No soy muy amigo de las redes sociales —a veces me paso días sin entrar en Twitter o Facebook—, y tampoco soy de los que se pasan el día dando el coñazo con sus publicaciones. Antes, cuando aún existía la plataforma Google Plus, sí que me pasaba horas interactuando, leyendo publicaciones y visitando blogs ajenos. Claro que entonces no había publicado ningún libro. Y, de haber seguido en la misma dinámica, a buen seguro que aún no habría completado ni el primero.

Con esto quiero decir que, cuando decides hacerte una carrera literaria con cierta consistencia, debes elegir: o ejerces de bloguero o ejerces de escritor. Y yo elegí ejercer de escritor. De hecho, cuando monté el blog Absurdamente lo hice con esa intención: darme a conocer como autor y publicar mis propios libros.

Hoy, a punto de cumplir ocho años de aventura bloguera, puedo mirar la estantería de mi biblioteca y contemplar con orgullo cómo lucen, entre mi colección de libros, mis cuatro libros editados hasta el momento.

Gracias a todos los que han leído alguno de los adelantos gratuitos que tengo disponibles en la sección Mis libros, a todos los que han comprado algún ejemplar de esos cuatro libros publicados, y a todos los que, tanto pública como privadamente, me han hecho llegar sus opiniones. Sin vosotros, esta aventura no tendría ningún sentido.

Un abrazo.