jueves, 23 de diciembre de 2021

FELIZ NAVIDAD

 

Luces de Navidad en uno de los rincones emblemáticos de mi ciudad


Como cada año por estas fechas, ya están aquí las Navidades. Para unos, época de ilusión, alegría y reencuentro; para otros, tiempo de reflexión, paz y descanso; y para muchos, motivo de tristeza y evocación de la nostalgia y el recuerdo, donde pesan más las ausencias que la celebración en sí.

Entre estos últimos también podemos encontrar a personas que temen la Navidad, por cuanto se erige en un cruel recordatorio que sirve para calibrar el nivel de soledad en el que se hallan sumidos. Incluso hay quienes la odian, pues ven en la felicidad ajena algo así como una provocación en claro contraste a su tristeza y abatimiento.

Conozco muy bien a los tres grupos, pues, aunque aún no pertenezco al tercero, sí que conozco amigos y conocidos que llevan años viviendo instalados en él, y a cada año que pasa más les cuesta pasar el trago. Hasta tal punto llega su «alergia» por todo lo relacionado con la Navidad, que no dudan en afirmar que de buen grado se echarían a dormir la noche del 23 de diciembre y no despertarían hasta la mañana del 7 de enero, cuando ya todo ha acabado.

No seré yo quien les reproche nada. Entiendo su situación. Y no sólo la entiendo, sino que, en mi fuero interno, no hay año en que no tema ser yo el que acabe formando parte de ese extenso grupo de personas «alérgicas a la Navidad».

Recuerdo cuando niño la ilusión con la que vivíamos en casa la llegada de la Navidad. Y no sólo por los regalos. En aquella época —la década de los 70's—, ni siquiera era costumbre regalar en Navidad, sino en Reyes única y exclusivamente.

Lo que más me gustaba de aquellas fiestas era que todo adquiría un color diferente. Las casas se engalanaban para la ocasión, en el salón colocábamos el árbol decorado, y un belén en miniatura instalado sobre la mesa, con el papel de aluminio simulando un riachuelo, y un poco de arena para recrear el desierto. Mis hermanos y yo mirábamos con embeleso aquellas figuritas que recreaban la famosa escena del nacimiento del Redentor, mientras en el equipo de música sonaba en bucle una cinta de casette con villancicos populares.

Otra cosa que me gustaba —y no sólo a mí, sino a cualquier niño de nuestra edad—, eran las vacaciones navideñas. Ese par de semanas sin clases era toda una gozada, con toneladas de tiempo para jugar y levantarse tarde de la cama.

También era momento de reuniones familiares, de ir a casa de mis tíos y pasar tiempo con nuestros primos, jugando, riendo y compartiendo momentos únicos. No hablo de visitar a los abuelos porque en esa época sólo teníamos a mi abuelo Pedro, y teníamos la enorme fortuna de que vivía en el mismo edificio que nosotros —él vivía en el primer piso y nosotros en el cuarto—, por lo que prácticamente nos pasábamos buena parte del año en su casa.

Fueron años muy bonitos aquellos. Tremendamente felices, aunque, como suele pasar, no fuésemos plenamente conscientes de ello. Cuando eres niño, incluso cuando eres joven, la felicidad te suele pasar desapercibida. La experimentas sin más, sin pensar en que tiene fecha de caducidad, y que cada año que pasa más difícil resulta de encontrar, bien porque las obligaciones del mundo adulto hallan siempre la manera de imponerse a casi todo lo demás o porque las ausencias van pesando más cada año.

¿Y sabéis qué os digo? Pues que casi mejor que sea así, que experimentemos la felicidad sin ser conscientes de su caducidad. Y os diré porqué. Hace algunos años viví un momento de gran angustia personal, precisamente por ser plenamente consciente de lo feliz que era en aquel momento. ¿Y cómo puede ser que la felicidad me provocase tal desazón? Muy sencillo. El hecho de saber de lo efímero de ese momento, de ese instante fugaz, me hizo no disfrutarlo al cien por cien, anticipando su final al instante mismo.

La conclusión que saqué de todo aquello fue que debemos saborear con fruición y deleite todos y cada uno de los buenos momentos que la vida nos ofrece, ya sea en soledad o en compañía; procurar retener en nuestra memoria ese tiempo de gozo y alegría, a fin de poder recurrir a ellos en momentos de zozobra.

Existe un lugar en la memoria de cada individuo donde todo es paz y felicidad. La gran tragedia del ser humano es que llegue el día en que no podamos acceder a ese lugar mágico donde están todos los que queremos que estén, donde los olores y sabores de nuestra infancia vuelven a cobrar vida y donde la tristeza tiene prohibido el paso.

Por último, pertenezcas al grupo que pertenezcas, permíteme que te desee unas felices fiestas.




jueves, 16 de diciembre de 2021

OBSESIÓN POR ESCRIBIR

 

El escritor Andrew J. Offutt estrenando su nueva impresora en la década de los 90. La fotografía la tomó su hijo Chris Offutt.


Justo hace un par de noches acabé el libro que llevaba semanas leyendo: Mi padre, el pornógrafo, de Chris Offutt.

Basado en la historia real de su vida y sus experiencias bajo el aplastante yugo opresor de su padre, un famoso escritor de ciencia ficción y literatura pornográfica que llegó a publicar cerca de cuatrocientas novelas además de cientos de relatos y hasta guiones para cómics, el autor, que heredó de su padre el oficio de escritor, aborda las difíciles circunstancias que vivió su familia por culpa del genio creativo del patriarca.

A lo largo de las doscientas y pico páginas que conforman el libro, Chris Offutt va narrando en primera persona el tránsito o transformación que vivió su familia cuando su padre, un agente de seguros con oficina propia, decidió dejarlo todo para dedicarse única y exclusivamente a escribir.

Hasta entonces Andrew Offutt era un padre de familia normal y corriente, que todas las mañanas salía de su casa temprano para ir a trabajar y no regresaba hasta la hora de la cena, o más tarde si se entretenía con algún cliente o algún asunto importante lo retenía en la oficina. Pero todo cambió, para él y para su familia, el día que su esposa le planteó que debían afrontar la cara ortodoncia de uno de sus hijos. Como andaban justos de dinero, al padre no le quedó otra que buscarse una fuente de ingresos adicional.

De joven había sido un gran aficionado a los libros, sobre todo de aquellas novelas baratas de consumo masivo, popularmente conocidas como novelas pulp. El término pulp hace referencia al desecho de pulpa de madera con que se fabricaba un papel amarillento, astroso, de muy mala calidad y sin guillotinar pero de coste muy barato con el que se imprimían estas revistas o novelas. En aquellas novelas, salpicadas de detectives privados de dudosa moralidad, mujeres fatales, litros de alcohol barato y cajetillas de tabaco, o westerns crepusculares repletos de duelos a revólver, peleas a puñetazos o ataques de indios, el joven Andrew encontró una vía de escape a sus frustraciones.

Así que, de mayor, y con el apoyo sin fisuras de su esposa, se le ocurrió escribir una novela con intención de ganar dinero con ella. Y lo cierto es que lo consiguió. Y ese hecho fue el detonante que desembocó en una ruptura total con la que había sido su vida hasta entonces y el inicio de una nueva etapa repleta de normas, decisiones unilaterales y un comportamiento un tanto errático que afectó de manera directa a su familia y entorno.

La familia, que vivía aislada en una casa en las montañas, rodeada de bosque, se reorganizó en torno al nuevo oficio del patriarca. Los niños mayores fueron realojados en la buhardilla, y el padre ocupó una de las habitaciones a modo de despacho. Todos tenían prohibido entrar allí sin invitación.

Los juegos dentro de casa estaban terminantemente prohibidos, así como cualquier ruido o sonido que pudiese molestar al padre, que, mientras tanto, se pasaba horas encerrado en su despacho dándole a la máquina de escribir sin descanso.

La mejor manera de describir el carácter del padre la hace su propio hijo en el siguiente pasaje de su libro: «Papá no tenía aficiones ni pasatiempos. No se encargaba de ninguna de las tareas domésticas, no lavaba el coche, no cortaba el césped, no hacía la compra ni arreglaba nada. Jamás cambió una bombilla (…). No dormía mucho. Bebía. Rara vez salía de casa. Papá era un escritor pulp de la vieja escuela, una máquina que nunca paraba».

Chris, el hijo, habla de un episodio concreto que describe a la perfección el carácter tiránico y obsesivo de su padre. «El baño más cercano a mi habitación en la buhardilla estaba cruzando el pasillo desde su oficina. Una tarde bajé en silencio la escalera y dejé la puerta entreabierta, por temor a dar un portazo e interrumpir el trabajo de papá. Levanté la tapa del inodoro y la apoyé contra la cisterna sin hacer ruido. Mi objetivo era mantener el chorro de pis en el centro del váter, siguiendo las indicaciones de mamá para evitar salpicar el suelo. La puerta se abrió de golpe y rebotó contra el lavabo. —¿Estás apuntando al centro del retrete adrede para maximizar el sonido e irritarme?—gritó papá desde el umbral con la cara roja de rabia».

A lo largo del libro vamos descubriendo a un padre obsesivo, irritable, déspota, maníaco depresivo con tendencias suicidas, fascinado por las extravagancias de índole sexual, un tirano que tenía sometida a su familia en torno a sus necesidades y obsesiones, y que curiosamente encontró en su esposa a una cómplice fiel y dedicada, pues además de encargarse de todas las tareas de la casa, del cuidado y educación de sus hijos, del abastecimiento y conservación del hogar, era ella quien se encargaba de pasar a máquina los manuscritos finales de su marido, además de hacer trabajos de corrección y servir de lectora cero.

Supongo que todos los que escribimos tenemos nuestras propias manías y rarezas, que a nuestros ojos nos parecen de lo más lógicas y normales, pero vistas desde fuera pueden resultar extravagantes o absurdas. Las mías no son tan extremas como las de este hombre, si bien admito que el silencio o el aislamiento son herramientas muy útiles a la hora de enfrentarme a la página en blanco. No obstante, en según qué clase de proyectos, puedo escuchar música de fondo, principalmente música clásica o jazz clásico instrumental. En ese sentido guardo cierta similitud con Charles Bukowski, que solía escuchar emisoras de radio dedicadas en exclusiva a la música clásica mientras escribía, además de darle a la botella sin tasa.

Eso sí, como buen escritor que se precie, detesto las interrupciones. La que más odio es la típica llamada telefónica en mitad de una sesión de escritura. Si queréis saber cómo me comporto ante tal eventualidad, sólo tenéis que echar un vistazo a la película Mejor...imposible, protagonizada por Jack Nicholson en el papel de un escritor de novelas románticas. ¿Recordáis aquella escena en que llaman a la puerta con insistencia mientras él está extasiado escribiendo una escena de su última novela? ¿Os acordáis del cabreo que se pilla y de cómo va hacia la puerta despotricando como un energúmeno? Pues ese soy yo cuando me veo en la tesitura de tener que abandonar mi escritorio para ir a coger el teléfono a atender una de esas molestas llamadas de algún operador ofreciéndome alguna mejora en mi tarifa. ¡Lo que he podido soltar por esta boquita! Madre del amor hermoso, hasta miedo me he dado a mí mismo.

Tampoco me gusta escribir con la puerta de la habitación a mis espaldas. Necesito que las puertas de acceso estén al frente o a los lados.

¿Y vosotros? ¿Qué manías o rarezas tenéis a la hora de escribir?




miércoles, 8 de diciembre de 2021

REPASO A ALGUNAS DE MIS ÚLTIMAS LECTURAS

 


En lo personal, este año 2021 está siendo bastante prolífico en lecturas. No ha habido día en que no me haya ido a la cama con algún libro. Huy, qué mal ha sonado eso, ¿no? Confío en no ser tachado de “librista”, que es el equivalente al “machismo” circunscrito al ámbito de los libros; es decir, “una forma de sexismo caracterizada por la actitud de prevalencia del varón hacia los libros, tratados despectivamente como objetos orientados única y exclusivamente para dar placer”.

Fiel a mi costumbre de alternar autores y géneros, este año también he ido saltando de género en género según mis apetencias del momento. Eso sí, ha habido muchas lecturas englobadas en el terreno de las biografías o autobiografías; sobre todo de artistas de rock, que es mi género musical favorito. Este año he leído libros dedicados a The Beatles, David Bowie, Jimmy Page (Led Zeppelin), Pete Townshend (The Who), Nick Mason (Pink Floyd), Jim Morrison y Ozzy Osbourne.

Al margen del género musical, también he alternado lecturas de autores clásicos a los que me he acercado por primera vez, como ha sido el caso de Francis Scott Fitzgerald o Carson McCullers; de autores rusos como Serguei Dovlatov —a pesar de que la literatura rusa se me suele atragantar un poco—, o repetir con una autora que a cada libro mayor fascinación crece en mí hacia su forma de escribir, como Amelie Nothomb.

Así pues, ahí va mi breve repaso por algunas de esas lecturas.


ESPERADME EN EL CIELO. Maruja Torres.

Libro donde predomina la nostalgia de tiempos pasados, lugares, vivencias y la juventud perdida. A través de una historia onírica, la autora nos sumerge en una Barcelona que ya no existe, pues el paso del tiempo se ha encargado de destruirla, reduciendo su existencia al vago terreno de los recuerdos.

En un tono entre emotivo y nostálgico, Maruja evoca su relación de profunda amistad con los escritores Terenci Moix y Manuel Vázquez Montalban. Juntos recorren las calles y plazas de la Barcelona de su juventud, en un viaje que se inicia con la muerte de la propia autora y su subida al Cielo, donde la esperan sus amigos del alma dispuestos a acompañarla en el tránsito de la vida terrenal a la espiritual.

Me resultó una lectura bastante amable, a ratos melancólica y divertida, gracias al buen hacer de esta periodista y novelista de raza.

UNA FORMA DE VIDA. Amelie Nothomb.

Esta es la cuarta novela que leo de esta interesante autora belga nacida en Japón. Sí, has leído bien. He dicho “autora belga nacida en Japón”. ¿No dicen los vascos que pueden nacer donde les da la gana? Pues, según parece, los belgas también.

De ella me he leído hasta el momento Atentado, Estupor y temblores —para mi gusto, su mejor novela de las que he leído—, La nostalgia feliz y la presente, Una forma de vida.

En esta novela, Nothomb narra la historia de un soldado norteamericano destinado en Irak que decide mantener una extraña relación epistolar con la autora. El calificativo de “extraño” viene motivado por las especiales características de la relación que se establece entre ambos.

El soldado, que dice llamarse Melvin Mapple, sufre de una rara enfermedad que afecta a muchos de sus compatriotas destinados en el frente: come de manera compulsiva con el fin de engordar de manera grotesca y exagerada. Lo hace, dice, como una forma de protestar o rebelarse contra la situación de estrés constante en la que vive sumido, destinado en un lugar inhóspito tan lejos de su hogar y sin tener demasiado claros los motivos de porqué está allí.

A medida que vamos avanzando en la historia la relación entre el soldado y la autora va estrechándose cada vez más, hasta que, en un momento dado, todo se viene abajo como un castillo de naipes.

La novela me resultó original, tremendamente adictiva —me la leí en un par de noches—, y sorprendente, hasta el punto de llegar a plantearme si lo que en ella se narra es fruto de una situación real vivida por la autora en primera persona o resultado de la imaginación desbordante de una escritora tremendamente fértil.

EL CURIOSO CASO DE BENJAMIN BUTTON. Francis Scott Fitzgerald.

Hacía tiempo que quería leer algo de Scott Fitzgerald, considerado un clásico de las letras norteamericanas gracias a su monumental El gran Gatsby —he visto las dos versiones cinematográficas de esta obra, incluso la hilarante parodia que hicieron los de Padre de Familia, pero aún no he leído la novela. Tranquilos, está en mi lista de pendientes—.

De la obra que nos ocupa diré que también había visto la maravillosa película protagonizada por Brad Pitt, si bien he de decir que el libro es muy diferente a la película.

De entrada, ni siquiera se trata de una novela, sino de un cuento corto de apenas una treintena de páginas. Y aunque el punto de partida sí que es el mismo —un bebé que nace con una extraña enfermedad que hace que su ciclo vital se desarrolle al revés que el común de los mortales, es decir, que nace con la fisonomía y órganos vitales de un anciano de ochenta años y va rejuveneciendo a medida que va cumpliendo años—, la historia que aborda el libro difiere en muchos aspectos en relación a la película.

Aún así su lectura me resultó sumamente placentera, pues lejos del estilo recargado y pomposo que le presuponía, la forma de narrar de Fitzgerald la encontré sencilla y certera.

Una obra ideal para alternar entre lecturas por su brevedad.

EL CORAZÓN ES UN CAZADOR SOLITARIO. Carson McCullers.

Esta es una de esas obras de las que llevas años oyendo hablar y que nunca te decides a hincarle el diente por temor a encontrarte con algo que decepcione tus expectativas.

Confieso mi temor previo, llamémosle prejuicio, a embarcarme en una obra situada en plena Depresión norteamericana. Máxime teniendo en cuenta que la acción se desarrolla en su mayor parte en un pueblo de mala muerte, ubicado en la América profunda, en un ambiente deprimente y asfixiante.

Sin embargo, a pesar de los citados condicionantes, pronto te sientes embriagado por la prosa de su autora, hasta el punto de seguir con fascinación y embeleso las historias cruzadas del puñado de personajes que conforman esta interesante opera prima, donde la autora demuestra su interés en centrar su arte en los marginados, los inadaptados, los solitarios, y en el deseo íntimo de todos ellos de conectarse con los demás.

¿Qué me pareció la novela? Una maravilla, de principio a fin. Una de esas obras que te enganchan de tal manera que te cuesta dejar de leer, y que ansías retomar en cuanto tus obligaciones te lo permitan, y, al mismo tiempo, temes que acabe, pues cuando doblas la última página del libro te sientes como recién despertado de un bonito e hipnótico sueño.

Llama la atención el que la autora escribiese esta monumental novela con tan solo veintitrés años de edad. Es realmente impresionante.

Mi experiencia con esta autora ha sido tan satisfactoria que ya me he agenciado otra de sus novelas, la cual tengo en mi larga lista de espera: La balada del café triste.

 

Sólo me queda desearos buenas lecturas a todos y todas. Tal vez no encontréis en los libros todas las respuestas que ansiáis. ¿Y qué? Lo importante es disfrutar del trayecto que el autor os propone. Bon voyage.



miércoles, 24 de noviembre de 2021

EN QUÉ PUNTO ESTÁ MI NOVELA

 

Algunos de mis manuscritos registrados y pendientes de publicación 

 

En mi último post rescataba un viejo artículo que escribí allá por 2015 en el que hablaba, muy de pasada, de la existencia de varias novelas de mi autoría pendientes de publicación.

¿Por qué aún no he publicado ninguna de ellas? Intentaré explicarlo.

Cuando en 2015 decidí que había llegado el momento de publicar, opté por un libro de relatos para mi debut. Durante la selección de piezas me di cuenta de la cantidad de material que tenía escrito, al margen de las piezas nuevas que iba creando para alimentar al blog y mantener vivo el interés de mis lectores o visitantes ocasionales. Tenía tanto donde elegir que me hizo plantearme la posibilidad de lanzar una trilogía dedicada casi en exclusiva al humor absurdo.

El 18 de junio de 2015 publiqué el primer volumen; el 18 de febrero de 2016 publiqué el segundo; y el 2 de octubre de 2018 publiqué el tercero y definitivo.

Una vez cerrada la trilogía tuve claro que mi siguiente paso consistiría en la publicación, al fin, de mi primera incursión en el terreno de la novela. La cuestión era: de todas ellas, ¿por cuál me decanto?

Una de las claves a la hora de decidirme fue que en modo alguno quería publicar algo demasiado parecido a lo ofrecido en mis libros de relatos. Eso me llevó a decantarme por una novela que, si bien posee pinceladas de humor típicamente británico —más orientado a la ironía, el sarcasmo y la observación satírica que al absurdo—, al mismo tiempo contenía elementos que la diferenciaban de mi obra anterior, como el drama o el romanticismo.

Una vez decidido el proyecto desempolvé el manuscrito, que llevaba años en un cajón —por aquellos años imprimía y encuadernaba la mayoría de mis trabajos, incluso los registraba en la oficina del Registro de la Propiedad Intelectual cuando los consideraba “definitivos”—.

Aquel manuscrito apenas llegaba a las 110 páginas. Tras una primera lectura, sabiendo lo que sé ahora y con la experiencia adquirida en estos diez o doce últimos años —entre lecturas ajenas y escrituras propias—, supe al instante que aquella historia podría dar para mucho más.

Hice varias lecturas más y, mientras lo hacía, iba tomando notas en una libreta con posibles tramas o líneas argumentales que enriquecieran la historia y los personajes. En este sentido, hice mucho hincapié en intentar transmitir la pasión del personaje principal por la música rock de los 60's y 70's, pues sobre esa pasión giraba buena parte de la historia que quería contar.

Incluso decidí titular cada capítulo de la novela con el título de una canción concreta y específica. Para ello, dediqué meses a buscar entre mi colección de discos canciones cuyas letras tuviesen algo que ver con el capítulo en cuestión, pues mi idea inicial consistía en abrir cada capítulo con un par de líneas de cada una de las letras escogidas.

Por desgracia, tras hacer las consultas pertinentes a un par de expertos en el tema, tuve que desechar esta opción, pues de haber seguido adelante me habría podido meter en problemas por usar sin permiso letras protegidas por derechos de autor. Si bien el tema de las citas no está demasiado claro en obras literarias —he leído cientos de libros que abren con este tipo de citas sin que eso haya significado una vulneración de derechos—, el tema de hacer lo mismo con letras de canciones es algo más complejo, pues al pertenecer éstas en su mayoría a editoriales específicas ajenas a los artistas y creadores el proceso se complica.

Así que, para curarme en salud, prescindí de reproducir unas breves líneas de las letras de las canciones al inicio de cada capítulo. Meses de trabajo tirados a la basura. Si bien no del todo, pues aunque no reprodujese las citadas líneas, sí que mantuve los títulos de las canciones para cada capítulo del libro.

Una vez completé un primer borrador de la novela —que había crecido hasta las 159 páginas—, se lo envié a una amiga que se había ofrecido a hacer el trabajo de corrección, pues hacía poco que había acabado un curso de corrección literaria y necesitaba poner en práctica sus conocimientos.

Semanas más tarde recibí un detallado informe con las correcciones, así como una serie de observaciones en torno a lo que, según ella, fallaba en la novela.

Corregí los errores de ortografía y sintaxis —por suerte, eran pocos, lo cual vino a reforzar mi lado obsesivo a la hora de pulir mis textos antes de mostrarlos a alguien—; y en cuanto a lo que según mi correctora fallaba en la novela acepté corregir algunos de esos fallos, e insistí en defender con argumentos lo que, bajo mi criterio, no consideraba fallos sino recursos perfectamente válidos que sustentaban la trama y la psique de los personajes.

Todo esto ocurrió en diciembre de 2019, es decir, antes de que el tema de la pandemia saltase por los aires, si bien los periódicos e informativos ya venían poniendo el foco en lo sucedido en Wuhan.

Entre enero y febrero de 2020 efectué una serie de cambios sustanciales en la estructura de la novela. Y todo iba a buen ritmo, con bastante ánimo e ideas, hasta que en marzo de ese mismo año el Covid19 obligó a los gobiernos de todo el mundo a tomar medidas excepcionales nunca vistas, como la restricción de movimientos y mercancías y el confinamiento de la población.

Obviamente, todo el asunto aquel me afectó de manera directa —no sólo a mí, sino a medio planeta—, lo que hizo que aparcase todos mis proyectos hasta recuperar el ánimo de escribir. Incluso dejé el blog en pausa, pues me sentía absolutamente bloqueado, incapaz de escribir un par de líneas, pegado a los informativos y a las noticias que leía a diario en la prensa online.

A finales de 2020 retomé la actividad en el blog. Eso me mantuvo alejado de la novela, lo que me vino genial para distanciarme del texto, ya que suele ocurrir que cuando has leído muchas veces el mismo texto tu mente lee en “modo automático”, como cuando memorizas un texto, y corres el riesgo de dejar pasar ciertos errores por la sencilla razón de que no los ves.

No sería hasta el verano de 2021 en que volví a retomar la novela. A mediados de septiembre la novela había sufrido diferentes mutaciones desde el manuscrito inicial; había cambiado el orden de algunos capítulos, añadido capítulos nuevos y nuevos personajes, pulido la mayoría de los diálogos, eliminado algunas redundancias; todo ello con intención de darle mayor fluidez y profundidad a la historia.

Como consecuencia, de las 159 páginas del primer borrador había pasado a 223, es decir, más de sesenta páginas de añadido, con lo que ahora había mucho más texto que volver a analizar y corregir.

Ahora mismo, mediados de noviembre, ni sé la de veces que he corregido el texto, aunque ya empiezo a vislumbrar el final del proceso. En cuanto dé por definitivo el actual borrador, le pediré a mi correctora que le vuelva a echar un vistazo, mientras yo me dedicaré a ir dando forma a la portada.

Porque esa es otra: la portada. Por primera vez tengo intención de utilizar una foto para este proyecto, en vez de un dibujo. Ya he hecho algunas pruebas, aunque aún no estoy satisfecho del todo. Sigo barajando distintas opciones y composiciones.

Luego, una vez lo tenga todo listo, será cuestión de subir el manuscrito a la plataforma de Amazon y pedir una copia de muestra a imprenta, a fin de, con el ejemplar físico en mi poder, asegurarme de que todo esté como debe estar y proceder al lanzamiento.

Si todo va bien me gustaría tenerlo todo listo de cara a las navidades de 2021, aunque, si por lo que fuese no tuviese más remedio que retrasar el lanzamiento, lo retrasaré. Si algo tengo claro es que jamás publicaré nada con lo que no esté satisfecho al 100%.

Sigo trabajando.

Saludos a todos y todas. Y todes.



miércoles, 10 de noviembre de 2021

ABSURDAMENTE EN EXCENTRYA

 

 

Como he venido contando en los últimos posts, los inicios en el blog fueron bastante difíciles, ya que, a pesar de subir hasta tres publicaciones en una misma semana, cuentos originales en su mayoría, eso no se reflejaba en las visitas. Cada vez que miraba el contador de visitas en el apartado de estadísticas me daban ganas de hacer mi mejor imitación de Vivien Leigh en el papel de Escarlata O'Hara y gritar a los cuatro vientos: «A Dios pongo por testigo que mi blog no pasará hambre».

Así que, decidido a cumplir mi palabra, a falta de lectores que echarse a la boca opté por alimentar a mi blog a base de bocadillos de chopped y galletitas saladas.

Obviamente mi blog acabó cogiendo unos kilos de más, razón por la que no tuve más remedio que ponerlo a dieta.

Eso, eso. Primero me cebas y luego me pones a correr y sudar como un cochino. Sádico, más que sádico —se quejaba el muy cabrito.

Tras mi ingreso en Google Plus, gracias al boca a boca, o boca y oreja; o mejor, a los ojos y teclados de blogueros y lectores de todo el mundo, las visitas subieron como el precio de la gasolina en la víspera de Semana Santa: un montón.

Al cumplirse un año de vida del blog, con una base sólida de lectores que no dejaba de crecer, concluí que ya iba siendo hora de dar el siguiente paso en mi carrera como “tío que escribe cosas”, consistente en editar el que sería mi primer libro de relatos. En él reuní una variada selección de cuentos, relatos y microrrelatos, desempolvé mis lápices de dibujo para ilustrar la portada y me instruí a conciencia en el manejo de Photoshop para el diseño exterior del artefacto, que llevaría por título ABSURDAMENTE. ANTOLOGÍA DEL ABSURDO Volumen 1.

Tras varios meses de arduo trabajo de selección, reescritura y maquetación, mi libro, al fin, salió a la venta el 18 de junio de 2015.

Teniendo en cuenta mi inexperiencia en el terreno de la promoción, sin el apoyo de una editorial detrás, y mis limitaciones en cuanto a difusión —por aquellos días sólo disponía de Facebook y Google Plus para promocionar mis escritos y mi blog—, el libro se vendió relativamente bien. Nunca agradeceré lo suficiente a todas aquellas personas que apostaron por un autor prácticamente desconocido —o sea, yo—, armado con un libro autoeditado bajo el brazo y toneladas de ilusión.

Un día, Jaume Vicent, uno de mis compañeros en la revista MOON MAGAZINE, al saber de la existencia de mi libro me ofreció un espacio en su blog para promocionarlo entre sus lectores.

Fruto de esa invitación escribí este artículo que vais a leer a continuación, y que, al no estar disponible en la actualidad, he decidido rescatar de mis archivos personales.

El post original se publicó en Excentrya el 28 de octubre 2015.


JAUME VICENT “EXCENTRYA”

Pedro Fabelo presenta:

ABSURDAMENTE Antología del absurdo Vol. I

 


Mi compañero en MOON MAGAZINE Jaume Vicent —un buen tipo el Jaume—, ha decidido cederme un hueco en su inestimable blog para que os hable de mi primer libro de relatos: ABSURDAMENTE Antología del absurdo Vol. I.

A mí personalmente el gesto de Jaume no sólo me ha parecido noble, sino hermoso en sí mismo. Desde que me lo propuso, estoy de un sensible que pa' qué. Ni Jane Austen en plena fiebre inspiradora.

Sí, ya sé. Siendo como soy el Gran Maestro Supremo debería mostrarme más frío y distante, y hasta altivo cual divo de las letras. Pero, ¿qué queréis? En el fondo me confieso un sentimental, de los que aún llora a moco tendido cada vez que lee Las cenizas de Ángela —por la historia en sí— o Cincuenta sombras de Greypor las chorradas que es capaz de escribir la E. L. James.

Siempre que un escritor publica un libro se ve irremediablemente abducido por el espíritu de Francisco Umbral. Desde ese momento, vaya adonde vaya, lo único que le apetece es «hablar de su jodido libro».

¿Y dónde dice que le duele? —te preguntará el enfermero de urgencias al presentarte ante él encogido de dolor.

En el pecho. Un fuerte dolor. Creo que es un infarto. Por cierto, ¿le he dicho ya que acabo de publicar un libro? Sí, verá, se llama ABSURDAMENTE Antología del absurdo Vol. I, y está disponible en las tiendas Amazon, tanto en papel como en digital.

Sí amigos, un escritor que acaba de publicar un libro es un tipo a evitar. Claro que, al menos en mi caso, al no controlar demasiado Twitter —aún hoy, seis años más tarde, sigo sin controlarlo—, me evito bombardear al personal con tweets tan ingeniosos y ocurrentes del tipo: «Hola. Soy X. Compra mi libro», o «Mi maravilloso libro ya está a la venta. ¿A qué estás esperando para comprar un ejemplar?», o mi favorito: «Si compras mi libro fliparás en colores, y no como cuando compras uno de esos bestsellers del momento que sólo lo flipas en blanco y negro».

Como he dicho, no controlo mucho Twitter. Abrí una cuenta hace unas pocas semanas y aún ando pillándole el rollo. Pero lo que sí tengo son cuentas en Facebook y Google Plus —ains—.

Aunque apenas las uso para promocionar mi libro. No me gusta dar la brasa. Y tampoco que me la den a mí. Así que imaginad la alegría que me llevé cuando mi colega Jaume me invitó expresamente a que hablase de mi libro en su blog. «¡Qué bien, qué bien, hoy promocionamos con el Vicent!» —cantaba por los rincones de mi casa como si formase parte del anuncio de una conocida marca de atún en aceite.

Decía Frank Zappa que básicamente «el arte consiste en crear algo de la nada y venderlo». Qué cachondo el tío Frank. Adoro a este tío.

Cuando a un autor se le invita a que hable de su libro corre el riesgo de resultar demasiado entusiasta y, por extensión, poco creíble. Al fin y al cabo de lo que se trata aquí es de “vender” tu producto. Y, llegado el momento, resulta de lo más humano caer en la exageración. Que si «es mi mejor trabajo publicado hasta el momento», «se nota a la legua la experiencia acumulada con mis obras anteriores», «sin duda este libro demuestra que he llegado a mi madurez artística y creativa», e incluso «este libro es la hostia, colega. Hablo en serio. Si no lo lees no sabes lo que te estás perdiendo, chaval».

Así que, decidido a alejarme lo más posible del estereotipo del escritor-demasiado-entusiasta-y-por-extensión-poco-creíble, he resuelto ceder la palabra al verdadero protagonista de esta historia: mi libro.

Adelante, libro. Todo tuyo.


HABLA MI LIBRO: ABSURDAMENTE Antología del absurdo Vol. I


Gracias, Gran Maestro Supremo.

Hola a todos. Mi nombre es ABSURDAMENTE. Antología del absurdo Volumen I. Lo de Volumen I viene a cuento —nunca mejor dicho—, porque en algún momento de los próximos meses espero la llegada de un hermanito o hermanita que actualmente está en fase de corrección y maquetación.

Apenas tengo un par de meses de vida, aunque en una vida anterior formé parte de un blog del mismo autor, es decir, de Pedro Fabelo alias Gran Maestro Supremo.

Pedro, o Gran Maestro Supremo, es escritor, y lleva algo así como 20 años escribiendo cosas. Hasta el momento ha escrito un montón de cuentos cortos y relatos, varias novelas —aún inéditas. Pero ya veréis ya; cuando salgan a la luz lo vais a flipar. ¡Y en color!—, un par de guiones para cortometrajes y dos obras de teatro. Ah, y no sabe regatear. Siempre que lo intenta le sale como el culo. Es un negado de narices.

Pero dejemos de hablar de Pedro, Gran Maestro Supremo o lo que sea.

Mejor hablemos de mí.

Yo soy su primer libro publicado. Aunque, como ya he dejado entrever anteriormente, me consta que entre los planes de futuro de mi creador se encuentran la publicación de al menos dos volúmenes más con lo mejor de su producción.

Como ya os avancé, apenas tengo un par de meses de vida. Tengo 145 páginas y mucha vida en mi interior. O más bien, muchas historias en mi interior. La mayoría de esas historias son muy divertidas, como esa en la que salen Tarzán y Jane, o esa otra en la que Pedro le da una vuelta de tuerca al cuento infantil de Rumpelstikin. ¡Y menuda vuelta de tuerca! Te vas a enamorar de ese enano del demonio. O como a él le gusta que se dirijan: «persona de talla baja», por aquello de la corrección política.

También hay un relato enteramente dedicado a los peligros del amor cibernético, y otro que nos descubre quiénes se esconden realmente tras las redes sociales tipo Facebook, Twitter o WhatsApp.

Pero, sin duda, uno de mis favoritos es aquel en el que el autor narra el día en que acudió a la consulta de su doctora en un momento especialmente bajo de su vida y ésta le recetó unos comprimidos de Humor Absurdo. Ése es genial. Palabra. Y mira que yo de palabras sé un rato. Bueno, de palabras, de frases, de párrafos, y hasta de signos de puntuación. Pero eso es punto y aparte —¿qué os decía? ¿Veis cómo controlo el tema de la puntuación? ¿Eh?, ¿eh?—.

Mis colegas dicen de mí que soy un cachondo. Y un libro de lo más original y divertido. Pero claro, comparado con esos ladrillos de Thomas Pynchon o David Foster Wallace es normal que digan eso de mí.

¿Qué más puedo decir? Ah, sí. La portada también es obra de Pedro, o Gran Maestro Supremo, o El Peter, que es como suele firmar sus dibujos —joder, éste tío tiene más alias que un carterista—.

Por cierto, antes de que lo olvide, el libro —o sea, yo mismo con mi mecanismo—, consto de un total de 28 piezas entre cuentos, relatos y hasta de varios microrrelatos. También incluye una especie de prólogo bajo el epígrafe Introducción a la obra.

La corrección y maquetación corrió a cargo del susodicho, o sea, de Pedro, Gran Maestro Supremo, El Peter o como demonios quiera llamarse. Y no lo hizo por una cuestión de ego o de autosuficiencia, sino por una cuestión económica. Resulta que este menda es más pobre que las ratas. De hecho, en su casa tiene viviendo a una rata que tiene más pasta que él. Fijaos si es pobre el chaval. Un escritor de los de toda la vida, vamos. El típico romántico que prefiere morirse de hambre antes que renunciar a su «arte».

La verdad, no sé qué más decir para animaros a que os hagáis con un ejemplar.

Ah, sí. No salgo demasiado caro en comparación con otros libros similares. 9 euros el libro en papel y 2,69 euros la versión digital. Vamos, un chollo.

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Por cierto, si aún tenéis alguna duda, en Amazon podéis leer un avance gratuito de varias páginas (tres capítulos enteros completamente gratis).

Pues eso. Haceos con un ejemplar. No os arrepentiréis.

Aaaaaaadiós.


P.D.: A propósito, lo de Gran Maestro Supremo era una coña que nos traíamos Jaume y yo. Solíamos ponernos motes absurdos para dirigirnos entre nosotros. Aclarado queda.