miércoles, 21 de octubre de 2020

MI FASCINACIÓN POR LA COMEDIA (Parte 3 -LOS 90's-)

 


Los 90's fueron una década maravillosa en lo que a series de comedia se refiere.

En mi post de la semana pasada hablaba de manera somera de la irrupción en España de las primeras cadenas privadas de televisión. Eso ocurrió a principios de la década de los 90's. Aunque en Canarias —para variar— nos llegó un poco más tarde. Al menos en algunas zonas. Lo recuerdo porque para ver Telecinco o Antena 3 tenía que irme a casa de mi abuelo, situada en lo que hoy se conoce como la periferia de la capital y que entonces quedaba «a tomar por saco».

Conviene recordar que hasta entonces, en España, sólo había dos cadenas de televisión: La 1 y La 2 (si es que en España somos unos fieras poniendo nombres a las cosas. ¿Para qué complicarnos la vida, gente? ¿Que sólo hay dos canales de televisión? Pues a una le ponemos “la 1” y a la otra le ponemos “la 2”, ¿qué problema hay? Por cierto, algún día hablaré de esa costumbre tan española de traducir los títulos de las pelis extranjeras como nos sale del níspero. De ahí que una peli como “The sound of music” aquí se tradujese tan alegremente como “Sonrisas y lágrimas”. Hala, con un par, sí señor. Normal que el inglés se nos dé de puta pena).

Pero no todas las cadenas privadas eran “en abierto”, es decir, de acceso gratuito. Había algunas cadenas, como Canal Plus, que emitían parte de su programación codificada, es decir, que tenías que pagar si querías ver fútbol y porno, que era por lo que la gente se abonaba.

Sin embargo, los de Canal Plus —con buen criterio, por cierto—, decidieron abrir su programación en determinadas franjas horarias. Una de esas franjas era al mediodía y otra por la tarde-noche. En ambas franjas, además de los informativos, solían poner series de estreno. Y en esas series de Canal Plus encontré algunas de las mejores series de humor de la época.

De lunes a viernes tenía Dame un respiro, una serie que me hizo pasar muy buenos ratos. La serie básicamente transcurría en la redacción de una revista de moda ficticia de nombre Blush. El reparto era genial, con David Spade en el papel de Dennis Finch, secretario del jefe y propietario de la revista, Jack Gallo, maravillosamente interpretado por el veterano George Segal. Finch, un tipo salido y acomplejado por su baja estatura, andaba siempre detrás de las modelos que desfilaban por la revista, las cuales, por norma general, acababan dándole calabazas. Otra piezas fundamentales de la serie eran Laura San Giacomo, en el papel de Maya Gallo, la hija del jefe, una chica muy concienciada cuyos principios siempre chocaban con los intereses de la revista, Enrico Colantoni, en el papel de Elliot DiMauro, el fotógrafo de la revista que siempre acababa liándose con las modelos, a pesar de su baja autoestima y su prematura calvicie, y la estupenda Wendie Malick en el papel de Nina Van Horn, una exmodelo, exdrogadicta, exalcohólica, exbulímica y unas cuentas “ex” más, que lograba que te partieras de la risa con sus salidas de tono y sus tópicos de modelo profesional (descerebrada, clasista, superficial, inculta, metepatas, etc).

Guardo muy buenos recuerdos de esta serie. Incluso en uno de ellos, Mi cita con Woody, se atreven a homenajear al mismísimo Woody Allen, artista por el que el personaje de Maya Gallo siente una gran admiración.

 

 

Otra serie que me marcó, y no sólo a mí sino a mucha gente de mi generación, incluso de generaciones posteriores a la mía, fue Friends. Supongo que no hará falta profundizar demasiado en ella, ya que, desde su primera emisión en nuestro país, es una serie que ha vivido numerosas y exitosas reposiciones. ¿Quién no conoce a Rachel Green, Joey Tribbiani, Chandler Bing, Phoebe Buffay y los hermanos Monica y Ross Geller?

En serio. Si no habéis visto nunca esta serie, dejad de leer ahora mismo, buscad información para saber dónde y cuándo la reponen y preparaos para disfrutar de las idas y venidas de seis amigos que os harán reír, llorar, emocionaros, recordar, extrañar otros tiempos y otros lugares, y sentir envidia, sana e insana, por no haber tenido jamás amigos como esos.

 

Hija de los 90's fue Seinfeld, la única serie de la historia “que no va sobre nada”. Me encantaba —y me encanta— esa serie. Tenía un reparto increíble, con Jerry Seinfeld a la cabeza haciendo de él mismo, o de una versión modificada de él mismo. Luego estaba Julia Louis Dreyfus, en el papel de Elaine Benes, exnovia de Jerry en la serie. Confieso que el papel de Elaine era de los que menos me agradaban. De hecho, en algún que otro capítulo tenía la virtud de sacarme de quicio, por su arrogancia y su supuesta superioridad moral con respecto al resto del grupo, aún cuando se mostraba igual de mezquina y egoísta que los demás. Y mis favoritos eran Cosmo Kramer (Michael Richards) —sus aparatosas entradas en escena y sus extravagancias eran un sello inconfundible— y George Costanza (Jason Alexander), probablemente el personaje más mezquino, egoísta, mentiroso, liante, lunático, rácano, miserable, desquiciado, retorcido, inútil, ruin, rastrero, cobarde, tiquismiquis, absurdo y ridículo de la Historia de la Televisión; y aún así, se hace querer. Este personaje se lo debemos casi en su totalidad al gran Larry David, co-creador y cerebro detrás de la serie, pues muchas de sus conductas y salidas de tono están inspiradas en episodios vividos y protagonizados por Larry en la vida real.

Por cierto, si sois fans de Seinfeld (la serie) y os quedasteis con ganas de ver más de George, os recomiendo la serie que años más tarde protagonizó el propio Larry David en solitario, y que lleva por título Curb your enthusiasm, algo así como “no te emociones”. Este tío me parece un genio, de verdad.

Volviendo a Seinfeld. Una de sus bazas más importantes es la variedad de guionistas que trabajaron en la serie a lo largo de sus nueve temporadas. A todos ellos los puedes ver en los extras de las ediciones en DVD que se lanzaron años más tarde. Me parecieron muy interesantes sus entrevistas, hablando de dónde surgían sus ideas para escribir, o de cómo trabajaban una idea hasta pulirla y darle el brillo necesario para llevarlo al guión definitivo. Me llamó mucho la atención el que muchas de las tramas de la serie provenían de anécdotas que habían protagonizado algunos de ellos en sus propias vidas (divorcios, rechazos sentimentales, encuentros y desencuentros con amigos o exparejas, peleas familiares, accidentes, incomodidad o incapacidad para adaptarse a determinadas convenciones sociales, etc).

Entre los episodios míticos que forman parte indiscutible de la cultura televisiva de los noventa tenemos el del Restaurante chino —todo el episodio transcurre en el interior de un restaurante chino donde Jerry, Elaine y George están esperando mesa—, el del Parking del Centro comercial o el del Modelo de manos —donde George es contratado como modelo porque sus manos son prácticamente perfectas—, sin olvidar los del niño burbuja, el sopero nazi, el coche apestoso o el de los caramelos pez.

Otra trama que elevó la serie a un lugar de culto es aquella que narra la creación de la serie, su presentación ante los ejecutivos de la NBC para venderles su idea de “serie que no trata sobre absolutamente nada” y las arduas negociaciones que siguieron, basándose en las agrias trifulcas protagonizadas por el propio Larry David; sin duda, todo un personaje.

Al elenco “titular” (los cuatro co-protagonistas), había que sumar una lista increíble de secundarios que hicieron de la serie todo un acontecimiento, como los tristemente desaparecidos Jerry Stiller en el papel de Frank Costanza, padre de George, y Barney Martin en el papel de Morty Seinfeld, padre de Jerry en la serie, Estelle Harris en el papel de Estelle Costanza, madre de George, Len Lesser como el tío Leo, o Wayne Knight, en el inolvidable y recurrente personaje de Newman, archienemigo de Jerry Seinfeld e íntimo amigo de Kramer.

 

Otra de mis series favoritas de todos los tiempos, creada, producida y emitida en los 90's, fue Frasier. Esta serie está basada en las andanzas del psiquiatra Frasier Crane, personaje que nació de otra aclamada serie de los 80's llamada Cheers.

Personalmente le guardo mucho cariño a esta serie. Durante un tiempo me sentí enormemente arropado por su humor inteligente, sus personajes tan bien definidos y la manera que tienen de disfrutar de los pequeños placeres que ofrece la vida —un buen libro al calor del hogar, una copita de algo, música de fondo, buenos amigos para conversar—.

El elenco principal me parece entrañable; desde el elitista y sabelotodo de Frasier (inconmensurable Kelsey Grammer), pasando por el pusilánime y enamoradizo Niles (divertidísimo David Hyde Pierce), el juicioso y cascarrabias de Martin Crane (entrañable John Mahoney) en el papel de padre de Niles y Frasier, la estrafalaria y dulce Daphne Moon (guapísima y muy británica Jane Leeves) y la hipersexual y deslenguada de Roz Doyle (magnífica Peri Gilpin).

Esta serie, que llegó a durar hasta once temporadas, es una rara avis entre las series de televisión. Su rareza consiste en que, a pesar de poseer un humor sofisticado, con numerosas alusiones a escritores, pintores, músicos, pensadores, lugares y hechos históricos, etc; amén de infinidad de chistes basados en términos médicos o citas de eminentes psiquiatras o filósofos, consiguió enamorar y hacer reír a toda clase de público.

Su éxito fue incontestable, llegando a acaparar hasta 37 premios Emmy, que son como los Oscar de la televisión. Y durante el tiempo que permaneció en antena, once años, mantuvo un altísimo nivel a todos los niveles —guión, interpretación, puesta en escena, tramas, citas, etc—.

De esta serie me gustaba todo, desde los decorados —¿quién no querría vivir en una casa como la de Frasier, con esos amplios ventanales que daban a la Aguja Espacial, esa cocina minimalista pero perfectamente equipada, ese salón exquisitamente decorado —piano de cola incluido—, presidido por el viejo y destartalado sillón de Martin Crane remendado a base de cinta de embalar gris?—, hasta los personajes recurrentes, como el locutor de la sección de deportes Bulldog Briscoe (Dan Butler), el crítico gastronómico algo afeminado de Gil Chesterton (Edward Hibbert), la fría y cerebral Lilith (Bebe Neuwirth) en el papel de exmujer de Frasier y látigo de la familia Crane, o el friki de Noel Shemsky (Patrick Kerr), con sus continuas alusiones a Star Trek, serie de la que es un reconocido fanático.

Otro “personaje” fundamental en la serie es el maravilloso Eddie, un Jack Russell Terrier que en la serie hacía la vida imposible de Frasier, llegando a protagonizar sus más terribles pesadillas. Este perro, que llegó a cosechar una gran popularidad debido a su magnífica vis cómica, llegó a ser un personaje recurrente en los cierres de capítulo de muchos episodios de la serie. Famosa y entrañable es la pose en la que mira fijamente al doctor Frasier Crane, haciendo que éste acabe perdiendo los estribos.

 

De vez en cuando me gusta revisionar esta y otras series que tantos y tan buenos momentos me brindó en el pasado. Y cada vez que lo hago es como si volviese a reencontrarme con un grupo de viejos y entrañables camaradas con los que pasé grandes momentos de mi vida. Aún me sigo sorprendiendo a mí mismo riendo o reprimiendo alguna lágrima en según qué escena, o volviendo a sentir esa intensa emoción cuando un conflicto se resuelve o algún personaje consigue quedarse con la chica. Supongo que todos buscamos en el arte aquello que la vida nos niega. En la vida las cosas son como son, mientras que en el arte la vida es como su autor quiere que sea. Brindo por ello. ¿Qué tal un jerez? A Frasier y Niles seguro que les encantaría.


(continuará)



miércoles, 14 de octubre de 2020

MI FASCINACIÓN POR LA COMEDIA (Parte 2 - LOS 80's)

 


La década de los 80 continuó la senda marcada por su predecesora en lo que a comedia se refiere. En esos años descubrí el cine de los Hermanos Marx, por ejemplo. ¿O quizás debería decir “redescubrir”? Y es que, aunque de niño había visto algunas películas suyas en compañía de mi abuelo, no sería hasta mi adolescencia en que empecé a apreciar la mordacidad y el absurdo que impregnaban los diálogos de Groucho o Chico, ya que Harpo jamás llegó a pronunciar una sola palabra en ninguna de las películas que protagonizó junto a sus hermanos.

Pero si tuviese que señalar un punto concreto en el que mi relación con la comedia cambió sustancialmente, no tendría dudas al respecto: el día que descubrí a Woody Allen.

Mi padre, que entonces regentaba un videoclub junto a un socio, tenía más de dos mil películas. Y yo, siempre que podía, me pillaba una bolsa con pelis, para ver en el vídeo y la tele que teníamos instalados en casa. En una de esas tandas de pelis descubrí Sueños de un seductor, la primera peli de Allen que vi en mi vida, de ahí que le tenga un especial cariño, por su especial relevancia en mi formación audiovisual.

Aquella peli me abrió las puertas a un mundo totalmente desconocido para mí, pues nunca había visto nada ni remotamente parecido a aquello. Luego fueron viniendo, en aquellas sesiones de madrugada de Cine Club en la 2 de Televisión Española, y por éste orden: Bananas, Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar, El dormilón, Toma el dinero y corre, Recuerdos y Manhattan. Todas ellas las fui grabando en cintas VHS directamente de la tele, las cuales acabé desgastando de tantas veces que las reproducía.

En cuanto a series, mis gustos seguían siendo claramente anglosajones, con series como Caída y auge de Reginald Perrin, con un imperial Leonard Rossiter, y las últimas temporadas de Benny Hill, que vivió un resurgimiento a mediados de los 80. Como anécdota personal, apuntar que, siendo un chaval, con doce o trece años, teníamos la costumbre de reunirnos unos cuantos chicos del mismo edificio donde vivíamos y hacer nuestras propias performances en un muro que había junto a nuestro portal. Allí revivíamos lo que acabábamos de ver en casa, haciendo nuestras imitaciones de Benny Hill, repitiendo los diálogos y los golpes cómicos y hasta dando alguna que otra cariñosa colleja a un “calvo” imaginario. ¡Qué tiempos aquellos...!


Si hay una serie británica de esa época a la que le tengo un especial cariño esa es, sin duda, Home to roost (Un lugar donde dormir), que iba sobre las vivencias de un padre divorciado y su hijo adolescente, interpretados por John Thaw, en el papel del padre, y Reece Dinsdale, en el papel del hijo adolescente. También andaba por ahí un personaje entrañable: Enith, la ama de llaves, entrometida e indiscreta, que hacía de puente entre ambos. ¡La de risas que me habré echado con tan entrañables personajes! Magnífica serie, sí señor. Llevo años intentando dar con ella en DVD, pero no hay manera. Hace poco di con ella en una edición de lujo, pero sólo disponible en inglés y sin subtítulos. Una lástima, pues si estuviese doblada en español me haría con ella sin dudarlo.

Por supuesto, no puedo dejar atrás a mis queridas Chicas de oro. ¡Sí, yo era un gran fan de Las chicas de oro! Las adoraba. Me parecían entrañables, y tremendamente divertidas. De las cuatro, mi favorita era Dorothy Zbornak, magistralmente interpretado por la gran Bea Arthur. Su humor, ácido y cínico, era mi favorito. Aún me sigue provocando una tierna sonrisa cada vez que la veo morderse uno de sus puños como reacción a alguna de las burradas soltada por el personaje de Rose Nylund, interpretado por Betty White. También disfrutaba mucho del sarcasmo desplegado por Estelle Getty, en el papel de Sophia Petrillo, la incombustible madre de Dorothy; sobre todo cada vez que le soltaba alguna pulla a Rue McClanahan (Blanche Devereaux) a propósito de su promiscuidad sexual. Como curiosidad, destacar que Estelle, que hacía de madre de Dorothy, y por extensión la mayor del grupo, en la vida real era más joven que Bea Arthur, su hija en la ficción. Curioso.


De finales de los 80 también tengo gratísimos recuerdos de una de sus series más míticas: Matrimonio con hijos, con el sinpar Al Bundy (Ed O'Neil) a la cabeza. Aquella serie dinamitaba por completo la idea que teníamos todos de la familia media americana: una madre abnegada siempre preocupada por el bienestar de los suyos, un padre trabajador y dedicado a su familia, unos hijos adolescentes amantes de sus padres, y unos entrañables vecinos siempre dispuestos a echar una mano. Nada de eso. Peggy Bundy, la madre, ni siquiera sabía cocinar. Se pasaba el día cotorreando y paseándose de aquí para allá, además de perseguir a su marido en busca de sexo. Al Bundy, el padre, odiaba su vida, odiaba su trabajo, odiaba a sus vecinos, y sí, también odiaba a su familia. De joven y prometedora estrella de fútbol americano pasó a transformarse en marido y padre, trabajando de sol a sol en una tienda de zapatos que odiaba con toda su alma. Aún me parto de la risa al recordar aquel mítico capítulo en el que es visitado por los extraterrestres, que encuentran en sus calcetines sudados un potente combustible para sus naves. ¡Qué grande, Al!

Con la llegada a España de las cadenas privadas, la década de los 90 prometía. ¡Y vaya si cumplió las expectativas! A la vuelta de la esquina iba a conocer y disfrutar de tres de las mejores series de comedia de mi vida.

Pero eso, os lo contaré la próxima semana.


(Continuará)