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Foto de Cheerfully Lost bajada de Pixabay |
—¡Pedroooooooo!
Estoy aquí, blog.
—¿Dónde has estado metido, pedazo de vago?
De vacaciones.
—¿Vacaciones?, ¿tú? ¡Pero si estás de vacaciones todo el año!
Eso crees tú. Pero no.
—Los escritores sois unos vagos de narices.
En eso debo darte la razón. Mi nariz es bastante vaga. Por sí sola es incapaz de hacer nada. Necesita mi concurso hasta para sonarse.
—¿Me estás vacilando?
Pues sí, la verdad.
—Cómo te pasas, tío.
A ver, ¿qué se te ha roto ahora?
—Pues nada, hacía tiempo que no sabía nada de ti y me preguntaba cómo lo llevabas.
¿Cómo llevo el qué?
—Es una expresión coloquial, hombre. No debes tomarlo por lo literal. Quiere decir “¿Cómo estás?, ¿cómo te va la vida?, ¿en qué andas metido?”.
Lo sé.
—Vale, ¿y cómo lo llevas?
Ando liado.
—¿Con tu nueva novela?
¡Ssssh, calla, insensato!, que te puede oír.
—¿Oírme? ¿Quién?
Mi novela.
—¿Y qué si me oye? ¿Es que le tienes miedo a tu novela, o qué?
No es eso. Es que es muy tímida, y no lleva muy bien el que se hable de ella.
—¡Venga ya! Me tomas el pelo.
No. Hablo totalmente en serio.
—¿Y qué crees que pasará cuando la publiques?, ¿cómo va a llevar el hecho de que la lean, la analicen, la juzguen...?
Supongo que para cuando llegue ese momento se tendrá que acostumbrar. La finalidad de todo escritor al publicar una novela es que la lea el mayor número de lectores posible.
—Bueno, en tu caso ese número no tendría que preocuparte. Ni a tu novela tampoco.
Cómo te gusta tirar con bala, ¿eh?
—Ya me conoces. Me gusta ser directo, sin dobleces ni medias tintas.
Y un pelín cabroncete.
—Eso también.
No hace falta que me lo jures.
—¿Y qué le pasa al ñoñas de tu libro?, ¿acaso arrastra algún trauma de la infancia o qué?
No lo sé. La timidez no tiene porqué ser necesariamente producto de algún trauma. Simplemente tiene fobia social y ya.
—Pues que haga como esos actores y actrices que se reconocen tímidos en su vida normal pero que cuando se suben a un escenario o se ponen delante de una cámara se transforman.
No es tan fácil.
—Yo no he dicho que lo sea. Pero, si no lo intenta, estás jodido. ¿O es que piensas invertir un montón de horas de trabajo y dedicación a un libro que luego no podrás comercializar porque al señorito le podría dar un jamacuco?
Supongo que tienes razón.
—Como opción, podrías ponerle un psicólogo de libros.
¡¡¿Un psicólogo de libros?!! ¿Y dónde carajo encuentro yo eso? Si es que existe. Además, si diese con uno, que lo dudo, lo más seguro es que me salga por un ojo de la cara. Y yo no estoy para muchos dispendios, la verdad sea dicha. Las ventas de mis libros no me dan para hacer locuras.
—Lo sé. Pero, ¿qué quieres que te diga? Tal y como yo lo veo, no te queda otra: o hablas muy seriamente con tu libro y le pones las cosas claras, o renuncias a seguir trabajando en él y perdiendo el tiempo tontamente.
Sí. Tendré que hacerlo.
—Y ya que estamos, ¿cómo va el proyecto?
Pues bastante encarrilado. En las últimas semanas le he dado un empujón considerable. Ya tengo la historia prácticamente acabada, a falta de un último capítulo, y, en breve, empiezo con las correcciones.
—¿Hay humor?
Desde luego. Bastante humor. Y chistes a patadas. Y algunos muy graciosos, la verdad. Y no es porque lo diga yo.
—Y si no lo dices tú, ¿quién lo dice entonces? Porque, según me acabas de decir, nadie más la ha leído.
Bueno, sí, lo digo yo. Pero, aún así, lo considero a la altura de mis libros anteriores. No creo que defraude a quien ya me haya leído y disfrutado de antes. Me estoy esmerando al máximo para que todo quede a la altura de mis exigencias, que no son pocas.
—Eso espero. Porque, tal y como va tu carrera, un paso en falso y...
Eso. Tú dando ánimos.
—Tío, no te rayes. Además, alguien tiene que bajarte los pies al suelo, ser realista, evitar que vivas en las nubes o en un mundo de fantasía. Mi tarea, como amigo tuyo que me considero, consiste en tener sentido común, evaluar las situaciones con objetividad y actuar de manera práctica, teniendo en cuenta los distintos factores y circunstancias que rodean al asunto en cuestión. Además, con mi actitud crítica y nada complaciente te empujo a ser humilde, y no albergar pretensiones inalcanzables.
Uauh, me has dejado sin palabras. En serio. No sé qué decir. Nunca pensé que albergases tal profundidad de pensamiento. Siempre pensé de ti que eras un gañán y un bocazas, pero esto... No me lo esperaba, la verdad.
—Ese es el problema de prejuzgar, que siempre te puedes llevar un buen bofetón sin mano.
Te pido disculpas.
—Y yo las acepto.
Gracias. Y gracias por tus palabras. Me serán muy útiles de cara a la etapa final de mi trabajo.
—Ah, no me las des a mí. Mejor dáselas a la Inteligencia Artificial.
¿Y eso?
—Simplemente me limité a teclear en Google la expresión “bajar los pies al suelo” y la IA me soltó el rollo que te acabo de endilgar.
¡Serás cabrito!
—Sí. Lo soy. Pero, ¿a que soy un cabrito adorable?
Te dejo. Aún tengo mucho por hacer.
—¿Ya te vas?
Las novelas no se escriben solas, ¿sabes?
—Huy, dentro de muy poco sí que lo harán.
¿De qué estás hablando?
—¿No te acabo de decir que antes de hablar contigo he consultado a la Inteligencia Artificial? ¿Sabes de lo que es capaz ese invento? Si la adiestras convenientemente es capaz de crear música con un determinado estilo, escribir letras de canciones, traducir libros enteros en cuestión de minutos, y hasta crear contenido a golpe de click.
Un programa informático no puede sustituir el ingenio ni la creatividad humana.
—Tiempo al tiempo.
Joder, cada día que pasa más miedo me da el futuro que está por venir.
—Eso es porque ya tienes “esa edad”.
¿A qué edad te refieres?
—A la edad en la que ya te empiezas a ver más desconectado del mundo moderno que conectado a él. Es Ley de Vida. Todos los seres humanos pasan por distintas fases a lo largo de su vida: la fase del aprendizaje, la fase de la adaptación, la fase de la integración al entorno y al mundo que le ha tocado vivir, la fase de desconcierto cuando ves que el mundo avanza a doble velocidad que tu capacidad para asimilar los cambios, y, por último, la fase de desconexión, que es es la que estás tú ahora mismo.
Que consiste en...
—Que consiste en que cada día que pasa más temor te causa el futuro, por tu incapacidad para adaptarte a los cambios que se avecinan, y, al mismo tiempo, sientes que el mundo que conociste está muriendo a pasos agigantados, lo que te hace refugiarte cada vez más en los recuerdos de un pasado que poco a poco ha ido desapareciendo.
No hay nada como hablar contigo para recuperar los ánimos.
—¿Estás siendo irónico conmigo?
Es posible. No lo sé. ¿Tú qué opinas?
—De sobras sabes que por mi condición no humana soy incapaz de reconocer la ironía.
Huy, qué lastima. Pobrecito.
—¿Ironía o sarcasmo?
Me temo que para averiguarlo tendrás que recurrir a la Inteligencia Artificial. Y de paso pregúntale cómo puede sobrevivir un blog al que su dueño, harto de sus desplantes, ha decidido eliminar por completo.
—No serás capaz... ¿verdad?
Tú mismo lo has dicho. Estoy en “esa edad”.
—¿Qué edad?
Esa en la que cada día que pasa menos entiendo el mundo que me rodea. La misma en la que empiezo a cuestionarme si no es mi blog quien me controla a mí, y no al revés.
—Vamos, Pedro, tío. Estás de coña. ¿Es eso, no? Estás vacilándome.
Pues no. Tienes razón. Cada día que pasa menos ganas tengo de continuar con esta farsa. Tal vez va siendo hora de pulsar el botón de “eliminar blog”.
—No, Pedro. Por favor. No lo hagas. Ten compasión de este pobre blog. Mira todo lo que hemos hecho juntos. Llevamos once años juntos. Con altibajos, sí, pero juntos al fin y al cabo. Hemos vivido un montón de experiencias, la mayoría bastante agradables. Recuerda tus primeros lectores, los primeros comentarios que te dejaban, los premios que te otorgaban tus colegas blogueros, los intercambios de mensajes y contenidos, las conexiones que establecías con otros autores y lectores, la publicación de tu primer libro de relatos, y los siguientes, las fotos que te enviaban tus amigos y lectores posando con tu libro y que luego subías al blog henchido de orgullo y satisfacción, los cientos de posts que has ido subiendo en estos once años, y los cientos de comentarios que has recibido y contestado. Pero, sobre todo, no olvides lo mucho que te queda por hacer.
Pero si tú mismo has dicho que todo eso pertenece al pasado. Que yo no estoy preparado para el futuro que viene. Que mi tiempo ya pasó.
—¿Y desde cuándo haces caso de lo que digo? ¿No ves que lo mío es tocar las narices, ser un capullo, un irreverente?
Quiere eso decir que todo lo que me dijiste antes, ¿no iba en serio?
—¡Pues claro que no, alma de cántaro! ¡Con lo que yo te aprecio! Ains. Parece mentira que no me conozcas.
Entonces, ¿debo seguir con el blog?
—¡Pues claro, hombre! Además, ¿qué pasa con tu nuevo libro? ¿Es que no lo piensas promocionar? Sí, ya sé que es muy tímido y todo eso, pero en algún momento tendrás que mostrarlo al público, en anunciar al mundo su lanzamiento. ¿Y qué mejor lugar para hacerlo que tu propio blog, ese que ha estado ahí contigo los últimos once años?
¿Sabes qué? Me has convencido. Voy a seguir con el blog un año más. Siempre hay tiempo para “borrar”, ¿no crees?
—Sí, sí. Desde luego. Pero mejor centrémonos en el presente. ¿Deseas algo? ¿Estás cómodo? ¿Quieres que ponga algo de música de fondo mientras escribes?
Estoy bien. Gracias.
—A mandar.
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