jueves, 8 de mayo de 2025

NUEVO PROYECTO

Imagen de Dephoto bajada de Pixabay

 

Mi último libro publicado, la primera novela que publicaba en mi vida, ha sido un rotundo éxito: ocho ejemplares vendidos en todo el mundo mundial, y parte del extranjero.

Con el dinero que gané de las regalías derivadas de mis derechos de autor me compré dos latas de mejillones y una de berberechos, por si vienen visitas a casa. Porque no hay nada más embarazoso que recibir visitas y no tener ni una mísera lata de mejillones con las que agasajar a nuestros invitados.

Y es que no todos los días vende uno ocho ejemplares de uno de sus libros. Si lo hiciese, lo de vender ocho ejemplares al día, en un año llegaría a los dos mil novecientos veinte ejemplares, lo cual sería la leche. Pero eso sería tirar demasiado alto. Me conformo con los ocho ejemplares que llevo vendidos en total desde que publiqué mi novela en 2022. Ojo, que ocho ejemplares en tres años no está nada mal.

Y para que veáis la importancia de semejante cifra, diré que hay autores que no alcanzan esa cifra ni en sueños. Y no sólo autoeditados. A esos autores yo les diría que deberían soñar a lo grande, que no se conformen, que no se pongan límites.

Porque, vamos a ver, soñar es gratis, ¿no? O al menos en mi caso es así. Y lo es porque gracias a una oferta de mi compañía telefónica, que pillé gracias a una de esas simpáticas y reconfortantes llamadas indiscriminadas que suelen hacer los teleoperadores a la hora de la siesta (benditos sean), contraté una tarifa que incluía, además de una mejora sustancial en mi tarifa de telefonía, un paquete de sueños nuevecitos, a estrenar. Y claro, aproveché la oferta.

Con el dinero que me ahorré gracias a la nueva tarifa me compré un paquete de pipas. Pero no un paquete de pipas normal. Me compré uno bien grande, de pipas tamaño XXL. Y sin oferta de por medio. Ni dos por uno, ni la segunda unidad a mitad de precio, ni nada por el estilo. Me di el lujazo de pagar el precio que marcaba la etiqueta, sin perder el tiempo comparando marcas, calidades o peso. Por un instante experimenté lo que debe sentir un magnate tipo Jeff Bezos o Elon Musk en su día a día, dando rienda suelta a cualquier capricho que se le pase por la cabeza sin reparar en gastos.

Y tras este maravilloso y necesario preámbulo, supongo que a algunos de mis lectores —al menos a los ocho que compraron un ejemplar de mi novela—, les interesará saber que desde hace unas semanas ando trabajando en un nuevo libro.

Poco puedo deciros del mismo, ya que se trata de un libro muy tímido que lleva francamente mal el que hablen de él a sus espaldas. Incluso que hablen de él estando presente. Por este motivo yo, su autor, que conozco en primera persona el sentimiento que embarga a quien se reconoce a sí mismo como alguien tímido, sumido en esa mezcla de inhibición y ansiedad permanentes, respeto profundamente la voluntad de mi libro de que se hable lo menos posible de él.

Lo que sí diré, y no creo que con esto provoque ningún daño o perjuicio en su ánimo, es que en él hallarán las dosis de humor y diversión que se han convertido en una de mis más reconocibles señas de identidad como autor. Vamos, que habrá chistes y situaciones jocosas a tutiplén.

¿Quiere esto decir que como autor jamás incursionaré en el terreno del drama o la literatura, digamos, más seria? Rotundamente no. Porque no sólo de humor vive el hombre. Ni la mujer. Ni siquiera el ornitorrinco. Y no no iba a ser una excepción.

Me gusta la comedia. Me gusta reír. Y disfruto tanto leyendo como escribiendo comedia. Pero eso no quita para que también me guste leer cosas más serias. Del mismo modo hallo placer escribiendo cosas serias de mi propia cosecha. Y si no he publicado aún ningún libro en esa dirección no ha sido por falta de material, sino por una simple cuestión de prioridades.

Aún tengo mucho material divertido por publicar, y es mi deseo hacerlo en los próximos años. Y cuando crea que ha llegado el momento de dar salida a esos otros escritos, sin duda lo haré. Y espero cosechar el mismo éxito que con mis libros de humor. O más. De hecho, no estaría mal vender al menos nueve ejemplares. Total, por soñar que no quede.



 


jueves, 24 de abril de 2025

MÁS PROPÓSITOS DE AÑO NUEVO PARA INCUMPLIR

Foto de Yamu Jay bajada de Pixabay

Entre los muchos y muy variados propósitos de Año Nuevo con los que cada año me castigo, como penitencia a mi vida de disipación y hedonismo sin límites, uno de los más asequibles, sin duda, era el de retomar mi actividad en el blog. Y aunque me costó lo mío poner en marcha esta nueva andadura bloguera, semanas antes de mi reestreno me puse manos a la obra y comencé a garabatear ideas y bocetos en una de mis libretas. Luego publiqué el post de regreso y, ¡voilá!

Y en esas estamos, es decir, con el blog en funcionamiento, por lo que retomar mi actividad bloguera se ha convertido en mi primer propósito de Año Nuevo cumplido. ¡Bien por mí!

Por desgracia, no todos mis propósitos de Año Nuevo han resultado tan exitosos. Es más, siendo honesto con vosotros, la mayoría están resultando un total fracaso.

A continuación, en un ejercicio de autoflagelación pública, ampliaré detalles de esos otros propósitos que forman parte de mi particular “muro de la vergüenza”.


Bajar de peso.

Vamos, lo de todos los años. Y como todos los años, me temo que en este 2025 también fracasaré miserablemente. Mi problema es que, de unos años a esta parte, tengo la frustrante sensación de que todo lo bueno engorda. Si me gusta o me proporciona placer, engorda seguro.

Mis batallas contra la mala alimentación han sido una constante en mi vida, llegando a alcanzar cotas épicas, a tal punto que no me extrañaría que los de la Marvel hiciesen una peli en plan superhéroes contra supervillanos.

El argumento podría ser algo parecido a ésto: el Capitán Zampabollos (el héroe) libra una dura lucha sin cuartel contra el temible Doctor Colesterol (el villano), quien, en su siniestro plan de crear un Universo repleto de gordos insanos diabéticos y con las arterias a punto de explotar, no duda en tentar al héroe con toda suerte de bollería industrial, snacks ultraprocesados y bebidas gasesosas azucaradas. Para ello se sirve de un malvado grupo de científicos de élite que trabajan sin descanso en toda suerte de colorantes, potenciadores de sabor y grasas saturadas que aumentan el deseo en todo aquel que cae bajo su irresistible hechizo.

Además del malvado grupo de científicos, el Doctor Colesterol utiliza los servicios de un escogido grupo de cocineros encargados de crear cientos de recetas compuestas por sabrosas y tentadoras salsas con las que condimentar suculentos platos ricos en colesterol y carbohidratos. Además de los científicos y los cocineros, el Doctor Colesterol se sirve de otro ejército igual de temible: una legión de publicistas y comerciales sin escrúpulos que consiguen introducir sus insanos productos en las mentes del consumidor, ocupando los mejores lineales de los supermercados, hipermercados o tiendas de barrio, apelando a dos de sus más poderosos aliados: el placer inmediato y el ahorro económico.

¿Podrá el Capitán Zampabollos ganar algún día su batalla personal contra su ansiedad y sus ganas de atiborrarse y poder cambiarse al fin el nombre por el de Capitán Sano y con el Corazón Contento? ¿Podrán los cocineros de la Resistencia crear un plato con verduras y vegetales que sea irresistiblemente sabroso, que proporcione placer y que no haga engordar a quien lo consuma? ¿Llegaremos a ver algún día algún producto alimenticio con la etiqueta “light” o “bajo en calorías” que no mienta descaradamente? ¿Podrán las Autoridades Sanitarias, al fin, ganarle la partida a las grandes corporaciones que se pasan las sanciones de la Administración por donde amargan los pepinos?

No os perdáis el siguiente episodio en esta guerra sin igual: Episodio XVCDXXVI, la amenaza de los fantasmas del gym

La batalla continúa...


Toda esta lucha contra la comida me lleva al siguiente propósito.


Comer más sano (y más triste)

Y es que, del mismo modo en que todo lo sabroso y rico es perjudicial para la salud, lo sano resulta de una tristeza y de un anodino que tira pa' trás.

No me entendáis mal. Me gusta la verdura, y las ensaladas. Y el queso tierno y sin sal, y hasta el yogur desnatado y sin azúcar. No tengo problemas con eso. El problema es comer verduras, ensaladas y queso tierno todos los putos días. Acabarían saliéndome lechugas por las orejas.

Otra cosa de la que nadie habla, pero que es una verdad incontestable, es que comer sano es mucho más caro que comer insanamente. Los alimentos no procesados y bajos en grasas y azúcares multiplican por tres (o más) el precio de los alimentos mierderos. Y eso, teniendo en cuenta la espectacular subida de precios que han sufrido de unos años a esta parte productos tan básicos como el pan, el aceite o los huevos, hace que la balanza se decante peligrosamente hacia el lado chungo. Y es que, por si no lo sabéis, desde hace tres años todo viene de Ucrania; hasta las verduras, los tomates y el aceite de oliva que cultivan nuestros agricultores en España vienen de allí. Y la poca vergüenza y la avaricia de algunos, también.

En fin, sigamos con mi lista de propósitos.


Añadir más tiempo e intensidad a mi rutina de entrenamiento diario.

Hace poco leí un artículo que hablaba de la regla 6-6-6. Dicha regla versaba sobre una rutina de entrenamiento específica para personas mayores de 50 años, que consiste en caminar 60 minutos a las 6 de la mañana, y volver a caminar otros 60 minutos a las 6 de la tarde, y, en ambos casos, con 6 minutos de estiramientos al iniciar la caminata y otros 6 minutos al acabar el ejercicio.

Ante semejante propuesta, sólo se me ocurre una cosa: “Por favor, Dios mío, mátame ya. Ahórrame este sufrimiento”.


Siguiente propósito.


No cabrearme tanto con mis semejantes.

Resulta harto complicado mostrarse indulgente y positivo ante las cabronadas que quienes nos rodean nos suelen infligir a diario. Tomemos como ejemplo un día cualquiera. Te levantas temprano, te aseas, te vistes, desayunas y sales de casa con una amplia sonrisa en el rostro, dispuesto a no permitir que nadie te estropee el día. Y yo no sé vosotros, pero basta que salgas a la calle para que en cero coma aparezca el primer capullo o capulla dispuesto a joderte el día. Y, en ocasiones, ni siquiera es necesario salir de casa. Estás tranquilamente haciendo tus cosas cuando, de repente, suena el teléfono con el primer capullo o capulla intentándote colar una nueva tarifa eléctrica que no has pedido, una mejora en telefonía o el último grito en colchones de látex ergonómicos.

Aún recuerdo a aquel doctor bienintencionado que, en pleno confinamiento, salía todos los días por la tele asegurando que tras la pandemia todos íbamos a salir de aquello siendo mejores personas. Pobrecito. Su ingenuidad me sigue pareciendo hoy día de lo más entrañable. Me viene a la mente aquella costumbre de salir todas las tardes a las 8 al balcón o las ventanas a aplaudir a los sanitarios y médicos para agradecer su inconmensurable labor. Meses más tarde muchos de esos que aplaudían trataban a los médicos o sanitarios que vivían en su mismo edificio como apestados. ¿Mejores personas? ¿En serio? Es un chiste, ¿no?

Dicho esto, y remitiéndome a mi propósito anterior, me vuelvo a dirigir a Dios: “¿Sabes qué, Dios, en vez de a mí porqué no fulminas a esos capullos y capullas que tanto abundan? Igual el mundo sería un lugar mejor para vivir sin tanto capullo suelto".


No tomarme las cosas tan a pecho.

Para alguien como yo que ni fuma ni bebe, lo de no tomarme las cosas tan a pecho no resulta tan fácil como parece. Y es que por algún lugar tiene que salir la frustración por las cosas que no podemos controlar y que nos hacen la vida más difícil de lo que ya es, ¿no os parece?

Tengo una amiga que tiene una teoría al respecto. Dice que cuando no sueltas cuatro gritos ante algo que te disgusta o te cabrea, y que en lugar de echarlo pa'fuera lo reprimes, eso acaba por transformarse en un tumor o en una enfermedad chunga. Yo no soy científico, ni médico, así que no puedo refutar ni validar semejante teoría, pero, por si acaso mi amiga tuviese razón, siempre que algo me cabrea o me saca de mis casillas no suelto cuatro gritos sino cuatrocientos. Por si acaso.


Procurar no perder tanto el tiempo.

Este es uno de los propósitos más difíciles de cumplir. Al menos para mí. Y es que, ¿cómo se hace eso? Si alguien lo sabe, por favor, que me lo diga. Estaré encantado de escucharle.


Y esa es mi lista para 2025. De momento. Igual de aquí a finales de año se me ocurren más propósitos de Año Nuevo que incumplir y por los que sentirme culpable. Desde luego, no lo descarto.



jueves, 3 de abril de 2025

DE CÓMO ME REENGANCHÉ A MURAKAMI

Retrato del escritor japonés Haruki Murakami (foto tomada de la red)


  

Hace poco tuve un encuentro casual con un buen amigo al que hacía tiempo que no veía. Hubo un tiempo en que prácticamente nos veíamos a diario, pues vivíamos relativamente cerca el uno del otro y quedábamos a menudo para ir a caminar o intercambiar música. Luego, por cuestiones laborales y familiares, dejamos de vernos, y nuestros caminos se separaron. La vida es así, repleta de llegadas y despedidas, y no siempre depende de nosotros el que alguien llegue a ella o salga.

La cuestión es que mi amigo y yo nos reencontramos y, aprovechando que teníamos tiempo por delante, nos pusimos al día de nuestras respectivas vidas. Entre las muchas cosas que hablamos hubo una que me dejó a cuadros. De un tiempo acá, mi amigo ya no veía cine ni escuchaba música. Decía que ya no disfrutaba ni de lo uno ni de lo otro, que vagaba en una especie de apatía permanente y que sólo vivía para el trabajo y su familia.

Eso me entristeció, pues a mi edad aún me resulta inconcebible renunciar a leer, ver cine o escuchar música. Es más, cada año que pasa, mayor es mi pasión, rayana en la obsesión, por disfrutar tanto de lo que tengo como de lo que aún me queda por conseguir.

Total, que en un momento dado de la conversación, mi amigo me confesó que una de las cosas que siempre admiró de mí era mi curiosidad.

Siempre, desde que te conozco, has mostrado una tremenda curiosidad por aquellas cosas que despiertan tu interés. Si algo te gusta o llama tu atención, harás lo que sea por satisfacer tu curiosidad.

Esto me viene al pelo para ilustrar el cómo y el porqué hace unos meses llegué a reconectar con la literatura de Haruki Murakami.

Resulta que hará cosa de seis meses o así, llegó a mis manos una bella película japonesa que llevaba por título Drive my car. Dirigida por Ryüsuke Hamaguchi y protagonizada por Hidetoshi Mishijima, Toko Miura y Reika Kirishima, la película trata sobre un actor de mediana edad, aquejado de una enfermedad ocular degenerativa que le impide conducir, que se ve obligado a recurrir a los servicios de un chófer particular que lleve su coche a diario desde el hotel donde se hospeda hasta el teatro donde en pocos meses llevará a escena una versión moderna del Tío Vania de Chéjov. Por recomendación de su mecánico, que conoce lo quisquilloso que se pone el actor en relación a su viejo Saab 900 de color rojo, éste acaba contratando los servicios de una joven conductora, de aspecto anodino y parca en palabras. Aunque reticente al principio, el actor poco a poco se queda prendado de la manera de conducir de la joven, tan sobria y hábil que se sorprende a sí mismo admitiendo lo cómodo que se siente como pasajero en su propio vehículo. De ahí el título de la peli: Drive my car (Conduce mi coche).

 

Fotograma de la película "Drive my car"

No desvelaré más de la trama, por otra parte sumamente original y cautivadora. Lo que sí diré es que la película me llevó a un estado tal de fascinación que las casi tres horas que duró me parecieron cortas. ¡Qué maravilla de película! De ella me gustó todo: los actores, su interpretación, la bella fotografía, la banda sonora. Vamos, que me encantó.

Y ahora viene la parte que tiene que ver con satisfacer mi curiosidad (¿veis cómo la paciencia al final tiene su recompensa?).

Al acabar la película noté que en los créditos se informaba que el guión estaba basado en una obra de Haruki Murakami. Así que, con el buen sabor de boca que me había dejado la peli, decidí buscar información acerca del libro en el que estaba basado. Busqué la bibliografía de Murakami, y entre los títulos no encontré ningún Drive my car. Entonces busqué información sobre la peli, y gracias a eso supe que la base del guión no había sido sacada de una novela sino de un cuento corto incluido en un libro de relatos de Murakami que lleva por título Hombres sin mujeres.

Busqué entre los libros que ya tenía de Murakami, y como vi que no lo tenía me hice con un ejemplar. Lo empecé a leer. Y, de repente, me vi absorbido por el rico mundo de este autor japonés. El libro se compone de ocho relatos largos, entre los que se encuentra Drive my car (creo que es el segundo o tercer relato de la lista). Todos los cuentos me parecieron fascinantes, algunos con claras referencias a otros libros y autores (por ejemplo, hay uno titulado Sherezade, vagamente inspirado en su trama y desarrollo en Las mil y una noches, y otro que lleva por título Samsa enamorado, ligeramente inspirado en La Metamorfosis de Franz Kafka).

Una de las facetas más conocidas de Murakami, al margen de la literatura, es su amor por la música, sobre todo el pop, el rock y el jazz. Fan incondicional de The Beatles, suele usar títulos de canciones de los de Liverpool para titular algunas de sus obras, como la citada Drive my car, Yesterday (otro de los cuentos incluidos en Hombres sin mujeres), o Norwegian wood (una de sus más celebradas novelas).

Dejando a un lado su amor por los libros y la música, su otro gran amor son las carreras de larga distancia. Es más, en otro de los libros suyos que leí, que lleva por título De qué hablo cuando hablo de correr, Murakami da rienda suelta a su afición por este deporte. Según narra en el libro, cada mañana sale a correr unos cuantos kilómetros se encuentre donde se encuentre (por ejemplo, estando de promoción en Estados Unidos, salía a correr cada mañana antes de sentarse a escribir o atender a los medios). Esa afición por las carreras le ha llevado a completar más de veinte maratones a lo largo de su vida. Bien por él. Yo ni siquiera disfruto viendo cómo otros corren. Hasta para ver carreras por televisión soy vago de narices. En fin, corramos un tupido velo (pero sin sudar mucho, que me canso).

Otro de los libros de Murakami que he leído en estos últimos meses ha sido La biblioteca secreta, un cuento juvenil de apenas cincuenta páginas. La historia trata de un adolescente que acude a su biblioteca habitual para devolver un par de libros en préstamo. Una vez allí se interesa por algún libro o manuscrito que tenga que ver con la recaudación de impuestos en el Imperio Otomano. La mujer que lo atiende le deriva entonces al sótano, a los dominios de un extraño y misterioso bibliotecario que embarcará al joven en una sobrenatural aventura con tintes kafkianos. Si lo que has leído hasta ahora ha conseguido despertar tu curiosidad, a continuación te dejo un adelanto gratuito de unas pocas páginas que he encontrado en la red. Pincha aquí.


Al margen de estos tres libros, hace un par de años me leí suyo De qué hablo cuando hablo de escribir, un magnífico libro sobre el oficio de escritor. En él, Murakami habla de autores a los que admira (Hemingway, Kafka, Chandler o Dostoievski —entre otros—), de sus experiencias como empresario hostelero cuando regentaba un bar donde ponía música jazz de fondo, y del momento en que decidió abandonarlo todo para dedicarse a la literatura. En cierto sentido, la lectura de ese libro me hizo recordar otro de los grandes libros sobre el oficio de escritor, el magnífico Mientras escribo de Stephen King.

En definitiva, en Murakami he encontrado un interesante autor del que espero seguir leyendo algunos de sus otros libros, además de releer los que ya poseo y que forman parte de mi colección privada.