![]() |
Amanecer visto desde el interior de una cueva. Foto: todopaisajes.com |
Al
buscar en la red una foto que reflejase lo que siento en estos
momentos, me encontré con esta foto de un amanecer tomada desde la
perspectiva del interior de una cueva. Me vino como anillo al dedo,
ya que así es exactamente cómo me siento tras estos seis meses de
ausencia obligada: como si saliese de una cueva de dolor en la que he
estado encerrado cinco meses y medio.
Pero
mejor empiezo por el principio.
Han
pasado casi seis largos meses desde la ultima vez que publiqué en el
blog. Eso ocurrió exactamente el 2 de febrero de 2017.
En
aquella ocasión subí al blog un relato muy alejado del estilo de
humor absurdo que tanto me caracteriza. Se trataba de una pieza de
corte romántico con pinceladas de melancolía y tristeza.
La
elección de aquella pieza no fue algo casual, sino que obedecía a
mi estado de ánimo por aquellos días. A decir verdad estaba jodido,
bastante jodido, tanto física como mentalmente.
Para
situar el origen de ese malestar físico y mental tendría que
remontarme a mediados de enero de este mismo año. Por
aquellos días comencé a sentir en la pierna izquierda unas leves
molestias que me acompañaban prácticamente durante todo el día.
Con el paso de los días esas leves molestias derivaron en un dolor
persistente que me imposibilitaba llevar una vida normal, pues había
momentos en que me era imposible ponerme en pie sin sentir un intenso
dolor que simulaba un rayo que me atravesaba la pierna.
Fui
a urgencias de mi Centro de Salud. En urgencias, tras una primera
exploración y teniendo en cuenta mis antecedentes médicos —he
tenido algunos problemas de ciática en el pasado—, me inyectaron
un relajante muscular y un antiinflamatorio.
Aquello
me vino genial para pasar el resto del día y parte de la noche sin
experimentar dolor. Pero al día siguiente, pasados los efectos de
las inyecciones, volvieron las molestias.
Pedí
hora a mi doctora de cabecera, y tras una exhaustiva exploración
ocular, acompañada de algunas pruebas físicas, se determinó que la
causa de las molestias podría ser una lumbociática. Me recetaron
unas pastillas (paracetamol y un antiinflamatorio), y fijamos una
nueva visita para unas semanas más tarde.
Ese
fue el inicio de mi infierno particular.
En
estos cinco meses he padecido los dolores más intensos e
insoportables que jamás haya experimentado en toda mi vida. Ha
habido noches en que el dolor era tan insufrible que me era imposible
dormir.
Imaginaos
el dolor físico más intenso y angustioso que recordéis haber
sentido jamás concentrado en una línea de acción que nace en mitad
del gluteo izquierdo, baja atravesando la cara posterior del muslo y
llega hasta el final de la pantorrilla. Ahora imaginad que ese dolor
es tan punzante que sentís vuestros propios latidos en esa zona como
si de intensas descargas de electricidad se tratase, y que ese dolor
os acompaña durante las veinticuatro horas del día sin que ningún
calmante o analgésico consiga paliarlo de alguna manera. Y ahora
imaginad que ese padecimiento se prolonga durante días, y que esos
días se convierten en semanas, y que esas semanas derivan en meses,
sin que aún tengáis un diagnóstico claro de lo que os está
provocando ese dolor.
En
este tiempo he pasado por episodios en que no he podido
levantarme de la cama y en los que el mero hecho de tener que hacerlo
obligado por cuestiones fisiológicas básicas suponía pasar por un
infierno de angustioso dolor, no sólo físico sino también
psicológico.
Hasta
hace escaso mes y medio tenía los nervios destrozados y los ánimos
por los suelos, pues en mi cabeza sólo había una idea: «¿Cuándo
se me va a ir este dolor?».
Hace
mes y medio tuve cita con un traumatólogo, el cual me recetó un
nuevo tratamiento. Gracias a la nueva medicación y a la adopción de
un modo de vida más saludable —llevo perdidos once kilos de peso—,
he podido ir retomando algunos hábitos, como el poder permitirme dar pequeños
paseos por los alrededores de un parque cercano a mi casa.
A
pesar de estos avances, aún no puedo permanecer más de una hora
sentado sin que me invada un intenso dolor en las cervicales, por lo
que me es imposible sentarme a escribir en condiciones. De momento
estoy escribiendo a mano, a ratitos, en una postura lo menos dolorosa
posible para mí, rodeado de almohadas, como un marajá —ya veis—.
Mi
recuperación está siendo lenta, muy lenta, y con algún que otro
retroceso, ya que si por algo se distinguen este tipo de dolencias es
por lo traicioneras que son; tan pronto te encuentras perfectamente
bien como, de repente, sientes un pinchazo y te doblas de dolor.
Así
que, de momento, no me queda otra más que tener paciencia y procurar
seguir las recomendaciones de los médicos.
Desde
hace un par de meses me fue posible recuperar algunas de mis
aficiones. Entre ellas, la lectura. Entre
los libros que he leído ha habido de todo: bueno, malo y regular. Pronto hablaré de esas lecturas en el blog, ya que entre mis planes
de futuro para el blog se encuentra la idea de empezar a escribir
posts algo más personales, haciendoos partícipes de mis gustos y
experiencias tanto en literatura como en cine y series.
En
fin, esta ha sido la razón de mi larga ausencia. Confío en que poco
a poco pueda ir retomando mi actividad normal, ya que cuando toda
esta pesadilla comenzó me pilló en pleno proceso de escritura de un
par de proyectos que tengo mucha ilusión por ver acabados: el tercer
y último volumen con el que cerraré la trilogía ABSURDAMENTE y mi
primera novela, la cual espero tener lista antes de que acabe el año.
Hasta
aquí mi resumen de estos cinco meses y medio para olvidar.
Antes
de cerrar este post quisiera agradecer a todas aquellas personas que
semana tras semana se han dejado caer por aquí aún sin haber
publicado nada nuevo.
Al
mismo tiempo os pido disculpas por no haber podido explicar antes mi
situación —me era imposible sentarme a escribir y, de haber podido
hacerlo, tampoco tenía yo la cabeza muy despejada, ni mis ánimos
eran los más idóneos, la verdad sea dicha—.
A
todos: gracias.
Un
abrazo.