Algunos títulos al azar de mi colección |
Hace
unos días, a través de Facebook, mi buena amiga Séfora me
planteó un reto literario. Dicho reto consistía en subir durante
diez días seguidos otras tantas portadas de libros que me hubiesen
causado impacto a lo largo de mi vida.
Como
quiera que llegase tarde al reto —cosas de Facebook y su
política de avisos por correo electrónico—, y habiendo
considerado interesante el reto planteado por mi amiga, opté por
fotografiar de mi colección personal las portadas de 15 libros
de entre los muchos que, de un modo u otro, han marcado mi
trayectoria como lector y autor de mis propias historias.
Su
inclusión no indica necesariamente que hayan sido los que más me
hayan gustado. A lo largo de mi vida he leído tantos libros que me
han proporcionado horas y horas de infinito placer que, de agruparlos
en una lista, casi sería tan larga como una comparecencia televisiva
de Pedro Sánchez durante el periodo de confinamiento.
En
cada uno de los libros escogidos he resuelto incluir un breve
comentario o descripción del porqué de su importancia o
trascendencia en mi vida. Confío en que os resulte ameno saber de
mis influencias.
01
“EL SOMBRERO DE TRES PICOS” de Pedro Antonio De Alarcón
Con
este libro empezó todo. Tenía dieciocho años, y desde hacía un
año trabajaba como auxiliar administrativo en una oficina. En la
misma calle había un estanco regentado por un entrañable viejecito
al que todos los meses le compraba mis revistas favoritas.
Un
día, por esos azares del destino, mis ojos se fijaron en un libro
que el quiosquero tenía expuesto en una esquina de su local. He de
apuntar que hasta ese día mi experiencia con la literatura había
sido más bien residual. A excepción de una enorme enciclopedia
azul que mi padre tenía en casa y que me leía con frecuencia de
niño, en parte por los dibujos que contenía, y una pequeña
biografía de Napoleón
Bonaparte,
mis lecturas se reducían a montones y montones de cómics de la
época —Cimoc,
El
Víbora,
Metal
Hurlant—
y cuanta revista musical de rock que cayese en mis manos —Heavy
Rock,
Popular
1,
Metal
Hammer,
EGM,
etc—, las cuales devoraba con auténtica gula lectora.
Aquel
libro que llamó mi atención llevaba por título El
sombrero de tres picos.
Lleno de curiosidad, le pregunté al quiosquero por el precio.
—Cuatrocientas
pesetas —dijo él. Entonces aún se pagaba en pesetas.
—Me
lo llevo —dije yo. Pagué y me lo llevé.
Aquella
misma noche, después de cenar, abrí el libro y comencé a leer.
Creo que tardé dos noches en acabar de leérmelo. Disfruté tanto de
aquel libro que consiguió despertar en mí una pasión hasta
entonces desconocida: mis ansias de lectura.
Por
cierto, el de la foto es el mismo ejemplar que compré hace treinta y
dos años a aquel entrañable quiosquero. Lleva conmigo desde
entonces. El libro, no el quiosquero, aclaro.
02
“CUENTOS
SIN PLUMAS” de Woody Allen
En
otro post que subí hace tiempo a este mismo blog conté mi especial
relación con este libro. Nuestros caminos se encontraron en un
momento bastante jodido de mi vida. Lo vi expuesto en una tienda de
libros y discos que frecuentaba asiduamente desde mi adolescencia. Y
aunque por entonces ya conocía y admiraba al Woody
Allen
actor y director de cine, desconocía su faceta como escritor. Así
que cogí el libro, lo abrí y lo hojeé con curiosidad. Me bastaron
un par de páginas para enamorarme al instante. Así que lo compré,
lo leí, me sacó de mi bajona y, con los años, me animó a
intentarlo con mis propias historias.
Mi
escritura le debe mucho a ese libro.
03
“¡ADELANTE, JEEVES!” de P.G. Wodehouse
Corría
el año 1994. Mi familia y yo habíamos planeado unas vacaciones a la
isla de Fuerteventura. Nos lo pasamos genial aquel verano,
tomando el sol en aquellas kilométricas y solitarias playas de arena
blanca y agua color turquesa de Corralejos y El Cotillo,
y haciendo el gamba con mis hermanos por las dunas de arena fina y
rubia como la cebada.
De
aquel mágico periodo conservo un montón de bonitos recuerdos,
varias horas en vídeo y mi gusto por los libros de P.G.
Wodehouse.
A
Wodehouse lo descubrí de casualidad. Resulta que el primer
día en la isla decidí entrar en una librería de Puerto del
Rosario, dispuesto a pillarme un par de libros para leer durante
el verano. Al preguntar a la joven librera por algo ligero y de corte
divertido, ella no dudó en recomendarme unos libros que apenas hacía
unos días le acababan de llegar al establecimiento. Se trataba de
una colección de cuatro títulos de un autor inglés del que nada
sabía entonces, publicados en formato bolsillo por la editorial
Plaza & Janés.
Los
cuatro títulos de la colección eran Dieciocho hoyos, Fiebre
primaveral, Un par de solteros y ¡Adelante, Jeeves!
Recuerdo
perfectamente que el primer libro que leí fue Un par de solteros.
Me lo ventilé en dos tardes, alternando el sofá del apartamento y
las hamacas junto a la piscina. Tan enfrascado estaba en la lectura
que ni me molestaba el griterío circundante, que no era poco.
Lo
cierto es que disfruté tanto de la prosa de aquel nuevo
descubrimiento que, al acabar el primer libro, no dudé en seguir con
los otros. Y entonces lo conocí a él, a Jeeves, posiblemente
el mayordomo más memorable e ingenioso de la literatura inglesa, y a
su patrón, el metepatas y pusilánime de Bertie Wooster.
Al
volver de Fuerteventura me fui a una de mis librerías de
confianza y pedí por catálogo todos los títulos disponibles de la
colección de la editorial Anagrama dedicada a P.G.
Wodehouse, y que entonces sumaban 18 títulos. Aún forman
parte de mi colección.
De
vez en cuando releo alguno al azar, y, a día de hoy, me siguen
pareciendo la mar de divertidos. Mis favoritos son todos aquellos en
los que sale Lord Emsworth (el aristócrata bonachón y
despistado obsesionado por la cría de cerdos) y el bueno de Jeeves,
por supuesto.
04
“EL CONDE DE MONTESCRISTO” de Alejandro Dumas
Entre
los años 80 y 90 estuve afiliado a la revista
Discoplay, hasta su triste desaparición a finales de la
década de los noventa. En aquella revista se vendía de todo:
discos, libros, cómics, camisetas y sudaderas de grupos de rock y
heavy metal, pósters, películas; en fin, de todo.
La
revista me llegaba a casa todos los meses —el famoso BID
(Boletín Informativo Discoplay)—, junto con un formulario para
hacer mi pedido por correo. Gracias a aquel boletín me hice con
buena parte de mi colección de discos de Frank Zappa, un
montón de discos de rock y heavy y otro montón de libros. Entre los
muchos libros que compré a través de ellos, cuento con una pequeña
colección de cinco clásicos de la literatura en tapa dura con los
caracteres dorados en portada. Uno de esos títulos es El conde de
Montecristo.
¡Qué
bien me lo pasé leyendo las aventuras de Edmundo Dantés y su
largo y tortuoso camino hacia la venganza!
A
pesar de que mi edición es un tocho de setecientas y pico páginas
—y encima con unos caracteres minúsculos que para los que somos
miopes son toda una prueba de fuego—, le tengo mucho cariño a ese
libro, pues durante el tiempo que me enfrasqué en su lectura me tuvo
con el alma en vilo.
05
“DANDO LA NOTA” de José Luis Campuzano “Sherpa” y Carolina
Cortés.
Cuando
vi aquel libro anunciado en las páginas del BID y leí su
descripción, no lo dudé ni un segundo: quería tenerlo.
Aquel
libro, escrito a cuatro manos entre el bajista y cantante de la
formación de heavy nacional Barón Rojo y su mujer y
ocasional letrista del grupo Carolina Cortés, reunía todos
los elementos para tenerme enganchado a su lectura: por fin un músico
al que seguía y admiraba contaba en primera persona hechos y sucesos
relacionados con su carrera de músico. Y además lo hacía con
humor. Humor y música rock en el mismo libro. Cóctel irresistible,
al menos para mí.
Campuzano
comienza narrando su infancia en la periferia de un barrio humilde en
el Madrid de los cincuenta. Con una prosa ingeniosa y la mar
de divertida, cuenta cómo le apodaban “Molina” de
pequeño, pues a la tierna edad de cuatro añitos se sabía de
memoria el repertorio de Antonio Molina, Juanito
Valderrama, Manolo el Malagueño y Marchena, y para
demostrarlo no dudaba en subirse a un taburete y cantar a pleno
pulmón las canciones de los citados, ganándose con ello la
admiración del respetable, además de unas perrillas que le venían
de lujo a la paupérrima economía familiar.
Salpicado
de anécdotas y sucesos, y dotado de una prosa cuidada y bien
estructurada, Campuzano nos lleva de la mano por su vida,
desde su infancia en el barrio hasta la ascensión y el éxito de
masas con el grupo Barón Rojo, del que formó parte hasta
que, fruto del desgaste y su mala relación con los hermanos De
Castro, decidió abandonar a principios de la década de los 90.
Creo
que este libro lo habré leído como unas diez veces desde que lo
compré, y siempre, siempre, siempre, consigue arrancarme algunas
risas. No en vano, Campuzano hace gala de un sentido del humor
punzante y, por momentos, hilarante.
Impagable
la anécdota en Ostende (Bélgica) con el inefable Mariscal
Romero, sus rizos a lo Gadaffi y su particular “romance”
con una pequeña jarrita de porcelana: «Nada,
esta jarrita que se me ha metido en el dedo y ahora, me cuesta
trabajo... quitármela... ».
Casi
consigues escuchar a Sherpa contándote al oído esas
anécdotas con su propia voz.
La
próxima semana abordaré la segunda tanda de cinco libros que, de un
modo u otro, más me han marcado.
¡¡Yo también estaba suscrita al Discoplay, aunque yo, sobre todo compraba cintas de cassette porque los libros prefería comprarlos en la librería.
ResponderEliminarA los dieciocho años yo ya tenía un vicio lector importante. la verdad es que ni sabría decir cuando empezó, pero con diez y once años ya devoraba cualquier cosa asimilable a esa edad (y no asimilable porque losa tochos de Julio Verne, Emilio Salgari, Walter Scott, etc que había en la biblioteca de mi padre eran de todo menos asimilables a esa edad; creo que ahora no ls soportaría.
"El conde de Montecristo" es una novela maravillosa que he leído dos veces y su continuación "La mano del muerto" lo pone en su lugar porque su venganza fue un poco desproporcionada.
Interesante entrada de la que veo que habrá cotinuación. Estaré atenta.
Un beso.
Saludos, Rosa.
EliminarHace años di por casualidad con un emotivo artículo en Internet que hablaba del cierre de DISCOPLAY, así como de la trágica muerte de su propietario, que murió ahogado por las deudas y sumido en la tristeza. Al artículo le acompañaban varios testimonios de antiguos empleados de la casa, que hablaban maravillas de aquel hombre, al que consideraban un visionario que supo crear un imperio de la nada, adelantándose a Amazon en varias décadas. Al final del artículo se sumaban emocionados comentarios de antiguos clientes, muchos de los cuales agradecían a DISCOPLAY el haberles brindado la oportunidad de iniciar sus colecciones a precios asequibles en lugares en los que ni siquiera había tiendas de música. Yo vivía (y vivo) en Canarias, así que imagínate lo que significaba para mí DISCOPLAY. Aún conservo muchos discos, libros y pelis que les compré a ellos, y cada vez que tomo alguno de esos artículos entre mis manos me asaltan recuerdos de la época en que los compré, de cómo esperaba hasta un mes y medio desde que enviaba el formulario de compra por correo y me llegaba el paquete contrareembolso a casa. Snif. :(
Yo descubrí tarde la lectura. Nunca tuve a nadie que me abriese de forma adecuada el camino a esa maravillosa afición. Pero desde que leí aquel primer libro, con dieciocho años, nunca he dejado de leer. Y ahí sigo...
Un beso, Rosa. Y gracias por tu fidelidad. Por cierto, sí que la vida es curiosa de cojones. ; )
Vaya, esta vez no coincidimos, amigo. No he leído ninguno de los libros que mencionas, excepto Cuentos sin plumas, que lo aparqué momentáneamente para darle/darme una segunda oportunidad. No debía estar yo en un momento propicio para disfrutar de su lectura. Y eso que sabes que admiro a nuestro amigo Woody, pero, al parecer, más en la pantalla, je,je.
ResponderEliminarMe ha sorprendido que, después de tantos años recuerdes lo que te costó El sombrero de tres picos. Yo ni puedo recordar lo que me costó el que compré la semana pasada...
La lectura de comics (que en mi época se llamaban tebeos) también me abrió la puerta a la lectura de novelas, y la primera que leí (creo haberlo dicho en más de una ocasión en la que ha salido este tema) fue Tom Sawyer, durante unos días que pasé en cama con la gripe. Tendría unos 10 años y me encantó. A los 16 comenzó mi verdadera andanza lectora gracias a El Círculo de Lectores, cuya revista trimestral solo incluía al principio libros y que con el tiempo añadió discos, de los que no compré ni uno porque eran de un estilo musical muy apartado de mi gusto (Adamo, Raphael, Los Brincos...).
A mí me resultaría imposible decir qué libros me han impactado más, porque, sin ser un lector tan voraz como nuestra amiga Rosa, aquí presente, desde los 16 años habré leído un millar largo. Sí recuerdo que La Montaña Mágica, de Thomas Mann, me tuvo tan enganchado que deseaba que llegara la hora de acostarme para seguir con la lectura. Y también era un "tocho" de dos volúmenes". Y eso fue con 17 años. Ya con 50, le conté esto a un amigo lector empedernido y me dijo que era imposible que a esa edad pudiera entender esa obra tan compleja. Compleja o no, la disfruté mucho, al igual que La muerte en Vencia. Bueno, lo dejo, porque ahora me vienen a la mente otras muchas novelas, ja,ja,ja.
Un abrazo.
Saludos, Josep.
EliminarUna de las cosas más fascinantes que tiene el arte en general es que cada persona llega a él (o ella, que no se me enfade nadie) de las maneras más diversas. En la literatura, por ejemplo, hay quien llega a través de los clásicos. Otros (como en nuestro caso) llegamos a través de los cómics. Y hay quien puede llegar a ella incluso con novelas que podrían ser clasificadas como de "literatura menor". Mi abuelo, por ejemplo, me contaba que de joven se aficionó a las novelas "de a duro", como él las llamaba, que se alquilaban o intercambiaban en los estancos. Le encantaban las novelas "del oeste" (westerns), afición que se vio reforzada por las pelis del género (¡cómo disfrutaba con una peli del oeste! ¡Y cuántas pelis vimos juntos!).
Recuerdo el "Circulo de lectores". Yo nunca me afilié, aunque sí que compré algún que otro libro a través de algún amigo que sí era socio. Recuerdo que eran bastante asequibles para la época, y que juntando tres títulos te salían más baratos que sueltos. Lo malo, para mi gusto, es que se centraban demasiado en los cásicos y en autores premiados (al menos así lo recuerdo), y casi nunca tenían libros de los que a mí me interesabanm (yo es que en esto de los gustos soy un auténtico perro verde).
Yo lo intenté varias veces con Thomas Mann, pero fracasé miserablemente en el intento. Recuerdo que tenía una edición de "Muerte en Venecia" de una colección de bolsillo editada por RBA. Ni sé la de veces que intenté disfrutar de aquel libro, pero no conseguía pasar de las dos o tres primeras páginas. Al final lo regalé a un amigo, junto con el "Ulises" de Joyce y un par de novelas de Alejo Carpentier y Miguel Ángel Asturias. La literatura de esos libros me pareció impenetrable.
De los libros que menciono en el post de hoy me atrevería a recomendarte "El conde de Montecristo". Es una maravilla. Si consiguen engancharte las primeras páginas, ya no lo soltarás hasta acabarlo (y eso que tiene una extensión de setecientas y pico páginas; al menos mi edición).
En cuanto a nuestro querido Woody: mea culpa. Siempre me quedará esa espinita por habértelo recomendado en su día. En ocasiones, me ciega la pasión. Lo siento.
Un abrazo, Josep.
Por cierto, Josep, no quiero dármelas de memorión. Soy de los que a veces va a la cocina y no recuerda a qué cojones he ido, hasta que regreso a mi cuarto y entonces me viene a la mente. Cosas de la edad. : (
EliminarSi recuerdo el precio del primer libro que compré, hace treinta y tantos años de eso, es porque en el interior del libro, en una de las páginas de cortesía, el quiosquero apuntó el precio a lápiz. Las cosas como son.
Un abrazo. ; )