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Foto de Yamu Jay bajada de Pixabay |
Entre los muchos y muy variados propósitos de Año Nuevo con los que cada año me castigo, como penitencia a mi vida de disipación y hedonismo sin límites, uno de los más asequibles, sin duda, era el de retomar mi actividad en el blog. Y aunque me costó lo mío poner en marcha esta nueva andadura bloguera, semanas antes de mi reestreno me puse manos a la obra y comencé a garabatear ideas y bocetos en una de mis libretas. Luego publiqué el post de regreso y, ¡voilá!
Y en esas estamos, es decir, con el blog en funcionamiento, por lo que retomar mi actividad bloguera se ha convertido en mi primer propósito de Año Nuevo cumplido. ¡Bien por mí!
Por desgracia, no todos mis propósitos de Año Nuevo han resultado tan exitosos. Es más, siendo honesto con vosotros, la mayoría están resultando un total fracaso.
A continuación, en un ejercicio de autoflagelación pública, ampliaré detalles de esos otros propósitos que forman parte de mi particular “muro de la vergüenza”.
—Bajar de peso.
Vamos, lo de todos los años. Y como todos los años, me temo que en este 2025 también fracasaré miserablemente. Mi problema es que, de unos años a esta parte, tengo la frustrante sensación de que todo lo bueno engorda. Si me gusta o me proporciona placer, engorda seguro.
Mis batallas contra la mala alimentación han sido una constante en mi vida, llegando a alcanzar cotas épicas, a tal punto que no me extrañaría que los de la Marvel hiciesen una peli en plan superhéroes contra supervillanos.
El argumento podría ser algo parecido a ésto: el Capitán Zampabollos (el héroe) libra una dura lucha sin cuartel contra el temible Doctor Colesterol (el villano), quien, en su siniestro plan de crear un Universo repleto de gordos insanos diabéticos y con las arterias a punto de explotar, no duda en tentar al héroe con toda suerte de bollería industrial, snacks ultraprocesados y bebidas gasesosas azucaradas. Para ello se sirve de un malvado grupo de científicos de élite que trabajan sin descanso en toda suerte de colorantes, potenciadores de sabor y grasas saturadas que aumentan el deseo en todo aquel que cae bajo su irresistible hechizo.
Además del malvado grupo de científicos, el Doctor Colesterol utiliza los servicios de un escogido grupo de cocineros encargados de crear cientos de recetas compuestas por sabrosas y tentadoras salsas con las que condimentar suculentos platos ricos en colesterol y carbohidratos. Además de los científicos y los cocineros, el Doctor Colesterol se sirve de otro ejército igual de temible: una legión de publicistas y comerciales sin escrúpulos que consiguen introducir sus insanos productos en las mentes del consumidor, ocupando los mejores lineales de los supermercados, hipermercados o tiendas de barrio, apelando a dos de sus más poderosos aliados: el placer inmediato y el ahorro económico.
¿Podrá el Capitán Zampabollos ganar algún día su batalla personal contra su ansiedad y sus ganas de atiborrarse y poder cambiarse al fin el nombre por el de Capitán Sano y con el Corazón Contento? ¿Podrán los cocineros de la Resistencia crear un plato con verduras y vegetales que sea irresistiblemente sabroso, que proporcione placer y que no haga engordar a quien lo consuma? ¿Llegaremos a ver algún día algún producto alimenticio con la etiqueta “light” o “bajo en calorías” que no mienta descaradamente? ¿Podrán las Autoridades Sanitarias, al fin, ganarle la partida a las grandes corporaciones que se pasan las sanciones de la Administración por donde amargan los pepinos?
No os perdáis el siguiente episodio en esta guerra sin igual: Episodio XVCDXXVI, la amenaza de los fantasmas del gym
La batalla continúa...
Toda esta lucha contra la comida me lleva al siguiente propósito.
—Comer más sano (y más triste)
Y es que, del mismo modo en que todo lo sabroso y rico es perjudicial para la salud, lo sano resulta de una tristeza y de un anodino que tira pa' trás.
No me entendáis mal. Me gusta la verdura, y las ensaladas. Y el queso tierno y sin sal, y hasta el yogur desnatado y sin azúcar. No tengo problemas con eso. El problema es comer verduras, ensaladas y queso tierno todos los putos días. Acabarían saliéndome lechugas por las orejas.
Otra cosa de la que nadie habla, pero que es una verdad incontestable, es que comer sano es mucho más caro que comer insanamente. Los alimentos no procesados y bajos en grasas y azúcares multiplican por tres (o más) el precio de los alimentos mierderos. Y eso, teniendo en cuenta la espectacular subida de precios que han sufrido de unos años a esta parte productos tan básicos como el pan, el aceite o los huevos, hace que la balanza se decante peligrosamente hacia el lado chungo. Y es que, por si no lo sabéis, desde hace tres años todo viene de Ucrania; hasta las verduras, los tomates y el aceite de oliva que cultivan nuestros agricultores en España vienen de allí. Y la poca vergüenza y la avaricia de algunos, también.
En fin, sigamos con mi lista de propósitos.
—Añadir más tiempo e intensidad a mi rutina de entrenamiento diario.
Hace poco leí un artículo que hablaba de la regla 6-6-6. Dicha regla versaba sobre una rutina de entrenamiento específica para personas mayores de 50 años, que consiste en caminar 60 minutos a las 6 de la mañana, y volver a caminar otros 60 minutos a las 6 de la tarde, y, en ambos casos, con 6 minutos de estiramientos al iniciar la caminata y otros 6 minutos al acabar el ejercicio.
Ante semejante propuesta, sólo se me ocurre una cosa: “Por favor, Dios mío, mátame ya. Ahórrame este sufrimiento”.
Siguiente propósito.
—No cabrearme tanto con mis semejantes.
Resulta harto complicado mostrarse indulgente y positivo ante las cabronadas que quienes nos rodean nos suelen infligir a diario. Tomemos como ejemplo un día cualquiera. Te levantas temprano, te aseas, te vistes, desayunas y sales de casa con una amplia sonrisa en el rostro, dispuesto a no permitir que nadie te estropee el día. Y yo no sé vosotros, pero basta que salgas a la calle para que en cero coma aparezca el primer capullo o capulla dispuesto a joderte el día. Y, en ocasiones, ni siquiera es necesario salir de casa. Estás tranquilamente haciendo tus cosas cuando, de repente, suena el teléfono con el primer capullo o capulla intentándote colar una nueva tarifa eléctrica que no has pedido, una mejora en telefonía o el último grito en colchones de látex ergonómicos.
Aún recuerdo a aquel doctor bienintencionado que, en pleno confinamiento, salía todos los días por la tele asegurando que tras la pandemia todos íbamos a salir de aquello siendo mejores personas. Pobrecito. Su ingenuidad me sigue pareciendo hoy día de lo más entrañable. Me viene a la mente aquella costumbre de salir todas las tardes a las 8 al balcón o las ventanas a aplaudir a los sanitarios y médicos para agradecer su inconmensurable labor. Meses más tarde muchos de esos que aplaudían trataban a los médicos o sanitarios que vivían en su mismo edificio como apestados. ¿Mejores personas? ¿En serio? Es un chiste, ¿no?
Dicho esto, y remitiéndome a mi propósito anterior, me vuelvo a dirigir a Dios: “¿Sabes qué, Dios, en vez de a mí porqué no fulminas a esos capullos y capullas que tanto abundan? Igual el mundo sería un lugar mejor para vivir sin tanto capullo suelto".
—No tomarme las cosas tan a pecho.
Para alguien como yo que ni fuma ni bebe, lo de no tomarme las cosas tan a pecho no resulta tan fácil como parece. Y es que por algún lugar tiene que salir la frustración por las cosas que no podemos controlar y que nos hacen la vida más difícil de lo que ya es, ¿no os parece?
Tengo una amiga que tiene una teoría al respecto. Dice que cuando no sueltas cuatro gritos ante algo que te disgusta o te cabrea, y que en lugar de echarlo pa'fuera lo reprimes, eso acaba por transformarse en un tumor o en una enfermedad chunga. Yo no soy científico, ni médico, así que no puedo refutar ni validar semejante teoría, pero, por si acaso mi amiga tuviese razón, siempre que algo me cabrea o me saca de mis casillas no suelto cuatro gritos sino cuatrocientos. Por si acaso.
—Procurar no perder tanto el tiempo.
Este es uno de los propósitos más difíciles de cumplir. Al menos para mí. Y es que, ¿cómo se hace eso? Si alguien lo sabe, por favor, que me lo diga. Estaré encantado de escucharle.
Y esa es mi lista para 2025. De momento. Igual de aquí a finales de año se me ocurren más propósitos de Año Nuevo que incumplir y por los que sentirme culpable. Desde luego, no lo descarto.