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Retrato del escritor japonés Haruki Murakami (foto tomada de la red) |
Hace poco tuve un encuentro casual con un buen amigo al que hacía tiempo que no veía. Hubo un tiempo en que prácticamente nos veíamos a diario, pues vivíamos relativamente cerca el uno del otro y quedábamos a menudo para ir a caminar o intercambiar música. Luego, por cuestiones laborales y familiares, dejamos de vernos, y nuestros caminos se separaron. La vida es así, repleta de llegadas y despedidas, y no siempre depende de nosotros el que alguien llegue a ella o salga.
La cuestión es que mi amigo y yo nos reencontramos y, aprovechando que teníamos tiempo por delante, nos pusimos al día de nuestras respectivas vidas. Entre las muchas cosas que hablamos hubo una que me dejó a cuadros. De un tiempo acá, mi amigo ya no veía cine ni escuchaba música. Decía que ya no disfrutaba ni de lo uno ni de lo otro, que vagaba en una especie de apatía permanente y que sólo vivía para el trabajo y su familia.
Eso me entristeció, pues a mi edad aún me resulta inconcebible renunciar a leer, ver cine o escuchar música. Es más, cada año que pasa, mayor es mi pasión, rayana en la obsesión, por disfrutar tanto de lo que tengo como de lo que aún me queda por conseguir.
Total, que en un momento dado de la conversación, mi amigo me confesó que una de las cosas que siempre admiró de mí era mi curiosidad.
—Siempre, desde que te conozco, has mostrado una tremenda curiosidad por aquellas cosas que despiertan tu interés. Si algo te gusta o llama tu atención, harás lo que sea por satisfacer tu curiosidad.
Esto me viene al pelo para ilustrar el cómo y el porqué hace unos meses llegué a reconectar con la literatura de Haruki Murakami.
Resulta que hará cosa de seis meses o así, llegó a mis manos una bella película japonesa que llevaba por título Drive my car. Dirigida por Ryüsuke Hamaguchi y protagonizada por Hidetoshi Mishijima, Toko Miura y Reika Kirishima, la película trata sobre un actor de mediana edad, aquejado de una enfermedad ocular degenerativa que le impide conducir, que se ve obligado a recurrir a los servicios de un chófer particular que lleve su coche a diario desde el hotel donde se hospeda hasta el teatro donde en pocos meses llevará a escena una versión moderna del Tío Vania de Chéjov. Por recomendación de su mecánico, que conoce lo quisquilloso que se pone el actor en relación a su viejo Saab 900 de color rojo, éste acaba contratando los servicios de una joven conductora, de aspecto anodino y parca en palabras. Aunque reticente al principio, el actor poco a poco se queda prendado de la manera de conducir de la joven, tan sobria y hábil que se sorprende a sí mismo admitiendo lo cómodo que se siente como pasajero en su propio vehículo. De ahí el título de la peli: Drive my car (Conduce mi coche).
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Fotograma de la película "Drive my car" |
No desvelaré más de la trama, por otra parte sumamente original y cautivadora. Lo que sí diré es que la película me llevó a un estado tal de fascinación que las casi tres horas que duró me parecieron cortas. ¡Qué maravilla de película! De ella me gustó todo: los actores, su interpretación, la bella fotografía, la banda sonora. Vamos, que me encantó.
Y ahora viene la parte que tiene que ver con satisfacer mi curiosidad (¿veis cómo la paciencia al final tiene su recompensa?).
Al acabar la película noté que en los créditos se informaba que el guión estaba basado en una obra de Haruki Murakami. Así que, con el buen sabor de boca que me había dejado la peli, decidí buscar información acerca del libro en el que estaba basado. Busqué la bibliografía de Murakami, y entre los títulos no encontré ningún Drive my car. Entonces busqué información sobre la peli, y gracias a eso supe que la base del guión no había sido sacada de una novela sino de un cuento corto incluido en un libro de relatos de Murakami que lleva por título Hombres sin mujeres.
Busqué entre los libros que ya tenía de Murakami, y como vi que no lo tenía me hice con un ejemplar. Lo empecé a leer. Y, de repente, me vi absorbido por el rico mundo de este autor japonés. El libro se compone de ocho relatos largos, entre los que se encuentra Drive my car (creo que es el segundo o tercer relato de la lista). Todos los cuentos me parecieron fascinantes, algunos con claras referencias a otros libros y autores (por ejemplo, hay uno titulado Sherezade, vagamente inspirado en su trama y desarrollo en Las mil y una noches, y otro que lleva por título Samsa enamorado, ligeramente inspirado en La Metamorfosis de Franz Kafka).
Una de las facetas más conocidas de Murakami, al margen de la literatura, es su amor por la música, sobre todo el pop, el rock y el jazz. Fan incondicional de The Beatles, suele usar títulos de canciones de los de Liverpool para titular algunas de sus obras, como la citada Drive my car, Yesterday (otro de los cuentos incluidos en Hombres sin mujeres), o Norwegian wood (una de sus más celebradas novelas).
Dejando a un lado su amor por los libros y la música, su otro gran amor son las carreras de larga distancia. Es más, en otro de los libros suyos que leí, que lleva por título De qué hablo cuando hablo de correr, Murakami da rienda suelta a su afición por este deporte. Según narra en el libro, cada mañana sale a correr unos cuantos kilómetros se encuentre donde se encuentre (por ejemplo, estando de promoción en Estados Unidos, salía a correr cada mañana antes de sentarse a escribir o atender a los medios). Esa afición por las carreras le ha llevado a completar más de veinte maratones a lo largo de su vida. Bien por él. Yo ni siquiera disfruto viendo cómo otros corren. Hasta para ver carreras por televisión soy vago de narices. En fin, corramos un tupido velo (pero sin sudar mucho, que me canso).
Otro de los libros de Murakami que he leído en estos últimos meses ha sido La biblioteca secreta, un cuento juvenil de apenas cincuenta páginas. La historia trata de un adolescente que acude a su biblioteca habitual para devolver un par de libros en préstamo. Una vez allí se interesa por algún libro o manuscrito que tenga que ver con la recaudación de impuestos en el Imperio Otomano. La mujer que lo atiende le deriva entonces al sótano, a los dominios de un extraño y misterioso bibliotecario que embarcará al joven en una sobrenatural aventura con tintes kafkianos. Si lo que has leído hasta ahora ha conseguido despertar tu curiosidad, a continuación te dejo un adelanto gratuito de unas pocas páginas que he encontrado en la red. Pincha aquí.
Al margen de estos tres libros, hace un par de años me leí suyo De qué hablo cuando hablo de escribir, un magnífico libro sobre el oficio de escritor. En él, Murakami habla de autores a los que admira (Hemingway, Kafka, Chandler o Dostoievski —entre otros—), de sus experiencias como empresario hostelero cuando regentaba un bar donde ponía música jazz de fondo, y del momento en que decidió abandonarlo todo para dedicarse a la literatura. En cierto sentido, la lectura de ese libro me hizo recordar otro de los grandes libros sobre el oficio de escritor, el magnífico Mientras escribo de Stephen King.
En definitiva, en Murakami he encontrado un interesante autor del que espero seguir leyendo algunos de sus otros libros, además de releer los que ya poseo y que forman parte de mi colección privada.