jueves, 2 de octubre de 2025

SUPERAR LA TIMIDEZ

Imagen de Gisela Merkuur tomada de Pixabay

 

 

Hace unas semanas, paseando con mi amiga Merche, surgió el tema de la timidez.

¿Sabes esos actores o actrices, o presentadores de televisión que aseguran ser súper tímidos en su vida normal? —me soltó así, a bocajarro.

Sí. ¿Qué pasa con ellos? —dije yo.

Pues que mienten.

¿Tú crees?

Seguro.

¿Porqué estás tan segura de eso?

A ver, según ellos mismos dicen, cada vez que se suben a un escenario o se ponen delante de una cámara, en el caso de los actores o presentadores, aseguran que sufren una especie de transformación, y que son capaces de dejar atrás la timidez y crecerse. ¿Tú te lo crees?

El razonamiento de mi amiga me hizo retrotraerme a unos años atrás. Yo entonces tenía dieciséis o diecisiete años, y había enviado un dibujo a un concurso promovido por un popular programa radiofónico de ámbito insular en el que pedían un logo para el programa. El programa se llamaba Espontáneos, y básicamente consistía en recibir llamadas de oyentes para hablar de cualquier cosa, para hacer peticiones de canciones o dedicar canciones, para denunciar algo de carácter público, o simplemente para saludar. En fin, que el programa estaba para hablar de cualquier cosa de manera “espontánea”.

Yo envié un bonito dibujo de una niña enredada con el cable del teléfono mientras hacía una llamada telefónica, y lo adorné con un logo del programa de diseño propio. Lo coloreé con lápices de colores de una caja Alpine que tenía entonces, y lo envié por correo a la dirección que anunciaban en el programa. A las pocas semanas, mientras todos escuchábamos el programa en casa, oímos al presentador anunciar que ya tenían ganador para el concurso, y que iban a proceder a contactar con él o ella vía teléfono en riguroso directo. Y va y justo suena el teléfono en casa. Lo cogió mi padre.

Cuando escuché a mi padre contestar a través del transistor que mis hermanos y yo teníamos en la habitación que compartíamos, a mí casi me da algo. Entonces escuché a mi padre gritar mi nombre desde el pasillo de casa.

¡Pedro, es para ti!

Yo me quería morir. Mis hermanos no paraban de reír. Entre la burla y la emoción. Casi estaban más emocionados que yo.

Cogí el auricular.

¿Sí?

Buenas noches. ¿Hablo con Pedro Fabelo?

Sí.

¡Enhorabuena! Has ganado el concurso de dibujo del programa Espontáneos.

Vale.

Dinos Pedro, ¿cómo se te ocurrió ese dibujo tan bonito de la niña?

No sé.

El presentador, curtido en mil batallas, supo intuir al instante que estaba ante un tímido de manual, y que tendría que sudar tinta para sacarme aunque fueran un par de palabras. Profesional como era, intentó rellenar con su proverbial labia los huecos que mi timidez dejaban en la conversación.

Para todos los que nos escuchan, hemos de decir que el jurado del programa fue unánime a la hora de elegir el dibujo ganador. Su ejecución y finalización nos llamó la atención a todos.

Vale.

¿Quieres decir algo a todos los que nos están escuchando ahora mismo, Pedro?

No.

Vale. Gracias, Pedro.

A ti.

Por favor, no cuelgues, que uno de nuestros colaboradores te tomará los datos y te dirá dónde y en qué horario puedes venir a recoger tu regalo, cortesía del programa y de nuestros patrocinadores.

Bien.

¡Qué facilidad de palabra!

¡Qué dominio de la escena!

¡Qué gilipollas!

Recuerdo que aquel día estaba tan acojonado por hablar a través de la radio que casi no me salían las palabras. Creo que ni siquiera me llegaba oxígeno al cerebro. Me temblaban hasta los pensamientos, de los nervios que tenía encima.

Durante años viví sometido a la dictadura de una timidez enfermiza. La timidez puede ser un enemigo muy poderoso, capaz de anularte como persona y hacer de ti un guiñapo.

Con el paso de los años he logrado vencer a la timidez. De hecho, más de una vez me he sorprendido a mí mismo haciendo cosas que años atrás hubiesen sido impensables.

Una de esas cosas impensables fue crear un blog, por ejemplo. Y no sólo eso, sino que, años más tarde, me atreví a editar y publicar mis propios libros. Si alguien me hubiese dicho veinte años atrás que llegaría a hacer todo eso, le habría dicho que estaba loco de remate.

Con esto quiero decir que la timidez se cura. Eso sí, requiere de trabajo, y afán de superación. Ayuda, y mucho, el hecho de relativizar las cosas, de no darle más importancia de la que realmente tienen. Y si en algún momento metes la patas —yo aún sigo metiéndola de vez en cuando, pues nadie está exento—, conviene tomárselo con humor, y no hacer un drama de ello.

Como suele repetir Ricky Gervais cada vez que cuenta un chiste “políticamente incorrecto”, de esos que suelen levantar ampollas entre los ofendiditos del mundo y el wokismo más reaccionario: “Total, ¿qué más da?, si al final todos vamos a morir”. Pues eso.


 

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