Desde hacía bastante tiempo
—dos años, quizá—, tenía una deuda pendiente con Haruki
Murakami, el celebrado autor japonés.
Nunca había leído nada
suyo, y viendo los ríos de tinta —a favor y en contra— que su
obra generaba y sigue generando, sentía curiosidad por leer algo
suyo.
Los amigos y conocidos
—además de algunos de los blogs que visité buscando información—
me recomendaban empezar por Tokyo blues (Norwegian wood),
Kafka en la orilla o Sputnik mi amor.
Sin embargo, cuando acudí a
la biblioteca de mi ciudad a pillarme uno de esos tres libros, mis
ojos cayeron hechizados ante otro de los títulos del mismo autor y
del que nadie me había hablado hasta entonces. Lo cogí del estante,
le di la vuelta y leí el texto de la contraportada. Y, al instante,
quedé hipnotizado.
Los otros libros —los tres
citados— quedaron automáticamente descartados. Ya había decidido
cuál iba a ser mi primer libro de Haruki Murakami: De qué hablo
cuando hablo de escribir.
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Portada en su edición española editada por Tusquets |
Por el camino hasta mi casa
—suelo hacerlo andando siempre que puedo (esta es una de las grandes ventajas de vivir en un lugar donde hace buen tiempo durante prácticamente todo el año)—, iba fantaseando con lo
que podía encontrarme entre las páginas de aquel tocho de
trescientas páginas, en el que, según se avanzaba en la reseña de
la cubierta, Murakami hablaba del oficio de escritor.
Últimamente me he
enganchado a este tipo de libros, donde diferentes escritores
disertan sobre el acto de escribir. En este sentido recomendaría
Mientras escribo de Stephen King —el segundo libro que he
leído entero de este afamado escritor, cuya temática de terror no me
interesa nada de nada. Lo siento Stephen, pero para pasar miedo ya tengo la Declaración de la Renta de cada año. Me entran unos temblores que ni los Tommyknockers esos tuyos. Por cierto, el otro libro de King que he leído es Rita Hayworth y la redención de Shawshank, el libro en el que está inspirada la película Cadena perpetua (adoro esa película)—.
Así que bajo estas
premisas, la de un escritor hablando del oficio de escribir, me
apetecía leer algo de ese autor del que casi todo el mundo habla
—para bien o para mal—, y del que yo no había tenido la
oportunidad de leer nada.
Y llegó el gran día —en
mi caso: la gran noche, pues suelen ser las horas previas al sueño
reparador las que me incitan a perderme entre las páginas de un buen
libro—.
De entrada me gustó el tono
aparentemente sencillo en el que el libro está escrito. Me gusta la
aparente sencillez en un autor. Insisto en lo de «aparente
sencillez» porque, en ocasiones, una vez que interiorizas aquello
que estás leyendo, no tardas en percibir que la supuesta sencillez
no lo es tanto, ya que para escribir algo que de verdad consiga
llegar al corazón del lector se necesitan muchas horas de trabajo y
dedicación plenas.
Bukowski lo resumía muy
bien con esta genial frase: «Un intelectual es el que dice una cosa
simple de un modo complicado. Un artista es el que dice una cosa
complicada de un modo simple».
Estoy de acuerdo al 100% con
el señor Bukowski —el propio Hank me habría pateado el culo de
haberle llamado «señor» a la cara, ja—.
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Haruki Murakami en una foto tomada en su bar de jazz en Tokyo |
Pero centrémonos en
Murakami.
¿Qué me pareció el libro
una vez acabado? Muy bueno. Honesto y directo, sin adornos
innecesarios, salvo un par de idas de pinza en las que al bueno de Murakami le da por desbarrar un poco y salirse por la tangente. Así y todo me pareció un libro inspirador, por cuanto su autor no muestra reparo
alguno en decir lo que piensa acerca de todo lo que rodea a la
profesión de escritor profesional.
A lo largo del libro
Murakami nos habla de su vocación, de sus hábitos de escritura, de
sus manías y sus fobias, de su férrea disciplina, de su voluntaria
reclusión y de su natural aversión a las apariciones públicas o
las entrevistas, ya sean para medios escritos o para radio o
televisión.
A
lo largo de las páginas de este libro vemos a un Murakami con un
exceso de modestia en determinadas ocasiones. Al no conocerlo en
profundidad no sabría decir si se trata de falsa modestia o no.
Al
estilo de Mientras escribo
de King, Murakami nos va relatando sus inicios como escritor
inexperto, sus dudas acerca de la calidad de lo que estaba
escribiendo, sus errores y aciertos, sus tiras y aflojas con la
crítica especializada, así como con los distintos editores con los
que se ha ido encontrando a lo largo de su dilatada carrera. Incluso
se atreve a hablar de su relación de amor-odio con los concursos
literarios, lo cual, como víctima ocasional de alguno de ellos,
agradezco enormemente viniendo de quien viene, es decir, de un autor de éxito.
Como
digo, el libro me ha gustado muchísimo. Y prueba de ello han sido
las numerosas anotaciones que he hecho en mis libretas a medida que
iba leyendo.
Como
muestra de las cosas que más me han llamado la atención, a
continuación voy a exponer algunas de esas anotaciones.
Acerca
del acto de escribir:
«Me
parece que si escribir no resulta divertido no tiene ningún sentido
hacerlo. Soy incapaz de asumir esa idea de escribir a golpe de
sufrimiento. Para mí, escribir una novela es un proceso que debe
surgir de manera natural».
Sobre su rutina de trabajo:
«Me
levanto temprano todos los días, preparo café en la cocina, lo
sirvo en una taza grande, me siento a la mesa y enciendo el
ordenador. Después me pregunto: “Y bien, ¿qué voy a escribir?”».
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Murakami en su estudio |
Sobre la crisis del sector editorial:
«Sólo
es una referencia, pero, por lo visto las personas interesadas en la
literatura y que leen de manera habitual sólo representan el cinco
por ciento del total. […] a pesar de todo, estoy convencido de que
ese cinco por ciento seguiría leyendo incluso si alguien se lo
prohibiese (aquí hace una referencia al famoso libro Farenheit 451
de Ray Bradbury).
[…]
No me preocupa el futuro de la novela ni de los libros, como tampoco
me preocupa especialmente lo que de momento ocurre con el libro
electrónico. Ya sea en papel o a través de una pantalla, la gente
seguirá leyendo».
Sobre
la formación del escritor:
«En
mi opinión, una de las cosas más importantes para alguien con
intención de escribir es, de entrada, leer mucho. Lamento ofrecer un
planteamiento tan convencional, pero la lectura constituye un
entrenamiento que no debe faltar de ningún modo. Da igual si se
trata de una novela excepcional como si no lo es tanto; lo importante
es leer todo cuanto uno pueda».
Sobre el sistema educativo:
«No
me quedaban ganas de ponerme a estudiar en serio para los exámenes.
No me parecía en absoluto útil memorizar fechas de acontecimientos
del pasado como si yo fuese una máquina. Los conocimientos
aprendidos mecánicamente y no como un todo sistemático, acaban por
desaparecer y se quedan por ahí encerrados en alguna parte, en un
lugar que podríamos considerar la tumba del conocimiento.
[…]
Cuando mi vida de estudiante llegó a su fin estaba tan inmensamente
aburrido que lo único que quería era no aburrirme nunca más en toda
mi vida. Me lo propuse con todas mis fuerzas, pero en esta vida el
aburrimiento parece caer del cielo.
[…]
Mi deseo con relación al sistema educativo es sencillo: que no
aplaste la imaginación de los niños que la tienen».
Sobre
su relación con la crítica:
«Un
famoso crítico literario, ya fallecido, publicó una dura crítica
de mi primera novela. En ella decía que esperaba que nadie se tomara
aquello como literatura o algo parecido. Me limité a aceptar
dócilmente aquella crítica. Yo no me había planteado en absoluto
cuestiones como el papel social de la novela, lo que es vanguardia o
deja de serlo, si algo se puede juzgar literatura pura o no. Mi
actitud desde el principio fue mucho más simple que todo eso:
escribir está bien si resulta divertido».
Opino exactamente lo mismo. De hecho, pienso escribir
esa misma frase en el fondo de pantalla de mi ordenador, para que me
dé la bienvenida cada vez que me siente a escribir: «Escribir está
bien si resulta divertido».
¿Quién no firmaría algo así?
¿Quién no firmaría algo así?