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Autorretrato (para los más modernos: selfie): Corrigiendo a mano el manuscrito de uno de mis nuevos libros. |
Escribo
este artículo desde la cama, echado cuan largo soy. ¿Quiere eso
decir que soy un vago? No necesariamente. De hecho, no es mi vagancia
la que me tiene en semejante posición (¡qué más quisiera!). Para
mi desgracia, el motivo de mi posición horizontal tiene su raíz en
un hecho sin duda menos festivo, y, desde luego, mucho menos
placentero.
Pero
antes, amigos
y amigas del blog, os debo una disculpa por tan larga ausencia.
Aunque, bien mirado, si sois amigos del blog más que míos, ¿no
sería más lógico que fuese mi blog quien se disculpase ante
vosotros y no yo?
—A
mí no me metas en tus mierdas.
Eres
tan culpable como yo.
—¡Y
un huevo!
¿Ah,
no?
—¿Qué
culpa tengo yo de que tú no hayas escrito ni una mísera línea en
estos meses?
O
sea, que si yo no escribo nada tú no publicas, ¿no es eso?
—¿Cómo
quieres que publique si no hay nada que publicar?
Quería
dejar claro este punto.
—¿Qué
punto?
Pues
que sin mí no eres nada.
—¡Serás
capullo...!
Sí,
sí, lo que tú digas. Y ahora, tras esta cura de humildad —que
buena falta te hacía—, déjame que siga explicando a mis lectores
el motivo de mi larga ausencia.
Han
pasado dos meses desde mi última publicación. En todo ese tiempo no
he dado señales de vida en red social alguna, ni una publicación,
ni un “me gusta”, ni un comentario en blog ajeno. Nada.
Alguien
podría pensar que el éxito se me ha subido a la cabeza. Pero no. No
se me ha subido. Entre otras cosas porque soy un leño de tío, y si
al éxito le diese por subirse a mi cabeza, incluso a mi chepa, se
arriesgaría a caer desde una altura considerable, y el leñazo sería
tan tremendo que podría llegar a romperse la crisma. Así que, yo
del éxito mejor me estaría quietecito y me dejaría de hacer el
tonto subiéndome a la cabeza de un tío tan alto. Avisado quedas,
tío.
Entonces,
si no se me ha subido el éxito a la cabeza ni la vagancia tiene nada
que ver con mi situación, ¿por qué este tío tan alto y que
escribe tan bien nos pide disculpas?
—Menos
lobos, Caperucita.
¿Acaso
no piensas que escribo bien?
—Vale.
Sí. Escribes bien. Pero no queda bien que te hagas autobombo. Suena
pretencioso.
Te
recuerdo que no tengo abuelas.
—Vale.
En ese caso tiene un pase.
¿Puedo
seguir?
—Vale,
sigue, anda...
Como
muchos ya sabéis —porque en su día lo publiqué en este mismo
blog—, desde finales del año pasado llevaba trabajando en la
redacción, corrección y maquetación de mis dos próximos proyectos: mi primera incursión editorial en el terreno de la
novela y un nuevo libro de relatos con el que tengo intención de
cerrar la trilogía ABSURDAMENTE, iniciada en 2015.
A
finales de diciembre ya tenía acabada la novela, a falta de una
última revisión a fondo tras un par de meses de reposo. Mientras
tanto, decidí invertir el lapso en seguir avanzando en el libro de
relatos. En febrero ya tenía prácticamente decididas las piezas que
voy a incluir en el tercer volumen de la saga ABSURDAMENTE. De hecho,
me hallaba dando forma a dos de las piezas inéditas que irán en el
libro cuando tuve que dejarlo todo. ¿El motivo? Mi viejo enemigo
íntimo, el dolor de ciática, había vuelto a irrumpir en mi vida.
Empezó
como siempre, haciéndose notar levemente, con pequeñas molestias en las cervicales y en la base de la espalda. Luego, por si aún no me hubiese
percatado de su visita, empezó a subir de intensidad, atacando la
cara posterior del muslo izquierdo. Al principio se limitaba a
esporádicas apariciones tras permanecer demasiado rato sentado.
Luego, no contento con eso, empezó a venirse a la cama conmigo por
la noche, a la hora de dormir. Con el paso de los días era él quien
me despertaba de madrugada, como un hijo que duerme contigo en tu
cama porque tiene pesadillas, y claro, como él no puede dormir se
encarga de que tú tampoco puedas.
Al
final, harto de que hiciese todo lo posible e imposible por pasar de
él, mi enemigo íntimo optó por hacerse notar a lo grande:
imponiéndose con toda la fuerza que es capaz e impidiéndome llevar
una vida normal, con días en que prácticamente no me dejaba
levantar de la cama.
Desde
hace un mes aproximadamente estoy combatiendo el dolor con un
tratamiento de antiinflamatorios, pastillas para el dolor, reposo y
algo de ejercicio. De momento vamos empatados: yo hago todo lo
posible por llevar una vida más o menos normal y él continúa
dándome el coñazo todo lo que puede y más, consciente de que tarde
o temprano uno de los dos no tendrá más remedio que claudicar; y,
honestamente, confío, espero y deseo que sea él quien acabe
mordiendo el polvo.
Haciendo mías las palabras del grandioso Mercury: "Ojalá sea el dolor quien acabe mordiendo el polvo".
La próxima semana os pondré al corriente de mis avances. Si el dolor me lo permite. Haré todo lo posible para que así sea. Palabra.
Un
fuerte abrazo a todos y todas. Y gracias por seguir ahí, al otro
lado.