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Mi mano, sin el dedo extra. |
Para leer la primera parte de la entrevista pincha aquí.
Esta es la continuación de la entrevista al escritor, y fenómeno de feria, Pedro Fabelo, quien, con sus seis dedos en cada mano, llegó a convertirse en el escritor que más veloz tecleaba en el planeta Tierra, ya que la nave Curiosity, de misión espacial en Marte, en una de sus incursiones en el Planeta Rojo logró entrevistar a un marciano en chándal y gorra de los chinos comprada en AliExpress, quien, con doce dedos en cada mano, aseguraba ser capaz de mantener una velocidad media de 42.800 pulsaciones por minuto al teclear; eso sí, sin usar tildes ni signos de puntuación.
Así pues, aquí os dejamos la segunda parte de la interesante entrevista realizada a Pedro Fabelo en su guarida. ¡Vamos que nos vamos!
¿Escribe con pluma?
No. Soy hetero.
¿Cuál es su proceso creativo?
Normalmente me viene una idea a la cabeza. También me puede venir una cagada de paloma, ya que tengo por costumbre salir a caminar casi todos los días, y por la zona donde yo vivo hay muchas palomas sueltas (de vientre). En cuanto a la idea, puede ser la sinopsis de una historia, partes de un diálogo, un chiste o una simple frase. Si tengo a mano papel y un boli, la anoto, y si no tengo nada de eso intento retener la idea el máximo de tiempo posible en la cabeza, hasta poder anotarla en cualquier soporte físico. Una vez anotada la idea, si no se me ocurre nada más, la dejo reposar y me olvido de ella. Con el tiempo, la retomo y comienzo a trabajar a partir de donde lo dejé. Aunque, en ocasiones, la idea es tan intensa que no se me va de la cabeza, aún habiéndola anotado, por lo que sigo trabajando mentalmente en ella hasta ir dándole forma. Rara vez empiezo y acabo un texto de un tirón. Lo normal es ir haciéndolo por tramos.
¿Tiene un horario fijo para escribir?
No. Puedo escribir a cualquier hora del día o de la noche. Si estoy inspirado, me da igual la hora. Y si no lo estoy, de nada me sirve forzarme, ya que la cosa puede acabar en bloqueo. Aparte de eso, soy de los que piensa que un escritor escribe siempre, aunque eso no se traduzca en algo tangible. Me explicaré. Los escritores somos observadores y curiosos por naturaleza, unos observadores curiosos que se pasan la vida observando cuanto acontece a su alrededor y anotándolo todo en nuestra mente. Luego, tarde o temprano, esas “anotaciones mentales” logran salir a la superficie, y de ahí sacamos el material para escribir. Muchas de mis historias y personajes están sacados de mi día a día, aunque, eso sí, debidamente deformado, ya que de otro modo no sería un escritor de ficción, sino un reportero o un ensayista.
¿Escribe por dinero?
Ojalá.
Entonces, ¿por qué lo hace?
Principalmente porque me gusta leer lo que escribo, y, si no lo escribo yo, no lo escribirá nadie.
También podría escribir y leerse sin necesidad de publicar.
¿Y privar al mundo de mi genialidad? Sería una crueldad, ¿no le parece? No soy tan egoísta como para guardarme mi genialidad para mí solo.
¿Me lo dice en serio?
¿Usted qué cree?
Con usted, la verdad, no sabría decirle...
Eso es bueno. Nada aburre más que lo previsible. Y yo odiaría resultar aburrido.
¿Escucha música mientras escribe?
Depende de lo que esté escribiendo. Si es un artículo para el blog, no me molesta escuchar música mientras escribo. Pero si se trata de escribir un cuento corto o trabajar en alguna de mis novelas, entonces no. Ahí sí que necesito silencio absoluto y máxima concentración.
¿Tiene alguna manía antes o mientras escribe?
Estar solo, y disfrutar de un ambiente cómodo y relajado.
En plena época creativa, ¿le distrae leer a otros autores?
Para nada. Es más, desde que empecé a leer literatura tengo por costumbre leer todos los días, independientemente de si estoy trabajando en algo mío o no.
¿Qué libro está leyendo ahora mismo?
Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, de Emmanuel Carrere. Se trata de una especie de biografía novelada basada en la vida y obra de Philip K. Dick, uno de los escritores de ciencia ficción más innovadores y celebrados de la historia. Ese tipo estaba francamente mal de la azotea fruto, en buena medida, del abuso de drogas, especialmente anfetaminas y LSD. El tipo escuchaba voces en su cabeza de procedencia desconocida, creía que había sido abducido por extraterrestres y sufría de manía persecutoria. Pensaba que el gobierno de los Estados Unidos lo expiaba en secreto.
¿Y usted? ¿También oye voces?
Yo la única voz que escucho de vez en cuando es la de mi mala conciencia, empujándome a levantar el culo del sofá y hacer ejercicio.
¿Siente temor a la hoja en blanco?
No. Me da más miedo la mente en blanco.
¿Le cuesta titular sus obras?
En absoluto. En ocasiones, incluso, lo primero que me llega de un texto es precisamente el título. Y, a partir de él, consigo montar una historia.
¿Sufre o se divierte escribiendo?
Las dos cosas. Pero, si pudiera poner ambas en una balanza, ganaría el disfrute.
¿En algún momento se ha sentido esclavo de su obra?
No. En cada libro que he escrito y publicado he dado el cien por cien de lo que era capaz en el momento de escribirlo. De no haber sido así, jamás habrían salido del disco duro de mi ordenador. De hecho, he vuelto a releer mis libros, y me he vuelto a sorprender con las cosas que he escrito. Y no es coña.
¿Cómo se ve a sí mismo?
En el espejo. O en fotos. De otro modo, es imposible. A menos que tuviese ojos en las palmas de las manos. Pero ya le digo yo que no me gustaría tenerlos. Bastante tuve con tener un dedo extra en cada mano.
¿Se considera a sí mismo un gran escritor?
Bueno, soy bastante alto. Casi llego al metro noventa de altura, lo cual no está nada mal. De hecho, supero con creces la media entre escritores, que suele estar situada en el metro setenta. Y eso por no hablar de los escritores de baja estatura, como Truman Capote o Augusto Monterroso. A su lado, yo sería un gigante de las letras.
¿Qué le parecen los premios literarios de este país?
Pues eso, que son “premios” que se conceden para devolver favores.
¿Cree que están amañados?
¿Y usted? ¿Cree que no lo están?
No. No lo creo.
Pues preséntese a ellos. Yo paso.
¿A qué aspira Pedro Fabelo?
Ahora mismo aspiro polvo, ya que, como ve, mi escritorio es un desastre. Además, viviendo en Canarias, con la dichosa calima dando por saco cada dos por tres...
¿Y al futuro? ¿Qué le pide al futuro?
Ganas, ideas, ilusión, sentido del humor. Y que mi curiosidad siga intacta. El día que pierda la curiosidad, ahí sí que acabará todo.
¿Cómo se ve de aquí a veinte años?
Veinte años más viejo.
¿Tiene algún mensaje para los que aún no han publicado alguna de sus obras y dudan de si autoeditarse o no?
No sé si mi experiencia les será de ayuda. Así y todo, la diré de todos modos. A mí me costó años decidirme por la autoedición. No fue nada fácil para mí, ya que vino precedida de un montón de vanos intentos por hacer que alguna editorial mostrase interés por alguno de mis manuscritos. También me presenté a un montón de concursos literarios, y fracasé miserablemente en todos ellos. Entonces creé el blog, empujado más por otras personas cercanas a mí que por mí mismo. Y no fue hasta que no vi que mi propuesta gozaba de cierta aceptación que me planteé seriamente la posibilidad de autoeditarme. Aquel primer libro fue como una especie de globo sonda lanzada al hiperespacio, y en cuyo interior había un claro mensaje: “Esto es lo que tengo para ofrecerte. No esperes algo sesudo o académico, pero sí algo hecho con toda la ilusión que soy capaz”. Por suerte, fueron muchas las personas que confiaron en aquel proyecto, lo que me llevó a repetir la experiencia en dos ocasiones más, e, incluso, atreverme a autoeditar la que va a ser mi primera novela. No sé qué clase de expectativas tendrán quienes aún anden sopesando de si autoeditarse o no, pero, por si les sirve de algo, diré que si pudiese regresar al pasado y encontrarme cara a cara con el Pedro Fabelo de 2014, aquel joven aspirante a escritor que era un saco de dudas ante la posibilidad de publicar su primer libro, le diría: “¿Sabes qué? No lo dudes, colega. Hazlo”.
Bonito mensaje.
No sé si será bonito, pero sí es sincero.
Sólo me queda darle las gracias por su tiempo.
Igualmente. Al fin y al cabo, su tiempo es también mi tiempo, ¿no lo cree usted?
Pues sí.
¡Lo que habría disfrutado con esto un tipo tan particular como Philip K. Dick! Un “yo” entrevistando a su otro “yo”, mientras ambos “yoes” mantienen un intercambio de ideas. Lo fliparía que no veas. Eso seguro.