Continúo con mi repaso a mis lecturas de 2022.
Reconozco un déficit en literatura rusa clásica. Aún no he leído nada de los grandes maestros rusos como Dostoievski, Chéjov, Tolstoi o Gogol. Hace un par de años lo intenté con Mijail Bulgákov y su celebrada El maestro y Margarita, un libro que circuló bastante entre la juventud británica de los 60, entre ellos, Mick Jagger y David Bowie, pero lo dejé tras un par de capítulos. Igual me pilló en un mal momento.
Otro fracaso similar lo experimenté la vez que intenté leer Doctor Zhivago, de Boris Pasternak. También lo dejé antes de acabar el primer capítulo. Aunque tengo un vago recuerdo de aquella experiencia —ocurrió hace como veinte años—, lo que más me costaba era el tema de los nombres y apellidos de los personajes que intervienen en la novela. Que si Yuri Andréyevich Zhivago por aquí, que si Larisa Fiódorovna Guichard por allá, y que si Antonina Aleksándrovna Gromeko y Pável Pávlovich Antípov por acuyá, acabó por dejarme tan perdido como Jerry Seinfeld y su pandilla en el episodio del aparcamiento del Centro Comercial.
Y si bien la magnífica adaptación cinematográfica que David Lean hizo de Doctor Zhivago es una de mis películas favoritas de todos los tiempos, el libro me resultó un poco rollo. Aún así, un día de estos lo volveré a intentar con Pasternak y Bulgákov.
Dicho esto, mi única aproximación a la literatura rusa ha sido a través de dos autores contemporáneos: Sergei Dovlatov y Andrei Kurkov. Del primero me he leído hasta el momento dos novelas: Los nuestros y La maleta.
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Sergei Dovlatov |
En Los nuestros encontré pequeños chispazos de genialidad, con un humor muy de mi agrado, con mucha ironía. Como muestra, reproduzco el siguiente pasaje del libro: «La vida había hecho de mi primo un delincuente. Creo que tuvo suerte. Si no, se hubiera convertido, sin duda, en un alto funcionario del Partido».
En lo concerniente a La maleta, aún tratándose de un libro autobiográfico, al igual que Los nuestros, la encontré más redonda, más fluida en su discurso. Vamos, que la disfruté más. Miraré por ahí a ver si encuentro algo más de este interesante autor.
De Kurkov me leí El jardinero de Ochakov, una adictiva y sorprendente novela, de ritmo ágil y vertiginoso, con viajes en el tiempo de telón de fondo que te mantiene enganchado desde la primera hasta la última página. Muy recomendable.
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Reinaldo Arenas |
En 2022 también descubrí a Reinaldo Arenas, fantástico escritor cubano del que leí con avidez y entusiasmo creciente El portero —magnífica y adictiva alegoría—, lo que me llevó a meterme de lleno en su Antes que anochezca —impactante libro autobiográfico donde muestra en su crudeza el horror y el desengaño que sobrevino a la revolución castrista de 1959—. En cartera tengo un par de títulos más suyos pendientes de leer.
Otro autor que descubrí en 2022 fue Roald Dahl, famoso por ser el autor de Charlie y la fábrica de chocolate. De Dahl me leí tres libros de relatos: Historias extraordinarias, Génesis y catástrofe y El librero. Para mi gusto el mejor de los tres es el último. El resto alterna cuentos muy buenos con otros más bien normalitos. En cualquier caso, me pareció un autor interesante del que seguiré leyendo más cosas suyas.
Otro grato descubrimiento fue el de Alan Bennett, un escritor teatral británico que tiene en su haber la publicación de varias novelas cortas. Descubrí a este autor gracias a la magnífica película La dama de la furgoneta, protagonizada por la incombustible Maggie Smith, una de esas secundarias de lujo que tanto lustre dan a cualquier producción donde participen.
La película, una deliciosa comedia, narra la historia real de Miss Shepherd, una anciana de misterioso pasado que vive encerrada en una furgoneta de su propiedad que estaciona en la calle y que, por avatares del destino, acaba recalando en el pequeño jardín de Alan Bennett, un joven escritor un tanto timorato que sufre con estoicismo los ataques verbales de la irascible y respondona anciana. Cuando acabé la película, que me dejó un magnífico sabor de boca, busqué el libro, adquirí un ejemplar y lo leí de un tirón —apenas sobrepasa las 100 páginas—, dejándome igual de maravillado que la peli. Tanto el libro como la peli son una auténtica delicia. Tan grato me resultó el estilo desplegado por Bennett que me tiré de cabeza a otro libro suyo: Dos historias nada decentes. Si bien este último no me resultó tan redondo como La dama de la furgoneta, su lectura me proporcionó buenos momentos igualmente.
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Fotograma de la película "La dama de la furgoneta", con una estelar Maggie Smith |
En 2022 me propuse leer libros de autoras que se declaran abiertamente feministas, a fin de entender un poco más ese mundo que tan ajeno me resultaba. En mis manos acabaron cuatro títulos y, honestamente, aunque me abrieron los ojos a una realidad distinta a la mía, no llegué a empatizar con ese mantra permanente que parece prevalecer en buena parte del feminismo actual y que podría resumirse en una frase: Hombre malo, mujer buena.
Ni todos los hombres son malos ni todas las mujeres son buenas. Como en cualquier grupo demográfico, “hay de todo en la viña del Señor”. Lo que no vale es elegir mal a tu compañero de viaje (estoy bastante hasta las narices de escuchar a mujeres en apariencia inteligentes manifestar sin tapujos “es que a mí los que realmente me atraen son los malotes”), y luego, cuando el chulito de turno te sale como te sale, soltar el topicazo “es que todos los tíos son iguales”. Pues no. No todos los tíos somos iguales. Y sí, cuando eliges mal, no está de más admitir tu error y decir “me equivoqué”. Por cierto, los tíos también nos equivocamos cuando elegimos a mujeres que no nos convienen en absoluto, y no por ello estamos legitimados para soltar tan alegremente “es que todas las tías son iguales”. Si un tío se equivoca al elegir pareja, el fallo es suyo y no del género femenino en su conjunto.
Los libros que leí fueron No soy ese tipo de chica de Lena Durham —irregular—, Monólogos de la vagina de Eva Ensler —por momentos, brillante, y esclarecedor—, Yo, puta de Isabel Pisano —excesivamente maniqueo, para mi gusto—, donde la autora recoge testimonios de prostitutas que narran sus experiencias con clientes, la mayoría hombres horribles y repulsivos, y Hambre de Roxane Gay, estremecedor relato de una chica aquejada de sobrepeso —llegó a pesar 261 kilos—, que come de manera compulsiva decidida a afear al máximo de sus posibilidades su propio cuerpo, debido al rechazo que le provoca su propia sexualidad tras haber sufrido una violación en su adolescencia.
Por lo leído en esos libros, y en algún que otro artículo periodístico de Rosa Montero o Elvira Lindo, la conclusión a la que llego es que no se puede extrapolar la experiencia de una única mujer convirtiéndolo en un rasgo común y distintivo a todo un género. Y esto vale para ambos sexos. Ni las unas son todas buenas ni los otros son todos malos. Y viceversa.
Mención aparte merece Paul Auster y su recopilación de Ensayos completos, libro que, como ya escribí en un post publicado en este mismo blog, está escrito con una prosa muy cuidada y elegante, y donde el autor no desaprovecha la más mínima oportunidad de declarar abiertamente su amor por la literatura. Precisamente, gracias a la pasión que derrama Auster en las páginas de su libro, descubrí a otro interesante autor, Joe Brainard, del que adquirí su interesante y original Me acuerdo, libro que leí (y disfruté) entre lecturas, ya que se trata de un libro bastante peculiar en su composición. En este libro Brainard va hilando recuerdos y vivencias de su pasado, y lo hace en frases cortas o pequeños párrafos de apenas dos o tres líneas. Lo original de su propuesta es que todas las frases comienzan con “Me acuerdo de...”.
Os dejo algunos de esos recuerdos tomados al azar:
Me acuerdo de un sueño recurrente en el que puedo volar (sin avión).
Me acuerdo del día que dispararon a John Kennedy.
Me acuerdo de desear haber sabido antes lo que sé ahora.
Me acuerdo del baile de los pajaritos.
Y de esta manera, tan original como adictiva, Brainard va tejiendo una especie de libro de memorias con frases cortas y evocadoras. No las llegué a contar, pero en algún sitio leí que sobrepasan las mil. Y, tal y como reconoce el propio Auster en su ensayo, al leer el libro de Brainard una de las primeras sensaciones que tienes es de: ¿Cómo es posible que algo tan simple y, al mismo tiempo tan genial, no se me haya ocurrido a mí, o no se le haya ocurrido a nadie antes que a Brainard?
Por cierto, mientras lees el libro, te sientes empujado a escribir tu propia versión de “Me acuerdo”, pues, a poco que bucees en tu memoria, vendrán a ti cientos de escenas de tu pasado. A mí me ocurrió.
Y hasta aquí mi resumen pormenorizado de lecturas. Al margen de los libros y autores mencionados en estos dos últimos posts, durante 2022 ha habido muchos más autores, entre los que cito a Viv Albertine, Juan Pedro Aparicio, Andrés Barba, Oscar Borrachero, Simon Critchley, Ian McEwan, Ana María Moix, Alek Popov, Chris Offut, Poe, Twain, Kafka, etc. Y entre los libros leídos ha habido novelas, ensayos, biografías, cuentos cortos y relatos, diarios, y memorias, como las de José Luís Cuerda —Memorias fritas— o Harpo Marx —Harpo habla—, que me resultaron muy amenas y divertidas y sirvieron para descubrirme a dos seres humanos increíbles, capaces de dedicar la mayor parte su vida a hacer felices a los demás a través de su arte. ¿Existe mejor dedicación que ésa, la de hacer felices a los demás con el poco o el mucho talento que dispongas? Salvo el hecho de salvar vidas a través de la medicina, no se me ocurre mejor profesión a la que dedicarse en la vida.
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Imagen de Harpo Marx, un genio de la comedia y, además, una gran persona |