jueves, 20 de abril de 2023

EL TRIUNFO DE LA SENCILLEZ

 

Imagen de Enrique Meseguer bajada de Pixabay


Tengo un amigo con el que de vez en cuando quedo para ir a caminar. Nos conocemos desde hace más de treinta años. Ambos compartimos gustos musicales, cinéfilos y literarios.

En esas largas caminatas confrontamos gustos, ideas y opiniones sobre lo que nos gusta, lo que detestamos, lo que nos aburre o lo que nos emociona. No siempre coincidimos en todo, aunque sí ocurre la mayoría de las veces.

Lo bueno de disentir es que ambas partes se enriquecen con el punto de vista del otro. Si dos personas piensan exactamente lo mismo sobre algo, la cosa no va más allá. Nadie aprende nada, sólo confirman lo que ya saben o piensan.

Con esto no quiero decir que uno esté deseando disentir. También viene bien encontrar de vez en cuando a alguien que piense y opine parecido a ti, ya que eso te sirve para reafirmarte en tus convicciones, o en tu forma de ver y entender el mundo que te rodea. Somos seres sociales, y, como tales, necesitamos compartir. En eso precisamente se basa la comunicación, en compartir, ya sean ideas, experiencias, puntos de vista, pensamientos, opiniones o sensaciones.

Hace cosa de un par de semanas le comentaba a este amigo que últimamente experimento un gran placer en el uso sencillo del lenguaje literario. A medida que he ido cumpliendo años me he percatado de lo mucho que me cuesta el uso y abuso del lenguaje rocoso y enrevesado que muchos escritores utilizan en sus libros para ocultar su incapacidad de contar algo de manera clara y sencilla, sin tanta afectación ni grandilocuencia.

Que no se escribe hoy a como se escribía hace cien años es una evidencia. Tampoco se habla hoy de la misma manera a como se hablaba a principios del siglo pasado. Y es que el lenguaje, oral y escrito, es un ente vivo, sujeto a cambios y en permanente adaptación. ¿Por qué empeñarse entonces en escribir a como se escribía hace cien años? ¿Qué sentido tiene mostrarse “ininteligible” a los lectores? ¿Acaso una mala novela mejorará al meter en ella palabras rebuscadas y dotar al texto de un lenguaje difícil y enmarañado? Tal y como yo lo veo, definitivamente no.

Hace unos días acabé de leer Diálogo con mi sombra. El oficio de escritor, del escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez. Un libro magnífico, por cierto. De Pedro Juan ya había leído hace unos años su Trilogía sucia de La Habana, libro que compré un poco a ciegas en una librería de mi ciudad y que devoré en pocas semanas a pesar de su extensión —tal y como se deduce del título, el libro consta de tres libros unidos en un único volumen—. De aquel libro recuerdo lo mucho que me recordaba, en el estilo y la temática, a los libros de Bukowski, del que poseo más de una docena de títulos y releo de vez en cuando.

Por cierto, a propósito de la Trilogía sucia de La Habana, si te incomoda el uso crudo y obsceno del lenguaje, así como ese tipo de literatura que habla de lo que no se suele escribir por considerarse ofensivo, incómodo o desagradable, mejor no leas este libro, pues todos tus temores se verán confirmados desde la primera página multiplicados por mil.

Pedro Juan Gutiérrez ejerció durante algo más de veinte años como periodista en la Cuba castrista, hasta que precisamente la publicación en el extranjero de su Trilogía sucia de la Habana propició su despido fulminante del medio para el que trabajaba, siendo señalado por el régimen como un outsider y un “enemigo de la revolución”, ya que el hecho de reflejar en sus libros esa realidad que el régimen se empeña en ocultar al turista y al mundo allende sus fronteras es considerado como algo próximo a la disidencia. En definitiva, “o estás conmigo o contra mí”, pues en los regímenes totalitarios no hay cabida para las opiniones contrarias al discurso oficial.

Precisamente el hecho de haber ejercido durante tantos años el periodismo, se revela como algo fundamental en el estilo literario desplegado por Pedro Juan en sus libros. Él mismo se encarga de explicar cuáles son las líneas maestras de su estilo literario a la hora de enfrentarse a la hoja en blanco: «Una dinámica de diálogo rápido, de atrapar al lector con escenas cortas. Nada de largos párrafos de reflexión y análisis sobre lo que está sucediendo, sino dejar al lector que lo haga. Respetar la inteligencia, la cultura y la capacidad de análisis del lector. Es decir, mi narrativa se basa en aportarle elementos al lector y que sea él quien saque sus propias conclusiones».

Una de las cualidades que más valoro en el arte literario es la concreción. Sobre todo a partir de cierta edad, cuando uno ya no está para perder el tiempo tontamente. A medida que voy sumando años a mi particular calendario vital, mayor importancia le doy a la sencillez. Me enervan las complicaciones innecesarias, el relleno, la paja.

Volviendo al libro de Pedro Juan, en otra parte del libro escribe lo siguiente: «Soy incapaz de utilizar cuatro páginas para algo que puedo decir en una. Y eso es respetar al lector. No darle paja. No darle basura sólo para alargar un poco más el texto. Al contrario, cuanto más concentrado mejor».

En otra parte del libro acusa a los que él llama “escritores barrocos” de explayarse en las descripciones y en las emociones y pensamientos de los personajes, lo que a él —y a mí— le resulta tremendamente soporífero. En ese sentido, sentencia: «Admiro a Marguerite Duras. Logró desprenderse de todos los trucos y los artificios. Escribir del modo más escueto posible. Eso es dificilísimo, casi imposible escribir de ese modo, dejando sólo el esqueleto, los huesos del texto. […] Los barrocos, en cambio, ponen demasiado merengue a una tarta pequeña. Y merengue rosado casi siempre, para que sea aún más empalagoso y más altisonante».

No hace mucho, un mes o así, acabé la lectura de una novela breve de la escritora japonesa Aki Shimazaki. La novela lleva por título Hózuki, la librería de Mitsuko. ¡Qué deliciosa novela! Escrita de un modo sencillo, directo, sin grandes artificios ni rellenos innecesarios, Shimazaki narra la historia de Mitsuko, una librera de provincias que vive en un apartamento situado en lo alto de la librería que regenta. Allí pasa los días junto a su madre y Taró, su pequeño hijo sordomudo, con el que se comunica a través del lenguaje de signos.

De manera amena y extremadamente adictiva, la autora nos va narrando el recorrido vital de esta joven librera, madre soltera, que, a pesar de la aparente sencillez de su día a día, esconde una vida repleta de oscuros vericuetos.

Se trata de una novela corta —la versión electrónica apenas llega a las 100 páginas—, y me enganchó tanto que la leí en apenas cinco noches —suelo leer por las noches, antes de dormir, aprovechando el silencio y ese momento de paz que acontece justo antes de planchar la oreja—.

Obviamente, cada lector exige de sus autores favoritos una cualidad distinta. Habrá a quien le guste la literatura “de enjundia”, con largas y detalladas descripciones y acrobáticos ejercicios de estilo. Y no seré yo quien le reproche a nadie sus apetencias. Faltaría más. De hecho, lo respeto. Como bien reza el dicho: “sobre gustos no hay colores”, pues cada uno de nosotros busca o exige algo diferente en el arte.

A mí, como ya confesé en un párrafo anterior, cada día encuentro más placentero la sencillez y la economía en el lenguaje escrito. ¿Y tú? ¿Qué buscas o exiges en tus libros o autores favoritos?



4 comentarios:

  1. Yo terminé recientemente El corazón de Yamato, de Aki Shimazaki. Esta autora, reúne sus libros en ciclos de cinco novelas cada uno. En español solo hay dos quintetos traducidos, este de El corazón de Yamato y El quinteto de Nagasaki. La librería de Mitzuko forma parte de otro quinteto, L'ombre du chardon, del que solo hay dos libros traducidos al español y aún no se ha traducido el ciclo en un solo volumen. Estoy deseando que se traduzca porque La librería... me gustó mucho también.
    Tengo ganas de leer La trilogía sucia de La Habana. Está en mi lista de pendientes hace tiempo. A ver si me hago con ella.
    A mí no me gusta el lenguaje complejo. Lo que sí me gusta de cómo se escribía hace cien años son esas descripciones largas y reposadas, esa forma de narrar, sin prisa, para degustar con calma. Galdós, Blasco Ibáñez, Juan Valera, Pardo Bazán (por mencionar los que se me ocurren ahora), autores que sin ser complejos ni usar un lenguaje o una sintaxis alambicados, se explayaban en la escritura.
    Un beso.

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    1. Muy interesante lo que cuentas de Aki Shimazaki. Disfruté tanto de la lectura de su novela que me planteé buscar algo más de esa autora. Celebro que haya más libros suyos traducidos al español. Intentaré hacerme con alguno de ellos.

      "La trilogía sucia de La Habana" es lo más parecido que he leído a Bukowski; un lenguaje directo, crudo, "sucio" como indica su título, no apto para todos los estómagos. Eso sí, una vez traspasas esa capa encontrarás buena literatura, de esa que te descubrirá una realidad, la cubana, que generalmente no suele salir en los libros. En los relatos que componen la trilogía, Pedro Juan te mostrará el instinto de supervivencia de un pueblo condenado por sus dirigentes a sobrevivir más que a vivir; el hambre, la miseria, la viveza de las gentes para salir adelante y superar la adversidad. También hay espacio para el humor, como en Bukowski, pero no un humor lúdico o inocente, sino un humor negro y burlón, de esa clase que hará que se te dibuje una sonrisa en la cara sin saber si reír o compadecerte, o cabrearte por la situación en la que viven bajo esa tiranía.

      En la literatura "clásica" hay magníficos libros que, de bellos, te los lees con ansia, con interés y deleite. El problema (para mi gusto) es cuando lo que cuentan, o intentan contar, lo cubren con capas y capas de "estilo", metiendo frases y palabras de lo más rebuscadas para demostrar el dominio del lenguaje o los amplios conocimientos del autor o autora en cuestión. Me ha pasado con Joyce, con Thomas Mann (las primeras páginas de "Muerte en Venecia" me resultaron soporíferas), con Miguel Ángel Asturias o con Alejo Carpentier. También me ha pasado con autores que admiro y me entusiasman, como Slawomir Mrozek o Roberto Fontanarrosa, cuyos cuentos son una ruleta rusa: o son magníficos y geniales o son complejos y retorcidamente aburridos. Será cuestión de gustos, supongo.

      Un beso, Rosa. Y gracias por la info de Shimazaki. ; )

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  2. Yo también detesto las obras en las que su autor se recrea con una terminología barroca, artificial, pues como bien dices, parece que con ello intente parecer más culto de lo que es y creer que de este modo aumenta la calidad de su obra. Lo encuetro francamete pretencioso y falso. Del mismo modo me incomodan las descripciones excesivamnete largas de algo que no tiene ninguna relevancia en la trama. Describir minuciosamente la decoración de un restaurante donde el protagonista ha decidido almorzar, la vestimenta de los camareros, los manteles y las servilletas, así como la vida y milagros de su propietario, que no tendrá en lo sucesivo ningún papel relevante en la historia que se cuenta, se me antoja totalmente superfluo y adivino que solo pretende llenar páginas inutilmente.
    El lenguaje sencillo pero que conquiste al lector no es una tarea fácil, aunque pueda parecerlo. La primera vez que lo comprobé fue en las primeras novelas de Isabel Allende.
    Últimamente me he percatado (o he tomado conciencia) de la gran cantidad de paja que incluyen muchos best sellers, que parece que sus autores cobren por palabras. En el taller de escritura creativa al que me asistí hace algunos años me enseñaron a recortar, a eliminar sin piedad todo aquello que fuera superfluo, que no aportara nada nuevo a la trama. Y últimamente, suelo imaginarme lo que tacharía en muchas novelas que leo. De hecho, eliminaría párrafos enteros por su inutilidad y a menudo acabo leyendo en diagonal, saltándomelos hasta recalar en los realmente interesantes. Quizá es que ya no sé apreciar el valor de lo que encierran o porque me he vuelto impaciente y cuando leo quiero ir al grano, pues cuando era mucho más joven me "tragaba" obras extensas que seguramente adolecían de lo mismo y no me importaba.
    En fin, como muy bien dices, cada cual tiene sus gustos y debe elegir aquellas lecturas que más le atraen y le aportan un valor añadido.
    Un abrazo.

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    1. Precisamente ahora mismo estoy leyendo una selección de cuentos de Hemingway. Ya voy por la mitad del libro, y he de decir que en lo leído ya he encontrado diversos ejemplos de eso que llamamos "paja". Por ejemplo, en varios cuentos el viejo Ernest me describe, con tediosa minuciosidad, el paisaje donde transcurre la acción: el número de casas que hay, cómo están distribuidas, quién vive en cada una de ellas, el bosque y la maleza que rodea al pueblo, el lago, el número de embarcaciones que transitan por él, la temperatura ambiente, los caminos, la geografía del lugar, cómo viste cada uno de los personajes que interviene en la historia, características físicas, etc, y todo ello para al final acabar centrando tu atención en un diálogo entre dos personajes que, como mucho, no se extiende más allá de dos folios, pero que el cuento completo llega a los veinte. Eso por no hablar del "dijo él"-"dijo ella" al final de cada línea de diálogo, lo cual se hace un poco pesado e innecesario (ignoro si es cosa del traductor o es que Hemingway escribía así realmente). De momento llevo como unos quince relatos leídos y la cosa va fifty-fifty. Y eso que todos coinciden en que Hemingway es mejor cuentista que novelista.

      Lo que comentas de los "pecados de juventud", lo de leer algo hasta el final aunque no lo estés disfrutando del todo, también me ha ocurrido. Y en esta ocasión me permito volver a recurrir a Hemingway, pues la lectura de "El viejo y el mar" me acabó resultando cansina (para mi gusto, le sobraban páginas). Lo leí con veintipocos, igual lo vuelvo a leer ahora y cambio de opinión. En esto, se agradecen autores como Bukowski, cuyos textos parecen cortados a cuchilla. Con dos frases ya te ponen en situación. En eso, es de los mejores escritores que yo haya leído jamás.

      Un abrazo, Josep.

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