Buenas.
Si le echáis un vistazo a mi última publicación en el blog veréis que la misma está fechada el 15 de junio de 2023.
Sí, sí, has leído bien. Mi última publicación es de casi dos años atrás. Sabiendo eso, fácilmente podrías preguntarme: “¿Qué pasó, chaval, para que te hayas tirado casi dos años sin publicar nada en el blog?”.
De entrada te diría: gracias. ¿Por qué? Por llamarme chaval. A mis años, que ni siquiera peino canas sino que ya “peino calva”, me resulta conmovedor que alguien se siga dirigiendo a mí como “chaval”. Yo lo hago, claro, pero eso no cuenta. De hecho, creo que si llegase a la provecta edad a la que llegó mi abuelo (94 años), aún seguiría sintiéndome como un chaval.
Supongo que los seres humanos debemos tener un gen instalado en alguna parte de nuestro complejo cerebro que hace que, tengas la edad que tengas, aún te sigas considerando “un chaval”, a pesar de necesitar bastón para caminar o que te resulte imposible dormir ocho horas de un tirón sin tener que levantarte un par de veces en la madrugada a descargar la vejiga. Instinto de supervivencia, supongo. Me refiero a lo de sentirse joven, no a lo de mear de noche, ya que la alternativa sería hacérselo encima, y, honestamente, no me hace mucha gracia dormir sobre un charco de pis.
Lo de sentirse joven a pesar de tener una edad no tiene nada que ver con el complejo Peter Pan, por cierto. Es más, para confirmarlo, diré que a mis cincuenta y tantos, jamás me teñí el pelo, no me he hecho ningún tatuaje ni me he perforado ninguna parte del cuerpo para atravesarlo con uno o varios piercings; tampoco me he comprado un deportivo o un descapotable para fardar ante las féminas, ni, de momento, entra en mis planes darme un garbeo por Turquía para ponerme la melena del Rey León (aunque, eso sí, admito que cuando veo fotos de mi juventud, con aquella larga melena de rockero que me llegaba a los hombros, no puedo evitar sentir cierta nostalgia).
No me teñí porque jamás temí mostrar mis canas; no me he tatuado porque los tatuajes nunca me han llamado la atención —no me disgustan, aunque hay auténticas aberraciones por esos mundos de Dios, pero no son para mí—; tampoco me he comprado un deportivo molón porque antes que gastar un pastizal en un cochazo prefiero gastarlo en un buen equipo de música y en aumentar mi colección de discos, libros y pelis. Cuestión de prioridades.
En fin, dicho esto, volvamos al quid de la cuestión, que no es otro sino responder a la pregunta de porqué he estado casi dos años sin actualizar el blog (ni asomar el hocico en redes, por cierto).
Para ello, os voy a pedir que retrocedamos en el tiempo. Concretamente a junio de 2023, a la época de mi último post publicado.
Estoy sentado ante mi escritorio. Entre los dedos sostengo un boli. Sobre la mesa reposa una hoja de papel en blanco que aguarda pacientemente a que la emborrone con el boceto de lo que, tras posteriores correcciones, acabará transformándose en mi siguiente post en el blog.
Pero el boli no se mueve. Mis dedos no se mueven. Y no lo hacen porque nada los impulsa. Ninguna idea brota de mi mente. Al menos ninguna idea que merezca la pena traspasar los límites de mi pensamiento y acabar sobre el papel en forma de lenguaje escrito.
¿Qué me pasa? ¿Porqué no escribo nada? ¿Falta de ideas, quizás? Es posible. Desde luego, nada descartable. Publicar en un blog durante más de diez años desgasta mucho. Tarde o temprano llega un momento en que crees haberlo dicho todo, y que lo único que te queda es repetirte, como el ajo, las reposiciones de Los Simpson en Antena 3, las crisis económicas o las malditas guerras, que parecen no acabarse nunca (maldigo a todos los que se benefician política, económica, ideológica o religiosamente del dolor y el sufrimiento ajeno. Ojalá exista un infierno y paséis allí el resto de la eternidad, sufriendo de hemorroides o de un intenso ataque de gota; o peor aún, de un concierto a perpetuidad de la pesada de Shakira con sus insufribles gorgoritos. Por los siglos de los siglos, amén).
A ver, algo de falta de ideas sobre lo que escribir sí que había. Pero no era lo único. También notaba algo de cansancio, de fatiga mental.
Me saturé. Esa es la pura verdad. De algún modo, me vi tan superado por todo que decidí darme un tiempo para mí, replantearme mi situación y decidir si merecía la pena continuar con el blog o dejarlo en ese punto.
De entrada, opté por no imponerme plazos. Quería, necesitaba, desconectar, así que el mero hecho de marcarme plazos no haría sino añadir más presión sobre mis hombros.
Una de las cosas que me decía para convencerme de haber tomado la decisión correcta fue que todo principio tiene su final. Es así. Así ha sido desde que el mundo es mundo y así seguirá hasta que todo esto explote en mil pedazos y nos vayamos todos a hacer puñetas (lo cual, viendo cómo está el panorama, no tardará mucho en suceder. Es lo que tiene no haber aprendido nada de la Historia).
En este tiempo de ausencia me he preguntado en más de una ocasión si este desánimo podría ser el síntoma del fin del blog. Igual había llegado el momento de dejarlo correr. Para mí no tiene sentido prolongar algo que no me divierte, que no me seduce, que no me emociona. Y pensé en dejarlo. Muchas veces.
Me dediqué entonces a otras cosas: trabajar, caminar, leer, escuchar música, ver cine y series, quejarme de todas las cosas que me resultan irritantes y molestas, etc. Y un día, sin pensar, comencé a escribir de nuevo. Retomé una idea que tenía en una de mis viejas libretas, y comencé a trabajar en ella. Poco a poco, fui añadiéndole anotaciones. Y, como suele pasarme siempre que una historia me entusiasma, las ideas me iban surgiendo en los momentos más inesperados (ni sé la de veces que me he despertado en mitad de la noche, he encendido la luz de la mesilla y me he puesto a anotar tonterías en mi bloc de notas. Esto de ser creativo es como ser médico de guardia, nunca sabes cuando se va a presentar la próxima urgencia, así que lo mejor es que te coja siempre lo más preparado posible).
Y por fin llegó el día en que me senté ante mi escritorio, abrí mi procesador de textos y comencé a teclear estas líneas que, si has llegado hasta aquí, estás leyendo justo en este instante.
¿Significa esto que he vuelto a mi actividad bloguera? Bueno, si algo he aprendido de haber leído el año pasado la magnífica novela Las uvas de la ira de John Steinbeck (¡qué gran novela, por Dios bendito!), es aquello que decía el personaje de Tom Joad, el hijo mayor de la familia protagonista, que ante cualquier reto o adversidad a la que debía hacer frente solía repetirse a sí mismo: “Pasito a pasito”.
Pues eso. Pasito a pasito.
Hola, Pedro.
ResponderEliminarYa no te digo más bienvenido, que al final pareceré un disco rayado, pero sí: me alegra muchísimo tu regreso o este pasito inicial, sin presión, ehhh, :)
Entiendo que te saturaras, y tampoco pasa nada por ello, hay cosas, como el blog, que se deben hacer desde el goce, no tiene que generar ninguna obligación, porque para nuestra desgracia ya tenemos demasiadas de ellas.
A parte, sería una hipócrita si digo lo contrario, con tanto lapsus e ida y vuelta, de ahora sí, ahora no. Así que sigue así, cuando te apetezca te asomas, y cuando no, por mi parte lo comprenderé. Pero no te presiones, simplemente disfrútalo.
Un fuerte abrazo.
Hola, Irene.
EliminarUsted puede darme la bienvenida cuantas veces desee. ¡Faltaría más! ; )
Me alegra saber que no soy el único que ha sentido alguna vez que esto del blog puede llegar a un punto, tras tantos años publicando, que sature, hasta llegar a convertirse más en un "trabajo sin remuneración" que en un alegre pasatiempo o un vehículo para dar rienda suelta a nuestra pasión por escribir y comunicar ideas o pensamientos. Cualquier actividad, por muy placentera que nos resulte, si no nos proporciona un mínimo de felicidad puede llegar a convertirse en un lastre, en un algo que haces casi por inercia, sin pasión, sin emoción, sin ganas. Y yo no quiero llegar a ese punto, ya que estoy absolutamente convencido de que esa falta de ganas, de entusiasmo y de emoción al escribir se traslada a lo escrito, con lo cual perdemos todos, tanto los que escribimos como quienes nos leen.
Que sepas que este reencuentro me ha alegrado un montón. Como te decía en tu blog, me ha hecho acordarme del añorado Paul Auster y sus historias salpicadas de casualidad.
Un fuerte abrazo de vuelta, querida Irene.
Bienvenido y sin más cuando las letras fluyan y de nuevo encuentres Algarabía en ellas, a plasmarlas. Abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, anónimo. Has dado en el clavo, las letras deben fluir desde nuestro interior y hacernos sentir pasión y emoción al escribirlas, pues esa pasión y emoción a buen seguro quedará plasmada en lo escrito.
EliminarUn abrazo.
Bienvenido, Pedro. Tienes razón, ¡qué gran novela es Las uvas de la ira!
ResponderEliminarY en más cosas tienes razón. eso de que por más años que se cumplan siempre se piensa en uno mismo como un chaval, una chavala en mi caso.
A mí sí que me hubiera haberme hecho algún tatuaje pequeñito. Mi problema es que me da mucho miedo el dolor, y eso duele.
Respecto a que el mundo estalle y nos vayamos todos a hacer puñetas, pues tampoco sería tan grave. La vida seguiría, aunque fuera en forma de bacteria y de eso se libraría el mundo, de un ser egocéntrico, insensato e insensible que tan solo le hace la puñeta. A partir de ahí, la vida en la Tierra será mucho más fácil.
Me alegro de que hayas vuelto. Yo también tengo a veces tentaciones de desaparecer, pero me temo que si lo hago será definitivamente y hoy por hoy esto todavía me da marcha.
Un abrazo muy fuerte.
Hola, Rosa. ¡Cuánto bueno por aquí! "Las uvas de la ira" me pareció una obra maestra, uno de esos libros que te dejan poso y que hace que reflexiones en profundidad acerca del mundo en el que vivimos y la gente que lo habitamos. Todo ello escrito de una manera amena y sencilla y, al mismo tiempo, con una elevada literatura. Los personajes están tan bien definidos y tan llenos de humanidad que casi acaban formando parte de tu familia. Hasta me sorprendió el audaz uso del lenguaje (soez incluso), teniendo en cuenta que fue escrita en 1939. Descorazona ver que aún hoy, casi 90 años después, su temática y su denuncia aún siguen vigentes.
EliminarLo de los tatuajes lo entiendo, pero no son para mí. Antes se asociaban a gente de baja estofa o mal vivir, pero de un tiempo a esta parte hasta se han convertido en un signo de estatus. No hay más que ver a los futbolistas, millonarios muchos de ellos, que se tatúan hasta las cejas; por no hablar del mundo de la música. Algunos hasta son agradables a la vista, pero otros...
Con Trump y Putin en el poder, y la ultraderecha tomando el testigo de la inoperancia y malas políticas de la izquierda, igual no falta nada para que seamos "polvo en el viento", como cantaban mis adorados Kansas allá por 1977. Disfrutemos pues mientras podamos de las cosas que nos hacen felices.
Celebro que aún tengas ganas de seguir. Yo he pasado por tantas fases en estos diez años de andadura que aún me sorprendo a mí mismo de haber durado tanto. Y más sorprendido estoy de haber recuperado las ganas de retomarlo donde lo dejé. A ver hasta donde me lleva esta nueva andadura.
Un abrazo muy fuerte de vuelta, querida Rosa.
Hola, chaval (je, je), qué alegría volverte a encontrar, sano y salvo, por estos lares.
ResponderEliminarMira que dijiste (creo que en facebook) que volverías a publicar el jueves 20 de marzo, pero se me fue la olla, seguramente debido a tu larga ausencia que hizo que me olvidara de esta cita tan esperada. Y hoy, por fin, me he acordado. Y aquí estoy, leyendo tus cuitas literarias que, por cierto, yo tambien viví no hace mucho tiempo. Asi que te comprendo perfectamente. Ese abatimiento, la falta de ideas nuevas y de ganas de escribir, la reflexión sobre si vale la pena seguir o dejarlo, etc. Pero hiciste muy bien en no fijarte una fecha y dejar pasar el tiempo a la espera de alguna señal. Creo que todo escritor, sobre todo si es novel, es decir poco o nada conocido, llega un momento en el que se satura y se acaba desmoralizando, especialmente si ve que su trabajo no es lo suficientemente valorado según su propio baremo de reconocimiento y de conformidad. Pero suele llegar un momento (al menos a mí me ocurrió) que, de la noche a la mañana, se despierta el gusanillo de la escritura y uno vuelve a las andanzas poco a poco.
Espero y deseo, pues, que este sea tanbién tu caso y que esta nueva andanza nos depare a todos tus seguidores momentos de satisfacción, cosa de lo que estoy seguro.
Así pues, bienvenido de nuevo y a seguir dándole al coco.
Un fuerte abrazo.
Lo primero es lo primero: gracias por lo de "chaval". ¡Qué gusto da, oye! Jajaja
ResponderEliminarResulta reconfortante recibir el feedback de alguien que ha pasado exactamente por lo mismo que tú, y que sus palabras no hagan sino confirmar tus sensaciones, las mismas que hicieron que te apartases por un tiempo a reflexionar y meditar en profundidad acerca de lo que rodea a todo esto del blog y la creación literaria.
Seguro que no somos los únicos. Sólo basta con leer a nuestras amigas comunes Irene y Rosa, cuyas dudas y sensaciones, idénticas a las nuestras, también les hicieron plantearse en alguna ocasión si realmente merece la pena seguir adelante con esto del blog. Afortunadamente, ellas, al igual que nosotros, llegaron a la conclusión de que, a pesar de todo, sí que merecía la pena seguir por un tiempo más. ¿Por cuánto más? No lo sé. En mi caso, no tengo ni idea. Supongo que la cosa tirará mientras la ilusión supere a la decepción.
Por último (de momento), te doy las gracias por esta calurosa bienvenida y esos ánimos que, sin duda, serán la gasolina de la que tire para sacar adelante el blog y los proyectos que tengo aparcados. Muchas gracias, Josep.
Un fuerte abrazo de vuelta, amigo.