jueves, 15 de mayo de 2025

LA SOPORTABLE VAGUEDAD DEL SER

Imagen de MabelAmber bajada de Pixabay

 

Tengo una amiga con la que suelo quedar con relativa frecuencia para ir a caminar. Es más joven que yo. Nada raro, por otra parte, ya que, desde que pasé la inquietante barrera de los cincuenta, tengo la incómoda y persistente sensación de que casi todo el mundo es mucho más joven que yo. Ojo, no digo “más joven”, sino “mucho más joven”.

Esta circunstancia no deja de resultarme de lo más irónica, debido a que, cuando yo era un chaval, hace un porrón de años, yo solía ser el más joven del grupo de amigos con el que me relacionaba. Hay que ver las vueltas que da la vida, ¿no os parece?

En fin, a lo que iba. De vez en cuando suelo quedar con esta amiga, por varias razones. Una de ellas es porque nos caemos muy bien; por algo somos amigos. Aunque hay amigos, me consta, que se caen mal, tirando a fatal, lo cual es algo que jamás entenderé. Igual se relacionan siguiendo esa máxima entre mafiosos que reza que “a los enemigos, mejor tenerlos cerca”.

Otra de las razones por las que mi amiga y yo solemos disfrutar de nuestros largos paseos es porque nos conocemos desde hace tantos años que entre nosotros podemos hablar sin tapujos ni fingimientos, y sin temor a que alguno de nosotros pueda decir algo inconveniente u ofensivo. Cuando eso ocurre nos basta con hacérselo saber al otro, pedirnos disculpas y seguir andando como si nada hubiese ocurrido.

Por lo general, solemos estar bastante de acuerdo en casi todo —a pesar de ser de sexos opuestos—, por lo que rara vez solemos discutir. De hecho, no recuerdo ninguna discusión importante entre nosotros. Tal vez el motivo de que apenas discutamos es que ni ella ni yo somos unos talibanes de nuestros respectivos sexos. Así que cuando yo digo o hago algo “típico de tíos”, o ella dice o hace algo “típico de tías”, en vez de enconarnos y poner verde al sexo opuesto optamos por reírnos y hacer burla de nuestras respectivas idiosincrasias. No hay mejor desengrasante que el humor. Si la gente se riese más de sus gilipolleces sin duda habría menos mal rollo en el mundo.

Otra de las razones por las que nos llevamos tan bien es que ambos somos unos vagos de la leche, y cada vez que nos ponemos en contacto para quedar es una risa. Resulta que a ninguno de los dos nos gusta hacer ejercicio, así que competimos entre nosotros por ver quién de los dos pone la excusa más ridícula para evitar hacer lo que debemos hacer, que es levantar el culo del sofá y hacer algo por la vida.

Una vez recuerdo que me llamó diciéndome que no podía quedar conmigo para caminar porque le dolía el meñique.

¿De qué pie? —dije yo.

De ninguno —dijo ella—. Lo que me duele es el meñique de la mano izquierda.

¿Y eso en qué te afecta para ir a caminar?

En nada, supongo. Pero es un fastidio.

En otra ocasión resulta que el día anterior a quedar habían caído cuatro gotas mal contadas de lluvia. Obviamente, la llamé alarmado.

Uff, ¿y si nos cae un chaparrón y enfermamos? —dejé caer, procurando exagerar mi tono dramático lleno de angustia interior. En serio os lo digo, de no haber sido tan tímido podría haber sido un actor cojonudo. Desde luego, mucho mejor actor que una nulidad como Mario Casas.

¿Tú crees que lloverá? —dijo ella, contagiándose al instante de mi miedo totalmente fingido—. La chica del tiempo no ha dicho nada de lluvias fuertes para hoy.

Tú fíate de los metereólogos que ya verás, ya. La de veces que han dicho que no iba a llover y luego ha caído la de Dios.

En eso llevas razón.

Al final no llovió un carajo, y yo me salí con la mía. Lo pospusimos para la siguiente semana y me libré de caminar aquel día. Recuerdo que me pasé la tarde dando rienda suelta a mi extrema vagancia, e, intuyo, que ella también hizo lo propio con la suya. En otras palabras, que ninguno de los dos salió perdiendo con el trato. Tal para cual. Dos vagos por el precio de uno.

Con el tiempo, las excusas se fueron haciendo cada vez más ingeniosas. A continuación, listaré algunas de las que recuerdo.

Tengo un mal presentimiento. Creo que si salimos a caminar hoy nos va a pasar algo horrible. Mejor lo posponemos.

Me duelen las cejas.

Ayer me dio un tirón en la oreja izquierda.

No encuentro mis zapatillas de hacer deporte.

Acabo de fregar el piso desde la entrada hacia el interior de la casa y me da rabia pisar sobre mojado.

Tengo el horario de Oslo y me cuesta adaptarme al horario canario.

Me ha salido un grano en el cogote.

Le estoy cuidando el periquito a un amigo.

Hay una araña en la entrada de mi casa y me da miedo cruzármela, no vaya a ser que se me encare.

Ayer murió un joven deportista en la Avenida Marítima haciendo jogging y tengo miedo de que su espíritu me invada si voy a caminar hoy.

Mi reloj de pulsera se quedó sin pilas hace una semana y no sé ni en qué día vivo.

Me ha salido una cana.

Una gitana me leyó la mano y me dijo que moriría víctima de una caminata.

Las autoridades sanitarias advierten que caminar provoca agujetas.


Lo que está claro es que la vagancia agudiza el ingenio. Lo cual me lleva a preguntarme, ¿el vago nace o se hace?

Si habéis leído hasta aquí, bien podríais censurar nuestro comportamiento. Y estaríais en vuestro derecho. No seré yo quien os lo discuta. Entre otras cosas porque no me apetece levantar mi gordo culo del sofá para discutir con nadie. No obstante, si sois objetivos, convendréis conmigo en que el mero hecho de pensar en tretas para evitar el esfuerzo físico es ya un esfuerzo en sí mismo. O sea, que incluso para no hacer nada hay que hacer algo. Paradójico, cuanto menos.

No os preocupéis si no lo entendéis. O si consideráis que todo es muy confuso. Si lo piensas, la vida está repleta de contradicciones. Y como ejemplo ahí tenéis al ser humano, que anhela desde tiempos inmemoriales acceder a su propia inmortalidad, llevando su ingenio y su intelecto al máximo de sus capacidades, sin que hasta el momento haya podido alcanzar su objetivo, mientras que los animales se consideran inmortales sencillamente porque ni uno solo de ellos es consciente de su mortalidad. Es decir, que son inmortales porque en ningún momento piensan en la muerte. Pensad en ello.

Para concluir, sólo me resta deciros que tanto mi amiga como yo somos felices siendo como somos: unos vagos irredentos.

Palabra de vago.



 

 

 

5 comentarios:

  1. La extraña pareja, ja, ja, ja.
    Empezando por el tema del ejercicio físico, yo también soy un vago irredento, pues por mucho que me proponga hacerlo por mi bien, siempre encuentro alguna excusa para postergarlo. Ahota le llaman procrastinar. Y eso que con mi espalda hecha un asco, me conviene hacer ejercicios de estiramiento y flexión especialmete diseñados para la columna vertebral y recuperar un poco (a mi edad no se pueden esperar milagros) la movilidad y flexibilidad. Pero lo hago de uvas a peras, y así estoy, con un dolor constante, aunque soportable, probablemente porque mi cuerpo ya se ha acostumbrado y el umbral de dolor ha subido de nivel.
    En cuanto a tu compañera de caminatas, me parece estupendo eso de tener una mujer amiga de verdad. A mí siemre me costó tener una amiga íntima, con la que compartir intimidades, pues acababa enamorándome de ellla, y ahí se acababa el rollo. Quizá parezca, o sea, la prueba de eso que llama micromachismo, pero me cuesta creer que una mujer con la que se tienen muchos puntos en común, solo sea una amiga "especial" sin traspasar esa delicada línea que separa la amistad del amor, entendido este como amor de pareja, claro, porque podemos sentir amor por muchas cosas, ya sean personas, animales o cosas. Pero entiendo que muchas veces la diferencia de edad sea un obstáculo, especialmnete para el más joven, en este caso ella.
    De todos modos, si tan bien os lleváis, yo procuraría salir más a menudo con ella a caminar, para, de este modo, disfrutar más de su compañía.
    Ser vago está considerado como un pecado capital (contra pereza diligencia, dice el catecismo católico), pero tengo que reconocer que a veces resulta muy agradable no hacer absolutamente nada de provecho, je, je.
    Un abrazo, Pedro.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Saludos Josep.
      La relación que mantenemos mi amiga y yo es la prueba viviente de que un hombre y una mujer pueden perfectamente ser amigos, sin nada más por medio. Cero tensión sexual y sí muchos puntos en común. Ambos compartimos una visión global de la vida y lo que nos rodea muy similar, por lo que apenas hay confrontación o discusiones de envergadura. No es que estemos de acuerdo en todo, pero sí que coincidimos en lo esencial. Incluso tenemos enemigos comunes, y eso une mucho. También nos une el sentido del humor. De hecho, no recuerdo una sola vez que hayamos quedado en la que no nos hayamos partido la caja con alguna chorrada. Otra cosa que nos une es la extrema vagancia de ambos. Mola tener a alguien igual de vago que tú al que no hay que esforzarse en convencer para no hacer aquello que no quieres hacer. Cuando uno de los dos emite una excusa chorra para no ir a caminar, lo normal es que el otro en vez de enfadarse lo agradezca, aunque sea secretamente.

      En cuanto a lo que dices de la conveniencia del ejercicio físico, estoy totalmente de acuerdo contigo. Sobre todo cuando arrastramos ciertas dolencias o patologías. El problema, mi problema, es más mental que físico. Es como si tuviese instalado un diablillo perverso en mi cerebro que me dice: "¿Ejercicio? ¿Para qué sufrir si te lo puedes pasar pipa tumbado en el sofá leyendo o viendo una peli? Pasa del ejercicio y relájate, chaval". Y el muy cabrito resulta tan convincente que me cuesta llevarle la contraria.

      Por cierto, conviene aclarar que uno de mis secretos para que mis textos de humor resulten lo más amenos y divertidos posibles reside en la exageración. No todo lo que cuento es 100% real. Siempre hay un porcentaje de ficción, unas dosis de exageración para hacerlo más divertido. Esas pequeñas dosis de exageración son como el potenciador de sabor que le echamos a los guisos para que sepan mejor. O como las especies, que hacen que un plato suba enteros. No son la esencia pero sí que mejoran la receta. Lo importante es el resultado. Y si consigo que todos lo pasemos bien, la cosa va perfecta.

      Un abrazo, Josep.

      Eliminar
  2. A ver, Pedro, mmm… no quiero ser criticona, pero al principio nos dices que con esta amiga quedas con frecuencia para caminar, luego con tanta excusa (fantásticas, desde luego) me nace la pregunta, ¿cuándo? Ja, ja, ja.
    Una entrada genial, divertida a más no poder. No sé si tienes mascotas, pero sabes lo que va bien para que ninguna excusa sea válida, tener un perro. Ellos quieren o no, te obligan a que la luz solar o lunar te radiografíe varias veces al día, ;)
    Respecto al sedentarismo, te entiendo, entre el trabajo y el tiempo que pasamos escribiendo, estamos amoldados a pasar muchas horas sentados, con actividad cero, yo tampoco es que sea la tía más activa del mundo, pero los perros me exigen y por más que les insista, nada, que no ceden, creo que temería por mi vida si no los saco o visto bien, me sacan ellos a mí, ja, ja, ja.
    Un beso, y feliz fin de semana.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Querida Irene.
      Lo confieso, me has pillado. En realidad no soy tan vago como pretendo hacer ver. Pero, por favor, guárdame el secreto. No quisiera que tirases por tierra mi reputación de vago que tanto esfuerzo y dedicación me ha costado construir durante estos años. Dime, ¿lo harás? Porfa. ; )

      Por desgracia, no puedo tener mascotas. Desde niño soy alérgico al pelaje de los animales (entre otras cosas). De hecho, tengo un amigo que tiene dos gatos, y cada vez que voy a su casa acabo con los ojos irritados y estornudando como un poseso. Como ves, soy un tipo de lo más completo. Jajaja : )

      Un beso, y feliz fin de semana para ti también.

      Eliminar
  3. Te diré que yo, a pesar de mis años, y ya estoy un pelín más cerca de los setenta que de los sesenta, tengo amigos mayores que yo. También de joven estaba con gente mayor y siempre tenía ganas de ser mayor porque sentía que no me tomaban muy en serio. Se ve que eso se cura con la edad porque a la que tengo ahora suele ser a los mayores a los que no se toma en serio. No a mis amigos que son todos muy serios.
    Respecto a lo de caminar, yo lo hago en contra de mi voluntad, aunque no con la frecuencia debida. Si hace calor, si amenaza lluvia, si hace viento... todo me sirve de excusa porque siempre hay cosas que me apetecen más, pero procuro salir al menos un par de veces por semana, aunque hay semanas que no lo hago y otras que salgo cuatro o cinco veces. Yo no me considero vaga y lo de procrastinar lo odio porque mi mala conciencia se lo cabra con remordimientos y culpa. Cuando tengo que hacer algo, lo hago lo antes posible para quitármelo de delante cuanto antes.
    Yo me estaba preguntando lo mismo que Irene: ¿pero cuando se ven estos dos que suelen quedar frecuentemente con tanta disculpa?
    La entrada, muy buena, lo que me he reído con vuestros pretextos para hacer el vago...
    Un beso.

    ResponderEliminar