jueves, 18 de septiembre de 2025

NO SOY INFLUENCER (NI FALTA QUE ME HACE)

Imagen de Geralt bajada de Pixabay

 

En mi último post, como respuesta a un comentario de mi amiga Rosa Berros Canuria, comentábamos el tema de los influencers, eso tan de moda hoy día y que yo no sigo en absoluto.

El concepto en sí me espanta, lo confieso. El mero hecho de que un desconocido cualquiera pueda influir en alguien para hacer algo, o condicionar su forma de pensar o hacerle replantearse sus gustos y preferencias, me llena de espanto y horror. Desde luego, el bueno de George Orwell se quedó corto cuando imaginó su distopía futurista en su aclamada novela 1984.

Esto de llegar a “influir” en alguien me ha hecho acordarme de aquellas leyendas urbanas que hablaban de mensajes ocultos en ciertos discos de vinilo de grupos de rock, que se revelaban al incauto oyente al reproducir los citados vinilos en sentido inverso. Había quien aseguraba escuchar un “mátalos a todos” en tal o cual disco, o “saluda a Satán”, o cualquier chorrada por el estilo. Hasta tal punto llegó la paranoia en ciertos sectores de la sociedad, enemigos acérrimos de la música rock, que llegaron a llevar a juicio a importantes bandas de rock como Judas Priest o el recientemente fallecido Ozzy Osbourne, por incitar a sus fans a cometer suicidio, mediante mensajes subliminales incluidos en los surcos de sus discos. Ante tamaña acusación, recuerdo una jocosa entrevista con Ozzy en la que decía: “Hay que ser muy tonto para pensar que yo quiero incitar a mis fans a que se quiten la vida. Si tuviese que incluir un mensaje subliminal en mis discos desde luego no diría “quítate la vida”, sino más bien “compra mis discos”.

Yo no influyo en nadie. Ni siquiera en mi blog. No tenéis más que echar un vistazo a las entradas que nos tienen a ambos de protagonistas para ver el poco o nulo caso que me hace el muy cabrito.

Otro de los temas que surgió en el intercambio de mensajes entre Rosa y yo tenía que ver con las nuevas plataformas a través de las cuales muchos creadores se sirven hoy en día para conectar con sus seguidores, plataformas tales como Instagram o a través de podcasts (archivos de voz subidos a la red).

Vaya por delante que yo no controlo nada de eso. Bastante tuve en su momento con aprender cómo se creaba un blog y cómo carajo se podía subir a él aquello que escribías a fin de ser publicado. Luego tuve que aprender a usar redes sociales como Google Plus, Facebook o Twitter, algo que no logré dominar del todo ya que, como suele ocurrir con casi todo hoy en día, cada cuarto de hora cambiaban las reglas de funcionamiento, se añadían nuevas funcionalidades y se eliminaban otras, o modificaban los algoritmos y cuando antes llegabas a cien personas de repente sólo te podían visualizar cinco. Eso sí, siempre se te brindaba la opción de recuperar la visibilidad ante esas cien personas previo pago de una cantidad. O sea, que para que te lean has de pagar. Vamos, una versión moderna del timo de la estampita. ¡Viva la modernidad, carajo!

Lo reconozco: me confieso un viejuno en toda regla. Y no es que niegue el progreso y las supuestas ventajas que éste trae consigo. Lo que me asusta, lo que me asusta de verdad, es el precio que pagamos por esa aceptación de lo moderno.

De entrada diría que, si bien hemos ganado en conectividad y en acercar el mundo a nuestro entorno más cercano a golpe de click, lo hemos hecho a costa de renunciar a nuestra intimidad. Hoy en día, gracias a las cookies que invaden nuestros ordenadores o dispositivos electrónicos cada vez que nos conectamos a la red o visitamos alguna web, cientos de empresas o grandes corporaciones lo saben todo o casi todo de nosotros: edad, sexo, hábitos de consumo, intereses, preferencias políticas o religiosas, nivel económico o cultural, formación, etc.

¿A que da miedo? A mí, desde luego, sí que me lo da. Sobre todo sabiendo en manos de quienes estamos.

Por lo tanto, soy viejuno y me siento orgulloso de serlo.

Doy por hecho que en determinada etapa de nuestra existencia pasa a ser “ley de vida” la desconexión con el mundo moderno. Cuando eres joven y estás en plena etapa de aprendizaje todo te resulta fascinante y sugerente. Luego, cuando empiezas a entender cómo funcionan las cosas, te sientes alineado con el entorno, y notas que el mundo se adapta a ti y no al revés. Pero eso no dura para siempre. En algún momento de tu vida, antes o después, notas que el mundo avanza mucho más deprisa de lo que tu cerebro o tus capacidades pueden asimilar, y empiezas a notarte rezagado con respecto a los que vienen por detrás. Y eso es sólo el principio.

Sin embargo, aunque puedas pensar lo contrario, este no es un fenómeno nuevo. De hecho, esto mismo lleva ocurriendo desde que el mundo es mundo. Al neandertal, hace 65.000 años —año arriba o año abajo—, seguro que le pillaría por sorpresa la invención de la rueda, o el descubrimiento del fuego.

Imaginemos a un neandertal de unos veinte años de la época. Veinte años en aquella era vendría a ser algo así como un señor de sesenta o sesenta y cinco años de hoy en día. Así que tenemos a este neandertal de veinte años manteniendo la siguiente conversación con un coetáneo de su misma edad.

¿Te has enterado? El viejo Urg ha pasado un trozo de carne de mamut a través de ese nuevo invento.

¿Te refieres a la rueda?

No, hombre. Me refiero al fuego.

¿Y qué ha ocurrido?

Pues que la carne ha tomado un aspecto muy diferente, algo más oscura y más dura. Incluso la sangre ya no chorreaba como antes.

¿Y la probaste?

¿Estás loco? ¡Ni de coña voy a probar esa cosa!

¿Y Urg?

Él sí que la comió.

¿Y qué dijo?

Que sabía incluso mejor que cuando estaba cruda.

¡Venga ya!, ¿en serio?

Totalmente. Dijo que tenía un mejor sabor, más apetitoso.

No me lo creo.

Ni yo.

Entonces, ¿no piensas probarla?

Ni de coña. Las moderneces no van conmigo. Yo prefiero seguir con mi carne cruda de toda la vida. Además, creo que la carne muy hecha provoca cáncer.

Encima. Vamos, no me jodas.

Ya ves.


Lo confieso: a veces me siento como ese pobre neandertal que se niega a aceptar que el mundo hace tiempo que lo dejó atrás.


 

 

jueves, 4 de septiembre de 2025

ACTUALIZACIÓN

 

Foto de Cheerfully Lost bajada de Pixabay


¡Pedroooooooo!

Estoy aquí, blog.

¿Dónde has estado metido, pedazo de vago?

De vacaciones.

¿Vacaciones?, ¿tú? ¡Pero si estás de vacaciones todo el año!

Eso crees tú. Pero no.

Los escritores sois unos vagos de narices.

En eso debo darte la razón. Mi nariz es bastante vaga. Por sí sola es incapaz de hacer nada. Necesita mi concurso hasta para sonarse.

¿Me estás vacilando?

Pues sí, la verdad.

Cómo te pasas, tío.

A ver, ¿qué se te ha roto ahora?

Pues nada, hacía tiempo que no sabía nada de ti y me preguntaba cómo lo llevabas.

¿Cómo llevo el qué?

Es una expresión coloquial, hombre. No debes tomarlo por lo literal. Quiere decir “¿Cómo estás?, ¿cómo te va la vida?, ¿en qué andas metido?”.

Lo sé.

Vale, ¿y cómo lo llevas?

Ando liado.

¿Con tu nueva novela?

¡Ssssh, calla, insensato!, que te puede oír.

¿Oírme? ¿Quién?

Mi novela.

¿Y qué si me oye? ¿Es que le tienes miedo a tu novela, o qué?

No es eso. Es que es muy tímida, y no lleva muy bien el que se hable de ella.

¡Venga ya! Me tomas el pelo.

No. Hablo totalmente en serio.

¿Y qué crees que pasará cuando la publiques?, ¿cómo va a llevar el hecho de que la lean, la analicen, la juzguen...?

Supongo que para cuando llegue ese momento se tendrá que acostumbrar. La finalidad de todo escritor al publicar una novela es que la lea el mayor número de lectores posible.

Bueno, en tu caso ese número no tendría que preocuparte. Ni a tu novela tampoco.

Cómo te gusta tirar con bala, ¿eh?

Ya me conoces. Me gusta ser directo, sin dobleces ni medias tintas.

Y un pelín cabroncete.

Eso también.

No hace falta que me lo jures.

¿Y qué le pasa al ñoñas de tu libro?, ¿acaso arrastra algún trauma de la infancia o qué?

No lo sé. La timidez no tiene porqué ser necesariamente producto de algún trauma. Simplemente tiene fobia social y ya.

Pues que haga como esos actores y actrices que se reconocen tímidos en su vida normal pero que cuando se suben a un escenario o se ponen delante de una cámara se transforman.

No es tan fácil.

Yo no he dicho que lo sea. Pero, si no lo intenta, estás jodido. ¿O es que piensas invertir un montón de horas de trabajo y dedicación a un libro que luego no podrás comercializar porque al señorito le podría dar un jamacuco?

Supongo que tienes razón.

Como opción, podrías ponerle un psicólogo de libros.

¡¡¿Un psicólogo de libros?!! ¿Y dónde carajo encuentro yo eso? Si es que existe. Además, si diese con uno, que lo dudo, lo más seguro es que me salga por un ojo de la cara. Y yo no estoy para muchos dispendios, la verdad sea dicha. Las ventas de mis libros no me dan para hacer locuras.

Lo sé. Pero, ¿qué quieres que te diga? Tal y como yo lo veo, no te queda otra: o hablas muy seriamente con tu libro y le pones las cosas claras, o renuncias a seguir trabajando en él y perdiendo el tiempo tontamente.

Sí. Tendré que hacerlo.

Y ya que estamos, ¿cómo va el proyecto?

Pues bastante encarrilado. En las últimas semanas le he dado un empujón considerable. Ya tengo la historia prácticamente acabada, a falta de un último capítulo, y, en breve, empiezo con las correcciones.

¿Hay humor?

Desde luego. Bastante humor. Y chistes a patadas. Y algunos muy graciosos, la verdad. Y no es porque lo diga yo.

Y si no lo dices tú, ¿quién lo dice entonces? Porque, según me acabas de decir, nadie más la ha leído.

Bueno, sí, lo digo yo. Pero, aún así, lo considero a la altura de mis libros anteriores. No creo que defraude a quien ya me haya leído y disfrutado de antes. Me estoy esmerando al máximo para que todo quede a la altura de mis exigencias, que no son pocas.

Eso espero. Porque, tal y como va tu carrera, un paso en falso y...

Eso. Tú dando ánimos.

Tío, no te rayes. Además, alguien tiene que bajarte los pies al suelo, ser realista, evitar que vivas en las nubes o en un mundo de fantasía. Mi tarea, como amigo tuyo que me considero, consiste en tener sentido común, evaluar las situaciones con objetividad y actuar de manera práctica, teniendo en cuenta los distintos factores y circunstancias que rodean al asunto en cuestión. Además, con mi actitud crítica y nada complaciente te empujo a ser humilde, y no albergar pretensiones inalcanzables.

Uauh, me has dejado sin palabras. En serio. No sé qué decir. Nunca pensé que albergases tal profundidad de pensamiento. Siempre pensé de ti que eras un gañán y un bocazas, pero esto... No me lo esperaba, la verdad.

Ese es el problema de prejuzgar, que siempre te puedes llevar un buen bofetón sin mano.

Te pido disculpas.

Y yo las acepto.

Gracias. Y gracias por tus palabras. Me serán muy útiles de cara a la etapa final de mi trabajo.

Ah, no me las des a mí. Mejor dáselas a la Inteligencia Artificial.

¿Y eso?

Simplemente me limité a teclear en Google la expresión “bajar los pies al suelo” y la IA me soltó el rollo que te acabo de endilgar.

¡Serás cabrito!

Sí. Lo soy. Pero, ¿a que soy un cabrito adorable?

Te dejo. Aún tengo mucho por hacer.

¿Ya te vas?

Las novelas no se escriben solas, ¿sabes?

Huy, dentro de muy poco sí que lo harán.

¿De qué estás hablando?

¿No te acabo de decir que antes de hablar contigo he consultado a la Inteligencia Artificial? ¿Sabes de lo que es capaz ese invento? Si la adiestras convenientemente es capaz de crear música con un determinado estilo, escribir letras de canciones, traducir libros enteros en cuestión de minutos, y hasta crear contenido a golpe de click.

Un programa informático no puede sustituir el ingenio ni la creatividad humana.

Tiempo al tiempo.

Joder, cada día que pasa más miedo me da el futuro que está por venir.

Eso es porque ya tienes “esa edad”.

¿A qué edad te refieres?

A la edad en la que ya te empiezas a ver más desconectado del mundo moderno que conectado a él. Es Ley de Vida. Todos los seres humanos pasan por distintas fases a lo largo de su vida: la fase del aprendizaje, la fase de la adaptación, la fase de la integración al entorno y al mundo que le ha tocado vivir, la fase de desconcierto cuando ves que el mundo avanza a doble velocidad que tu capacidad para asimilar los cambios, y, por último, la fase de desconexión, que es es la que estás tú ahora mismo.

Que consiste en...

Que consiste en que cada día que pasa más temor te causa el futuro, por tu incapacidad para adaptarte a los cambios que se avecinan, y, al mismo tiempo, sientes que el mundo que conociste está muriendo a pasos agigantados, lo que te hace refugiarte cada vez más en los recuerdos de un pasado que poco a poco ha ido desapareciendo.

No hay nada como hablar contigo para recuperar los ánimos.

¿Estás siendo irónico conmigo?

Es posible. No lo sé. ¿Tú qué opinas?

De sobras sabes que por mi condición no humana soy incapaz de reconocer la ironía.

Huy, qué lastima. Pobrecito.

¿Ironía o sarcasmo?

Me temo que para averiguarlo tendrás que recurrir a la Inteligencia Artificial. Y de paso pregúntale cómo puede sobrevivir un blog al que su dueño, harto de sus desplantes, ha decidido eliminar por completo.

No serás capaz... ¿verdad?

Tú mismo lo has dicho. Estoy en “esa edad”.

¿Qué edad?

Esa en la que cada día que pasa menos entiendo el mundo que me rodea. La misma en la que empiezo a cuestionarme si no es mi blog quien me controla a mí, y no al revés.

Vamos, Pedro, tío. Estás de coña. ¿Es eso, no? Estás vacilándome.

Pues no. Tienes razón. Cada día que pasa menos ganas tengo de continuar con esta farsa. Tal vez va siendo hora de pulsar el botón de “eliminar blog”.

No, Pedro. Por favor. No lo hagas. Ten compasión de este pobre blog. Mira todo lo que hemos hecho juntos. Llevamos once años juntos. Con altibajos, sí, pero juntos al fin y al cabo. Hemos vivido un montón de experiencias, la mayoría bastante agradables. Recuerda tus primeros lectores, los primeros comentarios que te dejaban, los premios que te otorgaban tus colegas blogueros, los intercambios de mensajes y contenidos, las conexiones que establecías con otros autores y lectores, la publicación de tu primer libro de relatos, y los siguientes, las fotos que te enviaban tus amigos y lectores posando con tu libro y que luego subías al blog henchido de orgullo y satisfacción, los cientos de posts que has ido subiendo en estos once años, y los cientos de comentarios que has recibido y contestado. Pero, sobre todo, no olvides lo mucho que te queda por hacer.

Pero si tú mismo has dicho que todo eso pertenece al pasado. Que yo no estoy preparado para el futuro que viene. Que mi tiempo ya pasó.

¿Y desde cuándo haces caso de lo que digo? ¿No ves que lo mío es tocar las narices, ser un capullo, un irreverente?

Quiere eso decir que todo lo que me dijiste antes, ¿no iba en serio?

¡Pues claro que no, alma de cántaro! ¡Con lo que yo te aprecio! Ains. Parece mentira que no me conozcas.

Entonces, ¿debo seguir con el blog?

¡Pues claro, hombre! Además, ¿qué pasa con tu nuevo libro? ¿Es que no lo piensas promocionar? Sí, ya sé que es muy tímido y todo eso, pero en algún momento tendrás que mostrarlo al público, en anunciar al mundo su lanzamiento. ¿Y qué mejor lugar para hacerlo que tu propio blog, ese que ha estado ahí contigo los últimos once años?

¿Sabes qué? Me has convencido. Voy a seguir con el blog un año más. Siempre hay tiempo para “borrar”, ¿no crees?

Sí, sí. Desde luego. Pero mejor centrémonos en el presente. ¿Deseas algo? ¿Estás cómodo? ¿Quieres que ponga algo de música de fondo mientras escribes?

Estoy bien. Gracias.

A mandar.