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Imagen de Sophie Janotta bajada de Pixabay |
—Vaya, vaya, vaya. Pero mira a quién tenemos por aquí de nuevo...
Hola, blog.
—Así que dos años sin asomar el hocico, ¿eh?
Exactamente.
—Dos años sin saber nada de ti...
Así es.
—...dos años sin un “hasta luego”, o un “ya nos veremos”, o, al menos, un “oye, tío, ¿sabes qué?, he pensado tomarme uno o dos años sabáticos, para mí, ya sabes, para poner en orden mi cabeza y desconectar. Para que lo sepas y no te preocupes”.
¿Preocuparte?, ¿tú?, ¿por mí?
—¿Qué tiene de raro o excepcional el que me preocupe por ti, a ver?
Pues tiene de raro y excepcional el hecho de que tú nunca te has preocupado por nadie excepto por ti mismo. Seamos honestos, si yo decidiese dejarlo definitivamente tu preocupación giraría única y exclusivamente en torno a lo que mi decisión pudiese afectarte a ti y a tu futuro.
—¿Y porqué habría de preocuparme a mí el hecho de que un día te dé la ventolera y decidas dejar de publicar en el blog?
Pues porque sin mi concurso tú no existirías. Así de simple. Así de crudo. Admítelo, yo soy como Jim Henson y tú no eres más que una de mis marionetas.
—¡Por el amor de Steve Jobs!, ¡qué imagen más desagradable!
¿Desagradable? No lo pillo.
—¿Sabes por dónde metía Jim Henson la mano a sus marionetas para darles vida?
Hablaba en sentido figurado. No debes tomártelo todo de manera literal.
—Así que dos años, ¿eh?
Sí. Dos años.
—Eso es mucho tiempo.
Lo sé.
—Y oye, no es por nada, pero dos años sin publicar ni dar señales de vida en redes sociales es un verdadero suicidio social. Y más en estos tiempos de lo efímero.
Supongo que sí.
—¿Supones? Mira, tío, el mundo de los blogs no es lo que era. Muchos están desapareciendo, ya sea por falta de visibilidad o por agotamiento de sus administradores. Y la peña no está muy por la labor de leer las chorradas que un mindundi como tú decide escribir y publicar.
Esa es una visión excesivamente pesimista, si me lo permites.
—¿No estás de acuerdo conmigo? ¿No crees que la gente cada vez lee menos?
Mira, llevo escuchando la misma cantinela desde los años 90. Que si la literatura está herida de muerte, que si los índices de lectura entre la gente joven son cada vez peores, que si las cifras de venta de las editoriales cada año son más bajas, que si la muerte de la novela, bla, bla, bla. ¿Y sabes qué?, pues que han pasado treinta y tantos años y aún se siguen publicando libros. Miles de títulos cada año. Y la gente los sigue comprando. Y quiero pensar que no lo hacen como elemento decorativo, ni para fardar ante sus ligues o amistades de ser más cultos o profundos de lo que realmente son. Si compran libros es porque los leen.
— ¿Tú crees?
Sí. Lo creo. ¿Y sabes por qué? Porque a las personas aún les sigue apasionando que les cuenten historias, que les toquen la fibra con las vidas de otros, distintas a las suyas, bien sea de manera real o ficticia. Y mientras haya lectores dispuestos a leer seguirá habiendo escritores dispuestos a satisfacer esa necesidad.
—Me conmueve tu fe en el género humano.
Soy uno de ellos. Y me gusta leer. Me encanta leer. Es más, no hay un solo día en que no tenga una lectura entre manos.
—¿Y con quién estás ahora?
Con Murakami.
—¿Mura...qué?
Haruki Murakami. Es un escritor japonés.
—¿Y qué has leído suyo?
Tres libros en los últimos meses.
—¿Tanto te ha gustado?
A ver, he alternado otras lecturas en medio. Por norma general nunca suelo leer dos libros seguidos de un mismo autor. Aunque ha habido excepciones, claro, como me pasó con Christopher Morley, que me gustó tanto un libro suyo que, al acabarlo, me leí su continuación (si bien, por error, los leí en orden inverso, eso no afectó en absoluto ni a la comprensión ni al disfrute de ambas lecturas). Pero estábamos con Murakami...
—Tú estabas con Murakami. Yo estaba intentando establecer contacto con otros blogs femeninos.
¡Pero serás...!
—Es broma. Vamos, sigue con Murakami. ¿Qué libros suyos has leído?
No sé, blog, pero tengo la impresión de que esto se está alargando demasiado. Creo que lo mejor será que hable de cómo llegué de nuevo a Murakami en un futuro post. Fue algo casual, a la par que interesante.
—Pues nada, amo. Tú mandas. Ya sabes que yo sólo soy un recipiente donde tú puedes verter todos tus deseos y obsesiones.
¡Serás repipi!
—Es que hace poco vi la peli El ladrón de Bagdad, protagonizada por Sabu, y me pareció fascinante.
Celebro que cultives tu mente y tu espítiru con buen cine clásico.
—Aunque de vez en cuando también hay que cultivar otras zonas del cerebro, tú ya me entiendes.
Tú nunca vas a cambiar, ¿no es cierto?
—¿Qué quieres que te diga? Soy un blog heterosexual, con deseos y apetencias, y que pasa olímpicamente de la dictadura woke de lo políticamente correcto, al que le gusta lo que le gusta y no lo esconde ni lo disimula por el qué dirán o por evitar escandalizar a alguien; y si a ti no te gusta o incluso te ofende mi modo de pensar o actuar lo tienes muy fácil: ignórame, pero no me impongas tu forma de ser o de pensar, porque a mí no me impone nada ni Di...
Vale, vale. Lo pillo. Creo que lo hemos pillado todos.
—Pues eso.
Pues muy bien.
—¿Estás conmigo o no estás conmigo?
Lo estoy. Aunque no comulgue con todo lo que haces o dices, siempre defenderé tu derecho a hacer o decir lo que piensas y deseas.
—Así me gusta. Buen chico.
Por cierto, tal vez va siendo hora de que pidas hora con el oftalmólogo. Llamar “chico” a un tiarrón de cincuenta y tantos es como para hacérselo mirar.
—¿Acaso quieres que te llame viejuno? Mira que por mí no hay problema.
¿Sabes qué? Mejor déjalo en chico. Hay mentiras piadosas que, por más mentira que sepas que son, siempre hacen más bien que mal.
—Ahí le has dao, jefe.