Os presento al bueno de Gregg, haciendo el chorra en París (Foto: Internet). |
Durante los meses que pasé ausente del
blog, recibía en mi correo insistentes mensajes de los tipos de
feisbuc. En los cuatro meses de pausa recibí no menos de diez
mensajes de este tipo. Dichos mensajes iban como sigue:
Hola, tío. O tía. O teo (en feisbuc
nos tomamos muy en serio esto del lenguaje inclusivo. Para nosotros y
nuestros anunciantes, todos tenéis cabida en nuestro gran negocio.
Así que, ya seas de género masculino, de género femenino o de
género tonto, por favor: sé bienvenido a nuestro mundo chachi
piruli).
Te escribimos porque la gente que
visita ABSURDAMENTE. EL BLOG DE PEDRO FABELO hace mucho que no
sabe nada de ti.
Escribe una publicación contando
cualquier mierda, o comparte un vídeo haciendo el chorra montado en
un triciclo, o hazte un selfie ante un monumento histórico poniendo
morritos o jugando con la perspectiva (¿sabes cuánta peña se ha
hecho fotos haciendo como que sujetan en la palma de la mano la Torre
Eiffel? Porque nosotros sí que lo sabemos. Exactamente doce millones
cuatrocientos setenta y seis mil quinientas veintidós personas.
Perdón, doce millones cuatrocientos setenta y seis mil quinientas
veintitrés personas; resulta que un tal Gregory Stevens, procedente
de Harrisburg en Penssylvania, y actualmente de vacaciones en París,
acaba de subir una foto a su cuenta de feisbuc haciendo como que
soporta la Torre Eiffel él solito sobre la palma de su mano. ¡Bien
por ti, Gregg! Qué original y divertido eres...jajaja —los del
equipo de feisbuc le acabamos de poner un “me gusta” gratis, por
la cara. Lo hacemos para evitar que se frustren y acaben llegando a
la conclusión de que tener cuenta en feisbuc es una chorrada como un
piano. A menos que seas un escritor autopublicado que no vende un
carajo y necesite de feisbuc para rascar una venta aquí o allí.
Aunque si ese escritor autopublicado supiera que si no invierte un
duro en publicidad sus publicaciones no las va a ver ni Dios, igual
se lo piensa dos veces y acaba mandando al carajo feisbuc. En fin, no
le rompamos la ilusión al pobre—.
Nos habíamos quedado en los mensajes.
Yo, como sabéis, seguía sumido en mi
pequeña crisis, y los de feisbuc seguían insistiendo en que los que
me siguen en redes hace mucho que no saben nada de mí y bla, bla,
bla.
Así que decidí escribirles. A los de
feisbuc.
A continuación os transcribo lo que dio
de sí dicha conversación vía Messenger.
—Hola. ¿Feisbuc?
—Sí. ¿Quién eres?
—Soy Pedro Fabelo. Del blog
Absurdamente.
—¿Quién?
—Pedro Fabelo.
—¿Se supone que eres alguien famoso?
—No. No lo soy. Deberíais saberlo. Por
eso precisamente tengo feisbuc.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Pues que si fuese alguien famoso no
necesitaría de vuestra red social. Contrataría a un equipo de
publicistas y ellos se encargarían de hacer los contactos
pertinentes para que mi nombre y mi obra llegase adonde tiene que
llegar.
—Ah. Claro. Bueno, ¿y qué quieres...?
Perdona, ¿cómo dijiste que te llamabas?
—A ver, tíos. Tenéis mi nombre como
titular de esta cuenta. ¿Tan difícil os resulta leer mi nombre en
el encabezado de esta conversación? Se supone que sois una empresa
multinacional con miles de empleados trabajando para vosotros en
todas partes del mundo.
—Huy, si yo te contara...
—¿El qué? ¿Qué me tienes que
contar?
—Prométeme que esto no saldrá de
aquí.
—Vale. Te lo prometo —obviamente
mentí. Pero tranquilos, cuando hice la promesa tenía los dedos
cruzados. No pasa nada si cruzas los dedos mientras prometes cosas
que no vas a cumplir. Fijaos en los políticos. No conozco a ninguno
que no se pase el día con los dedos cruzados. Lo llevan en la
sangre, los cabrones—.
—Está bien —escribió el de
feisbuc—. La gente, cuando piensa en compañías como la nuestra,
con presencia en casi todos los territorios del mundo mundial, se
imagina unas infraestructuras de la leche, con suntuosas oficinas
repletas de cubículos con centenares de curritos trabajando a
destajo para que todo esto funcione. También se imaginan, junto a
esos cubículos, un montón de despachos y salas de reuniones para
los jefazos y los altos ejecutivos, donde curiosamente sí que
funcionan los equipos de aire acondicionado y los del servicio de
catering se esmeran en llevarles unos refrigerios de tal calidad que
hasta los eructos que provocan huelen que alimentan. ¿Estoy en lo
cierto?
—Pues sí. Siempre que pienso en
empresas como la vuestra me imagino algo así, la verdad.
—Y seguro que también te imaginas
cientos de miles de súper ordenadores trabajando a destajo, de los
que salen millones de microconexiones que van a parar a la red de
servidores ubicados en distintas partes del planeta.
—Sí. También me imagino algo así.
—Pues lamento desilusionarte, colega,
pero ya puedes ir quitándote esa imagen de la cabeza. Ni somos un
millón de gente trabajando para feisbuc ni tenemos unos súper
ordenadores en plan la NASA.
—¿Ah, no?
—No. Para ser totalmente sincero
contigo, apenas contamos con cinco ordenadores Pentium III del año
del pedo conectados a un servidor instalado en la trastienda de una
vaquería en Kazajistán.
—¿De veras?
—Sí. Y en cuanto al personal, en
feisbuc no llegamos ni a diez tíos. Y eso contando con el jefazo,
que no pega ni sello.
—¿Te refieres a Zucker...?
—¡Calla! ¡No digas su nombre!
—¿Por qué?
—¿No sabes que si dices su nombre en
vano atraerás el armagedón?
—Venga ya. Exageras.
—No. No exagero. Por cierto, ¿quieres
ir al grano? Estoy hasta arriba de curro y estos botones no se
aprietan solos, ¿sabes? Tengo que dar salida a seiscientas cuarenta
y dos fotos de capullos haciendo como que sujetan la torre de Pisa
para que no se caiga, ¡y me está dando una pereza , tío!
—Vale. Iré al grano. Tengo un blog en
Internet. De ahí que tenga la página de feisbuc, para promocionar
mis publicaciones.
—¿Y pagas por publicitar tus
publicaciones?
—No.
—Pues tío, lamento ser yo quien te lo
diga pero, si no pagas, no te leerá ni Dios.
—¿Así de claro?
—Así de claro.
—Vaya.
—¿Decepcionado?
—Pues sí, la verdad. Confiaba en que
dándolo todo y escribiendo contenidos de calidad sería cuestión de
tiempo el darme a conocer, a mí y a mi obra.
—¡Mierda!
—¿Qué pasa?
—Se nos acaba de joder uno de los
Pentium III. Lo siento, macho, pero tengo que dejarte. Y encima me
toca a mí llamar al informático para darle el parte. Odio a ese
tío. Es un vago del carajo. Seguro que me pregunta: ¿has probado a
apagar y encender el PC? ¡Arrg, lo odio!
Y eso fue todo, amigos.
Conclusión: las cosas no son siempre
como las imaginamos. A veces —la mayoría—, son incluso peores.