Robbie Steindhardt en una de sus típicas poses con Kansas |
Es la una menos cuarto de la madrugada de un caluroso día de verano, y no puedo dormir. Matizo: el calor no me deja dormir. El calor y el insomnio hacen muy buena pareja, no hay duda.
La brisa cálida golpea una y otra vez el estore contra la ventana, que cae justo sobre mi cabeza. No puedo oírlo, aunque sí puedo sentirlo entre las sombras que proyecta la luz de la luna que se filtra a través de la ventana.
Envuelto en la penumbra, escucho por los auriculares la maravillosa Lamplight symphony del grupo de rock Kansas. Las difuminadas luces led de mi equipo estéreo son lo único que mis ojos miopes consiguen distinguir en la oscuridad. Duermo sin gafas, de ahí que perciba borrosas las letras del lector de CD y los parpadeantes repiqueteos de mi ecualizador gráfico digital.
Hace apenas un par de semanas me he enterado de la repentina muerte de Robby Steinhardt, uno de los miembros fundadores del grupo que estoy escuchando. Violinista y, en ocasiones, vocalista principal, el de Steinhardt es uno de esos extraños casos de violín en un grupo de rock. No es un instrumento demasiado rockero, a decir verdad. Sólo conozco otros dos casos igual de famosos que el suyo: el de Jean Luc Ponty y el de Eddie Jobson.
La pieza de Kansas, maravillosa, sugerente, sofisticada y melancólica, logra transportarme a lugares ignotos. Es lo que tiene la buena música, que consigue hacerte viajar en el tiempo y el espacio sin necesidad de moverte del sitio.
John Lawton en su etapa como vocalista de Uriah Heep |
Mientras escribo esto me llega la noticia de otra inesperada muerte: la de Dusty Hill, bajista de los míticos ZZ Top por más de cincuenta años. También me entero por la prensa de la muerte de otro grande: John Lawton, vocalista sustituto de David Byron en los míticos Uriah Heep.
Esto de la muerte de mis héroes de juventud parece haberse convertido en una constante en los últimos tiempos. Ley de vida, dicen. Pues vaya mierda de ley, digo yo. Ya podría aplicarse esa ley a más de un capullo y capulla que yo me sé. Y no será por falta de nombres, ni por falta de méritos; eso seguro.
Cuando eres joven no piensas mucho en la muerte. Crees que es algo inevitable, sí, pero que sólo le sucede a la gente muy mayor o aquejada de una grave enfermedad, por lo que lo ves como algo muy lejano en el tiempo, algo que no va contigo. Eso, unido a la sensación de “inmortalidad” que va intrínseca a la edad, hace que aparques ese inevitable trance en el baúl de las cosas que no requieren aún de tu atención, como la alimentación sana, el ejercicio físico regular o la hipoteca de por vida. En vez de eso te atiborras como un cerdo, bebes como un cosaco y puedes permitirte el lujo de maltratar tu cuerpo como te venga en gana, sin temor a las consecuencias. También gastas sin tasa, porque para eso trabajas. Luego, a partir de los 45, tu cuerpo y tu banco tomarán el mando, y te pedirán cuentas por tus excesos del pasado.
Con la inconsciencia propia de la edad, cuando eres joven haces toda clase de burradas confiando en que nunca pase nada. Y casi nunca pasa nada, es cierto. Hasta que pasa. Y entonces todo cambia, toda tu percepción del mundo da un vuelco brutal.
En mi caso, todo cambió con la inesperada muerte de un amigo cercano en un trágico accidente a los 20 años de edad. Luego, dos años más tarde, perdí a mi padre.
Eso marca. Y mucho. De repente, sientes una pesada losa caer sobre tus hombros, obligándote a dejar atrás la liviandad de la juventud para adentrarte en la gravedad de la madurez y la responsabilidad.
Ya lo dijo Newton: toda acción tiene su reacción. Si castigas tu cuerpo y tu mente de joven, tu cuerpo te la devolverá en tu madurez.
¿Y a qué venía todo esto, por cierto? Ah, sí. La muerte de mis ídolos de juventud. Cuando admiramos a alguien, y seguimos su vida y su obra durante décadas, éste acaba formando parte de nuestras vidas, como un pariente lejano o algo así; sólo que a ese “pariente” le adjudicamos unos poderes mágicos, como, por ejemplo, el de la inmortalidad. Creemos, o más bien queremos creer, que nunca morirán, que siempre van a estar ahí, acompañándonos en este trayecto vital que todos transitamos desde que nacemos hasta que morimos. Pero de repente un día te llega la noticia de su muerte, y tu mundo se trastoca. Entonces pasas por las cinco etapas del duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación; es decir, las mismas etapas que se suceden ante la muerte de cualquier familiar o amigo cercano. Y entonces te das cuenta de que el talento y la genialidad no son una tarjeta del Monopoly que puedes usar cuando te convenga para librarte de la cárcel. La vida real no es ningún juego, aunque algunos se empeñen en verlo como tal.
Todos morimos. Nuestros héroes, también.
Al menos, siempre nos quedará su música. Con ella, o gracias a ella, podremos seguir viajando en el tiempo y el espacio a lugares ignotos y desconocidos sin movernos del sitio.
Dusty Hill, eterno bajista de los míticos ZZTop |
La muerte es una de las preocupaciones principales del ser humano. Puede que sea la única preocupación y que todo lo demás que nos preocupa derive de eso. Yo tuve mi primer trauma con el tema a los veinte años y no porque se me muriera nadie cercano, sino porque tuve una especie de depresión que me duró varias semanas a cuenta del temita. Ahora creo que la depresión (obsesión) viniera producida por el exceso de estudio en el último curso de carrera. Desde entonces, ha sido un asunto que me preocupa, aunque ya no de forma patológica. Luego, a partir de los cuarenta empezaron a llegar las pérdidas, más o menos traumáticas y ya ni te cuento.
ResponderEliminarUn beso.
Hola, Rosa.
EliminarCoincido contigo en que es una de nuestras principales preocupaciones. O debería serlo, pues es lo único inevitable que nos atañe a todos por igual. Yo creo que muchas de las cosas que hacemos en la vida (trabajo, hobbies, placeres varios, arte, lecturas, cultivar amistades, enamorarnos, etc), son la forma que tenemos de sacudirnos de encima su presencia, de alejarla lo más posible de nuestro pensamiento, pues de otro modo viviríamos instalados en la angustia permanente. A veces, pocas, consigo hasta olvidar que existe.
Un beso, Rosa.
Siempre que ha fallecido una persona a la que he admirado me ha embargado un sentimiento de pérdida especial, como si con él se fuera parte de mi juventud. Recientemente me ha pasado con la muerte de Charlie Watts, que me ha retrotraído a mi etapa adolescente como seguidor de los Rolling. Y también he sentido la vulnerabilidad que la edad lleva aparejada. Con 71 años, cada vez me siento más cerca del final y eso me aterra, pero intento alejar esta idea y a otra cosa mariposa. Pero esas pérdidas vuelven a golpearme una y otra vez.
ResponderEliminarDe niño no solía pensar en la muerte, por razones obvias, pero a medida que fui perdiendo a seres queridos, tomé conciencia de que era algo natural y por lo tanto inevitable. Ahora esa inevitabilidad es mucho más evidente y la muerte de cualquier personaje famoso con el que me he sentido unido (por la música, por las letras o por lo que sea) me resulta más dolorosa, y si ha fallecido a una edad parecida a la mía (y ya no digo si más joven) me afecta como nunca me había afectado. Afortunadamente eso sucede muy de vez en cuando (no se mueren cada día personajes a los que he admirado), lo que me permite eludir esa sensación de proximidad del final que a todos nos aguarda.
Un abrazo.
A mí me pasa lo mismo que a ti. La mayor parte de las veces que leo en los periódicos la noticia del fallecimiento de alguien conocido o famoso, incluso aunque no haya seguido muy de cerca su trayectoria, me embarga un sentimiento de pérdida, como si lo conociese de toda la vida. Y, como a ti, como a todos, supongo, unas desapariciones me afectan más que otras, o me provocan asombro o desconcierto por inesperadas. En el mundo del arte es donde más siento esa conexión especial con las personas ajenas a mi círculo familiar o de amigos o conocidos. Y si, además, coincide que a esa persona la llevo siguiendo y admirando durante muchos años -algunos incluso prácticamente toda mi vida- la sensación de pérdida es aún mayor. A algunos de los músicos que detallo en mi post los llevo siguiendo desde los 13 años, ¡imagínate!
EliminarPensar en la muerte y temerla es algo intrínseco al ser humano. Por eso usamos el arte, el humor o el sexo para ahuyentarla. Recuerdo una frase mítica de nuestro admirado Allen en relación a este tema que dejó escrito en su libro "Sin plumas". Dice así: "No es que tenga miedo a morir, simplemente no quiero estar ahí cuando suceda". Pues eso, yo también desearía no estar ahí cuando suceda.
Un abrazo, Josep.