Unos pocos años antes de acabar el milenio anterior —aunque hay quien sostiene que, en realidad, el milenio acabó en 2001 y no en 2000—, a alguien se le ocurrió lanzar la perniciosa teoría de que ni los ordenadores ni los programas informáticos estaban realmente preparados para el cambio de siglo, y que, al no operar con más de dos cifras en el apartado relativo a la fecha, al pasar el contador de «99» a «00» eso provocaría una serie de apocalípticas desgracias de dimensiones catastróficas, que los ordenadores dejarían de funcionar, que las redes informáticas colapsarían y se vendrían abajo y que los políticos recuperarían la cordura. Al final, con el cambio de siglo nada de eso ocurrió. Ni los ordenadores dejaron de funcionar, ni las redes informáticas colapsaron y, evidentemente, los políticos siguieron siendo todos unos inútiles.
Así que, una vez superado el tan temido «efecto 2000», todo siguió prácticamente igual a como había sido siempre, desde que el mundo es mundo. Y es que hay cosas que no tienen visos de cambiar así como así.
Precisamente para intentar evadirnos de toda esta mierda que nos rodea, y que, en ocasiones, nos asfixia, los seres humanos creamos el arte. Y gracias a él, al arte y los artistas, muchos podemos seguir hallando esperanza entre la desesperanza.
Así que dejemos atrás las cosas chungas de la vida —que son muchas, por desgracia—, y centrémonos en lo que nos ocupa: series de humor desde el año 2000 hasta el presente.
Lo primero que he de decir es que yo no tuve acceso a Internet en casa hasta 2005. Esto lo digo porque Internet ha marcado un antes y un después en mi forma de acceder a contenido cultural. De entrada, Internet te brinda la oportunidad de poder acceder a contenido que, de otro modo, sería casi imposible. Por ejemplo, gracias a plataformas como YouTube estoy disfrutando de un montón de material de grandes cómicos de cine mudo como Buster Keaton, Harold Lloyd, Stan Laurel y Oliver Hardy, Fatty Arbuckle y otros que yo jamás había visto, y que ni siquiera sabía de su existencia. Otra de las ventajas de Internet es la cantidad de información que tienes al alcance de la mano con sólo saber buscar.
La primera serie que asocio enteramente a mi “etapa Internet” —es decir, cuando al fin tuve acceso a Internet en casa y podía bajarme cosas a través del ya olvidado e-mule—, fue Little Britain.
Mi contacto con esta serie vino de manos de un viejo amigo al que hacía tiempo que no veía. Al vernos y ponernos al día, sabedor de mi pasión por la comedia, mi viejo amigo me recomendó que intentase bajarme algún capítulo de esta magnífica serie a través del e-mule, pues en aquellos días la programaban en Canal Plus sólo para abonados.
—Eso sí, te advierto que está en inglés y subtitulada al español —me dijo.
—No es problema —dije yo, que por aquellos días estaba muy metido en el cine de autor en versión original y con subtítulos.
Mi amigo me «vendió» muy bien la serie. «Su humor, en ocasiones, se pasa tres pueblos. No conoce límites, y no dejan títere con cabeza». Claro, a mí me dicen eso y ya me tienen ganado. Soy así, ¡qué le vamos a hacer! Cada uno es como es.
Yo, que ya tenía un cierto bagaje en cuanto a humor extremo gracias a series como Hale & Pace o Bottom —de las que ya hablé en mi post anterior—, me sentía más que preparado para afrontar cualquier cosa. Y esa «cualquier cosa» resultó ser una de las series más «políticamente incorrectas» que yo jamás hubiese visto hasta entonces.
La serie fue creada y protagonizada por Matt Lucas y David Walliams, quienes, además de escribir los guiones, interpretan la mayor parte de los personajes que salen en la serie, desde adolescentes problemáticas a asistentes del Primer Ministro, y desde venerables viejecitas racistas y xenófobas a travestis con barba y bigote.
Basada en pequeños sketches y personajes recurrentes, la serie ofrece un particular muestrario de extraños personajes, entre excéntricos y grotescos, de los que conforman eso que ellos denominan «la pequeña Bretaña», de ahí el título de la serie.
Todos los episodios son conducidos por la voz de un imponente narrador —Tom Baker—, cuya narración, surrealista e hilarante a partes iguales, al ser proclamada con seriedad y afectación aumenta su efecto cómico. A través del narrador se nos van presentando toda suerte de personajes y situaciones llevadas al límite. Fue tal el impacto que esta serie provocó en el acervo popular, que hubo personajes y expresiones que cosecharon una legión de imitadores en todo el Reino Unido. Desde la madre soltera adolescente malhablada y hortera de Vicky Pollard, con su famoso latiguillo: «sí, pero no, pero sí, pero, no, sí y no, pero...», pasando por Daffyd Thomas, que se considera y se jacta de ser «el único gay en toda la ciudad», cuando vive rodeado de gays y lesbianas que o no ve o no quiere ver, y aprovecha el más leve gesto o comentario de cualquiera para denunciar homofobia o persecución por su estilo de vida que, paradójicamente, a nadie ofende ni molesta, o Edward “Emily” Howard, un travesti que se esfuerza en intentar convencer a todo el mundo que es una mujer, vestida con pomposos trajes de estilo victoriano al tiempo que exhibe una frondosa barba. Otros personajes recurrentes de la serie son Lou Todd y Andy Pipkin, con Andy fingiendo necesitar una silla de ruedas para así poder abusar de la amabilidad sin límites de su entregado amigo Lou, o Denver Mills, un atleta retirado, medallista de plata en los 400 metros lisos en los Juegos Olímpicos de Los Angeles, que vive haciendo discursos en conferencias, donde siempre mete la pata con comentarios fuera de tono, como en un discurso ante la policía donde se compara con ellos por estar siempre «corriendo detrás de los negros».
La serie cosechó en su momento la ira y el rechazo de numerosos colectivos que sintieron que se burlaban de ellos de manera cruel y denigrante. Se cuenta que la BBC fue inundada con cartas repletas de enérgicas y airadas protestas de esas legiones de «ofendiditos» que tanto abundan en el mundo. Con lo fácil que resulta cambiar de canal cuando algo no te gusta o te molesta. Yo lo hago. Y eso me evita muchas calenturas. Por ejemplo, yo detesto la fauna de Sálvame, o personajes tan maleducados e irritantes como Alessandro Lecquio, así que lo que hago es cambiar de canal cada vez que asoman su fea jeta en mi televisor. Prefiero disfrutar de las cosas que sí me gustan, y pasar o ignorar aquello que sé que no me va a gustar o me va a disgustar. La vida es demasiado corta como para andar siempre cabreado por cosas perfectamente evitables. Para algo inventó Dios los mandos a distancia. Deberíamos usarlos más a menudo, y dejarnos de tanta tontería. Además, me resulta curioso que los que tanto se empeñan en exigir tolerancia se muestren tan intolerantes con lo que no les gusta o les disgusta a ellos. Lo tienes fácil, colega: ¡Cambia de canal, tío, o tía, o lo que carajos seas! Tan simple como eso.
Y hablando de «ofendiditos». Seguramente el nombre del personaje que voy a tratar a continuación levante más de una ampolla en esa legión de intolerantes que no soportan la idea de que alguien sea tan sumamente valiente como para reírse de «absolutamente todo», sin poner ni un sólo límite a su imaginación, y que además lo hace pasándose por el arco del triunfo lo que los demás piensen u opinen sobre él o su arte. Porque, como muy bien dijo en una de sus más polémicas intervenciones en televisión, «total, si al final todos vamos a morir, ¿por qué no nos divertirnos un poco antes de hacerlo?».
Ese personaje del que os hablo es Ricky Gervais, el cerebro detrás de series tan míticas y exitosas como The Office, Extras o Life's too short, y más recientemente, la genial y maravillosa After life.
Vaya por delante que yo fui —y soy— un incondicional fanático del The Office USA, mucho más accesible y «políticamente correcto» que su primo-hermano británico, es decir, el protagonizado por Gervais.
La serie The Office (USA) es magnífica, una de mis series favoritas de todos los tiempos. La versión americana está protagonizada por Steve Carrell, en el papel de Michael Scott, director-gerente de la sucursal que la empresa papelera Dunder Mifflin tiene en Scranton, Pennsylvania.
Michael es el típico inútil que se cree mucho mejor de lo que realmente es —¿a que todos conocemos a alguien así?—, y cuyas meteduras de pata y salidas de tiesto son tan constantes y gloriosas que nos brinda momentos de una irresistible hilaridad. Para ilustrar su carácter, baste decir que una de sus posesiones más preciadas en la vida es una taza de “Mejor jefe del mundo”, que él mismo tuvo que comprarse en una tienda y que no duda en exhibir a diestro y siniestro como si de un valioso trofeo se tratase.
Además de Michael, el resto de los personajes que forman parte de la curiosa plantilla de Dunder Mifflin no le van a la zaga, en cuanto a inutilidad y comicidad. Así, tenemos a Pam, la sufrida recepcionista y ocasional ayudante de Michael, encargada en no pocas ocasiones de deshacer los entuertos provocados por su desquiciante jefe; Dwight, el excéntrico vendedor de papel y amigo íntimo de Michael, de maneras toscas y extremadamente competitivas; Stanley, un fortachón afroamericano cuya filosofía de trabajo se resume en «hacer lo mínimo, interactuar lo menos posible con los compañeros o los clientes y pasarse la mayor parte del día haciendo crucigramas y comiendo bollitos y café hasta que el reloj marque las cinco en punto, hora de irse a casa»; la antipática e insufrible Ángela, adjunta al departamento de contabilidad, de carácter tiquismiquis, fría y cortante; el simpático y agradable Jim, quizás el más normal entre tanto excéntrico, secretamente enamorado de Pam; la apocada y agradable Phyllis, una de las vendedoras de más edad, tímida e insegura, blanco perfecto de las burlas y crueles bromas de Michael y Dwight; el entrañable Kevin, un hombretón que por su carácter y su peculiar forma de hablar más parece un niño grande que un adulto; y Toby, el responsable del departamento de Recursos Humanos, un tipo desapasionado y permanentemente deprimido que, a pesar de su perfil bajo, representa, muy a su pesar, la némesis de Michael, que lo odia profunda e indisimuladamente, hasta el punto de pasarse buena parte de la serie haciéndole la vida imposible.
A esta serie le debo grandísimos momentos de evasión y diversión, pues tiene la extraordinaria virtud de que, una vez que consigues meterte en su universo, empiezas a ver casi normal cosas realmente anormales. Uno de los secretos de su enorme éxito, al margen de los soberbios guiones, se debe al maravilloso elenco de personajes, cuya interacción desprende una química tal que te resulta prácticamente imposible disociar al actor del personaje que interpreta. Es de esas series capaces de arreglarte uno de esos días malos que todos tenemos de vez en cuando.
Otra de esa clase de series capaces de arreglarte un mal día es Modern family. Durante años fui un fan incondicional. No me perdía ni un solo capítulo de los que ponían en la tele. Y no sólo la veía por Sofía Vergara. Lo juro. Palabrita del Niño Jesús.
El reparto es magnífico, con el gran Ed O'Neil como el gran patriarca del clan. A Ed lo sigo desde que interpretó a Al Bundy, el desganado y sarcástico padre de Matrimonio con hijos, aquella serie de los 80's de la que hablé en uno de estos posts. Ed y Sofía Vergara interpretan a Jay y Gloria respectivamente, un matrimonio atípico que vive en su lujosa mansión en compañía de Manny, el hijo de Gloria. Luego están Claire (Julie Bowen) y Phil Dunphy (Ty Burrell), padres de Haley, Alex y Luke. Y, por último, tenemos a Mitchell (Jesse Tyler Ferguson) y Cameron (Eric Stonestreet), un matrimonio gay padres de Lily, una niña vietnamita que adoptaron cuando era un bebé.
Una de las cosas más difíciles a la hora de levantar una serie con un reparto coral es dar con la química que haga que la suma de las partes conformen un magnífico todo. Y en eso, Modern family dio en el clavo. Cada actor, cada personaje, cumple una función fundamental para el buen desarrollo de la trama general. Nadie sobra, nadie está de más, y todos están inmensos. Incluso los personajes ocasionales, de una o dos apariciones puntuales a lo largo de la serie, están magníficos. Por ejemplo, recuerdo lo mucho que me chocó ver a todo un Edward Norton —uno de los actores más respetados de su generación— haciendo un pequeño papel como ex-bajista de Spandau Ballet, en aquel episodio en el que Claire decide regalarle a Phil por su aniversario de bodas algo a la altura de los espectaculares regalos que él lleva haciéndole a ella desde que se casaron. Qué mas da que Phil no tenga ni idea de quién carajo fueron Spandau Ballet, ni quién demonios es aquel tipo tan estrafalario, vestido a la moda de los 80, que repite sin cesar las mismas líneas de bajo de un supuesto éxito que jamás escuchó, aunque finge que sí por el amor que le profesa a su esposa.
Otros grandes actores que se dejaron caer por la serie en apariciones puntuales a lo largo de las once temporadas que se mantuvo en antena fueron Shelley Long en el papel de DeDe Pritchett, ex-esposa de Jay, Nathan Lane en el papel del excéntrico Pepper, amigo íntimo de Mitch y Cameron, Chazz Palminteri, en el papel de Shorty, viejo camarada de Jay, o mi favorito de todos, el gran Fred Willard en el papel de Frank Dunphy, el despistado, entrañable y divertido padre de Phil.
Cada vez que me siento ante el televisor y me dispongo a ver uno o varios episodios de esta serie, disfruto como un niño viendo las singularidades de cada uno de los miembros de esta “moderna familia” del nuevo milenio.
Para finalizar este pequeño repaso a algunas de mis series de humor favoritas de todos los tiempos, le dedicaré unas líneas a The Big Bang Theory. Aún hay más series entre mis favoritas, pero no quiero monopolizar vuestro tiempo. Supongo que tendréis mejores cosas que hacer que leer mis posts. A menos que seas concejal del ayuntamiento o uno de los seis mil quinientos veintisiete asesores del presidente de tu Comunidad Autónoma. En cuyo caso: «Lee, chaval o chavala. Lee y no te cortes. Que trabaje Rita la Cantaora».
No me extenderé demasiado sobre esta serie, pues supongo que no quedará casi nadie en España que no haya oído hablar de ella, o que no haya visto alguna de las ciento cincuenta mil cuatrocientas veintiséis reposiciones que ha hecho Neox desde que empezó a emitir la serie. Le pasa lo mismo que a Los Simpson, que, a fuerza de reponerlos una y otra vez en viciado bucle, acabaremos por aprendernos de memoria todas las líneas de diálogo.
Bajo mi humilde opinión, considero The Big Bang Theory una versión actualizada de la desaparecida Friends. Ambas comparten el hecho de tratarse de un grupo de personas de ambos sexos que buscan combatir la soledad y los rigores de la vida moderna hallando cobijo bajo el paraguas de la amistad grupal. Pero no me entiendan mal. Que algo o alguien copie o imite algo ya existente no tiene que ser necesariamente algo negativo. Al fin y al cabo, todo está ya más que inventado. Lo interesante, y lo inteligente, es saber llevar a tu terreno el origen de tu imitación, hasta el punto de hacer olvidar el original. Y The Big Bang Theory, gracias a sus extraordinarios guionistas y al magnífico elenco de actores que dieron vida a los personajes de la serie durante las doce temporadas que se mantuvo en antena, ha sabido hacer olvidar sus referentes. Y yo que lo he disfrutado.
Con esto doy por finalizado mi repaso a algunas de las series de comedia que me han acompañado durante buena parte de mi vida. Todas ellas, y algunas más que me dejo en el tintero, han conseguido que en este valle de lágrimas que es la vida consiga que esas lágrimas hayan sido de alegría la mayor parte del tiempo. Parafraseando a un cómico de cuyo nombre no quiero acordarme: «La comedia salvó mi vida».
Os deseo a todos y a todas un montón de risas. En estos tiempos tan raros y difíciles que nos ha tocado vivir, y en los que aún estan por venir, nada se me antoja más importante que seguir manteniendo intacta nuestra capacidad de poder mirar a la fatalidad a los ojos y reírnos a gusto en su fea cara.
A reír que son dos días.
El milenio acabó al acabar el 2000 no el 1999, porque los milenios son de mil años no de 999. bromas aparte, esta vez conozco casi todas las series que mencionas y apunto sin dudar "Litle Britany" porque lo que cuentas y eso de ser políticamente incorrecta (no hay más que ver la imagen) me atrae como miel a mosca. Qué razón tienes en que cambiar de canal es lo más oportuno ante cosas que no se aguantan. Yo odio ciertos programas de Tele 5 que he conocido últimamente de pasar tardes con mi madre en su casa. Lo que pienso de ellos es cosa mía, pero jamás me atrevería a pedir airadamente que se quiten. Lo malo es que hay mucho "correcto" por el mundo que se cree que nació con la verdad en un puño insertada directamente por Dios.
ResponderEliminarEstoy en estos momentos viendo "The Office" versión americana por consejo de mi hijo y me está gustando mucho.
"Modern family" es otro de los consejos de mi hijo, pero ese aún no lo he seguido.
De "The Big Bang Theory" no tengo nada que decir. De vez en cuando me la veo entera y la disfruto como la primera vez.
No soy concejal, pero como buena jubilada, me sobra tiempo (es un decir) así es que por mí, puedes seguir con tus series favoritas. Siempre es bueno coger ideas.
Un beso.
Jajajaja Tienes más razón que un santo. O una santa. Detesto, y me irritan sobremanera, la legión de "ofendiditos" que últimamente parecen salir hasta de debajo de las piedras. ¡Coño, que al final no se va a poder reír uno de nada! ¡Talibanes! A mí es que me quitas el humor y soy capaz de hacer una locura. Hasta soy capaz de presentarme a concejal. Con eso te lo digo todo. :P
Eliminar"Little Britain" es "políticamente incorrectísima", y, por eso precisamente, es de lo mejorcito que he visto nunca. Además, una cosa que no he dicho en el post pero que, sin embargo, considero importante aportar, es que uno de sus autores, concretamente Matt Lucas, es abiertamente homosexual, según ha confesado él mismo en distintas entrevistas, por lo que la acusación de "homófobos" e "intransigentes" de las que fueron objeto en su momento se la tuvieron que meter los críticos en salva sea la parte. Lo cual me lleva a hacerme la siguiente pregunta: ¿Tiene más derecho un gay a hacer chistes de gays que un hetero? ¿O porqué un gay llama a otro gay "maricón" con toda la naturalidad del mundo, pero si lo dice un hetero se monta la de Dios es Cristo? Ahí lo dejo.
"The Office" es maravillosa. Y entrañable. Con el transcurrir de las temporadas le vas cogiendo cariño a los personajes, de tal modo que casi acaban formando parte de tu familia. Y encima, te echas unas risas. ¿Qué más se puede pedir? "Modern Family" también es entrañable, y tremendamente divertida. En cuanto a "The Big Bang Theory", sólo si vives en Marte o careces de antena de televisión no te habrás topado con alguna de las infinitas reposiciones que programan cada día en NEOX. Y mira, la verdad es que no me molesta en absoluto. Es más, a pesar de tener la serie completa, aún me sigo deteniendo a verla un rato cada vez que me la tropiezo en la tele. Me pasa como con "Los Simpson", que tengo los DVD's y aún sigo viendo capítulos en la tele; hasta que llegan los anuncios, momento en el que me faltan dedos para cambiar de canal.
Por último, y haciendo mías las palabras de Ricky Gervais, "déjame que me ría y haga bromas de lo que me salga del níspero. Total, si al final todos vamos a morir".
Un beso, Rosa. Y, por favor, no pierdas nunca tu sentido del humor ni tus ganas de reír. Y si a alguien le molesta, que cambie de canal. Así de simple. :P
En la empresa en la que trabajaba por aquel entonces nos dieron una semana de vacaciones pagadas, desde el 1 al 7 de enero de 2000, para que el equipo de informáticos (fueron lo únicos que tuvieron que currar) para comprobar que la Compañía (a nivel internacional) no se venía abajo por culpa del efecto 2000. Tanto cerebrito suelto para hacer el ridículo.
ResponderEliminarEn cuanto al meollo de tu entrada, si ya a principos del nuevo milenio (en el 2001, je,je) era bueno aislarse del mundanal ruido viendo películas y series de televisión, ahora es lo único que uno puede hacer para aislarse y desconectar de verdad de tanta mierda (salvo honrosas excepciones) que vemos. O bien tertulias políticas que arman la gorda y me ponen histérico, o reality shows y tertulias del corazón, o más y más datos sobre la la pandemia, o sobre el impresentable de Trump, o...
Veo lo indispensable para estar mínimamente al día y, en cuando podemos, mi mujer y yo nos ponemos a ver series de Netflix, de Movistar+ o de Prime Video. De lo que no tengo costumbre es de buscar series en Youtube y creo que lo voy a hacer, pues muchas de las que me han recomendado últimamente y de las que aquí mencionas no las he visto.
A medida que avanzaba en la lectura de este post me decía, jo, sí que me he perdido cosas buenas, pues la gran mayoría de series que mencionas me han resultado totalmente desconocidas. Hasta que has llegado al final, porque After Life sí que la vi y me encantó. Y no digamos The Big Bang Theory. A Modern Family no le presté mucha atención, a pesar de oir hablar de ella, pero no me perderé The Office y veré si puedo localizar Friends, aunque lo dudo, una serie mítica que no entiendo cómo no llegué a seguir. En este ámbito a veces ocurre como cuando uno busca un DVD de una película antigua, que resulta que está descatalogada y no hay forma de hallarla. No recuerdo con qué película de Woody Allen me pasó (me faltaba para completar toda la colección) que tuve que comprarla de segunda mano.
No me cansaré de decir que el humor es lo último que debemos perder. Es la mejor vacuna contra el cabreo.
Un abrazo, amigo.
Recuerdo las predicciones apocalípticas sobre el tan temido "efecto 2000". Y me consta que hubo gente que se lucró de ese miedo, como ha venido ocurriendo desde que el mundo es mundo. Gente -desalmados más bien-, que prometían soluciones informáticas para paliar los destrozos que pudiese ocasionar el cambio de siglo. Al final no ocurrió una mierda, y lo único que cambió fue que unos se hicieron más ricos a costa de la ignorancia y el miedo de otros. Vamos, lo de siempre.
EliminarSi te gustó "After life" -magnífica serie, por cierto, con un Ricky Gervais algo más comedido de lo habitual-, y no te asusta violentar un poco los límites del humor, en Youtube tienes un espectáculo en directo que Ricky dio en Nueva York. Está subtitulado al español -gracias a un alma generosa de esas que, de vez en cuando, te reconcilian con la raza humana-. El chiste comparando a los tiburones con el nazismo es realmente brillante, aunque ya te advierto que hay giros que igual te resultan violentos u ofensivos. En tu libertad individual reside el verdadero poder de decidir si estás dispuesto a cruzar ese límite o no. Te dejo el enlace, por si estás interesado:
https://www.youtube.com/watch?v=1uu12ppRbp0
Si lo has disfrutado, te recomiendo que busques en Youtube los discursos de Ricky Gervais en la entrega de los Globos de Oro subtitulados al español. Son brillantes, y no deja títere con cabeza. Incluso se atreve a hacer chistes sobre algunos de los presentes en las galas, incluido Harvey Weinstein, el todopoderoso productor.
En cuanto a la serie "The Office", de la que Ricky Gervais es responsable en su versión británica -que no he podido ver aún-, los norteamericanos le compraron los derechos y la rehicieron a su manera. Es mucho menos gamberra que su prima-hermana británica, y su galería de personajes, entre excéntricos y esperpénticos, te proporcionarán horas y horas de sana diversión. Yo ya la he visto entera tres veces, y pronto la volveré a ver desde el principio, pues es de esas series que me gusta disfrutar para abstraerme de la mierda que me rodea a diario. Lo mismo te digo de "Modern Family". No es nada ofensiva -aunque ya sabes que siempre habrá alguien que se ofenda por todo-, y la puedes ver en familia. "Friends" la siguen programando en NEOX en horario de sobremesa (ayer mismo vi el inicio de un capítulo), así que no tendrás que esforzarte demasiado para pillarla.
A mí con Woody me pasó algo parecido a lo que te ocurrió a ti. Yo las tuve todas en VHS originales, y luego las fui sustituyendo por su edición en DVD. El problema con Woody es que a lo largo de su carrera ha trabajado con distintas productoras, y no todas trabajan igual, ni reeditan con tanta facilidad. Me pasé años buscando "Misterioso asesinato en Manhattan" -casualmente una de mis favoritas suyas-, hasta que la pillé en una edición de El País -el periódico- en un ciclo dedicado a Woody. El que es coleccionista nato sabe lo que se siente cuando una colección está incompleta. Es una tortura china. :P
El humor, aparte de sano y necesario, es una válvula de escape y un vehículo ideal para denunciar y poner el foco en aquellos temas o asuntos que merecen ser denunciados. También es la mejor medicina contra la ignorancia, que tanto impera en el mundo.
Un abrazo, Josep. Ya me dirás qué te ha parecido lo de Nietzsche. ; )