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Con todos ustedes: el Diablo, el Maligno, el Príncipe de las Tinieblas, el tío más malo que ha parido madre. Y encima, un hacha negociando. |
Tal y como yo lo veo la naturaleza se muestra un tanto injusta con las mujeres, por eso del reloj biológico. No me parece justo que a partir de los cuarenta las mujeres escuchen a todas horas sonar en su cabeza ese apremiante tictac que les avisa de que su tiempo de fertilidad se agota.
Con nosotros, lo tíos, la naturaleza también se muestra injusta —la próstata no perdona, amigos; y eso por no hablar de la barriga cervecera o la calvicie—. Aunque, en comparación, sigo pensando que la mujer lo pasa peor que nosotros, aunque sólo sea por el hecho de no poder engendrar a partir de cierta edad.
Si la naturaleza fuese justa —que no lo es—, los tíos, al llegar a los sesenta, deberían dejar de ser fértiles. Sí, sí, como lo leéis. ¿Por qué? Honestamente, no me parece justo que un tío de sesenta o más tenga la capacidad de engendrar. Cuando ese crío tenga la mayoría de edad su padre igual ya no está ahí, y si está, estará más bien para ver pelis o series esparramado en el sofá o leer libros cómodamente instalado en su sillón favorito, antes que ponerse a corretear por el parque tras un balón de fútbol o subirse a una bici y hacerse ocho kilómetros como si nada, arriesgándose en ambos casos a acabar soltando el hígado o el páncreas por la boca.
No es plan tener un padre que bien podría ser tu abuelo, ni un hijo que bien podría ser tu nieto. Claro que hay excepciones. Por ejemplo, Mick Jagger y Keith Richards, de los Rolling Stones. ¿Qué comerá esa gente, por Dios? Vale que, a juzgar por sus arrugados pellejos, ambos se asemejan a dos tortugas centenarias de las galápagos; pero mira, uno con un infarto a cuestas y el otro con un leñazo desde un cocotero que casi le abre la cabeza como una sandía, y ahí los tienes a los dos, tan panchos, dando la talla en el escenario como si fuesen dos chavalotes de cincuenta y cinco años.
Hay quien sostiene que la longevidad y lozanía de ambos se debe a un pacto que hicieron con el Diablo en su juventud. Yo intenté hacer lo mismo, pero el Diablo no se mostró tan dispuesto a cerrar el trato.
—¿Para qué leches iba yo a querer tu alma? —me dijo, el muy cabrito, con aquellas patas de carnero acabadas en pezuñas.
—Hombre, Satán, Majestad, es lo normal, ¿no? Ya sabe, un favor a cambio de mi alma inmortal —argumenté yo.
—Es que hay almas y almas —argumentó él.
—Venga ya, ¿también en esto hay clases?
—¡Pues claro! ¿Qué te pensabas? Las clases existen en cualquier ámbito en el que intervenga la mano del hombre. Va intrínsecamente ligado a su mapa genético. De ahí que el comunismo jamás haya logrado imponerse de manera democrática en ningún país del mundo, en ningún momento de la historia. Y si no me crees, sólo tienes que echar un vistazo a los últimos ciento veinte años de la historia reciente de la Humanidad.
—No sé, la verdad es que nunca me había parado a pensarlo —confesé abiertamente.
—Hazlo. Compruébalo por ti mismo —sugirió el Maligno—. Ahí tienes los ejemplos de China, Cuba, la U.R.S.S., la República Democrática Alemana, Polonia, Rumanía, Nicaragua. Todo dictaduras —en este punto, Satán esbozó una amplia sonrisa de satisfacción—. ¿Tienes suficiente o necesitas más ejemplos?
—¿Qué me dice de Venezuela? —aporté orgulloso tras un rato de honda reflexión.
Satán ni se inmutó. Es más, su sonrisa aún seguía allí, como el famoso dinosaurio de Monterroso.
—¿De verdad te parece una democracia lo que rige en Venezuela? Yo diría que Freddy Guevara o Juan Guaidó no opinarían lo mismo.
—Tiene razón —asumí.
—Dejame decirte algo, y te sugiero que por tu propia higiene mental te lo metas bien en la mollera. Los regímenes autoritarios, bien sean de izquierdas o de derechas, son hijos del mismo padre: el populismo. Todas las revoluciones aspiran a destruir los cimientos de la sociedad que pretenden adecuar a sus intereses, y para ello no dudan en hacer uso de todas las armas a su alcance: suprimir la libertad de prensa, coartar o restringir la libertad de pensamiento del individuo, sobre todo si es crítico o contrario al régimen que se intenta instaurar; denunciar, perseguir, encarcelar, torturar o ajusticiar a los insurgentes; modificar las constituciones o las leyes a la medida del dictador de turno a fin de eternizarse en el poder, tanto él como los suyos, al modo de dinastías monárquicas que llevan siglos traspasando groseramente el poder a su prole, etc.
—¡Dios...perdón, Satán, qué panorama más desalentador me acaba usted de dibujar! Ha hecho que sienta mi alma caerse al suelo. Y hablando de mi alma, ¿qué me daría por ella?
—Un vale-descuento de 5 euros en un burger —respondió Satán impertérrito.
—Está de coña, ¿no?
—Hablo muy en serio.
—Venga, hombre, o cabra, o lo que sea usted. ¿Me está diciendo en serio que mi alma no vale más de cinco euros?
—Es lo que hay. O lo tomas o lo dejas.
—Lo tomo, lo tomo —me apresuré a añadir. En retrospectiva, considero que aún me sentía preso de la decepción por cuanto el Maligno me acababa de revelar en relación a la condición humana. De haber sido el género humano un club, me habría dado de baja en aquel momento.
Así que ya sabéis el precio de mi alma: 5 euros. Y nada de efectivo; un vale-descuento, y gracias.
Me pedí una hamburguesa con doble de queso, patatas fritas y un zumo de naranja que, todo junto, me salió por encima de los cinco euros, por lo que aún tuve que poner pasta de mi bolsillo. Encima.
Honestamente, hincarle el diente a aquel menú fue una de las experiencias más tristes de mi vida. A cada mordida, sentía que me estaba condenando al infierno. Literalmente. Y eso por no hablar de la culpabilidad que sentía correr por mis venas. Ni cien Danacoles podrían mitigar eso.