El descanso se me antoja primordial en la vida de todo ser humano. Incluso en todo ser inhumano, que de todo hay en política.
Y no sólo hablo del descanso físico, pues también el descanso mental es más que aconsejable practicarlo con cierta asiduidad si no quieres sufrir las desagradables consecuencias de la fatiga psicológica.
Cuando era más joven, un chaval más bien —no sé de qué os extrañáis; al fin y al cabo todos hemos sido chavales alguna vez. Incluso alguien tan viejuno en su aspecto y sus ideas como el inefable ex-Cardenal Rouco Varela fue alguna vez un chaval, aunque os cueste creerlo. ¿O acaso pensáis que ya era un viejo retrógrado redomado con doce o trece años? Oye, pues igual...).
Como os iba diciendo, siendo un joven estudiante de doce o trece años, teníamos una profesora que nos daba lengua y religión. También era nuestra tutora. Esta bendita mujer, de nombre Mari Carmen, nos quería un montón —nos llamaba cariñosamente “sus niños”—, y nosotros, en justa correspondencia, la apreciábamos en igual medida. Recuerdo que en una ocasión nos dijo a toda la clase: «El descanso no sólo es recomendable, sino necesario. Pero para poder descansar primero hay que cansarse, y lo mejor para eso es trabajar duro y esforzarse en la vida para sacar lo mejor de ti cada día».
A decir verdad, no sabría decir porqué razón se me quedó esta frase grabada a fuego en la sesera, y no otras muchas. Para ser sincero, a mi edad aún no he podido desentrañar el misterio que se esconde tras la manera que tiene nuestro cerebro de almacenar hechos y sucesos del pasado, llegando a retener cosas aparentemente insignificantes o de poca importancia durante décadas, incluso durante toda nuestra vida, y, por el contrario, no duda en lanzar al limbo del olvido otras cosas, hechos o circunstancias que, a nuestro parecer, consideramos más importantes o trascendentes.
Y a todo esto, ¿a qué venía todo este rollo? Uhm. ¿Qué os decía a propósito de la memoria selectiva? La madre que la parió. Hay qué ver cómo juega con nosotros la condenada. ¡Ah! ¡Ya me acuerdo!
Pues eso. El tema del descanso venía porque, llegado el verano, con este calor asfixiante que derrite las neuronas y fomenta el malhumor y la apatía, necesito un descanso, un paréntesis, unas vacaciones de la mente.
Así que, con esta intención, voy a tomarme unas semanitas para desconectar, recargar las pilas y relajar la mente y el espíritu.
No será mucho tiempo. Igual con un mes me apaño. O sea, que, si todo va como tiene que ir, espero estar de vuelta a principios de septiembre.
—¿Y yo qué?
Ah, perdón. Ya casi me olvidaba de ti. ¡Menuda cabecita la mía!
Cuando decía lo de estar de vuelta a principios de septiembre, me refería a estar de vuelta “los dos”, es decir, mi blog y yo.
Hasta entonces, ¡feliz verano, amigos y amigas del blog! Nos vemos y leemos a la vuelta.
Sed buenos. Y si sois malos, mejor para vosotros. Eso sí, procurad no fastidiar a nadie que no se lo merezca. Si cumplís con este sencillo precepto, podéis ser todo lo malos que os apetezca.
Hasta pronto.