jueves, 6 de noviembre de 2025

FALTA DE CONCENTRACION

 

Hace bien poquito, hará cosa de un mes o así, en el programa Salvados de LaSexta, hicieron un programa-coloquio. El programa, además del presentador, contó con la presencia estelar de dos directores de cine españoles: Juan Antonio Bayona y Carla Simón.

Como dije, se trataba de un programa-coloquio, en el que, además de los tres citados, había una amplia representación de jóvenes estudiantes de un instituto de Barcelona. A los jóvenes les calculé una edad entre los quince y los dieciséis años.

Todos ellos debatían, entre otras cuestiones relacionadas con la cultura, sobre sus hábitos de consumo del cine. Una chica dijo entonces que ella veía las pelis en el móvil.

¿En el móvil?”, pensé yo. “Vaya, pues que Dios le conserve la vista”.

La misma chica dijo entonces que no sólo veía las pelis en el móvil, sino que, además, lo hacía a doble velocidad, para verlo todo más rápido.

¿En el móvil y a doble velocidad?”, pensé yo. “Vaya, pues que Dios le conserve la vista y la capacidad de retentiva”.

La chica, la misma de antes, agregó que, además de ver las pelis en el móvil y a doble velocidad, realizaba dicha actividad mientras pintaba.

¿Ve cine en el móvil, a doble velocidad, y encima mientras pinta?”, repensé. “Pues una de dos: o esta chica ha visto la peli y no se ha enterado de nada, y además pinta como el Barceló o el Tápies, o sea, como el culo, o es una genio venida de otro planeta, con una vista de lince, una capacidad de retentiva superlativa y encima poseedora de un talento descomunal para las bellas artes que le permite pintar sin exigirse concentración en lo que está pintando”.

Honestamente, no creo que la chica aquella fuese una genio. A ver, no la conozco personalmente, y tampoco es que crea que a los genios se les note su genialidad con sólo verles la cara. Ahí tienen a Stanley Kubrick, que a pesar de ser un genio tenía cara de gerente de una funeraria.

Dejando a un lado a la chica, el resto de adolescentes confirmaron en su mayoría que compartían con su compañera sus hábitos de consumo cinéfilo. Es decir, que también ellos veían pelis en el móvil, a doble velocidad y mientras realizaban otras actividades.

Esto venía a demostrar la poca capacidad de concentración que buena parte de las nuevas generaciones aplican a determinadas actividades que, precisamente, exigen un alto nivel de concentración. ¿Cómo vas a poder apreciar los matices de una determinada actuación, de un director de fotografía o los aciertos de un buen guión, si no pones toda tu atención en ello? ¿Cómo vas a “meterte” en una peli si estás a otras cosas?

Si así es como ven cine, sin paciencia ni dedicación para disfrutar la experiencia y empaparse bien de la obra que están visionando, no quiero ni pensar en los hábitos de lectura que tendrá esa misma clase de gente. Igual leen como un antiguo jefe que tuve hace años, que me confesó en una ocasión que él leía “en diagonal”, una técnica que le permitía saltarse buena parte del texto a fin de ahorrar tiempo y esfuerzo. Claro que, con esos mimbres, no era extraño su nivel de escritura, similar a la de un niño de cinco años que escribe una carta a los Reyes Magos, con una sintáxis penosa y más faltas ortográficas que las de Belén Esteban haciendo la lista de la compra.

Cualquier obra de arte, sea del tipo que sea, merece un mínimo de atención para apreciarla en toda su dimensión. O, al menos, para poder juzgarla con cierto criterio. Hasta para poder decir abiertamente que una determinada obra de arte es una mierda —que las hay, y muchas. Pasaos por la Tate Modern Gallery de Londres y veréis—, debemos poner todo de nuestra parte antes de emitir un juicio a la ligera, a fin de poder argumentar con fundamento nuestra opinión.

Todo esto me recuerda un sketch genial de mis idolatrados Faemino y Cansado. Ambos están dialogando acerca del arte de la pintura, y va Cansado y suelta: “¿A ti te parece justo que un pintor clásico se pase años pintando un cuadro para que luego llegues tú y lo veas en veinte segundos?”. A partir de aquí ambos comienzan a disertar sobre la ardua tarea de los pintores en la antigüedad, poniendo como ejemplo a Velázquez y Murillo, hasta que, en un momento dado, Faemino replica: “Claro, ahora los pintores modernos se han dado cuenta del rollo y en veinte segundos te han hecho un cuadro. Luego vas tú y lo ves en veinticinco segundos, por lo que al final le han sobrado cinco segundos al cabrón”.

Es un chiste. Lo sé. Pero algo de razón tienen. Porque en cuestión de arte moderno he visto cada “cosa” que flipo.

Aunque, eso sí, para poder emitir un juicio con fundamento le he dedicado toda mi atención. Les puedo asegurar por mi honor que durante los veinticinco segundos que he invertido en observar esas mierdas, no me he permitido ni un bostezo.




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