miércoles, 8 de julio de 2020

CUANDO FUI CURA



Hace unos días, al ver una vieja foto mía —la que ilustra este post—, recordé que en un tiempo pasado fui cura. Ocurrió en una vida anterior, antes de montar el blog, publicar libros y no vender un carajo.
Pero las historias mejor contarlas desde el principio, pues de lo contrario pierden gracia. A menos que seas Tarantino, en cuyo caso puedes empezarlas por donde te salga del níspero y siempre va a quedar genial.
Retrocedamos en el tiempo, al año 2011.
A principios de ese año, o mediados, no me acuerdo bien, mi amigo Boris me habló de hacer un curso de Documental Express impartido por Carlos Álvarez, un escritor y guionista de reconocida trayectoria profesional, responsable, entre otros proyectos, del documental Ciudadano Negrín, la película Mararía o la novela La pluma del arcángel.
Me inscribí en el curso y me aceptaron.
Guardo muy buenos recuerdos de aquel curso, y de las personas que conocí entonces. Veíamos mucho cine en clase, que analizábamos y nos servía para extraer interesantes lecciones.
Una de las partes más importantes del curso consistió en realizar nuestro propio proyecto documental. Para ello se formaron grupos de trabajo, y yo hice grupo con mi amigo Boris y Nuria, una chica con la que sintonizamos desde el primer día y que se sentaba a mi lado. Resulta que a Nuria, que hablaba alemán y hasta había vivido una temporada en Berlín, la abordé en el descanso de las clases para proponerle una pequeña colaboración en un mediometraje en cuyo guión llevaba semanas trabajando, y que casualmente tenía unas partes en alemán. Por desgracia, ese proyecto no salió adelante por falta de financiación y lo guardé en un cajón; hasta que hace un par de años lo rescaté y lo estoy reescribiendo para transformarlo en una novela. Creo que es la cosa más loca que he escrito nunca. Pero eso es otra historia.
Volviendo al proyecto del grupo de Documental Express; como a mí se me daba bien escribir —cosa que los otros dos odiaban—, me ofrecí a escribir el guión de nuestro proyecto. Para ello creé un personaje principal sobre el que, a modo de biografía absurda, orbitaban una serie de personajes igual de absurdos —su madre, un crítico literario con bastante mala leche, una vecina, un hombre realmente enfadado que se quejaba de la saturación de películas sobre la Guerra Civil Española, una mujer caída del cielo y un cura—.
El primer paso tras la escritura del guión consistía en presentar el proyecto al profesor para su supervisión, nos mostrase sus objeciones o correcciones —si las hubiese—, y plantease sus cambios o sugerencias. Para ello, nos reunimos con él en una terraza situada en una de las zonas más emblemáticas del casco antiguo de nuestra ciudad.
Cuando Carlos leyó mi guión se le dibujó una sonrisa, e incluso soltó alguna que otra risotada, lo cual me hizo sentir verdaderamente orgulloso de mi trabajo.
Si lográis llevar esto a la pantalla os quedará un corto de lo más original y divertido —aventuró.
Aprobado el guión pasamos a la siguiente fase: buscar las localizaciones de cada escena y seleccionar el reparto.
Teníamos tres semanas justas para entregar el proyecto, totalmente montado y listo para su exhibición. Teniendo en cuenta que sólo podíamos trabajar en él fuera del horario de clases y que no teníamos ni un duro —vamos, lo normal tratándose de una película española—, y dado que mi guión incluía a un variopinto grupo de personajes, decidimos no complicarnos demasiado la vida e interpretar nosotros mismos algunos de esos personajes.
A mí me tocó el cura. Me refiero a que me tocó hacer el personaje del cura, no os vayáis a pensar que soy el resultado de un personaje de peli de Almodóvar arrastrando traumas infantiles. ¡No, por favor, con un Almodóvar ya tenemos bastante! Al menos yo.
Nuria logró convencer a su padre para que hiciese el papel de «hombre realmente enfadado». Su padre, ya jubilado, se mostró encantado de participar. De hecho, nos dijo que desde hacía poco se había apuntado a un grupo de teatro amateur para personas mayores, y que eso le había picado el gusanillo de la interpretación.
Recuerdo que su escena la rodamos en un taller de coches situado en una de las zonas industriales de la capital. La verdad es que hizo un trabajo magnífico. El hombre bordó el papel. Creo que sólo hicieron falta tres tomas, y todas quedaron geniales.
Otros dos papeles se los adjudicamos a otra compañera de clase, que hacía de madre del protagonista, y su pareja, que hizo de crítico literario. Ambos hicieron un muy buen trabajo. Françoise, que así se llama ella, lo bordó a la primera. Su ingenio y desparpajo hicieron que su actuación quedara de lo más natural. En cuanto a su pareja, se sacó de la chistera un gesto de asco al final de su intervención que hizo que su personaje adquiriese una dimensión acorde a lo que pretendía transmitir cuando escribí aquel papel: la del rechazo más absoluto de cierta crítica elitista hacia el talento ajeno.
A mi amigo Boris le tocó el papel protagonista. Y a Nuria le tocó el papel de «mujer caída del cielo». Me viene a la memoria las risas que nos echamos grabando su escena —un largo plano secuencia que se iniciaba desde su caída en el suelo, su incorporación y una parrafada acerca de Stanley Kubrick mientras avanzaba por un terreno agreste en mitad del campo—.
Pero no fue Nuria la única que se dio una hostia en el suelo. Dado lo accidentado del terreno, y que tanto el cámara (Boris) como yo (encargado de la pértiga con el micro) teníamos que caminar marcha atrás, ambos nos dimos más de un porrazo al tropezar con alguna piedra, engancharse el pie con algunos hierbajos o doblársenos el tobillo con algún desnivel o agujero. Desde luego, rodar lo que se dice rodar sí que rodamos... por el suelo.
Si antes admiraba a grandes pioneros del cine como Buster Keaton y sus espectaculares escenas de riesgo, después de aquello sentí auténtica veneración por aquel hombre que parecía hecho de goma.
Nosotros, al contrario que Keaton, no estábamos hechos de goma, por lo que cada porrazo era seguido de un doloroso y sincero ¡ay!
Acabado el plano secuencia de Nuria, y con nuestros culos doloridos de tanto leñazo, le tocó el turno a Boris. Para ello nos tomamos el resto de la tarde, aprovechando al máximo las horas de luz que aún nos quedaban.
Pero antes, aquella misma mañana temprano, me tocó a mí inaugurar el rodaje.
Mi amigo Boris, que hacía las labores de director, técnico de cámara, jefe de iluminación, director de fotografía, jefe de localización, protagonista, voz en off y encargado del montaje, y responsable de transporte también —es lo que tiene trabajar en un proyecto de bajo presupuesto: que acabas dándote cuenta de la cantidad de gente que está de más en las grandes producciones—, había escogido para grabar una pequeña iglesia de pueblo situada en un bonito enclave frente a un ancho barranco.
Cuando llegamos al lugar, a eso de las 8:30 am, allí no había ni Dios. Supongo que Dios, en su infinita sabiduría, estaba dentro de la Iglesia, que para eso es su casa y por la que no paga ni alquiler, ni agua, ni luz, ni Impuesto de Bienes e Inmuebles, ni nada de nada.
A mí el que no hubiera nadie por los alrededores me vino de perlas. Soy tímido, extremadamente tímido, y pensar en interpretar un papel con público delante hacía que me entrasen sudores fríos.
Así que descargamos el material, colocamos el trípode, preparamos el tiro de cámara y ensayamos una pequeña escenografía antes de grabar.
Yo vestía para la ocasión un chaleco gris oscuro de algodón sobre una camisa azul oscuro de manga larga, que era lo más parecido a un atuendo de párroco de pueblo que tenía a mano. Y para simular el alzacuellos se me ocurrió recortar un trozo de cartulina blanca y pasármelo por el interior del cuello de la camisa. Teniendo en cuenta que la cámara estaría situada a tres o cuatro metros de distancia, pensamos que daría el pego.
Ya lo teníamos todo perfectamente preparado: la cámara, el sonido, el director a punto de gritar ¡acción!, y entonces...
¿Conocéis las famosas «Leyes de Murphy»? Pues...
Justo cuando mi amigo Boris iba a darle al botón de grabar de la cámara y gritar ¡acción!, resulta que se nos aparecen de la nada dos chiquillos montados en sendas bicicletas.
Debe ser algo innato en el ser humano. Lo sé. Yo mismo lo he padecido a lo largo de mi vida, así que sé de lo que hablo. Me refiero, naturalmente, al innato gen de la curiosidad.
Aquellos dos chavales, a lomos de sus bicis, revoloteaban alrededor nuestro mientras observaban, henchidos de curiosidad, lo que aquellos tres chalados, es decir, nosotros, estábamos haciendo allí, a las puertas de la Iglesia, con todo aquel tinglado montado.
Como quiera que su presencia me desconcentraba, además de que el ruido de sus bicis revoloteando por la escena como moscas cojoneras se nos colaba por el micro, nuestra compañera Nuria, «la mujer caída del cielo», tuvo a bien solicitarles con toda la amabilidad del mundo que, por favor, nos concediesen unos minutos de absoluto silencio; el tiempo justo para grabar nuestra dichosa escena y largarnos de allí más pronto que tarde.
Los chicos, todo hay que decirlo, se mostraron dispuestos a colaborar; todo sea por contemplar en primera fila como aquel gilipollas alto, gordo y con gafas —es decir, yo— hacía de falso cura usando aquella voz tan impostada y almibarada, tal y como recordaba habérsela escuchado a todos los curas con los que me había topado a lo largo de mi vida.
Con el paso de los minutos aquello empezó a llenarse de gente, que paseaba despreocupadamente de un lado a otro del paseo que antecedía a la iglesia, por lo que mi nivel de concentración bajaba enteros, al tiempo que mi nivel de vergüenza se disparaba por las nubes —si no le dí a un pájaro en pleno vuelo fue por escasos milímetros—.
Entre la gente que iba de un lado a otro, el ruido que se nos colaba en el micro —¡hasta el llanto de un bebé en un carrito!— y un autobús de turistas que estacionó a pocos metros del lugar, aquello parecía un domingo de mercado. Sólo nos faltaba una banda de música y una procesión de papahuevos.
Con todo en contra, y fiel a mi carácter obstinado —soy Tauro—, tiré de orgullo y me mostré dispuesto a vencer a todos los elementos y sacar adelante aquella dichosa escena.
No recuerdo la toma exacta —creo que la decimotercera o decimocuarta—, pero finalmente conseguí sacar mi mejor interpretación, que Boris y Nuria grabaron convenientemente.
Pero lo mejor de todo vino tras el preceptivo ¡corten! de mi amigo. Justo dos segundos más tarde, las puertas de la iglesia se abrieron tras de mí. ¿Y a que no sabéis quién emergió de la nada? ¡El auténtico párroco de la iglesia!
Me faltó tiempo para desembarazarme del falso alzacuellos y salir pitando en dirección a la pizarra, no fuera que aquel hombre llegase a leer las barbaridades que yo había escrito de mi puño y letra, ganándome con ello una denuncia ante la Guardia Civil y hasta una posible excomunión.
Aquel mismo día di por concluida mi carrera eclesiástica.



8 comentarios:

  1. Vaya aventura, ja ja. Conozco a los Tauro porque lo es mi hijo y sé lo empecinados que podéis llegar a poneros hasta que conseguís lo que sea que queréis.
    A mí lo del cine entre un grupo de amigos me parece muy difícil y digno de admiración. Sería muy divertido ver ese trabajo. Y verte a ti de cura, impagable. Por un momento pensé que habías sido cura de verdad en otros tiempos. Conozco alguno del que nadie lo diría, pero que lo fue.
    Un beso.

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    1. Aunque me confieso bastante escéptico en el tema de los horóscopos, no dejo de reconocer que hay algunos rasgos generales que me dejan perplejo por cuanto se ajustan a la realidad.

      En lo relativo al corto, lo cierto es que quedó muy bien, salvo algunos efectos que se nos fueron de las manos por culpa de las horas que nos pasamos en la sala de montaje (aquel día acabamos de montar sobre las 3 de la madrugada, tras varias horas en que se nos colgaba el equipo y teníamos que volver a empezar una y otra vez). El problema es que no tengo los derechos. Al tratarse de un proyecto académico no hicimos firmar la típica cesión de derechos para su posterior explotación. Aún hoy, cuando lo veo, me sigo partiendo de la risa. Y no sólo yo. El día del estreno la sala de exhibición se inundó de carcajadas. De hecho, al director del centro casi le da un ataque de risa cuando lo vio.

      Fui cura, pero en la ficción. Y sólo por un día. Mejor no tentar al diablo. ; )

      Un beso, Rosa. : )

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  2. Paaaaadreeee Peeeeedrooooo, va a ir usted al mismísimo infierno! Me encantó, cuánto tiempo sin leerte. Estuve liada, ahora tranquila por el megaconfinamiento argento! Graciosísimo y maravilloso! A mí también con un Almodovar me es suficiente. Un abrazo gigantesco, Lord Absurdamente

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    1. ¡Ana Líaaaaaa! ¡La dama del Highway to hell! ; )

      ¿Cómo estás, chiquilla? Es cierto que ha pasado mucho tiempo. Y es que el tiempo no corre, vuela que se las pira. ¿Adónde irá con tanta prisa?, me pregunto. :P

      Aquí sigo, tras cinco años, aunque con algunas pausas entre medias. Soy como el Guadiana, "aparezco" y "desaparezco" en un santiamén -vaya, al final sí que se me ha pegado algo de sentimiento religioso. Ver para creer-. ; )

      Celebro saber de ti. Confío en que tú y los tuyos estéis bien de salud, que al final es lo que más importa. Gracias por dejarte caer por aquí, chiquilla. Recibe otro abrazo gigantesco, Lady AC/DC.

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  3. Las aventuras y desventuras de unos principiantes, ja,ja,ja.
    Este es el tipo de anécdotas que jamás se olvidan y acaban contándose a los nietos y a todo aquel que quiera pasar un rato agradable.
    No dices qué pasó con la película, si ganó algún premio a la originalidad, a la constancia o a los efectos especiales, je,je. Me encantaría verla; a ver si logras que se emita por Netflx y, de paso, ganas unos cuantos cuartos.
    Ahora que lo recuerdas, debes decir aquello de "qué tiempos aquellos", je,je.
    Una historia muy simpática que me ha recordado cuando, con 19 años, quise hacer unos pinitos tocando el bajo (o algo que se le parecía) con un grupo de blues de pacotilla.
    Un abrazo, amigo.

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    1. Todo lo que rodeó aquel rodaje provocó simpáticas anécdotas, y recuerdos que aún atesoro en la mente. Fue una época de descubrimiento, pues yo nunca había hecho nada tan profesional en el ámbito del cine. Había hecho cositas con mis hermanos, pero en plan amateur. A raíz de aquel curso me picó el gusanillo del cine, y logré intervenir en tres cortos (como guionista) y hasta en un documental sobre la figura de un pionero del cine en Canarias (que hace poco se retransmitió en la Televisión Autonómica de Canarias). Pero el mundo del cine es muy complejo, y sacar adelante un proyecto requiere de muchos factores (financiación, disponibilidad, gente que crea en el proyecto, tenacidad, talento, contactos, etc). Nosotros lo único que teníamos era ilusión, pero la ilusión no paga facturas, y la cosa acabó diluyéndose.

      El corto se proyectó en el curso. Y gustó mucho. Incluso el director del centro que impartía los cursos nos propuso subirlo a su web con fines promocionales. Pero, como le dije a Rosa, carecíamos de los derechos de imagen, y hubo gente que participó en el proyecto a sabiendas que sería un trabajo que se circunscribiría exclusivamente al ámbito del curso, y que jamás se emitiría en ningún otro lugar ni se le daría difusión pública. En cualquier caso, dado que la idea y el guión fueron de mi autoría, hace tiempo decidí reutilizar ese material insertándolo en una novela que tengo guardada en un cajón, y que algún día verá la luz.

      ¿Tocas el bajo, Josep? Uhm, interesante. Lástima que ya no tengo la batería (la vendí hace como 20 años), porque podríamos habernos hecho unas jams session de las buenas. ; )

      Un abrazo, Josep.

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  4. Qué cosas haces, y qué curiosidad suscitas.
    Desde luego, creatividad no te falta.
    A mí ponerme delante de una cámara no me atrae nada, y eso que justo hace una semana tuve que grabar un vídeo para explicar un caso clínico de un máster online que me toca impartir. Era la primera vez que me veía en una parecida y creí que tendría que hacer un montón de tomas por mi bisoñez en esas lides, pero mira tú por dónde solo tuve que repetir una vez, y menos mal porque a mí eso de "cámara acción" me parece un rollo.
    Besos

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    1. Muchas gracias, Kirke. Celebro que mis anécdotas susciten interés. A veces pienso que si en mi juventud me hubiese desembarazado a tiempo de mi timidez, habría hecho muchas más cosas de las que he hecho. De verdad lo creo. Lástima que la vida real no sea como el rodaje de una pelicula, en la que cuando una escena te sale mal tienes la opción de parar y repetir la toma.

      La cámara impone. Y mucho. Hay personas muy dicharacheras y extrovertidas que, en cuanto el dire grita ¡acción! y ven el pilotito rojo encendido, se quedan absolutamente paralizadas. Yo soy uno de ellos.

      Besos, Kirke.

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