Desde niño me he sentido fuertemente atraído por la comedia. Tal vez, en su infinita sabiduría, la vida me estaba advirtiendo de lo que aún estaba por venir cuando fuese mayor, y, regalándome uno de sus sabios consejos, me chivaba al oído: «Mira, chaval. Mejor te lo digo ya para que no te hagas demasiadas ilusiones. La vida, una vez dejes la niñez atrás, va a ser bastante jodida, ¿sabes? Así que el mejor consejo que puedo darte es que disfrutes lo máximo que puedas de la comedia. Ríete. Cuanto más, mejor. Pues no faltarán gilipollas aquí y allá que harán todo lo posible por borrarte la sonrisa día sí y día también. Así que, sigue mi consejo y ríete todo lo que puedas. Me lo agradecerás». Y vaya si se lo agradezco. Más que ninguna otra cosa.
Lo cierto es que si echo la memoria a andar me recuerdo con siete u ocho años llegando del colegio, a eso de las cinco y cuarto de la tarde, soltar la mochila con los libros en un rincón de mi cuarto y, merienda en mano, sentarme ante la tele en blanco y negro que entonces teníamos en el “cuarto de la tele” a ver El show de Harold Lloyd, que ponían todas las tardes a eso de las seis. Aún soy capaz de tararear su alegre melodía con aquellos coros de chicas. ¡Qué tiempos! ¡Y qué risas!
Supongo que esa fascinación por la comedia la heredé de mi abuelo materno. Él tenía un proyector de súper 8 y varias películas de El gordo y el Flaco (Laurel & Hardy) y Charles Chaplin (Charlot), que veíamos junto con mis hermanos en el salón de su casa.
Mi abuelo vivía en el mismo edificio que nosotros: él vivía en la primera planta y nosotros en la cuarta. Había días que nos pasábamos más tiempo en su casa que en la nuestra. Atesoro muchísimos recuerdos de aquellos años, como el vernos todos juntos en la entrada de su casa, sentados en el sofá, viendo El planeta de los simios, o cualquier película de las que ponían los sábados en Sesión de tarde, aquel programa en el que un señor en traje y corbata nos soltaba un pequeño speech acerca de la peli que estábamos a punto de ver. Como curiosidad, decir que durante muchos años conseguí retener la preciosa melodía de aquel programa en mi cabeza, y que no fue hasta muchos años después, en que se la tarareé a un amigo cinéfilo, que éste me dijo que se trataba de A summer place, de Percy Faith. Aún hoy, al escucharla, algo dentro de mí me hace regresar a aquellas tardes de sábado de cine en el sofá en casa de mi abuelo.
Otras series de la época que veía y me encantaban —aunque ahora estoy seguro de no haber pillado ni la mitad de los chistes— eran Un hombre en casa, y sus correspondientes spin off: El nido de Robin y George & Mildred (bautizada en España como Los Roper).
Por cierto, hace poco logré hacerme con las cinco temporadas completas de Los Roper, y he de decir que aún hoy consiguen arrancarme alguna que otra carcajada. Me sorprende lo audaz y afilado de su humor, teniendo en cuenta que fue una serie realizada y emitida a mediados de la década de los 70. Y más me sorprende que la mayoría de sus chistes sigan sonando igual de divertidos cuarenta y tantos años después, lo cual demuestra que el humor, cuando es bueno, es atemporal, logrando resistir la implacable prueba del tiempo.
También recuerdo con cariño otras series británicas de humor de aquellos años como Sólo cuando me río, que transcurría en el entorno de un hospital y siempre con los mismos pacientes. Mítico el personaje del Doctor Thorpe. Muy apropiado el nombre, por cierto.
Pero, sin lugar a dudas, mis dos series favoritas de aquellos años fueron El show de Benny Hill y El show de Paul Hogan. Este último, por aquellos días era aún un desconocido cómico de origen australiano —muy bueno, por cierto—, que años más tarde se haría mundialmente famoso con su saga de Cocodrilo Dundee.
Me llama la atención que ambos, tanto Benny Hill como Paul Hogan, hoy en día serían tachados de machistas, misóginos, retrógados, sexistas y toda la retahíla de “virtudes” con las que el nuevo feminismo se encarga de demostrar, al tiempo que echan espumarajos de rabia e indignación por la boca, eso tan manido de que “todos los hombres son iguales”. Somos iguales en lo malo, se sobreentiende, ya que no todos tenemos la gran suerte de parecernos a Brad Pitt o George Clooney, cuyo atractivo físico, casualmente, les exime de llevar la mácula del machismo en su historial.
Así que todos los tíos somos iguales. Es así. Y hay que asumirlo. Aunque, igual ocurre lo mismo que decía George Orwell en su maravillosa Rebelión en la granja: tal vez unos sean más iguales que otros.
¿Y sabéis qué os digo? Menos mal que no todas las mujeres son iguales. Y dicho esto, doy gracias a la vida por haber podido vivir y disfrutar de todo ese humor que hoy, tal y como están las cosas, sería prácticamente imposible de ver, escuchar y, por supuesto, disfrutar, por machista, misógino, retrógado, sexista y toda la retahíla de “virtudes” con las que el nuevo feminismo se encarga de demonizar a todo lo que lleve pene. Qué pena.
Volviendo a la comedia —que buena falta nos hace—, en aquellos años de mi infancia y primera adolescencia era una auténtica esponja para el humor. Todo lo que veía lo absorbía y asimilaba de manera natural, sin proponérmelo si quiera. Simplemente ocurría.
Sin ser consciente de ello, toda aquella comedia estaba anidando en algún lugar de mi mente, aguardando el momento propicio para salir a la superficie y hacerse notar. ¡Y vaya si se hizo notar!
Pero eso, lo seguiré contando en la siguiente entrega.
(continuará)
Ay qué recuerdos, Pedro. La música de Sesión de tarde me ha emocionado. Recuerdo mi plan de los sábados. Después de comer, Sesión de tarde en la primera cadena; a media tarde, La Clave en la segunda, y no podía ver el interesante debate tras la película porque enseguida empezaba en la primera Sesión de noche. Y recuerdo, como no, Los Ropper y Un hombre en casa...
ResponderEliminarY tienes razón con lo que comentas. No hace mucho me di cuenta de que hoy, Serrat (más bien Mario Benedetti que es el autor de la letra) no habría podido escribir "Una mujer desnuda y en lo oscuro" sin ser tachado de machista. Qué pena, reitero.
Un beso.
Durante muchos años aquella dulce y melancólica melodía me acompañó en mi cabeza, sin tener ni la más remota idea del título de la canción ni su autor. Hablo de una época donde no había Internet, ni disponíamos de tanta información como tenemos hoy día. No sabes la alegría que me llevé el día que, hablando con este amigo, le hablé de aquella canción y aquel programa de "Sesión de tarde", y, al tararearle la melodía, me chivó el título. ¡Qué recuerdos! : )
EliminarEn cuanto a esta nueva tendencia de querer juzgar el pasado con los patrones de hoy día, me parece una gilipollez como un piano. He llegado a leer auténticas barbaridades, como el querer cambiar o modificar ciertos cuentos infantiles por ser tachados de misóginos, machistas y no sé qué más (y hablo de "atrocidades" del tipo "Caperucita Roja", así que imagínate cómo está el patio. Según parece, hay estudios que demuestran los cientos de millones, o los miles de millones, o los millones de millones de niñas traumatizadas por este tipo de cuentos. Hay que joderse. A este paso vamos a acabar todos comunicándonos por gestos, como los neanderthales, por temor a decir algo que pueda ser motivo de ofensa. En vez de avanzar, retrocedemos. Miedo da).
Un beso, Rosa.
Ojalá la vida me hubiera advertido lo que a tí, pues muchos han sido los cabronazos que se han encargado a lo largo de ella de borrarme la sonrisa de los labios. Aun así, he tenido la gran suerte (supongo que por un instinto de supervivencia innato) de no perder el sentido del humor con el que nací. Lo bueno en ti es que, no solo tienes ese sentido intacto sino que lo cultivas con una gran pericia.
ResponderEliminarRecuerdo pefectamente todas esas series televisivas que mencionas y podría añadir unas cuantas más, por algo te aventajo en edad, je,je. Las películas de Harold Lloyd, Charlot y el Gordo y el flaco yo las veía los domingos por la tarde, en el cine de la parroquia, al salir de catequesis. Y es que la televisión no entró en casa de mis padres hasta enero de 1961, cuando yo tenía 10 años y medio, je,je.
Un abrazo y viva el humor, que cura casi todos los males.
Sin el sentido del humor que me acompaña desde niño no sé qué habría sido de mí, la verdad. Cuando creces, y dejas atrás la infancia, y tomas conciencia de que esto de vivir va en serio, necesitas echar mano de algo que evite que ciertas certezas se te echen encima y acaben aplastándote como una insignificante hormiga bajo un zapato del 45. En mi caso, ese algo fue el humor. Me encanta reír, y también me encanta hacer reír. Esto lo heredé de mi abuelo, aunque en mi familia lo de reír lo llevamos de fábrica. Otro de los clavos ardiendo a los que asirme en momentos de tribulación ha sido el arte, sobre todo el cine, la música y la literatura. Imagínate mi gozo el día que descubrí a Frank Zappa, que me enseñó que "el humor tiene cabida en la música", como él mismo se encargó de titular en uno de sus discos. Definitivamente, siempre será mejor reír que llorar, a pesar de los cabrones. ; )
EliminarCurioso lo que comentas del cine de la parroquia. Nosotros en mi barrio también teníamos un cine regentado por Cáritas Diocesana, y los domingos íbamos a ver pelis por 25 pesetas la entrada. Y allí nos íbamos los chicos del barrio a ver cine y comer chuches los domingos por la tarde.
El humor, si no cura todos los males, desde luego sí que los alivia. Deberían enseñarlo en las escuelas. Creceríamos más sanos, y con menos miedos metidos en la mollera.
Un abrazo, amigo Josep. Casualidades de la vida: precisamente venía de tu blog. A esto se le llama sincronización blogueril. ; )
Jo, yo también veía muchas de las series que citas, cosas de tener solo dos canales, ja!
ResponderEliminarA mí me chiflaba Cheers y Las chicas de oro, más tarde, ya con los nuevos canales, fui una fanática de Friends.
Me ha gustado saber de tus recuerdos infantiles con esas reuniones entrañables en la casa de tu abuelo para ver películas.
En cambio, mi abuela, cuando estábamos mis primos y yo con ella, se dedicaba a hacernos filloas mientras nos asustaba contando historias de aparecidos y la Santa Compaña, como era gallega... ya se sabe.
Un abrazo.
Precisamente de "Las Chicas de Oro" hablo en la siguiente entrega. Decidí separar los artículos por décadas, ya que así me resultaba más cómodo agruparlas y recordarlas, e ir narrando mi evolución personal y artística.
EliminarA mi abuelo le encantaba reirse. Mis hermanos y yo pasamos mucho tiempo juntos con él. Con él veíamos toda clase de series, desde "Vacaciones en el mar", hasta "Orzowei", "Sandokan" o "Starsky & Hutch". También le encantaban los dibujos animados, y las pelis del Oeste, sus favoritas. Hasta sus últimos días estuvimos viendo pelis juntos, pelis que ahora me cuesta ver porque él ya no está con nosotros. Su peli favorita era "La muerte tenía un precio". Tenía hasta su banda sonora, primero en vinilo y luego en CD. Yo, cada vez que escucho esa melodía, no puedo evitar emocionarme. Lo echo mucho de menos.
Un abrazo, Kirke.