¡Qué necesidad, por Dios! Con lo a gustito que se está en la cama |
Los
habituales al blog sabéis de mi costumbre de darme largas caminatas,
y quejarme de casi todo. Lo hago por prescripción médica. Me
refiero a lo de las caminatas. Lo de quejarme de casi todo es un
vicio que adquirí al pasar de los cuarenta y que, mucho me temo, no
me abandonará hasta el día que la palme. Incluso no descarto seguir quejándome de casi todo desde el Más Allá.
Camino con regularidad para aliviar mis dolores crónicos de espalda y para combatir, aunque sea en desigual equilibrio de fuerzas, mi eterna lucha contra la báscula. Para mi desgracia, la báscula siempre gana; como la banca en un casino, o la banca en general.
Cuando salgo a caminar lo hago siempre acompañado de mi música, que llevo comprimida en un pequeño reproductor de mp3 que lleva conmigo la tira de años. Por lo general suelo cargarlo con recopilatorios que yo mismo me hago, compilando canciones de mi amplia colección de discos. Cada vez que le doy al “play” en mi reproductor es como si estuviese escuchando una emisora de radio personalizada en la que sé que siempre va a sonar música de mi agrado, sin pausas publicitarias ni molestas interrupciones de locutores coñazo aquejados de verborreus interruptus.
Mayormente suelo escuchar rock cuando paseo. Sobre todo de la década de los 70's, mi favorita. Me gustan otro tipo de músicas, claro, pero ninguna me resulta lo suficientemente motivadora para el desempeño de una tarea que tan poco disfruto. Lo intenté con otros estilos que me gustan, como el jazz, la música clásica, el pop de los 80's o el blues, pero ninguno de esos otros estilos resistió la prueba del algodón; o me aburría o me desmotivaba.
Lo de la música mientras paseo también es un pretexto para no tener que detenerme cada dos por tres a hablar con algún vecino o conocido. Me revienta tener que parar para hablar con alguien de temas tan "fascinantes" como lo caro que se ha puesto todo en el supermercado, de los molestos efectos de la calima para los que somos asmáticos o de lo condenadamente aburrida y alienante que nos resulta la programación de la televisión en abierto.
Por supuesto, no siempre es así. También hay gente con la que es un placer detenerse a charlar un rato, pero no cuando estás a lo que estás. Soy de los que piensan que cada cosa tiene su tiempo y su lugar. Y si voy a caminar, pues voy a caminar. Lo otro, cuando toque.
Obviamente, con el paso de los años vas acumulando una serie de hábitos o experiencias que inciden de manera directa en tu forma de afrontar determinadas situaciones. El miedo, por ejemplo, es un mecanismo de defensa que los seres humanos —incluso los seres inhumanos— traemos de fábrica incrustado en nuestro ADN. Si no tuviésemos miedo a nada, los índices de mortalidad entre la población crecerían exponencialmente hasta límites desorbitados. Para muestra, ahí tenemos a los tolais que se juegan la vida a diario, sin miedo a nada, haciendo el gamba como si no hubiese un mañana; como esos tarados que se dedican a saltar de los balcones de los apartamentos turísticos hasta la piscina o haciéndose selfies molones de la hostia peligrosamente situados en la cornisa de edificios a más de trescientos o cuatrocientos metros de altura del suelo.
Sitúo en el mismo grupo de tolais a los que gustan de los deportes de riesgo, bien sea despeñarse con una bici ladera abajo en un terreno desigual atestado de obstáculos —jugando cada pocos segundos con la posibilidad de meterse un leñazo de la hostia y romperse todos los piños—, lanzarse en vuelo libre desde lo alto de una montaña ataviado con un wingsuit, que es un traje aéreo de alas que permite planear en el aire a velocidades que pueden alcanzar los 200 kilómetros por hora, con intención de planear pasando por un hueco minúsculo entre montañas o un desfiladero, o hacer puenting un domingo por la mañana bien temprano —¡qué necesidad, por Dios!; con lo a gustito que se está en la cama un domingo por la mañana—.
También en los barrios podemos encontrar a julais empeñados en jugarse la vida, y en jugársela a los demás, yendo a toda leche por las aceras sobre uno de esos puñeteros patinetes eléctricos, como si se estuvieran cagando vivos y no les diese tiempo de llegar al WC más próximo a descargar. Eso sí, puede que no lleguen a tiempo de descargar en un WC, pero lo sí es seguro es que, si tienen la mala fortuna de arrollar a algún transeúnte, seguro que lo hacen mierda.
A mí me dan miedo muchas cosas. Me dan miedo las enfermedades, las dolencias crónicas, el deterioro físico y mental, la idiotez y tener que discutir con esa clase de gente que siempre creen tener la razón.
Y a propósito de los que siempre creen tener la razón. Tengo yo una vecina que...
Pero de eso, mejor me explayo la próxima semana.
Yo, si salgo a caminar es gracias a mi perro, pues de lo contrario me quedaría en casa escuchando música o viendo mis series favoritas. Siempre he sido un vago para el ejercicio físico. Y así me va, con un dolor lumbar crónico por culpa de estar demasiado tiempo sentado y adoptando posturas incorrectas ante el ordenador.
ResponderEliminarComo paseo con mi mascota, solo se me acercan los dueños de otros perros, cosa que intento esquivar para eludir la posibilidad de alguna refriega canina. Aunque mi perro es muy manso y tranquilo, los hay con mucha mala lecha, sobre todo los de esas razas canijas, tipo Yorkshire, chihuahua o caniche, que parece que quieren contrarrestar su complejo de inferioridad con una mala baba que se las trae.
Y en cuanto a esos julais que mencionas, siempre he pensado, en contra de lo que opina la mayoría, que no son valientes sino inconscientes, o descerebrados. Quizá el no tener miedo es un síntoma de una anormalidad congénita. En todo caso allá ellos. Lo que sí me revienta es que la intrepidez de unos cause un mal mayor e irreparable en otros inocentes, como sería el caso de los conductores de patinetes eléctricos que van a toda leche por las calles y aceras. Y ya no digamos de esos "héroes" del volante, que se graban conduciendo a 200 Km/h o haciendo el imbécil, poniendo en riesgo la vida de otros conductores sensatos.
Un abrazo.
P.D.- Tenía pensado no entrar en los blogs y tomarme un respiro, pero como he visto tu reseña en facebook, no he podido resistir a la tentación, je,je.
Saludos, Josep.
EliminarSabía por tu blog (muy chismoso él, ejem) que ibas a tomarte unas semanas de desconexión y disfrutar de unas más que merecidas vacaciones. Así que agradezco doblemente el gesto de entrar, leer y comentar. Yo, cuando me veo saturado o agobiado por mis otras obligaciones, suelo recurrir al sistema de ir metiendo en una carpeta de favoritos las páginas o blogs que me suscitan interés y leerlas cuando me veo lo suficientemente liberado. Así cumplo con mis plazos y no me agobio innecesariamente. Con esto no quiero decir que entrar en mi blog sea una obligación, ¡faltaría más! Fíjate si no lo es que, a veces, ni yo mismo entro. :P
En cuanto al post en sí: me hago viejo, estimado amigo; ésa es la auténtica y cruel verdad. Y no sólo lo dice mi partida de nacimiento, sino el hecho de que cada día que pasa más me quejo de casi todo. Pronto me quejaré hasta de mis continuas quejas, ya verás ya. Es lo que hay. Sólo queda aceptarlo y seguir para adelante.
Recibe un afectuoso abrazo, y mi deseo de que disfrutes de esas merecidas vacaciones y te recuperes de eso que tú sabes. Cuídate. : )