miércoles, 23 de marzo de 2022

POSEER O NO POSEER (CACHIVACHES), ESA ES LA CUESTIÓN

Cuadro "Diógenes", de Jean-León Gérome (1824-1904)

 

Hace poco llevé mi aparato reproductor de cedés al servicio técnico. Llevaba meses renqueando, funcionando cuando le daba la gana, y eso me tenía de los nervios.

La cuestión es que abrías la bandeja, insertabas un cedé y al volver a cerrar la bandeja se quedaba patinando —sentías el motor arrancando pero el lector no acababa de acceder al disco—, hasta que, al cabo de unos pocos segundos, la bandeja terminaba por expulsar el disco.

Esto lo hacía varias veces. Hasta que en una de éstas el lector, al fin, accedía al disco y todo funcionaba como si nada. A veces, el problema de la pausa y la expulsión del disco se repetía catorce o quince veces, o veinte, según le diese, y otras simplemente se negaba en redondo a funcionar, por lo que acababas apagando el reproductor y jurando en arameo, que es el eufemismo de gritar a pleno pulmón y rojo de cólera “me-cago-en-todo-lo-que-se-menea”.

Así que un día, harto de la tontería del dichoso aparatito de las narices, lo llevé al servicio técnico oficial con la esperanza de hallar solución a la avería.

Una vez el técnico responsable de la recogida le echó un vistazo preliminar y probó lo que yo le decía, me soltó:

Pueden ser varias las causas del problema. El lector, que puede que esté gastado, el motor, algún chip, o la placa. Si es el lector, el motor o algún chip, la cosa puede rondar los 150 euros mínimo. Si es la placa, la cosa sube de los 200 euros seguro.

Yo, que de natural soy pesimista, me puse en lo peor. «Seguro que es la dichosa placa, ya lo verás. Y, si no es la placa, será otra maldita cosa que me saldrá por un pico». Como siempre, dándome ánimos mentales. Normal que prefiera mil veces la ficción a la realidad.

¿Tan caro resulta reparar un simple reproductor de cedés de gama media? —pregunté al técnico, con la vana esperanza de hallar en él una pizca de misericordia hacia un tipo realmente desesperado —o sea, yo—, incapaz de vivir un solo día sin escuchar algo de música con la que hacer más soportable la existencia.

El problema de los aparatos electrónicos estropeados, cualquiera de ellos, es que como mínimo exigen de tres a cuatro horas entre pruebas, localización de la avería, sustitución de las piezas defectuosas, y probaturas una vez efectuada la reparación para verificar que todo funciona correctamente. Al tiempo del técnico hay que añadir la pieza defectuosa, pedirla a fábrica, pagar los gastos de envío, aduana, impuestos, etc... —en este punto sólo le faltó añadir a la lista de gastos el importe de los carajillos y el bocadillo de tortilla del técnico en los días que decidiese invertir en la reparación de mi aparato.

Mi primer impulso ante semejante retahíla de dispendios fue la de volver a meterme el aparato bajo el brazo, llevarlo a un punto limpio y dejarlo allí, para luego ir a una tienda y pillarme un reproductor nuevo. Pero no lo hice. ¿Por qué? Y aquí es donde entra el factor sentimental que hace que cualquier decisión que tome en la vida nunca sea ni tan sencilla ni tan fácil de tomar como debería.

Soy un sentimental, y lo peor de ser un sentimental es que le coges cariño a casi todo, no sólo a las personas que han significado algo en tu vida —a las otras prefiero olvidarlas lo antes posible—, sino también —y esto es lo jodido— a los objetos.

Este sentimentalismo es, en buena medida, el responsable de que en mi casa tenga un montón de trastos de escaso o nulo valor práctico más allá de lo sentimental.

Como ejemplo de esto que digo diré que aún conservo casi un centenar de discos en vinilo, a pesar de no tener tocadiscos desde hace más de una década. Debo matizar que todos esos discos en vinilo los tengo repetidos en su versión en cedé. Ante semejante hecho cabe la pregunta: «¿porqué no vendes esos discos y te desprendes de ellos?». La respuesta: muchos de esos discos llevan conmigo más de tres décadas. Algunos fueron regalos de cumpleaños, de reyes, o fruto de las pagas semanales que me daba mi padre cuando era un adolescente sin un duro en el bolsillo. Hoy día, cada vez que cojo uno de esos discos y lo sostengo ante mis ojos, me vienen decenas de recuerdos asociados al disco en cuestión; la tienda donde lo compré, la primera vez que lo puse en mi tocadiscos, el día que descubrí tal o cual canción o me quedé con tal o cual detalle de la portada, el pasarme horas viendo las fotos o las letras de la carpeta interior, etc.

Además de los discos también tengo revistas de música y literarias, cintas de vídeo VHS, suplementos culturales de prensa, especiales de El Jueves en tapa dura, la colección de cómics de Tintín, aparatos electrónicos inservibles, maquinitas Nintendo con las que jugaba en mi adolescencia y primera juventud, etc...

A todo eso hay que añadir una colección nada desdeñable de libretas, diarios y hojas sueltas con esbozos, ideas, frases, ocurrencias, dibujos, reflexiones, chistes y tonterías varias que releo de tarde en tarde. Y cuando releo esas notas pueden pasar dos cosas: o me causa indiferencia y lo vuelvo a dejar donde estaba o me inspira para escribir algo a partir de ahí.

Conclusión: para ser un sentimental hay que disponer de mucho espacio. En lo material, espacio físico; en lo emocional, espacio en el corazón. De momento, yo dispongo de los dos. Aunque todo es finito, y llegará un día en que no tenga espacio suficiente para albergar ni lo uno ni lo otro.

Y como casi todo en la vida, también el valor que le concedo a todas esas cosas es relativo. Lo que para mí tiene mucho valor, incluso, a veces, un valor incalculable, a ojos de otra persona sólo son trastos o cachivaches, porquería inservible que un candidato a paciente del Síndrome de Diógenes atesora de manera compulsiva e irracional retrasando lo inevitable: que todo eso, cuando yo ya no esté, acabará en el vertedero.

Llamativo, por cierto, que al síndrome que define el trastorno obsesivo de acumular cosas de manera compulsiva e incontrolada se le haya dado el nombre de Diógenes de Sinope, el famoso filósofo, contemporáneo de Sócrates, que vivió su vida adulta despojado de todo bien material, a excepción de una vieja tinaja donde moraba. Ironías de la vida, supongo.


 

 

 

6 comentarios:

  1. A mí también me cuesta tirar ciertas cosas, pero no los aparatos tecnológicos. Me parece difícil cogerle cariño siendo tan fríos y... tecnológicos. Sí que tengo vinilos y el correspondiente tocadiscos, pero más por el deseo de escuchar los discos que por cariño al aparato.
    También tengo cintas de casette y VHS y sus correspondientes reproductores. En fin, que también tengo un poco de Diógenes.
    Un beso.

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    1. Hola, Rosa.
      Mi abuelo compró el primer vídeo doméstico en el año 78. Era un modelo Betamax enorme, de color madera y con el frontal dorado. En aquellos años tener un vídeo doméstico era algo al alcance de muy pocos, pues costaban un riñón. Sin embargo, a mi abuelo le fascinaba la tecnología, y siempre que podía se pillaba algún aparato electrónico para darse el gusto, y para darnoslo a nosotros, sus nietos. En aquel vídeo pudimos ver un montón de dibujos animados que mi abuelo grababa de la tele, además de los episodios de Benny Hill y el Show de Paul Hogan. Mis hermanos y yo nos lo pasábamos en grande viendo una y otra vez aquellas cintas. Ese vídeo, con los años, se quedó obsoleto. El VHS desplazó al Betamax y el DVD acabó desplazando al VHS. Sin embargo, aquel vídeo doméstico aún sigue en un rincón de la casa de mi abuelo, metido en una caja. Mi abuelo falleció hace seis años, y aún lo echamos mucho de menos. Y yo, cada vez que veo ese viejo aparato color madera con el frontal dorado, recuerdo un montón de escenas junto a él y mis hermanos viendo pelis y dibujos en el salón de su casa. Supongo que no hace falta conservar trastos viejos para recordar a alguien que ya no está, pero, honestamente, nadie en mi familia ha tenido el valor de desprenderse de aquel viejo aparato. Y yo el primero.

      No digo que ser excesivamente sentimental sea mejor o peor que no serlo. Cada uno es como es y eso es lo realmente bonito de la vida, la diversidad. Lo que sí está claro es que, si como yo, le coges cariño a las cosas, te hará falta un casoplón como el de Pablo Iglesias para tener espacio suficiente en el que almacenar todo lo que te da pena tirar. Y eso, de momento, no está a mi alcance. Igual tendré que fundar un partido político. ; )

      Un beso, Rosa.

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  2. Mientras leía, me veía reflejado. Excepto revistas, conservo muchas de esas cosas que mencionas, incluidos los LP (creo que también más de un centenar) y las cintas de vídeo VHS, junto con el correspondiente aparato. La única diferencia es que, como tengo tocadiscos (me compré uno nuevo hará unos tres años), muy de vez en cuando me pongo un LP de los Rolling, de Jimy Hendrix, de Santana, Eagles, etc. Es curioso, pero a mí también me empieza a fallar el lector de CD. Cuando introduzco un disco me lo expulda de inmediato y así tengo que ir repitiendo la operación hasta que se cansa y acaba tragándoselo. Y mi equipo de Hifi, que tiene la friolera de más de 35 años y que ha funcionado perfectamente hasta hace muy poco, ahora me hace el tonto. El sonido falla en un altavoz o en el otro, lo cual me hace pensar que el problema está en la salida de audio del amplificador. Pero como con los cascos puestos lo oigo perfectamente, pues sigo como si nada, ya que con solo pensar llevarlo a un técnico (es una torre de 5 piezas con su mueble), me da un no sé qué. Tendría que venir alguien a casa y no encuentro a nadie que se preste.
    Eso de reparar estos aparatejos tiene su miga. El último que hice reparar fue mi iPod y me costó ¡400 euros! Pero le tenía mucho apego, pues es de lo mejorcito que ha fabricado Apple y ya no se hacen como este. Por no hablar de la videocámara, una Sony que tendrá sus 20 añitos y que ya he tenido que llevarla a una tienda especializada (el servicio oficial ya no tiene recambios) para que me la arregladan. La verdad es que ha quedado como nueva, aunque ya me han adverido que la próxima quizá será la última. Con la imagen tan buena que tiene... Y es que a mi me sigue gustando grabar con videocámara las excursiones y viajes, aunque para fotos use el móvil.
    En fin, que también soy un nostálgico, pero más lo es mi mujer, que no tiraría ni una olla abollada. En más de una ocasión me ha reñido por haberme desprendido de algo que yo ya consideraba inútil. Aunque también debo reconocer que en más de una ocasion yo también he acabado arrepintiéndome, je,je. ¿Dónde fue a parar mi colección de minicars que de chaval tanto dinero de la paga semanal me costó?
    Un abrazo, amigo.

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    1. Según me cuentas, somos muy parecidos también en esto. Por cierto, alabo tu buen gusto para la música. Jimi Hendrix, Rolling Stones, Santana, Eagles... ¡eres de los míos! Te voy a preparar algo en breve que seguro que disfrutarás. ; )

      Lo que me comentas del equipo Hi-Fi me pasó a mí hace unos años. En mi caso era cosa de una de las salidas de altavoces, pues por los auriculares todo funcionaba perfectamente. Si quieres probar antes de llevarlo al servicio técnico, haz esto. Cuando te vuelva a pasar, cambia las clavijas del altavoz que no funciona y pon en su lugar el que sí. Si funciona, entonces es el altavoz, y si no funciona, es el canal. En mi caso no recuerdo si me salió por los 250 ó 300 euros, pero valió la pena. Le tengo mucho cariño a ese amplificador, y, a pesar de sus años (30 o así), me gusta como suena, y no me atrevo a sustituirlo.

      Celebro que en tu caso cuentes con la complicidad de tu mujer. Imagínate tener a alguien que te dice constantemente: "¿Por qué no tiras eso, y aquello, y aquello otro?". ¡Si fuéramos a tirar todo lo que no funciona, ya te digo yo que empezaría por otras cosas que me inspiran menos "romanticismo"! : )

      Si uno hiciese inventario de todas las cosas que ha poseído a lo largo de su vida (ropa, juguetes, libros de texto, colecciones de cómics o tebeos, libros, discos, películas en vídeo, etc.), tendríamos que alquilar no uno sino varios de esos enormes trasteros que se ven en los programas americanos que echan en los canales de relleno de la TDT.

      Un abrazo, amigo Josep.

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  3. Hola, Pedro.
    En mi caso soy minimalista 100%, es decir cuando veo la casa plagada de objetos entro en brote y hago limpieza extrema, y empiezo a cargar bolsas para darlo todo. Me entra un no sé qué claustrofóbico, insoportable. Pero sí que es verdad que hay objetos, aunque pequeñitos que guardaré toda mi vida. Y comprendo que el valor de cada cosa no tiene que ser solo material, también está el factor recuerdo, el emotivo, que ese sin ninguna duda es el real.
    Mira hace muchos años sufrimos una inundación en la que se perdieron muchas cosas materiales, en ese momento nos dio una pena inmensa, pero también hizo que me diera cuenta que uno puede desprenderse de lo tangible. Te animo a que lo intentes, no todo, pero seguro que hay cosillas que ni recuerdas que tienes por ahí guardadas.
    Un beso.

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    1. Hola, Irene.
      Es muy cierto eso que dices. Y lo entiendo. Pero eso díselo a mi corazón, que, como pasa siempre que entran en juego los sentimientos, no entiende de razones.
      Lo mismo pasa con los recuerdos. Hay recuerdos que me gustaría borrar de mi mente, para siempre, pero me resulta imposible hacerlo. Se empeñan en seguir ahí, en algún rincón de mi cerebro, ocupando espacio y cogiendo polvo. ¡Con lo que detesto tener que limpiar el polvo! Y no veas la lata que da tener que mover esos recuerdos de sitio para barrer y pasar un trapo. ¡¡Mecachis!!

      En fin, habrá que hacer de tripas corazón, cerrar los ojos y desprenderse de alguna cosilla. Al fin y al cabo, el espacio es finito, y los pisos de hoy en día no son como esas mansiones de las que hablaba Josep en su post. Y gracias al cielo, porque, de vivir en una de esas mansiones, no me quiero ni imaginar cómo tendría el cuarto de los trastos y el garaje. ¡Madre del amor hermoso!

      Un beso, Irene. : )

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