miércoles, 1 de marzo de 2023

BIENVENIDOS A LA DICTADURA DE LO POLÍTICAMENTE CORRECTO

 



No hace mucho hablaba en este mismo blog de los límites del humor en pos de la corrección política. Mi postura en este asunto no ha variado un ápice desde entonces: el límite lo ha de poner cada uno de manera individual y que sólo le afecte a él. Es decir, que si algo me disgusta, o tengo indicios de que me va a disgustar, o incomodar, o hacerme sentir mal o culpable, simplemente no lo consumo o lo ignoro, y listo.

Yendo más allá, sostengo que el hecho de que a mí me disguste algo, o me cause desagrado, o considere que atenta contra mis principios éticos o morales, no me habilita para hacer las veces de censor y promover su prohibición, ya que, si esto fuese así, lo justo sería que otros tuviesen idéntica opción a la mía, con lo cual se podría dar el caso de que alguien a quien le disgustase o le ofendiese algo de mi agrado podría ejercer el mismo derecho a la censura, privándome a mí del disfrute de ese algo, lo que nos llevaría a entrar en un peligroso bucle en el que acabaríamos por censurarlo absolutamente todo.

Todo esto viene a cuento —nunca mejor dicho—, a raíz de la polémica recientemente suscitada en torno a la iniciativa promovida por los propios albaceas del escritor Roald Dahl, encargados de proteger y preservar el legado artístico del escritor, de efectuar modificaciones significativas en algunas de las obras más polémicas del escritor a fin de eliminar contenidos supuestamente ofensivos o molestos y adecuar su obra a la moralidad y sensibilidad actuales. Algunas de esas modificaciones tienen que ver con el aspecto físico de algunos de los personajes descritos por el autor en algunos de sus libros —el peso, el género, la raza o la apariencia física—.

Vamos, que si a Dahl le da por escribir que un niño es gordo habría que echar todos sus libros a la hoguera, por considerarlos ofensivos. Curiosamente, eso mismo hicieron los nazis al inicio de su reinado de terror con aquellos libros que no eran de su agrado o que ellos consideraban que atacaban “la cultura y el sentir del pueblo ario”.

Según he podido leer en algún artículo reciente, Roald Dahl era un declarado antisemita, mostraba ciertas inclinaciones racistas e, incluso, llegó a unirse al movimiento anti Salman Rushdie a raíz de la polémica suscitada tras la publicación de Los versos satánicos de este último, lo que le valió la famosa fatwa decretada por el ayatolá Jomeini en 1989, consumada hace unos meses con dieciocho puñaladas y la pérdida de un ojo a manos de un fanático religioso.

Curiosamente el propio Salman Rushdie declaró a propósito de esta polémica: «Roald Dahl no era un ángel, pero esto es una censura absurda. Los encargados del legado de Dahl deberían estar avergonzados».

Esta moda revisionista del arte y la cultura de épocas anteriores a la nuestra, adecuándola a los tiempos modernos, no es nueva. Recuerdo no hace mucho leer algo con respecto a determinados cuentos populares, Caperucita Roja entre ellos, por considerar que atentaban contra el derecho igualitario de la mujer, y cuya lectura había causado infinidad de traumas a generaciones y generaciones de mujeres —¿disculpa?—.

Por cierto, en ese sentido me permito recomendar que os hagáis con la nueva versión de La Cenicienta, ésa en la que la protagonista no necesita a ningún príncipe azul ni a ningún hombre para salir de su situación. En esta nueva versión, Cenicienta es una joven empoderada que se saca un título de abogada mediante la asistencia a clases nocturnas, consigue llevar a juicio a su madrastra, sus hermanastras y su pánfilo padre, y les mete a todos ellos una demanda del carajo; luego, con la indemnización que consigue, se compra una casa en el campo y se va a vivir con su novia de toda la vida, que trabaja como minera en un yacimiento de carbón. Al poco tiempo ambas de casan, por lo civil, y, como ambas son veganas, en el banquete en vez de perdices se sirven ensaladas y guisos a base de tofu.


El mundo cambia a cada instante, y debemos adaptarnos a esos cambios si no queremos quedarnos atrás.

Hace poco, yo mismo caí víctima de mi propia inadaptación a los tiempos modernos. Resulta que atravesaba una mala racha y, fruto de la frustración que tal situación me provocaba, eché mano de una frase hecha que llevo oyendo desde que era niño.

Seguro que monto un circo y me crecen los enanos —exclamé de manera inocente, sin ánimo de ofensa.

Entonces un amigo, al oírme, me espetó:

¿Es que te has vuelto loco? ¿Cómo se te ocurre decir semejante barbaridad? ¿Es que no vives en el mundo o qué?

¿Por qué? ¿Qué he dicho?

Hoy día está mal visto llamar “enanos” a los “enanos”. Ahora, para referirte a ellos, debes emplear el término “personas de baja estatura”.

¿De veras?

Ya te digo. De hecho, ya tengo mi ejemplar revisitado y perfectamente ajustado a los nuevos tiempos del famoso cuento de Blancanieves. El nuevo lleva por título Blancanieves y las siete personas de baja estatura. Ya sé que no suena igual, pero habrá que ir acostumbrándose.

Vaya. Lo siento. No tenía ni idea.

Supongo que tampoco sabrás lo de la nueva versión del cuento de Caperucita Roja.

Pues no.

La nueva versión, convenientemente revisitada, se titula Caperucita Multicolor “la empoderada” que se enfrenta ella solita, sin miedo y sin ayuda de ningún sujeto del género masculino, al lobo machista, retrógrado y violador comeabuelitas. Todo sea por no traumatizar a las nuevas generaciones de peques, porque ya se sabe que las niñas y niños de nuestra generación y de generaciones anteriores a la nuestra han crecido con un trauma soterrado transmitido de generación en generación a través de los cuentos clásicos que les ha sido muy difícil sobrellevar. Pobres criaturitas.


Y es que vivimos tiempos bastante extraños; tiempos en los que hay que cuidar muy mucho lo que se dice y lo que se publica. Todos nosotros vivimos sujetos a la dictadura de lo políticamente correcto. Así, todo lo que no sea socialmente aceptado es susceptible de ser denunciado, censurado y condenado. Es como si viviésemos inmersos en una especie de Inquisición de la Corrección Política. Y esto va en ambos sentidos. Es decir, que tampoco puedes señalar o denunciar públicamente o en privado todo lo que, a tu juicio, va mal en la sociedad, ya que te expones a que salga de debajo de las piedras alguna asociación o grupo de defensa, por más absurda que sea la causa que defienda, y te denuncie.

Por ejemplo, hoy día no puedes mostrar tu más enérgico rechazo a los matones de instituto, pues te arriesgas a que la Asociación de Matones de Instituto —la poderosa AMI—, te plante una demanda del copón por vulnerar los derechos de los matones de instituto.

«¿Es que los matones de instituto no tienen derecho a seguir robándoles el bocadillo a los más débiles en el recreo, o llamar “mariquitas” a aquellos compañeros masculinos que muestren pasión por la poesía, la lectura o las artes escénicas? ¿Y qué me decís del derecho de los matones de instituto a meter mano a las niñas, fumar a escondidas o propinar palizas a los enclenques o los gafotas? ¿No es eso discriminación? ¿No atenta eso contra sus derechos inalienables del típico matón? ¿No debería ser considerado como “matonismofobia”?».

A todo este despropósito hay que sumar últimamente la perversión del lenguaje, que ha logrado que a los que cometen delitos se les llame “presuntos”, que a los basureros de toda la vida se les denomine “recolectores de desechos” y que a los hijos de puta que te llaman a cualquier hora del día y de la noche para ofrecerte una nueva tarifa de telefonía o de servicio de electricidad sin que se lo hayas pedido se les llame “libre mercado”.

A veces me pregunto qué será lo próximo. De seguir retorciendo las cosas, de aquí a nada a los ladrones ya no les podremos llamar ladrones a secas, sino “redistribuidores de la riqueza”.

Que Dios nos coja confesados.



6 comentarios:

  1. Mira, te leo y me pongo de mal humor. Expresas tan bien lo que yo pienso y lo veo tan claro que me causa más indignación ser consciente de todo ello. Y lo malo es que creo que todo se queda en la forma mientras que el contenido cambia muy poco.
    Poco más (nada en realidad) que añadir a lo que dices. Lo suscribo al cien por cien. No sé a dónde vamos a llegar con tanta censura y autocensura.
    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Rosa.
      Me hago viejo. Esa es una realidad. Y por mucho que intente adecuarme a los nuevos tiempos, siempre habrá cosas que me harán sentirme "extraño en tierra extraña". Soy consciente de que arrastramos ciertos vicios y fallos adquiridos de las generaciones anteriores a la nuestra, y que a medida que vamos cumpliendo años vemos con menos beligerancia de la que deberíamos. Pero el pretender borrar de un plumazo siglos y siglos de conocimiento, arte y costumbres para adecuarlo todo a unos nuevos valores y sensibilidades me parece una estupidez, y un juego bastante peligroso, además. Si juzgamos con los ojos de hoy el arte y la cultura de hace cincuenta o cien años, ¿qué nos quedaría? Ni "Casablanca" pasaría el corte. Una mujer casada dividida entre el amor de dos hombres, ¡qué desfachatez! Hasta el humor de los Hermanos Marx estaría mal visto si se hiciese hoy día ("¡Esos tipos no muestran el mínimo respeto por la autoridad!, ¡Y se pasan el día persiguiendo mujeres y sembrando el caos allí por donde pasan! ¡Es indignante!). Tampoco se podría hacer hoy día una película como "El verdugo" de Berlanga, ni escribir novelas como las de Henry Miller o Bukowski, o pintar cuadros como los de Goya o Picasso; y así, hasta el infinito.
      A veces tengo la sensación de que las nuevas generaciones, con tantos condicionantes morales, se parecen más a nuestros bisabuelos que a los jóvenes a los que debemos pasar el testigo. Hablar con un veinteañero de hoy es como atravesar un campo minado, poniendo mucho cuidado donde pisas para no acabar saltando por los aires. Qué triste todo.

      Un beso, Rosa. Sigamos disfrutando de las cosas que nos gustan y nos deleitan. Y al que no le guste, ajo y agua, como hago yo cuando veo, oigo o leo algo que no me gusta. ; )

      Eliminar
  2. Como he dicho en incansables ocasiones, hemos pasado en muchas cosas de un extremo al otro y sin apenas darnos cuenta. Hemos pasado de un tiempo en que si el profesor te daba una colleja (mal hecho) e ibas a contárselo a tu padre, este te daba otra diciendo "algo malo habrás hecho", a que, ahora, por expulsar de la clase o llamarle la atención a un alumno gamberro y maleducado, sea el padre el quen quiera darle una paliza al profesor.
    Todo lo que cuentas, amigo, demuestra que nos hemos instalado en una pura hipocresía. Si hiciéramos una exhaustiva revisión de los chistes más populares, deberíamos, no ya censurarlos, sino prohibir la gran mayoría. Los del gangoso, el tartamudo, el tonto del pueblo, del maricón, etc. etc, etc. Quizá los de Lepe estarían a favor, pero lo dudo, pues siempre han mostrado su beneplácito, tomándolo como una broma. Creo que hay que diferenciar entre una frase, un gag o un cuento infantil hecho según la "cultura popular" del momento a lo claramente hiriente y ofensivo y que pretende, no solo ridiculizar, sino atacar deliberada y cruelmente a una perdona o a un grupo social.
    Lo de revisar los cuentos infantiles por machistas me resulta ridículo, como tantas otras cosas, como tener que reflexionar profundamente sobre lo que vas a decir, no sea que moleste a algún colectivo. Tendremos que confeccionar un diccionario de sinónimos para que podamos hallar una equivalencia aceptable y politicamente correcta a los calificativos que hasta hace poco eran "normales" y carentes de malicia. Y ya no hablemos de la forma en que nos tenemos que dirigir a un colectivo, ateniendo a su sexo. Decir "el hombre", para referirse genéricamente al ser humano es perfectamente correcto, al igual que decir "niños" cuando nos referimos al colectivo de niños y niñas. Me resulta absurdo tener que estar diciendo "niñas y niños", "mujeres y hombres", "médicas y médicos", etc. Y ya no digamos del empleo del genero neutro, como "compañeres". Y volviendo al asunto de irnos al extremo contrario, en algunos colectivos y partidos progres ahora lo que toca es usar exclusivamente el género femenino. Decir "nosotras", englobando a ambos sexos me parece de un feminismo exagerado y sin sentido.
    En fin, Pedro, que muchas veces a la gente que va de guay les gusta rizar el rizo.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Saludos, Josep.
    Siento repetirme, de veras, pero es que la frase de Zappa en la que aseguraba que el bloque básico sobre el que el Universo está construido es la estupidez y no el hidrógeno me parece de lo más acertado. Albert Einstein, otro genio, también aseguraba que sólo había dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana, y que de lo primero no estaba del todo seguro. Así pues, si dos mentes preclaras como Frank Zappa y Albert Einstein coinciden en señalar la estupidez del hombre (y la mujer) como el mayor mal de nuestro tiempo, no tengo nada más que añadir, señor juez. Y además, coincido al 1000% con ambos.

    Lo del lenguaje inclusivo está llegando a unos límites de gilipollez tal que ni los Monty Python en sus mejores tiempos podrían haber escrito algo tan ridículo y estúpido. Según "los genios y genias" que quieren manejar los nuevos tiempos, hasta al pobre Félix Rodríguez De La Fuente habría que tacharlo de machista incurable, pues su mítico programa de los 70 habría que haberlo titulado "El Hombre, la Mujer y la Tierra". Tampoco las series infantiles se libran de este mal endémico, pues a la famosa serie "Érase una vez el Hombre" habría que adecuarla a los nuevos tiempos y rebautizarla como "Érase una vez el Hombre y la Mujer". Y, por supuesto, Neil Amstrong debería volver a enfundarse un traje espacial, subirse a un cohete, despegar de la Tierra, llegarse hasta la Luna, y, al alunizar, volver a reformular su famosa frase: "Un pequeño paso para el hombre y la mujer, y un gran salto para la humanidad". ¡Será machista el tío!

    Lo del género neutro es ya de una estupidez tan supina que insulta a la inteligencia.
    ¿De verdad, pero de verdad de la buena, que estos temas eran los más urgentes de la lista de males que asolan a la humanidad desde que el mundo es mundo? Será que soy gilipollas, pero para mí que el hambre, las guerras, la corrupción, la desigualdad social, la distribución de la riqueza, el calentamiento global, las enfermedades, el monopolio de las multinacionales, y un largo etcétera, los considero asuntos más urgentes a tratar y combatir, y no el llamar "compañeres" a un grupo de capullos y capullas que aspiran a combatir a "la Casta" convirtiéndose ellos en "la nueva Casta". Para ese viaje no necesitamos alforjas, compañeres.

    Un abrazo guay del Paraguay, amigo y amigue Josep. ; )

    ResponderEliminar
  4. Lo de lo politicamente correcto, por no llamarle estúpidez, es ya una epidemia. Confiemos en que, como toda epidemia, acabe pasando, aunque supongo que dejará secuelas.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Saludos, Luis MP.
      Contra el coronavirus tuvimos la vacuna, y, poco a poco, se ha conseguido menguar su daño. Contra la estupidez me temo que sólo tenemos el sentido común que, muy a pesar nuestro, es el menos común de los sentidos. Miedo me da lo que está por venir.

      Un saludo.

      Eliminar