miércoles, 5 de febrero de 2020

DISFRUTANDO DEL PASEO

Imagen real de mí mismo con mi mecanismo. Hasta en la forma de pisar se me nota la mala leche que llevo encima.
 

Estoy yendo a caminar. Otra vez. Lo hago, entre otras cosas, para fortalecer la zona lumbar y aliviar los dolores de espalda. Y perder peso. Otra vez.
A veces pienso que esta guerra con la báscula no la voy a ganar nunca. Llevo peleándome con ella desde que era un chaval. Y aunque ocasionalmente he logrado vencer al sobrepeso, al final el muy traicionero ha acabado adelantándome por la derecha, como esos motoristas que aprovechan las paradas de los semáforos o las retenciones en los túneles para pasarte de largo como molestos mosquitos en una calurosa noche veraniega.
Volviendo al ejercicio físico: lo odio. No me gusta. Nunca me gustó. Es más, no entiendo a la gente que consigue disfrutar del hecho de correr largas distancias, como esos viejecitos que se preparan durante meses para participar en una importante maratón, hallando así un motivo extra para levantarse todas las mañanas de la cama ilusionado y con ánimos renovados. ¡Con la de actividades placenteras que tenemos a nuestra disposición para levantarnos por la mañana de la cama ilusionados y con ánimos renovados! Incluso conozco algunas actividades igual de placenteras para las que ni siquiera es necesario abandonar la cama.
Tampoco entiendo a esa peña que halla satisfacción machacándose en el gimnasio, aprisionados en esos incomodísimos aparatos para hacer abdominales, fortalecer las piernas o los glúteos o ensanchar los pectorales. Y menos entiendo a esos otros y otras que lo flipan haciendo el gamba frente a uno de esos monitores de gimnasio que parece que se han dado un chute de entusiasmo cada vez que empiezan una clase de spinning, subidos a sus bicicletas, poniendo cara de velocidad mientras pedalean frenéticamente dejándolo todo perdido de sudor, como si se hubiesen dejado un grifo de sudor abierto en algún lugar de su anatomía.
Y eso por no hablar de los flipados de la zumba fitness. Hace poco conocí a uno de esos especímenes que practica este tipo de entrenamiento, y claro, al hombre le resultaba ciertamente difícil reprimir el impulso de hablar de lo maravillosamente bien que le sentaba hacer este tipo de rutina en su gym —sí, este menda es de esos gilipollas que llaman gym a los gimnasios de toda la vida; como si adoptando el anglicismo le otorgase una pátina de modernidad y de estar “a la última”—.
Y podría ser verdad. Tal vez, sólo tal vez, el tío disfrutase de veras de sus clases de zumba fitness. No seré yo quien se lo discuta. El problema, a mi modo de ver, es que no se le notaba lo más mínimo el supuesto esfuerzo, ya que este tío llevaba unas camisas tan pegadas a su anatomía que dejaban entrever unas prominentes lorzas, las cuales amenazaban con disparar algún botón de la camisa, al estilo increíble Hulk, y darle a alguien y matarlo. No se me ocurre manera más triste de morir que a consecuencia de un botonazo expulsado violentamente de la camisa de un redomado gordinflas que se las da de moderno y de estar a la última insistiendo en llamar gym a los gimnasios de toda la vida.
Retomando el asunto de mis caminatas, hace unos días me encontré con una vieja amiga que vive en el mismo edificio que yo. Hubo un tiempo en que ambos, que por entonces estábamos en baja forma, quisimos enmendarnos de alguna manera. Con esa intención acordamos quedar para ir a caminar juntos cerca de casa.
Honestamente, nunca pensé que hallaría a alguien más vago que yo. Y entonces apareció ella.
Fuimos a un parque cercano que el ayuntamiento de mi ciudad había remodelado recientemente. En realidad llevaba años haciéndolo —lo de remodelar, digo—. Invertir en obras públicas es la manera que tienen los políticos de “despistar” pasta que, por arte de magia, siempre acaba metida en sus bolsillos. Y quien dice “bolsillo” bien pudiera decir “cuentas opacas en paraísos fiscales de difícil acceso”. En fin, la historia de la humanidad resumida en un par de líneas. Nada nuevo bajo el sol.
Nos habíamos quedado en aquel primer día de ejercicio en el gran parque recién remodelado. No somos los únicos. Mi amiga también se quedó en aquel primer día, pues nunca más volvió a quedar conmigo para ir a caminar. Por alguna razón que se me escapa, llegó a la conclusión de que con aquel único día había tenido suficiente ejercicio para varios meses, incluso años, pues de esto hace ya como tres años y desde entonces no hemos vuelto a quedar para ir a caminar.
Hace unos días me la volví a encontrar. Yo venía de hacerme una de mis rutas habituales en solitario. Al verme me dijo:
Te he visto otras veces. Pero nunca te digo nada.
¿Y eso? ¿Por qué? —dije yo.
Aparte de que vas con tus auriculares puestos, imagino que oyendo tu música a todo trapo, siempre traes esa cara como de enfadado con el mundo, y me da cosa decirte nada.
Me eché a reír.
Es cierto que cuando voy a caminar se me pone cara de mala leche. Ya he dicho antes que odio hacer ejercicio, y cuando hago algo que sé que debo hacer pero que odio hacerlo, ¿no pretenderéis encima que lo haga mostrando una amplia sonrisa de oreja a oreja, verdad? Es como lavar el coche. Lo odio. Entre otras cosas, porque te tiras casi una hora dándole que te pego —soy de los que limpia el coche a mano—, y luego no te dura limpio ni dos días. ¿De veras creéis que me nace sonreír cuando llevo un rato agachándome para mojar la esponja en el cubo de agua y jabón, levantándome y estirándome para restregar el jabón por toda la superficie del coche, luego volviéndome a agachar para humedecer la gamuza de fibra, incorporarme, exprimirla para quitarle el agua, y pasarla por la carrocería para el secado, y así una y otra vez hasta completar la carrocería? Pues lamento desilusionaros, pero no me nace sonreír.
La única forma que he encontrado de poder engañarme a mí mismo y salir a caminar un rato es poniéndome mis auriculares, enchufarme mi reproductor de mp3 y poner cara de mala leche mientras dejo que mi mente corra libre y despreocupada a kilómetros de distancia de donde me encuentro. Supongo que esa es la razón por la que mi mente jamás tendrá problemas de sobrepeso, y que siempre mostrará una envidiable figura de lozanía y buena salud. Y encima parece disfrutar del hecho de correr libre y despreocupada. ¡Qué envidia me da la jodía!



8 comentarios:

  1. Joder (con perdón), Pedro. Cada vez tenemos más cosas en común. ¿A ver si resultará que somos hermanos gemelos que nos separaron al nacer? Ay, no, no es posible: yo ya voy por los setenta y tú todavía eres un chavalote, alto y corpulento, y yo, además de viejo soy más bien canijo.
    El caso es que nunca me han gustado los deportes y he ido al gimnasio dos veces en mi vida (sin contar la clase de gimnasia del colegio, a la que odiaba): la primera, a mis quince años, porque mi madre, empeñada en que me desarrollara, me apuntó a traición. Solo duré el primer mes que había abonado. Tengo que aclarar que era un gimnasio de barrio muy cutre y sus clientes eran esos tipos con músculos que no sabía ni que esistieran, que me daban más grima que miedo, sobre todo en las duchas; y la segunda para prepararme para las pruebas para acceder a las milicias universitarias en lugar de la mili normal, y duró lo que duró ese cursillo, unos tres meses. Y acabé con un esgingue inguinal. Desde entonces jamás he puesto los pies en un "Gim". No niego que me ayudaría a fortalecer los músculos de la espalda (yo también sufro de vez en cuando de lumbago), pero me da mucha pereza. Soy un poco como aquel de dijo: "Me apunté al gimnasio hace seis meses y no he adelgazado ni un gramo. No, si al final tendré que ir a ver qué coño pasa".
    Cada cual se lo pasa bien a su modo. Yo tengo un amigo que si no va al gimnasio o no juega al pádel, le entra el mono, y eso que tiene una hernia discal que le atormenta. Yo, como tú, prefiero caminar y lo vengo haciendo a diario desde que me jubilé. Me resultaba soberanamente aburrido ir solo y hacer siempre el mismo recorrido por el pueblo, pero desde que tengo perro, es él quien más me obliga a salir y me lleva allá donde le da la gana. Yo simplemente le sigo. Suelo dedicar una hora al día (dos salidas de 30 min., mediodía y tarde, pues mi mujer se encarga de sacarlo temprano por la mañana) que eqjivale, más o manos, a 10.000 pasos (tengo una aplicación en el móvil que los cuenta y te dice las caloráas que has gastado), pero reducir la tripa nada de nada, aunque sí me siento más agil y tengo muchas menos crisis lumbares.
    Ánimo, pues, amigo, que Zamora no se ganó en una hora.
    Un fuerte abrazo.

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    1. Gracias por lo de chavalote alto y corpulento. Se lo agradezco en el alma. Pero mucho me temo que este año dejaré de ser "chavalote" para convertirme en "señor". Eso sí, un señor alto y corpulento. Y que seguirá odiando hacer ejercicio. Aunque lo hará. Con música a tope y cara de mala leche, pero lo hará. Y seguirá sin ir al "gym".

      Yo, al igual que tú, también tuve mi época de gimnasio. Sólo que yo duré más tiempo. Yo estuve más de un año. Y me fue bastante bien, la verdad. En seis meses perdí 14 kilos de grasa y gané músculo. Nunca me había sentido físicamente mejor que en aquella época. Pero había un problema: no me gustaba el gimnasio, ni la fauna que allí se congregaba. Aquello era como una feria de las vanidades, con gente comparándose los músculos, o compitiendo entre ellos para ver quién hacía más series de no se qué o quién levantaba más peso o quién aguantaba mejor la clase de spinning o de lo que carajo fuese. Al principio hice dos buenos amigos en el gimnasio, gente normal que iba, como yo, a ponerse en forma, sin exhibiciones ni gilipolleces. Pero los dos acabaron dejándolo, y yo me quedé solo. Y, entre que aquello cada vez me gustaba menos y que ya no tenía a mis amigos para echarnos unas risas y apoyarnos, acabé por dejarlo. Y claro, una vez lo dejas te abandonas, y en un par de meses arruinas lo conseguido en casi un año de duro trabajo. Por eso digo lo de la lucha eterna contra la báscula. Porque esa ha sido mi experiencia.

      Ahora voy a caminar prácticamente todos los días. Y aunque hay días que realmente lo disfruto, otros voy como a remolque, por obligación, para acallar mi conciencia que me machaca cada vez que decido no ir.

      Te doy la razón en cuanto a sentirme más ágil. Y ciertamente mis dolores de espalda prácticamente han desaparecido. De hecho, los he sustituido por dolores en los gemelos, la planta de los piés y, de vez en cuando, las caderas. Aún así, he salido ganando. Prefiero mil veces que me duelan los pies a que me duela la espalda. Preferiría que no me doliese nada, la verdad. Pero, a nuestra edad, me temo que eso significaría que ya estamos muertos. Y, honestamente, prefiero seguir vivo, aunque me duela alguna parte del cuerpo. ; )

      Un fuerte abrazo, Josep. Y gracias por la visita y el comentario. ¿Ves? Hoy, gracias a ti, iré a caminar con mejor ánimo. Agradecido. : )

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    2. Pues ya somos tres, chicos, yo también odio hacer ejercicio.Me pasaría el día en casa leyendo, cocinando y escribiendo. No siento casi ninguna necesidad de salir de casa a no ser para tomar unos vinos o comer con amigos o con mi chico. pero desde que me he jubilado, me he propuesto dedicar un poco de ese tiempo extra a caminar por las carreteras que unen los pueblos de la zona que casi no tienen tráfico. Todo sea por mantener las piernas un poco ágiles y el corazón y los pulmones aireados, pero confieso que me encanta que amanezca lloviendo y tener la excusa para no salir.
      En el gimnasio duré tres meses. Iba dos día a la semana a pilates y estaba encabronada toda la semana pensándolo (el día que tenía que ir rayaba en la histeria). Cuando vi que lo que ganaba en salud física lo iba a perder en salud mental, me despedí sine die.
      Se ve que a los tres nos gusta más poner a pasear la mente que el cuerpo. Y así de ágil la tenemos, ja ja.
      Un beso a los dos.

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    3. ¡Qué crack, Rosa! Al leer lo de: "Iba dos días a la semana a pilates y estaba encabronada toda la semana pensándolo", no he podido evitar soltar una carcajada. Jajajajaja

      A veces se siente uno un poco mal admitiendo delante de según qué clase de personas que odias hacer ejercicio. Notas sus miradas de desaprobación caer sobre ti, como académicos de la lengua cuando dices que escribes humor. Te miran y te dicen: "Pues muy mal. El ejercicio es fundamental, es maravilloso, es súper sano y tal. Yo voy todas las semanas a clases de...". Corto aquí porque, normalmente, dejo de escuchar a partir de lo de "súper sano". Ya sé que es sano hacer ejercicio. También lo es comer cosas insípidas y sin sustancia, dejar a un lado los aperitivos y los picoteos entre horas, no tomar bebidas azucaradas y renunciar al alcohol. Pero da la casualidad de que todo lo "insano" es lo que mejor sabe, y lo que más atracción ejerce sobre nosotros. Por eso cuesta tanto vivir una vida sana y equilibrada. Si fuese tan fácil nadie estaría gordo ni hecho una mierda. Y la gente moriría sana y feliz. ; )

      Yo también me pasaría el día en casa leyendo, escribiendo, escuchando música, viendo series y pelis y hasta rascándome los sobacos en plan Bukowski. Cualquier cosa con tal de no ir a caminar. Pero mi mala conciencia es más pesada que un jefe tiquismiquis, y no para de darme el coñazo para que levante el culo y salga a hacer algo de ejercicio. Y al final, por no oirla, me pongo el chándal, me enchufo mi reproductor de mp3 y allá que me voy, a cumplir como Dios manda. O más bien como mi conciencia manda. ¡Pues anda que manda! ¡Y tanto!

      De momento, ya somos tres miembros en el CLUB DE ODIADORES OFICIALES DEL EJERCICIO FÍSICO Y LA GENTE QUE DICE GYM EN VEZ DE GIMNASIO DE TODA LA VIDA. Pásate por la oficina para recoger tu carnet de socia (pero sin encabronarse, ¿eh?) Jajajaja

      Un beso, Rosa.

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    4. Me encanta el club. Gracias por invitarme a formar parte de él. Acepto encantada (y sin encabronarme) el carnet.

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    5. Gracias a ti por aceptar la invitación. La buena gente con sentido del humor es siempre bienvenida al Club. Y mira, para que veas que no somos unos muermos ni unos intransigentes, si en algún momento sientes la necesidad de encabronarte, pues te encabronas y ya está, aquí paz y en el cielo pastelitos de gloria (uhm, qué ricos, por Dios). ; )

      Un abrazo, Rosa.

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  2. Hay Pedro que yo también soy una de esas que me obligo a caminar para hacer ejercicio. Cuando era más joven vivía en Ermua y con mis hijos de silla caminaba 4 kms. hasta Eibar para visitar a mi madre. entonces no me sobraba un gramo. Ahora estoy mas pasiva aunque si fui un año entero que me enviaron una promoción y aguanté todo el año haciendo bici y ejercicios varios.Hoy en día me obligo a caminar diariamente mas de una hora. Unos días hago mas de 15000 pasos y me mantengo en forma. Pero al revés que uds. Yo llego a casa con dolor de espalda que se me quita poniendo en mi espalda calor. Desde mis años de buena talla a ahora le gané peso de 10 K. e intento que no subir. Eso de la talla es mantenerse en forma y ágil que perder peso. Un abrazo.

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    1. Hola, Mamen.

      Caminar es sano. Hacer ejercicio es sano. Pero cuesta lo suyo. Yo, aunque en ocasiones a regañadientes, me obligo a caminar (casi) todos los días. Suelo dejarme un día para mí, para hacer el vago y reponer fuerzas. El resto, procuro hacerme, como mínimo, mis cuarenta y cinco minutillos, y tres días a la semana me hago entre dos horas y dos horas y media, unos ocho kilómetros y medio o así. Eso no sólo me mantiene en forma, sino que me ayuda a fortalecer los músculos de la espalda. Gracias a esta rutina he conseguido librarme de los dolores de espalda, y me noto más ligero y ágil. Como digo más arriba cuesta lo suyo, pero merece la pena el esfuerzo.

      Un abrazo, Mamen. Gracias por la visita y el comentario. : )

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