miércoles, 23 de septiembre de 2020

ETERNOS DESCONOCIDOS (Parte 1)

 



Ocurrió de forma inesperada; lo cual, ahora que lo pienso, fue la mejor manera en que pudo haber ocurrido. Cero expectativas, cero nervios en las horas previas, cero inquietud de espíritu ante la incertidumbre de algo que puede o no puede suceder.

Un buen amigo de entonces celebraba su despedida de soltero. Nada escandaloso, ya lo avanzo. De hecho, puedo afirmar con rotundidad que fue la despedida de soltero más sosa a la que he asistido. No he asistido a muchas, ésa es la verdad. Sólo a tres. Y de las tres, aquella fue la más sosa. Al menos inicialmente.

Mi amigo había optado por celebrar su despedida en un bar de copas. Para ello había invitado a sus compañeros de trabajo, a los que yo no conocía de nada al margen de las anécdotas del curro que mi amigo me contaba. Así que, a excepción de mi amigo, yo no conocía a nadie. Y ellos tampoco me conocían a mí.

Llegué al bar a la hora acordada. Encontré a mi amigo en la barra con un par de tíos. Supuse que se trataba de los compañeros de curro de los que tanto me había hablado. Acerté en mi suposición. Mi amigo hizo las presentaciones de rigor, tras lo cual, ocupamos una mesa libre y pedimos unas cervezas.

Al segundo sorbo comenzaron los chistes y las bromas. En ese terreno siempre me he sentido bastante seguro de mí mismo. Hasta donde mi memoria alcanza, siempre me he sentido cómodo haciendo bromas y observaciones graciosas. Es como una especie de don, de habilidad social, que me sale de forma innata y que nunca he intentado indagar sobre su procedencia. Supongo que el que es bueno en aritmética tampoco se pregunta de dónde le viene esa habilidad para hacer cálculos complejos sin esfuerzo aparente. Simplemente lo hace y ya está. Pues yo, igual. Hago chistes y bromas sin saber de dónde salen. Simplemente las hago, y ya está.

Pronto, al cuarteto inicial, es decir, mi amigo, sus dos compañeros de curro y yo, se nos unieron otros dos compañeros de curro de mi amigo. Según me confirmaron, ya estábamos todos.

A la segunda ronda de cervezas alguien sugirió ir a una terraza que habían instalado por la zona de los muelles. A todos les pareció bien. A mí no tanto. No me gustan las aglomeraciones, ni la música que suelen poner en esos sitios. Y algo me decía que esa terraza iba a estar petada de gente y con la música salsa, que detesto, a toda pastilla.

Obviamente, al ser minoría, no tuve más remedio que ceder. Tampoco era cuestión de poner pegas a algo en lo que todos, incluido mi amigo, parecían estar de acuerdo. Era eso o largarme. Y, la verdad, preferí esforzarme un poco y no ir de aguafiestas por la vida. Al menos aquella noche, cuyo protagonista era mi amigo y no yo.

Mi intuición la clavó. El sitio estaba petado de gente y la música salsa sonaba demasiado alta.

Nos acercamos a la barra. Pedimos algo y nos apalancamos alrededor de la barra, que, curiosamente, era donde menos gente se congregaba. La mayoría de la peña se apelotonaba alrededor de la gran pista de baile, que cubría la mayor parte del recinto.

Yo me busqué sitio en una esquina de la barra y me entretuve echando miradas furtivas aquí y allá, mientras en mi cabeza planeaba una excusa perfecta que me permitiese escapar de allí cuando me sintiese superado por el aburrimiento.

A mi izquierda, a un par de metros de distancia, había una chica que me llamó la atención al instante. Apoyada en la barra, tenía idéntica cara de aburrimiento a la mía. Me sentí hermanado al instante con aquella chica y su aburrimiento.

Por desgracia, no fui el único que se fijó en ella. Uno de los colegas de mi amigo también lo hizo. Y, aunque procuré que no se me notase, me jodió que fuese él y no yo quien rompiese el hielo dirigiéndose a la chica aburrida.

Como la música sonaba altísima me fue imposible escuchar lo que se dijeron. Sólo sé que ella le dedicó una tímida sonrisa de compromiso. Conozco ese tipo de sonrisa. La he padecido durante muchos años. Tantas, que me considero un experto. Es la clásica sonrisa con la que una chica te está diciendo: «Lo siento, pero no me interesas. Pero como soy una buena persona y no me gusta ir por ahí rompiendo ilusiones ni creando mal rollo, te dedico esta media sonrisa con la esperanza de que te busques a otra a la que dar la brasa y me dejes a mí en paz».

El colega de mi amigo resultó no ser tan experto en sonrisas como yo, por lo que, ignorando el mensaje, siguió dándole la brasa a la chica aburrida.

De vez en cuando la chica aburrida y yo nos cruzábamos las miradas. Y, al tiempo que nos mirábamos, nos sonreíamos mutuamente. En su sonrisa yo quise advertir una especie de mensaje cifrado, en plan: «Por favor, ¿le puedes decir al plasta de tu amigo que no me interesa y que me deje en paz de una puñetera vez?».

En una de estas, aprovechando que el plasta se había separado unos metros para meter baza en la conversación que estaban manteniendo mi amigo y sus otros compañeros de curro, me armé de valor y me acerqué a la chica aburrida. Como la música seguía sonando a toda pastilla, le hice señas para que acercase su oreja a mis labios.

Creo que le gustas a este tío. Y antes de que pienses lo que no es, déjame decirte que no es mi amigo.

Ella sonrió. Luego me hizo señas para que esta vez fuese yo quien acercase mi oreja a sus labios.

Pues siento decepcionarte —dijo ella—, pero a mí no me gusta nada de nada este tío del que dices que no es tu amigo.

Sonreí. Y ella me devolvió la sonrisa. De repente, sentí que ambos dejábamos a un lado el aburrimiento.

Volví a acercarme a ella.

Te juro que no es mi amigo. Hablo en serio.

Tranquilo. Te creo —dijo ella.

Y otra cosa, déjame decirte que supuse que no te gustaba este tío.

¿Qué te hace estar tan seguro?

Porque es un plasta. Y tú tienes cara de no soportar a los plastas.

¿Y qué cara se supone que tengo?

De chica inteligente, que sabe lo que le gusta y lo que no. Y está claro que a una tía inteligente no le van los plastas. O no sería inteligente. Es de cajón.

A propósito, si ese tío no es tu amigo, ¿por qué estáis juntos?

Es una larga historia.

No sé si te has dado cuenta, pero, ahora mismo no tengo nada mejor que hacer.

Ni yo. ¿De verdad quieres saberlo?

Sí, por favor. Me muero de aburrimiento.

Ya antes había notado que la chica no estaba sola. Parecía formar parte de un grupo de chicos y chicas que pululaban a su alrededor. Aunque, eso sí, ella parecía no prestarles mucha atención. De ahí su cara de aburrimiento.

¿Y tus amigos? —dije señalando con la mirada al grupo.

Tampoco son amigos míos. También es otra larga historia.

No me digas.

Si te digo. Si quieres, te cuento mi historia. Pero antes, prefiero oír la tuya.

Vale. Me acabo esta cerveza, me pido otra y seguimos hablando. ¿Quieres tú algo?

No. Con este refresco de limón tengo para rato.

Vale.

Así que liquidé de un trago lo que quedaba de cerveza y pedí otra. Afortunadamente, el camarero se mostró bastante diligente, por lo que en menos de nada ya tenía una nueva cerveza en la mano.

¿Por dónde íbamos?

Ibas a contarme qué pintas tú en medio de ese grupo de gente que no son tus amigos —dijo ella.

Cierto. Pues mira...

Me disponía a contarle mi historia cuando el plasta, inasequible al desaliento, volvió a la carga.

Perdona —me dijo, mientras pasaba por mi lado hasta a acercarse a la chica.

A esas alturas de la película, sabiendo lo que ya sabía, decidí tomármelo con filosofía. Así que evité interponerme y dejé que el plasta le comiese la oreja a la chica, mientras, sin que él me viese, le dedicaba sonrisas cómplices a ella. Luego de un breve intercambio de frases, el plasta regresó a su grupo de colegas del curro y yo volví a ocupar mi lugar.

La chica me hizo gestos para que me acercase.

¡Jesús, qué pesado es!

Me hizo gracia el comentario. Solté una sonora risotada.

Venga, cuéntame tu historia. A ver si así se me pasa el mal rollo de tu no amigo.

Vale —dije riendo—. ¿Ves a ese tío de ahí, el de la camisa verde? Es mi amigo. Nos conocemos desde 7º de EGB. Resulta que se casa la semana que viene, y ésta es su despedida de soltero.

¿Y los otros tíos?

Son compañeros del curro de mi amigo.

Incluido el plasta —dijo ella.

Incluido el plasta —confirmé yo—. De hecho, los acabo de conocer esta noche. Y, como habrás podido deducir, me aburro como una ostra con ellos.

Ahora me cuadra todo.

Es más, te confieso que llevo rato intentando inventar una excusa para largarme a mi casa antes de que el aburrimiento me acabe hundiendo en la miseria. No soporto los sitios abarrotados y, espero no ofenderte, pero odio esta música. No es mi rollo.

Para nada me ofendes. A mí tampoco me va este tipo de movidas. Yo soy más de pubs de ambiente tranquilo y relajado, donde se pueda tomar algo mientras conversas.

Menos mal. A veces pienso que soy un viejo en el cuerpo de un joven. ¿Te suena el concepto «viejoven»?

Claro —dijo ella entre risas—. Ya somos dos.

Y dime, abuela, ¿cuál es tu historia?


(continuará)



8 comentarios:

  1. En primer lugar, decirte que llevas razón con lo de que esa despedida de soltero era de lo más sosa. Yo no he asistido a ninguna. "En mis tiempos" no se llevaba eso de despedirse de la soltería con los amiguetes antes de la boda. Y otra cosa que me ha llamado la atención es la poquísima concurrencia a esa fiesta de despedida a la que, tengo entenido, suele acudir un montón de amigos. Así que solo tres, sin contar al novio, se me antoja una celebración, no solo sosa sino además muy triste, je,je.
    Tal como lo planteas, parece una historia real. De ser así, con la chica de la barra hubo una clara conexión y una excelente oportunidad de iniciar una relaciín, si no estable, sí bastante interesante. Me quedo con las ganas de saber hasta dónde llegó esa compatibilidad de gustos y caracteres.
    Un abrazo.

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    1. La historia es real. Sólo puedo decirte eso. Y en cuanto al desenlace, no tendrás que esperar mucho para conocerlo. El miércoles de la próxima semana tendrás la segunda y definitiva parte. No te avanzaré nada para no estropearte la sorpresa. No quiero que me tachen de hacer "spoiler" de mi propia obra. ; )

      En cuanto a lo soso del evento, sí que lo fue. Yo me sentía como pez fuera del agua, ya que, salvo a mi amigo, no conocía a nadie. Encima, no siempre conectas con gente que te acaban de presentar, por mucho empeño y buenas intenciones que pongas en ello. Y con aquella gente, aunque todos pusimos de nuestra parte, no llegué a conectar del todo.

      Un abrazo, Josep.

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  2. Me has dejado con dos palmos de narices y esperando la continuación de una historia que se presenta interesante.
    Odio las despedidas de solteros, hombres o mujeres. León se convirtió en un sitio típico para esos eventos y era horrible cruzarse los fines de semana con un grupo de seres disfrazados de forma grosera y soez, borrachos, gritando y ocupando calles y bares como si fueran suyos. En muchos locales había carteles en los que se ponía que no se les admitía. Por fortuna (no hay mal que por bien no venga que dice el refrán) la COVID terminó con esa costumbre porque no he vuelto a ver nada de eso con posterioridad.
    En comparación, la fiesta de tus personajes es sosa, pero mucho más respetuosa. Por ahora.
    Un beso.

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    1. Hola, Rosa.

      Lamento haberte dejado "a medias". Decidí dividir la historia en dos partes porque, al terminarla, me di cuenta que había quedado demasiado larga (unos 9 folios en formato word). ¡Y eso que eliminé líneas de diálogo! Y es que, cuando me entra la fiebre "tecleadora", no hay quien me pare. ; )

      Yo tampoco he sido mucho de despedidas de soltero. Sólo he asistido a tres en mi vida, y en ninguna ha habido nada de lo que avergonzarse (en dos de ellas, incluso, asistieron los padres de los novios, así que ya te puedes hacer una idea). Y ahora, que ni tengo ganas ni amigos a los que despedir de su soltería, menos voy a ser. Estoy viejo pa' eso. Jajajaja

      Un beso, Rosa.

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  3. Habrá que esperar para conocer la historia de la chica y ver en qué acaba todo, aunque me da en la nariz que entre esos dos hay tema.
    Nunca me han gustado las discotecas, ni siquiera cuando era joven. Eso de hablar a voces como que no me va, aunque a allí se va a bailar y a acercarse a alguien que te mole y acercarse mucho con la excusa de que no se oye bien. Siempre he preferido lugares más tranquilos donde se puede charlar a gusto (y ser una plasta con todas las de la ley y sin dar posibilidad a mis víctimas de que escapen alegando que quieren bailar, ja).
    Espero esa segunda entrega.
    Abrazos.

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    1. El próximo miércoles tendréis la segunda y definitiva parte puntualmente publicada. Palabrita del Niño Jesús. ; )

      Yo tampoco he sido mucho de discotecas. Ni era mi música ni era mi rollo. Mis colegas de entonces y yo éramos más de bares cutres o pubs de ambiente donde se pudiese hablar sin dar voces y jodernos las cuerdas vocales o llegar a casa con los oídos pitándonos de la música tan alta. Y eso que a nosotros nos gustaba el rock. ¡Para que luego digan que "el rock and roll es polución sonora"!, como cantaban mis adorados AC/DC. Para polución sonora la música latina y el chunda-chunda de los dj's de ahora. La madre que los parió. Eso no es música ni es ná. :P

      Abrazos, Kirke. : )

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    2. Me estoy preguntando, ya que eres un rockero de pro, si a ti te gusta Rosendo y Leño. Si es así, te recomiendo que pases por mí Facebook, en el diario de mi reconfinamento hablo de él, lo mismo te gusta ;)
      Más abrazos

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    3. Yo era más de rock duro: Barón Rojo, Obús, Santa, Panzer, Ñu (donde, por cierto, comenzó Rosendo antes de formar Leño). A mí el rock urbano no me llamaba mucho la atención, salvo a finales de los ochenta, que coincidió que estuve trabajando en PolyGram, la misma casa discográfica que llevaba a Barricada y Los Suaves. De Barricada aún tengo un par de discos. Y a Rosendo y Leño, aunque los respeto, nunca les presté demasiada atención. Aún así, me paso por tu Facebook. ¡Faltaría plus! ; )

      Más abrazos rockeros. : )

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