Cuando mi abuelo enfermó y debía quedarme con él algunas noches en el hospital, pensé que había llegado el momento de rascarme el bolsillo e invertir en un dispositivo que me permitiese leer libros electrónicos, haciendo que aquellas horas que me pasaba despierto o maldurmiendo en aquellos incomodísimos sillones de hospital no se me hiciesen eternas.
Tras meditarlo en profundidad, sopesando los pros y los contras entre ambas opciones, finalmente me decanté por una tablet antes que por un e-reader. ¿La razón? Muy sencillo: la tablet me ofrecía más posibilidades.
Con la tablet, además de poder leer libros electrónicos en múltiples formatos, podía ver vídeos, escuchar música, ver y retocar fotos, acceder a Internet, e incluso descargarme algunos juegos sencillos de cartas (solitario), de sudokus, ajedrez, tres en raya o damas.
Así que me pillé una tablet. Y durante un tiempo me fue bien con ella. Me acompañó en las largas y tediosas noches en el hospital, en la sala de espera de mi doctora, y hasta en algunas noches de insomnio. Incluso se mostró como una leal compañera en los seis meses que me pasé postrado en cama, prácticamente inmóvil, aquejado de aquellos fuertes dolores de espalda que me bajaban desde la columna vertebral hasta la pierna izquierda como un latigazo de electricidad continuo.
Gracias a la tablet, podía acceder a mi cuenta de correo electrónico y responder o enviar correos sin necesidad de efectuar aquellas complicadas obras de ingeniería móvil, imprescindibles cada vez que me veía obligado a incorporarme.
Otra de las utilidades que encontré en aquella tablet fue la posibilidad de cargar en ella los borradores de mis libros o relatos, facilitándome la tarea de corrección y edición de mis textos gracias a las aplicaciones que logré bajarme y que me permitían escribir notas que luego grababa en formato doc.
Todo fue bien, hasta que un día empezaron a salirle unas manchas, cada vez más grandes, a la pantalla. Con el tiempo, esas manchas llegaron a ser tan molestas que no tuve más remedio que acudir al servicio técnico a cambiar la pantalla. Tuve suerte, pues apenas faltaban un par de semanas para cumplirse el periodo de garantía. De este modo, el cambio de pantalla quedó cubierto por la garantía. Así y todo, no tuve tanta suerte con el plazo de reparación, pues este se alargó unos dos meses y pico.
En cualquier caso, una vez reparada la pantalla, decidí pagar un extra y ordenar que me colocasen un protector de pantalla anti-impactos, como la que suelen llevar las pantallas de los teléfonos móviles y los i-phones. Aquello me salió por unos 30 euros que, apenas cinco meses más tarde, resultó ser una inversión nefasta, pues en una infortunada caída, la pantalla de mi tablet se rajó de lado a lado y el aparato dejó de funcionar.
Adiós a la tablet.
Como suele suceder con cada electrodoméstico o aparato que decides meter en tu vida, con el tiempo acabas creando una necesidad y una dependencia que antes no tenías. Pasa con todo. Hace treinta años no existían los teléfonos móviles, y nadie los necesitaba ni dependía de ellos para nada. Hoy en día si no tienes teléfono móvil la gente te mira raro, como diciendo: «¿De qué planeta vienes, amable troglodita?». Lo sé porque lo vivo a diario. Cada vez que alguien me pide el número de móvil y confieso que no tengo, me miran raro. Alguno y alguna hasta me felicita, en plan: «Tú sí que sabes». Pero, honestamente, en el fondo creo que siguen pensando para sus adentros: «Pobrecito. ¿Cómo puede vivir sin móvil en pleno siglo XXI?». Y sí, lo confirmo, se puede.
Cuando se me rompió la tablet, se inició el periodo de abstinencia. Los primeros días, mermado en mis posibilidades de usar aquel invento para casi todo —leer, corregir textos, jugar, ver pelis o series, escuchar música, etc—, llegué a barajar la posibilidad de volver a comprarme otra.
Pero entonces volvió a surgir el viejo dilema: ¿y si en vez de otra tablet me pillo un e-reader?
Las razones para el cambio eran muchas y muy variadas. Para empezar, mis ojos comenzaron a resentirse al pasar tanto tiempo, la mayor parte a oscuras, pegado a aquella pantalla. Y eso que desde el primer día de uso bajé el nivel de luminosidad al mínimo. Pero, aun así, mis ojos sufrían de pasar tanto tiempo expuestos a esa luz artificial, que refulgía directamente hacia mis ojos.
Otra de las razones tenía que ver con el peso del dispositivo en sí. Mientras la tablet pesaba en torno a los 500 gramos, un e-reader apenas llega a los 180 gramos. Si bien en apariencia puede parecer poca diferencia, al tener en cuenta el tiempo que pasaba con el dispositivo entre las manos hacía que esa diferencia de peso se elevase exponencialmente, y que surgiesen, inevitables, los dolores de brazos, espalda y cervicales.
Así que, al final, tras darle no pocas vueltas al asunto, acabé pillándome un e-reader. Y no tardé en verle las ventajas.
A su ligereza y manejabilidad, hube de sumarle dos ventajas más: su luz incorporada iba directamente a la pantalla y no a los ojos del que lee, y, en segundo lugar, el hecho de poder cambiar el tipo de letra y el tamaño, para alguien miope como yo, se agradece un montón, ya que tengo libros en papel con una letra tan minúscula que me cuesta leerlos hoy en día.
Y para muestra, un botón:
Este es mi ejemplar en papel de El conde de Montecristo. Hoy día, tendría que usar una lupa para poder leerlo sin dejarme la vista en el empeño. |
Hay quien no soporta este tipo de dispositivos. Prefieren el libro en papel. Yo también lo prefería, hasta que empecé a ver las ventajas de leer en digital. Además, el uso de una opción no tiene porqué excluir necesariamente a la otra. Ambas se pueden combinar perfectamente.
Yo aún sigo leyendo en papel, si bien, algunos de los libros que poseo me resultan cada vez más incómodos de leer —algunas ediciones que poseo tienen la letra tan pequeña y tan inapropiada que no me explico cómo demonios pude leerlos alguna vez—.
Pero también leo en digital, pues me gusta disfrutar de la lectura antes de dormir, y el hecho de no tener que encender la lamparilla de la mesa de noche para leer supone una gran ventaja, pues no sólo no molestas a nadie, sino que ahorras en el recibo de electricidad, que, tal y como se ha puesto últimamente, parece que nos vendan oro en vez de energía.
Pensar que en ese pequeño dispositivo puedo almacenar cientos de libros y llevármelos conmigo tan ricamente y disponer de ellos en cualquier situación o lugar, es sencillamente maravilloso. Siempre que voy a la consulta del médico, o a un sitio donde sé que voy a estar mucho rato sentado, esperando turno o sin nada que hacer, aprovecho para abrirme el dispositivo y ponerme a leer. Es como llevarte tu propia biblioteca en el bolsillo, sin ocupar espacio ni joderte la espalda soportando kilos y kilos de peso.
Durante el periodo de confinamiento derivado del Covid-19, el e-reader se convirtió en un compañero ideal. De hecho, he ampliado mis horizontes lectores. A mis autores de cabecera, he ido añadiendo algunos autores clásicos que llevaba años queriendo leer y que siempre relegaba al fondo de mis preferencias y apetencias. De este modo, he leído autores como Henry Miller, Boris Vian, J.D. Salinger, Carson McCullers, Jonathan Swift, Francis Scott Fitzgerald, Senel Paz, Amelie Nothomb, Isaac Asimov, Ray Bradbury, Richard Brautigan, Miguel Delibes, Truman Capote, Guillermo Cabrera Infante, Serguei Dovlatov, Eduardo Galeano, Nick Hornby o Primo Levi, entre otros.
También he renovado mi manía por James Joyce y Raymond Carver. Aún en digital, sus libros me siguen pareciendo un coñazo insoportable.
Hace casi 12 años que leo en digital. Ya voy por el cuarto dispositivo. No se puede negar que todo son ventajas. Realmente no le veo un solo inconveniente más allá de cosas puramente sentimentales que se me curan cada vez que cojo un libro en papel y se me viene encima con todo su peso. Por desgracia aún hay alguno que no se publica en ebook. Me decían que para alguien que leía tanto como yo, no era buena idea, que era para jóvenes y gente que lee poco... Nada más lejos de la realidad.
ResponderEliminarEso sí, siempre en e-readder. Con tablet se me agotan los ojos.
Un beso.
Hola, Rosa.
EliminarTotalmente de acuerdo. Yo era de los que me negaba frontalmente al principio. El romanticismo del libro en papel pesaba mucho en mí. Toda la vida leyendo en papel ya me dirás. Hasta que probé y vi las ventajas que me proporcionaba el formato electrónico. Desde entonces, todo ha sido una progresión a favor del e-reader, ya que todo son ventajas. Excepto en el olor del papel y el tacto, en lo demás gana el formato electrónico por goleada. Además, gracias a los convertidores de formato gratuitos que hay disponibles en Internet he podido pasar a formato digital mis documentos en doc, lo que me facilita la labor de corrección y reescritura de mis propios manuscritos. Encima, se pueden insertar notas o marcadores en el libro que estás leyendo, o dejarlo justo donde lo acabaste para seguir en la próxima sesión, o llevar 200 libros cargados por si te vas de viaje o de vacaciones. ¿Qué más se puede pedir?
A mí con la tablet me pasaba lo que a ti: tras un par de horas me agotaba la vista y me dolían las manos y las cervicales. Ahora mismo, me quedo con mi e-reader, sin duda.
Un beso, Rosa.
Yo siempre he sido partidario del libro en papel y reacio al cambio al ebook, pero reconozco que este tiene sus ventajas y, por lo tanto, hace años que adquirí uno y lo he utilizado en bastantes ocasiones, sobre todo cuando viajo, pues resulta mucho más práctico y ocupa menos lugar. Aun así, me siento más a gusto con un libro en las manos (llámame anticuado), y este también tiene sus ventajas como, por ejemplo, pasárselo a la parienta después de haberlo leído, cosa que con un e-reader no puedes hacer, pues si se lo pasas te quedas sin poder leeer nada más durante un tiempo. En mi caso, además, tengo una serie de manías, como el de comprobar, antes de empezar a leeer, si los capítulos son muy largos o no (me cuesta dejar la lectura a mitad de un capítulo y de este modo sé que no necesitaré hacerlo aunque el sueño apriete) y durante la lectura compruebo con frecuencia si queda mucho para terminar el capítulo que estoy leyendo pra hecreme una idea de lo que debo resistir, je,je. En un e-reader también se puede hacer, pero resulta más tedioso ir avanzando y retrocediendo.
ResponderEliminarEn lo que sí ganan por goleada los ebooks es en el espacio, pues la biblioteca física va creciendo sin parar y ocupando cada vez más estanterías.
Lo que suelo hacer es adquirir una obra en ebook cuando tengo serias dudas de que me guste, de modo que si luego me defrauda no he gastado tanto dinero, pues la diferencia de precio es notable.
Así pues, ahora suelo alternar entre ambos formatos, pero lo que sí me resisto a utilizar, con todas mis fuerzas y a pesar de que voces amigas me animan a hacerlo, es el audiolibro. Que una misma voz sirva para hacer de narrador y de todos los personajes, de distindo sexo y edad, me parece ridículo.
Un abrazo.
Yo era como tú. Crecí y me inicié en la lectura con los libros en papel. También me empapé de la liturgia que lleva aparejada la lectura en papel (oler los libros, sentir el tacto del papel al pasar las páginas, contemplar los ejemplares alineados en las estanterías, etc.) Pero un día empecé a leer en digital. Al principio lo leía todo en el ordenador, usando el word o el adobe reader, algo que me resultaba incomodísimo. Luego, un amigo me recomendó utilizar el programa gratuito Calibre, y la cosa mejoró bastante. Aunque seguía siendo bastante incómodo leer en la pantalla del ordenador. Y entonces un día, a raíz de lo que cuento en el post, me agencié una tablet, y la cosa mejoró sustancialmente. Probé con cuatro o cinco programas gratuitos de lectura que encontré en la tienda android, hasta que di con el que mejor se adaptaba a mis exigencias, y, a partir de ahí, disfruté muchísimo más de las comodidades que me ofrecía. Ahora uso el e-reader, y, la verdad, es muy cómodo y práctico, por todo lo que hemos enumerado (espacio, capacidad, comodidad, legibilidad, adaptabilidad, etc).
EliminarA propósito de lo que comentas de los capítulos. Yo también soy de los que necesito saber la extensión de los capítulos antes de acometerlos, pues suelo leer de noche y justo antes de dormir y tampoco me gusta dejar capítulos a medias. No sé qué dispositivo usas tú, pero en el mío, que es un BQ CERVANTES, me permite configurarlo de tal manera que abajo del todo me indica la extensión total del libro que estoy leyendo, el número de capítulos, el porcentaje que llevo de lectura, y lo que aún me queda para acabar el capítulo en el que estoy. Lo encontré muy práctico por lo que te decía. Además, de este modo, antes de empezar la lectura de un libro cualquiera, ya sé su extensión, por lo que puedo decidir si lo acometo o lo dejo para otra ocasión. No sé qué tipo de e-reader utilizas tú, pero te recomiendo que indagues en el apartado "configuración", o en el manual de usuario, y averigües si dispones de esa posibilidad de configuración. Te aseguro que tu experiencia mejorará.
Hace años yo era asiduo comprador de una revista literaria llamada QuéLeer. En uno de los números regalaban una cinta con las voces grabadas de varios autores del sello Alfaguara recitando pasajes de libros. La puse una vez como curiosidad, y, desde entonces, no la he vuelto a poner. Para mí, leer es una cosa, y recitar es otra muy distinta. Supongo que para las personas con dificultades en la visión, incluso para personas ciegas, puede ser una opción, pero, en lo que a mí respecta, prefiero ser yo quien ponga esas voces en mi cabeza mientras leo.
Un abrazo, Josep.
Pedro...qué gusto encontrarte y leerte. Un abrazo enorme. Yo tb me hice amiga del ebook. Aunque un sobeteo al papel mientras pasas las hojas me sigue
ResponderEliminarenamorando .
Te mando un fuerte fuerte abrazo
¡Qué sorpresón, HM! El gusto es mutuo. ¿Y cómo dices que te va, chiquilla? ¿Aún sigues dando conciertos, deslumbrando con esa hermosa voz que Dios y la Madre Naturaleza han tenido a bien regalarte?
EliminarMi idilio con el papel continúa, aunque convendrás conmigo en que el e-book es una gozada también. Imagínate poder irte unos días de viaje, o de escapada de fin de semana a algún sitio, y poder llevarte en la mochila media biblioteca en menos de 180 gramos. Y eso, ahora, que me he vuelto un promiscuo intelectual -ya ves, ¡a mi edad!- supone toda una ventaja, pues a poco que te aburra una lectura pasas a otra a golpe de click. Y sin remordimientos, oiga. ; )
Otro abrazo y hasta besos de vuelta, HM. Cuídate, Clarita. ; )