—¡Feliz 2022, Pedro!
Ah. Hola, Blog. Hacía tiempo que no sabía nada de ti. Feliz año para ti también.
—¿Qué pasa, tío? ¿Es cosa mía o qué? Te noto algo sombrío.
No es cosa tuya. Verás, estoy algo deprimido.
—¿Y eso?
Este último año, 2021, se me ha ido volando. ¡Qué digo volando! Se me ha ido a velocidad supersónica, como uno de esos cohetes utilizados por esa caterva de egoístas millonetis que tienen toda esa cantidad de dinero como castigo y que, aburridos de vivir instalados en el lujo, han decidido gastarse una millonada en darse un garbeo de unos pocos minutos a la estratosfera simulando un viaje espacial. ¡Será por dinero...!
—No seas demagogo, hombre.
¿Demagogo?
—Sí, demagogo. Si un millonetis puede gastarse una cantidad indecente de dinero en sus caprichos —los hay que hasta legan sus incalculables fortunas a sus mascotas una vez ellos han estirado la pata— es porque lo han ganado con el sudor de su frente...
Más bien con el sudor de la frente de cientos de miles de trabajadores a los que tienen currando para ellos por un salario de mierda.
—Bueno. Vale. Admito que en la mayoría de los casos es como tú dices. Pero así son las cosas, y como tal hemos de aceptarlas.
Y los gobiernos del mundo encantados con el status quo, ¿eh? Aunque, irónicamente, sean de las grandes fortunas de donde menos impuestos obtienen. Total, lo que dejan de ganar de los ricos lo ganan de los pobres diablos que trabajan para ellos, a los que inflan a impuestos sin tasa y amenazan con toda clase de multas o castigos, cárcel, embargo de bienes o cualquier otra medida de coacción, si no pagan su cuota.
—Es lo que hay.
¿Y no te cabrea eso?
—Pues no.
¿Cómo es que no te cabrea? ¿No sientes ningún tipo de empatía por la gente que lo está pasando mal, que apenas logran llegar a fin de mes, que no tienen con qué darle de comer a sus hijos, que ni siquiera tienen para pagarse una vivienda en condiciones, etc...?
—Tengo que decírtelo. Carezco de sentimientos, tío. Sólo soy una sucesión de códigos binarios basado en un sistema de programación específico. Entiendo los conceptos y las definiciones de lo que dices, pero me resulta imposible procesar esos conceptos. No siento empatía, ni lástima, ni afecto por otro ser humano. En ese sentido no me diferencio en lo más mínimo de un político o de un miembro cualquiera del consejo de administración de una multinacional.
Pues no sé qué decirte. No sé si es peor lo tuyo o lo mío.
—¿A qué te refieres?
Me refiero a no sentir nada o sentir demasiado.
—No tengo respuesta para eso. Lo que sí tengo son datos objetivos. Puedo conectarme a cualquier hilo de información que navegue por la red y ofrecértelos al instante. En cuestión de milisegundos.
Por ejemplo...
—Mira esto. Según se desprende de un informe emitido por Credit Suisse en 2021, el 1,1% de la población atesora el 45,8% de la riqueza mundial, mientras que un 55% de la población se reparte el 1,3% de la riqueza mundial.
Madre mía. No puedo creer que no se te remueva nada por dentro al leer algo así.
—Ya ves. Puedo descifrar casi cualquier código binario que se me ponga a tiro pero, por más que lo he intentado, jamás podré entender a los seres humanos. Sois indescifrables para mí.
En eso coincido al cien por cien contigo. Yo tampoco entiendo a mis semejantes. Ya ves, llevamos más de doscientos mil años habitando en esta gigantesca bola de tierra suspendida en el espacio y aún no hemos dado con una manera más justa y equilibrada de distribuir la riqueza y los recursos del planeta.
—¿Qué me dices del comunismo?
El comunismo ha demostrado ser igual de injusto y perverso que su opuesto. ¿O acaso hace falta que te recuerde lo ocurrido en la extinta Unión Soviética y sus países satélite, en la Cuba de Castro —o, ya puestos, en la Cuba actual—, en Venezuela, China, Corea del Norte, etc? Ya sabes a lo que me refiero: policía secreta, torturas o cárcel para los disidentes o contrarios al régimen, lavado de cerebro ideológico, penurias para los de siempre y privilegios para los de arriba...
—¿Entiendes por qué digo que sois indescifrables? No os comprendo, la verdad. Lo tenéis todo para vivir bien y en paz y, sin embargo, unos pocos se empeñan en seguir jodiendo al resto sin mostrar remordimiento alguno por ello y vosotros lo permitís.
La gente está cansada de revoluciones que lo ponen todo patas arriba para dejar las cosas exactamente igual a como estaban.
—No te sigo.
Bueno, tú que tienes acceso a un caudal infinito de información y datos no te costará ver que cada cierto tiempo surge de la masa un individuo que dice tenerlo todo claro para cambiar las cosas que están mal. A ese visionario se le unen unos pocos acólitos que hacen de altavoces de su mensaje, propagando las ideas del líder adonde quiera que vayan. Con el tiempo, ese mensaje logra calar en las masas, que, hartas de sentirse exprimidas y explotadas, no dudan en seguir al visionario y su gente. Y entonces estalla la revolución. Y todo es alegría, y liberación, y entusiasmo, hasta que no pasa mucho tiempo antes de que la frustración vuelva a presidir sus tristes y miserables vidas, pues ven con desencanto como ese al que llamaban líder no se diferencia lo más mínimo de los que acaban de arrebatarles el poder. Dicho de otro modo, mismo perro pero con distinto collar.
—Pues sabiendo todo eso, no entiendo cómo no lo mandáis todo al carajo de una puñetera vez.
Muy fácil. Si nos empeñamos en seguir adelante es porque estas son las cartas que nos han sido adjudicadas para jugar la partida de la vida y, por desgracia, más allá de la mesa de juego no hay nada de nada; así que, o juegas o la diñas. Así de sencillo. Y yo, como la mayoría, preferimos seguir jugando, aunque, en mi caso, las probabilidades de rascar algo sean tan ínfimas como las de que me toque el euromillón, o, ya puestos, de ganar algún premio literario.
—Pues vaya mierda, chaval.
Lo sé.
—Pero oye, el año nuevo está empezando. Igual este año...
Sí. Ya. Claro que sí. No sé de dónde surge, la verdad, pero está ahí. Por muy mal que se den las cosas, siempre acaba aflorando.
—¿A qué te refieres?
A la esperanza.
—No lo entiendo.
¿Qué no entiendes?
—A ver, según el diccionario de la RAE, la esperanza es un «estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea».
¿Y?
—Pues que, por lo que me cuentas, no existe posibilidad alguna de alcanzar eso que deseáis. ¿De dónde surge entonces vuestra esperanza?
Eso es lo bueno. Que nadie lo sabe. Pero, por muy mal que se pongan las cosas, al final siempre acaba surgiendo. Y ése, y no otro, es el auténtico motor que nos empuja a seguir adelante con nuestras tristes y miserables vidas, aún sabiendo que esta partida nunca la vamos a ganar.
—Los seres humanos sois un misterio para mí.
Mejor que siga siendo así. Porque el día que una máquina consiga descifrarnos, ese día sí que será la muerte de toda esperanza.
Amigos y amigas que visitáis este blog, he de confesaros algo. Antes de empezar a escribir este primer post de 2022 no tenía intención alguna de sonar tan derrotista. Pero, no sé si por culpa de la “solaja” —en la jerga canaria: sol abundante y persistente— que ha atizado esta parte del planeta en los últimos días —el domingo el termómetro marcaba 24º mientras daba uno de mis paseos diarios—, y la semidieta a la que llevo semanas sometido —la enfermera que me trata habitualmente me ha dado un ultimátum: el turrón y un infarto o un accidente cardiovascular o yo, y claro, la he elegido a ella. Soy persistente en mis adicciones y mis malos hábitos, pero no gilipollas. Así que la elección estaba clara—.
Todo eso junto —esfuerzo físico, calor, calima, hambre— ha hecho que mi humor se haya agriado un pelín, y que mi grado de cabreo con el mundo en general y la estupidez humana en particular haya alcanzado niveles casi tan altos como los de mi colesterol chungo. Y claro, cuando me siento a escribir, sale lo que sale.
Por cierto, ¿os he felicitado ya el Año Nuevo?
Por Groucho, ¡qué cabeza tengo! Como solía decirme una profesora que tuve en EGB —hace millones de años de eso—: «Pedro, si no has perdido la cabeza aún es porque la tienes pegada a los hombros. Desastre, que eres un desastre».
Pues eso: ¡feliz Año Nuevo 2022!
Y a seguir mirando al futuro con esperanza.
Tú lo manifiestas en tu blog y yo lo mantengo oculto en mi interior, pero pensamos exactamente lo mismo. Yo creo que me he hecho nihilista con los años (igual te pasa a ti también cuando llegues a mi edad). Creo que el ser humano es así; como bien dices, nos dieron unas cartas y con ellas jugamos. Son las cartas del egoísmo, el sálvese quien pueda, la insolidaridad... etc. Demos gracias por haber caído a este lado del mundo. Peor lo tienen los que cayeron más al sur o más al este.
ResponderEliminarNo me extraña que tu blog no entienda al género humano.
Un beso y muy feliz 2022. Ojalá algunas de tus esperanzas se cumplan.
Con los años uno se harta de luchar contra molinos de viento. También te cansas de clamar en el desierto, como uno de esos chalados que se subían a un cajón en Trafalgar Square en Londres a soltar sus soflamas contra lo que, a su juicio, iba mal en el mundo.
EliminarMás que con el nihilismo me identifico con el hedonismo. Cada año que pasa más consuelo consigo hallar en las cosas que me hacen disfrutar, como la música, leer, escribir, el cine. Un ejemplo perfecto de esto que te digo es que, desde hace unos días, he vuelto a revisionar toda mi colección de DVD's del maestro Woody Allen. De hecho, me gustó tanto volver a ver una joya como "Días de radio" que, a los pocos días, la volví a poner en el DVD. ¡Qué maravilla, madre mía! De principio a fin. Y así, una tras otra, han ido cayendo "La última noche de Boris Grushenko", "El dormilón", "Sueños de un seductor", "Granujas de medio pelo", etc. Por cierto, parte de la inspiración de este post me vino de "Bananas". Esa película, para mí una obra maestra absoluta, debería verse en las escuelas para explicar el absurdo y la inutilidad de las revoluciones.
Ni mi blog ni yo entendemos a nuestros congéneres. ¿Y quién sí? Ni siquiera los sociólogos saben de qué va esto. Simulan que lo saben, pero no.
Un beso, Rosa, y feliz 2022. De verdad de la buena. Porque, en el fondo, no se sabe muy bien cómo, pero la esperanza sigue ahí. : )
A veces pienso que estas fiestas navideñas han sido diseñadas para crear un paréntesis en la vorágine y absurdidad de nuestras vidas, un lapso en el que a todos nos inyectan un ramalazo de alegría y esperanza. Todo son buenos deseos y vivimos en un engaño que, aunque bonito, caduca al cabo de tan solo unas semanas. Luego todo sigue absolutamente igual. El que es un cabronazo reparte abrazos y besos y te desea felicidad mientras brindamos por el año nuevo, pero en cuanto pone los pies en la oficina, en su empresa, y vuelve a ejercer de patrón, retoma su cabronería donde la había dejado. La gente no cambia y, por lo tanto, el ser humano seguirá siendo igual hasta el fin de los días. Y los que buscamos un rescoldo de paz, bienestar y justicia, nos tenemos que contentar con esa esperanza que nunca acaba de hacer realidad nuestros deseos.
ResponderEliminarEn fin, ya ves, con tu acertada reflexión me has hecho aflorar, una vez más, mi desánimo, mi mala leche y mi nula fe en el ser huano. Y para combatir esas malas vibraciones solo nos queda inhibirnos dedicando nuestro tiempo libre a cosas tan banales como la música, la lectura y, los todavía más pringados, a la escritura creativa.
De todos modos, que este 2022 te sea leve y sobre todo mejor que el que hemos dejado atrás.
Un abrazo y ánimo, que ya falta menos para el fin del mundo, je,je.
Lo has explicado muy bien, Josep. El jefe cabrón y el compañero rastrero y miserable que se pasan todo el año jodiéndote y que, por estas fechas, parecen seres de luz, una vez se pasan estas fiestas vuelven a ser el mismo cabrón y el mismo rastrero y miserable de siempre. Me recuerda a lo que algunos bienintencionados decían por la tele en pleno confinamiento: "Esta experiencia nos va a hacer mejores personas". Sí, ya. "Los mundos de Yupi" se queda corto en comparación. Entre los patinetes por las aceras, las cagadas de perro, los conductores que se saltan los pasos de cebra como si no hubiese un mañana, y los que van pegados al móvil sin levantar la mirada y que, por uno de esos milagros divinos no acabas atropellando, yo no diría que hayamos mejorado mucho, la verdad. Yo sigo cogiéndome unos emputes de aupa cada vez que salgo a caminar o cojo el coche, o cuando veo los autobuses hasta los topes de gente hacinada como sardinas en lata, o zoquetes de medalla olímpica como la Paz Padilla o Miguel Bosé soltando burradas por la tele del tipo "las vacunas no sirven para nada". Menudos lumbreras.
EliminarMenos mal que tenemos el arte para "escapar" de toda esta insania que nos rodea. Para mí, el arte es como el aire que respiro, absolutamente necesario para mi supervivencia.
Me uno a tu deseo de que este 2022 sea mejor que el nefasto 2021. Y, por pedir, sólo pediría que los cabrones que dominan el parque energético no sean tan avariciosos y dejen de subir el precio de la luz, porque a este paso van a acabar todos convertidos en la marca de mi impresora: unos HP.
Un abrazo, Josep. Y si llega el fin del mundo, que me coja escuchando un buen disco de mis adorados Deep Purple. O viendo una peli de Woody. : )