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Este 2020 ha sido un año... ¿cómo definirlo? ¿Extraño? ¿Difícil? ¿Inaudito? Pues sí. Ha sido todo eso y más.
En lo que a mí respecta, comenzó de manera ilusionante. Había recibido de manos de mi correctora el borrador del manuscrito de la que iba a ser mi primera novela en ser publicada, con sus correcciones y algunas indicaciones acerca de lo que, a su juicio, no funcionaba. Así que tenía unas semanas de duro trabajo por delante, decidido a pulir y sacar brillo a mi novela, cual discípulo del señor Miyagi.
Pero he aquí que, como ha venido sucediendo a lo largo de nuestra larga historia de millones de años como especie, “el hombre propone y Dios dispone”. Y quien dice “Dios” también puede decir perfectamente “unos siniestros científicos encerrados en laboratorios siguiendo órdenes de gente aún más siniestra que ellos” —No os iréis a creer que el virus del SIDA surgió así, de la nada, porque sí, ¿verdad?—.
En febrero saltaban las alarmas. En la ciudad china de Wuhan se había detectado la misteriosa irrupción de un virus extremadamente letal al que nadie podía poner coto. El virus, consciente del fenómeno globalizador que domina el mundo desde finales del siglo pasado, se propagó de manera asombrosa, llegando a todos los rincones del planeta en cuestión de semanas.
Aquí, en España, nos llegaban noticias de su peligrosa expansión a través de los informativos. Pero como todo eso ocurría en sitios allende nuestras fronteras, aquí seguíamos viviendo como si nada, ajenos al desastre que se nos venía encima. Ni siquiera Fernando Simón o Pedro Sánchez parecían preocupados por el tema. Total, ¿para qué? Ya tendremos tiempo de preocuparnos cuando nos toque.
Y nos tocó.
El maldito virus, ignorando por completo las convenciones internacionales que otorgan el control de las fronteras a cada gobierno, agencia tributaria o dueños de cayucos, entró en nuestro país. Ahora sí, ahora teníamos motivos más que justificados para preocuparnos.
Supongo que no hará falta que os diga lo que vino a partir de aquí. A menos que hayas estado viviendo en una isla desierta, o en el Palacio de La Moncloa, sabrás que el mundo sufrió un colapso global. De repente, el planeta quedó paralizado. El miedo, más veloz que el virus, viajaba de un lado al otro del mundo a una velocidad que ya quisiera para sí la mejor conexión a Internet habida sobre la faz de la Tierra.
Yo me acojoné. Y supongo que tú también. Había que estar loco para no acojonarse viendo lo que estaba pasando en el mundo; a menos que formases parte del alegre y despreocupado grupo de los negacionistas, en cuyo caso no sólo no te acojonaste, sino que te esforzaste en mostrar a todo el mundo la solidez de tus argumentos y tu estupidez saltándote a la torera todos los controles y las normas sanitarias y de higiene que las autoridades habían implantado como medida básica para hacer frente a la pandemia.
Pero no sólo de negacionistas está el mundo lleno. También había estúpidos y estúpidas, y capullos y capullas, que, con su actitud egoísta y miserable, no sólo ponían en riesgo su vida —lo cual, francamente, me importa un bledo—, sino que también ponían en riesgo la vida de los demás —y mira tú por dónde, aquí sí que me toca bastante la moral—.
Para acabar de completar el cuadro, a los negacionistas, los estúpidos y los capullos se les unían algunos “elementos” y “elementas” que ocupaban importantes puestos de responsabilidad. Ahí tenemos al zote de Trump, aconsejando a sus conciudadanos que se inyectasen lejía en vena para combatir el virus —yo sí que le iba a inyectar lejía a este batata, a ver si así se le bajaba el color anaranjado de la piel, que parecía el puto Naranjito del Mundial de Fútbol de 1982 con peluca de peinado imposible—.
Como dije antes, a principios de marzo el mundo se vio sumido en el caos, y las autoridades decretaron el Estado de Alarma. Y como medida cautelar decidieron confinarnos a todos y todas —negacionistas y estúpidos y estúpidas incluidos— en nuestros hogares.
El confinamiento duró un par de meses. En ese tiempo de reclusión yo me pasé los primeros días leyendo la prensa online por las mañanas, o empapándome de los especiales informativos que inundaron nuestros canales de televisión las 24 horas del día con la pandemia como leif motiv.
Al principio lo veía y leía todo con obsesivo interés, procurando entender lo que nadie sabía explicar. Luego, con el paso de los días, viendo la cantidad de “expertos en el tema” que salían en la tele o escribían en prensa, diciendo cosas que me hacían pensar que éstos y éstas tenían de “expertos en el tema” lo que yo tengo de astrofísico, me fui desconectando, y preferí invertir mi tiempo en escapar de la histeria colectiva que parecía dominar el mundo.
Veía mucho cine, leía muchos libros, y escuchaba mucha música. Y en esos meses de confinamiento no escribí nada de nada. Dejé el blog en pausa, y no publiqué nada hasta varios meses más tarde. Tampoco trabajé en mi novela, ni en mis relatos. No me salía nada. No tenía ni la cabeza ni el ánimo para ello. Así que simplemente lo aparqué todo y empleé ese tiempo en anestesiarme con el arte de otros.
Descubrí obras y autores excepcionales, que me sorprendieron y me hicieron más ameno el tránsito, y también me aburrí soberanamente con obras y autores que me enseñaban lo que NO debía hacer a la hora de abordar mis propias obras.
Porque esto es importante que lo sepáis: también se puede aprender de los malos autores y los libros malos o las películas malas. De ellos, incluso, se puede aprender más que de los buenos. Porque los buenos libros o los autores excelsos pueden resultar dañinos para nuestra autoestima, haciendo que nos planteemos cuestiones tipo: “yo nunca seré tan bueno como tal o cual autor”, “yo jamás podré escribir un libro tan excelso como ese”, “mis historias son una mierda comparadas con tal o cual otra”, “apesto”.
Sin embargo, cuando lees un libro malo o ves una peli mala, te sorprendes diciéndote a ti mismo: “yo lo puedo hacer mucho mejor”, “si ése lo logró, ¿por qué yo no?”, “mis libros son mucho mejores que los de ese menda lerenda que, además de escribir como el culo, es mortalmente aburrido”.
Y está muy bien que pienses eso, pues es el primer paso para que te pongas a ello. Puede ser la chispa o el empujoncito que necesitabas para poner en funcionamiento tu creatividad y darle a la tecla como si no hubiese un mañana.
Y en ésas estoy: dándole a la tecla como si no hubiese un mañana.
Hace unas semanas decidí desempolvar un par de viejos proyectos que tenía guardados en cajas. Antes tenía por costumbre imprimir mis trabajos, hasta que me di cuenta que se me iba la vida en tinta para impresora. Uno de esos proyectos, que tenía guardado en una carpeta, llevaba aparcado cerca de diez años. La cuestión es que empecé a leer, primero con curiosidad, y luego, a medida que iba pasando páginas, con creciente interés, pues en mi cabeza iban surgiendo nuevas ideas y giros que iban enriqueciendo la historia.
Todo esto ha hecho que varíe mis planes iniciales. Por lo pronto, ya he tomado la decisión de aparcar la novela que tenía pensado publicar este año, y meterme de lleno en este viejo/nuevo proyecto recientemente desempolvado.
Como quiero meterme a tope en este proyecto y centrar todos mis esfuerzos en él, dejaré el blog en pausa durante unas cuantas semanas —un mes, quizás—.
En fin, ¿qué os digo? Pues que, a pesar de que este haya sido un año... ¿Extraño? ¿Difícil? ¿Inaudito?, confío en que todo vaya a mejor de cara a 2021.
Sé que siempre quedarán capullos y capullas que harán todo lo posible por seguir jodiéndolo todo, pero, ¿acaso no ha habido capullos y capullas desde que el mundo es mundo? Procuremos que eso nos afecte lo menos posible —mira, ya tengo un propósito de año nuevo que añadir a mi lista—, y hagamos todo lo posible por disfrutar de las cosas buenas que la vida pone a nuestra disposición.
Nos vemos a la vuelta.
Cuidaos.
En la Nochevieja del 2019, mientras brindábamos en casa con Cava catalán, dije que el 2020 que acababa de nacer sería un muy buen año. Me gustan los números pares y este, en concreto, 2020, tenía algo especial que lo haría maravilloso. De ello deduzco que como vidente no me ganaría ni una perra gorda. Quizá como hombre del tiempo tuviera más aciertos, aunque a estos se les perdonan todos los errores, que no son pocos.
ResponderEliminarSi ya tenías en preparación, y avanzada, una novela, con correctora profesional incluída (que no es moco de pavo), me sabe mal que por culpa del coronavirus de la puñeta no siguieras adelante. A fin de cuentas, por vía telemática bien podrías haberlo hecho. Pero, en fin, tú sabrás las razones y yo no pinto nada en esto. Lo que sí pinta bien es ese manuscrito que has recuperado después de 10 años (!!!). El pobrecito ya debía haber perdido toda esperanza de ver la luz. Y si digo que esto pinta bien, desconociendo de qué va el asunto, es porque muchas veces estos redescubrimentos, retomar algo que habías dejado aparcado sine die y descubres un montón de posibilidades, es una señal de que el proyecto tiene valor y puede progresar favorablemente. Muchos autores célebres abandonaron sus textos inacabados en el fondo de un cajón, hibernando durante años, y luego acabaron siendo todo un éxito. Ojalá sea también este tu caso.
Este año que acabamos de tirar a la basura, porque no se merece otra cosa, también me ha dejado un regalo-bomba a pocas semanas de abandonarnos: un cáncer de mama (así soy yo de original) que por fortuna parece haber sido descubierto a tiempo, con lo que el pronóstico, de momento, es muy favorable. Por lo menos, el 2021 me hará un hombre nuevo, o especial. Si al Generalísimo le faltaba un huevo, a mí, tras la intervención quirúrgica de finales de enero, me faltará una teta, je,je.
Ánimos y pensemos en positivo. Yo, como estoy forrado y tengo mujeres a tutiplé, de las tres cosas imortantes que dicen que que hay en la vida (salud, dinero y amor), lo único que me queda por perdir a los Reyes Magos es la salud.
Un fuerte abrazo y a por ellos (a los editores, me refiero).
Mucho ánimo y mucha fuerza, Josep. Si algo he aprendido en estos últimos años es que la salud es lo más importante que tenemos, y a la que menos le echamos cuenta; hasta que nos empieza a fallar. En tu caso, celebro lo precoz de la detección, lo cual siempre es algo positivo. Doy por hecho que, por tu profesión, estarás en las mejores manos posibles. Y también doy por hecho, porque te conozco un poquito, que no estarás solo en esto, que tendrás el apoyo incondicional de tu familia. Te confieso que me tranquiliza el sentido del humor que despliegas en tu comentario. Dicen que el humor es una de las mejores medicinas que existen. No sé si es verdad, pero lo cierto es que cada vez que me ha faltado el sentido del humor en mi vida me he sentido más jodido de lo normal. Ojalá el sentido del humor no te abandone nunca, y que muy pronto me (nos) hagas llegar buenas noticias.
EliminarRecibe un fuerte abrazo, querido amigo. Recupérate pronto. Y recuerda ésto: paso lista, ¿eh? Y no es una amenaza. Aunque... ; )
2020 era mi año, la graduación de la carrera que tanto me dio batalla, más que nada por el ego docente y directivo, me había esforzado tanto para estudiar medicina porque en casa todos son abogados, era acariciar mi meta realizada, también estaría en internado fuera de la ciudad y se había afianzado mi relación con un hombre/médico excepcional, nada se logró, no hubo graduación, el internado tuve que hacerlo en la ciudad y mi prometido murió hace unos días por complicaciones covid.
ResponderEliminarNo veo este año con mejor velo, lo veo solo como la continuación de la misma porquería porque las personas no terminan de entender que la propagación está en uno, así como el control, veremos lo que pasa.´
Abrazo
Vaya por delante que lamento tu pérdida. Lo siento. Supongo que no hay palabras que consigan aliviar tu dolor. Sólo espero que, con el paso de los días, el dolor se atenúe, y consigas sobrellevarlo de la mejor manera que te sea posible.
EliminarRecuerdo que al principio de la pandemia no fueron pocos los testimonios de personas que aseguraban que "de esta experiencia vamos a salir reforzados como especie, y saldremos reconvertidos en mejores personas". No lo creí en ningún momento. Confieso que cada año que pasa me vuelvo más pesimista en relación al género humano -¿o debería decir "género inhumano"?-, y que no tengo más que echar un vistazo a mi alrededor para renovar mi pesimismo. Me gustaría ser más optimista, y más confiado en la buena fe y la naturaleza bondadosa de mis congéneres, pero viendo las burradas y actitudes agoístas, incívicas y mezquinas que copan a diario los informativos, mi lado pesimista no hace sino afianzar su posición de dominio. ¿Hay buenas personas? Rotundamente sí. Pero ni son mayoría, ni su influencia en los demás resulta tan decisiva como me gustaría. A veces creo que estamos sobrados de estupidez y mezquindad. De ahí que eche mano del arte para evitar sucumbir a la amargura.
Recibe un fuerte abrazo, Verónica.
Hola, Pedro.
ResponderEliminarComo ves yo también he estado un añito entero apartada del blog, de las letras y de todo lo que ello le acompaña, vosotros. ¿Qué decirte? Pues que me he sentido muy identificada con tus palabras. Es verdad, el miedo ha sido sin ninguna duda el compañero de este año tan difícil, sobre todo por la incomprensión del mismo. Estábamos tan poco informados, que la mente vagaba por libre creando escenarios realmente terroríficos. Espero de veras que este año con la vacuna todo mejore, pero lo digo mucho, soy así de repetitiva, fíjate, hay cosas que ni el tiempo varía (soy pesadita) pero es que esto ya nos ha cambiado, de alguna manera lo que fuimos, o como veíamos o entendíamos la vida ya nunca podrá ser igual.
Un beso, y feliz de volver a leerte.
¡Irene, chiquilla! : )
EliminarEstoy contigo en que 2020 ha sido un año bastante extraño. Cierto que no a todos habrá afectado de la misma manera; habrá gente que lo habrá llevado mejor y otros peor. Yo lo llevé como pude, con días buenos y otros no tan buenos. El confinamiento, una vez superado los primeros días de angustia y miedo, me lo pasé intentando mantener la mente lo más alejada posible de la negatividad que parecía teñirlo todo en derredor. Leí muchísimo, y eso me ayudó a distraerme, y a descubrir a nuevos autores y nuevas maneras de narrar. En septiembre retomé el blog, y poco a poco he ido recuperando las ganas de escribir mis propias historias. Ojalá me dure hasta completar los nuevos proyectos que tengo en marcha.
Me gustaría poder decir que hemos aprendido algo de esta desgracia, pero me temo que no, que algunos no sólo no han aprendido nada, sino que siguen en las mismas, negando lo evidente y contribuyendo a que todo vaya a peor.
Pero no quiero caer en el pesimismo. Disfrutemos mientras podamos de las buenas cosas que nos hacen felices.
Irene, me alegro de volver a saber de ti, y que estés bien. Qué alegría, chiquilla. Besos.
A mi este año que entraba en el 2020 me parecía muy bonito al ser tan redondo. Además al finalizar el año yo me jubilaba y eso era motivo de alegría. El seis de febrero se derribó en Eibar la escombrera llevándose por delante dos vidas humanas y mucho miedo a la contaminación de los vertidos que allí se tiraban. Un mes más tarde nos llegó la pesadilla del virus Covid-19. Nos confiamos y llegaban las tortuosas cifras de muertos y gente que se contagiaba cada día. Yo me centré en leer y pintar, pero llegó un momento que lo que leía no me llenaba y mi mente no me dejaba concentrar en lo que leía. Incluso dejé a un lado el blog. Comenzó mis vacaciones y el buen tiempo y pude ir a la playa y al monte a tomar el aire. Cuando me incorporé a mi trabajo no soportaba ver la situación de los ancianos de mi residencia y esta situación añadida a la del covid me supuso entrar en tristeza. Ya estoy jubilada y espero que este año pueda seguir con normalidad y pueda concentrarme en el blog y seguir escribiendo y visitar los demás blog como se merecen. Un abrazo.
ResponderEliminarHola, Mamen.
EliminarSupongo que tú, por tu trabajo, al estar más directamente en contacto con la enfermedad habrás vivido muchas situaciones especialmente estresantes y angustiosas. Entiendo perfectamente esa sensación de desconcentración que comentas, pues yo mismo la viví durante buena parte del año pasado. A poco que intentaba sentarme a escribir algo mi mente se me iba y se perdía en territorios oscuros y nada agradables. Menos mal que no perdí las ganas de disfrutar del arte de otros y pude desconcectar de la realidad disfrutando de las obras de otros artistas y disciplinas. Una vez más la vida y todo cuanto me rodeaba volvían a recordarme la vital importancia del arte en mi vida. Sin arte me siento perdido, desvalido, huérfano, y la esperanza se desvanece.
Celebro que puedas disfrutar de tu jubilación y que, poco a poco, retomes tus aficiones. Lo mejor de la vida es poder hacer aquello que nos hace felices.
Un abrazo, Mamen. Y gracias por pasarte por este rinconcito en estos tiempos tan raros. : )